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Rodrigo Manigot y el precio de una cosecha tardía en la vida: "Ser artista es siempre tener inseguridad"

Escritor, cantante, compositor y rockero. Entró definitivamente a la literatura con "Las cosas que empecé de grande", un libro en formato de inventario personal

A Rodrigo Manigot (56) las cosas verdaderamente importantes en la vida le llegaron con retraso.

Por ejemplo, a los diecinueve tuvo el despertar sexual, recién a los cuarenta la música le dio de comer y publicó su primer libro a los cincuenta y dos.

Si fuera un vino, entraría en la categoría de “cosecha tardía”. Una variedad, como no podía ser de otra manera, que está fuera de lo común. Que es especial.

A Rodrigo le divierte esta comparación porque, desde sus tempranas experiencias en Castelar, su patria chica, ha podido ir añejando con los mejores resultados sus experiencias futboleras y barriales, su paulatino ejercicio rockero con Ella es tan cargosa como banda emblemática, su pertinaz asistencia a talleres literarios y, finalmente, su entrada definitiva a la literatura.

Pero no cualquier literatura. La vena autobiográfica es la que más le sienta. La que podría representar, entre tantos otros, un autor como el noruego Karl Ove Knausgard.

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Las Cosas que Empecé de Grande, de Rodrigo Manigot.

Las Cosas que Empecé de Grande, de Rodrigo Manigot.

Desde su barrio de siempre, en plena calle, Rodrigo se comunica con el programa La Conversación de Radio Nihuil.

Suena como preludio de la entrevista “Carmen”, tema de Ella es tan cargosa que es el preferido de Moni, poeta de setenta, uno de los tantos personajes adorables que pueblan Las cosas que empecé de grande, el libro en formato de inventario personal que motiva nuestro contacto.

-Rodrigo, buen día allá en Castelar. ¿Qué tal?

-Hola, ¿cómo te va? Todo bien, Andrés, todo bien. Muchas gracias. “Carmen” la escribí en el Sarmiento, citando a Ezra Pound, en el 2001.

-Ezra Pound, uno de tus amores. Una de las cosas que hacen muy atractivo tu libro es que, página tras página, vas derramando tus amores: los literarios, los de carne y hueso y hasta los futboleros.

-Sí, están todos los amores. Incluso los ficcionales.

-Venimos de asistir a otro superclásico y vos sos muy fan de River. ¿Por qué te hiciste millonario?

-Mi papá era de River, pero era un converso. Fue de Boca y a los 18 años se hizo de River. Pero mi abuelo nos hizo de Chacarita y nos compró los equipos del club. Además, era la época en que Balá, acá, era un prócer nacional.

-¿Y eso en qué se traducía?

-En que los tres hermanos estábamos vestidos de Chacarita. Vino un tío, Carlos, que era pendejo, tenía veinte años. Nos vio así, pegó un portazo en la casa de la calle Lincoln y dijo: ¡"No los quiero ver más!".

-¿Y qué pasó con ustedes?

-Nos quedamos los tres payasos vestidos de Chacarita. Después nos llevó a ver a River.

-¿Cómo fue esta experiencia inaugural?

-Lo conté en algún momento en Facebook. El primer partido que vi fue en el '73. River jugaba con San Lorenzo. Estábamos en la cancha del viejo Gasómetro. Y en el intervalo aparece un señor de bigote anchoa, que era Héctor Cámpora, llevado por un dirigente de la JP.

-¡El momento de mayor protagonismo del Tío Cámpora!

-Mi viejo dice "estirá la mano por el alambrado". Lo hago y le doy la mano a Héctor José Cámpora, así que ahí nació mi romance con River y, por ahí, con el peronismo, no sé.

-¿Qué más pasó esa tarde?

-Yo tenía cinco años. Ganó San Lorenzo con un gol del Ratón Ayala, el 9, el de bigote; el que decía "En Europa no se consiguen".

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Rodrigo es también músico. En fútbol, era de Chacarita, pero ahora es de River. Foto de FM Signos.

Rodrigo es también músico. En fútbol, era de Chacarita, pero ahora es de River. Foto de FM Signos.

-Claro, la recordada publicidad de los botines marca Interminable. Volvamos a tu libro, Las cosas que empecé de grande, un título que recién sobre el final tiene una explicación redonda de tu parte.

-Es un mérito de la editora, la Rusa Hernández, que trabajó muchísimo en este libro. Primero lo editó el escritor Leo Yola, que es una persona entrañable e hizo un laburo hermoso.

-¿De qué manera interpretás este trabajo?

-Los editores nunca son solo editores de texto, sino que también son una suerte de psicólogos que van conteniendo el desborde emocional de los escritores. Eso es casi un lugar común. Leo Yola me guio, me sostuvo emocionalmente y me dio todo el entusiasmo. Y cuando pensamos que el libro estaba terminado, la Rusa Hernández me pegó una sacudida importante y pegó una gran edición.

-¿Qué valorás, en concreto, de ella?

-La Rusa, que había encontrado el título del primer libro, Donde no van las melodías, que es como una especie de antigacetilla del rock sobre cómo se formó la banda y cómo sobrevivió a todos los tackles que nos hicimos nosotros mismos, bueno, también encontró este título. Por algo es la editora de La Crujía.

-Te comento. Por acá se produce un vino denominado "cosecha tardía". Es muy bueno, tiene una dulzura natural y es caro, porque al cosecharse tarde la uva, tiene menos rendimiento.

-Sí.

-Pues bien, recién en la página 231, a cinco del final de tu libro, reconocés todas las cosas trascendentes que empezaste de grande: sexo a los diecinueve, escribir canciones a los veintitrés, leer literatura compulsivamente a los veinticinco, fuiste padre a los cuarenta y siete, etcétera. Sos un cosecha tardía, Rodrigo Manigot. ¿Te jode eso o creés que te infundió algunos méritos?

-Eeeeh... Me parece que viene en la sangre porque, cuando estaban todos mis hermanos, yo sacaba el retrato de mi abuelo Gastón que a los cincuenta y seis se había casado con mi abuela Beba a los veintiocho. Llevaba en andas el retrato al medio del asado como un trofeo y todos se reían. Tenía treinta años y ellos, que ya tenían bebés, se burlaban de esa imagen. Por ahí lo olvidaron, pero yo no. Estaba diciendo para dónde iba a ir mi vida.

-¿Y adónde iba?

-Había leído un reportaje de James Taylor, que hacía canciones muy tranquilas, pero era heroinómano. Y el tipo había dicho algo que yo me tomé en serio: tengan pibes después de los cuarenta, cuando su carrera esté más firme y su mente también.

-Pero, en resumen, ¿te jode haber sido un cosecha tardía o no?

-Me parece que no, ¡cómo me va a joder! Lo importante es haber podido darme el gusto de tantas cosas lindas. Obviamente que el reloj lo vas midiendo, ¿viste?, pero, bueno... Fabián Casas siempre habló del estilo tardío.

-¿Como es eso, en tu caso?

-Hay tipos como Fito Páez que a los veinte te escriben "Giros" y hay tipos que despuntamos más tarde. Y me parece que tiene que ver con lo que uno encuentra en sus distintas vidas.

-Se entiende.

-A mí se me dieron así las cosas y estoy muy contento de eso, independientemente de que, sí, más bien, me gustaría tener la edad, la facha y la cuenta de los pibes de Airbag (risas).

-La pregunta sobre el estilo tardío se sustenta, en realidad, en cómo rematás el párrafo aludido de la página 231. Decís: "Haber empezado tantas cosas tarde me llenó de inseguridad. Contra esa inseguridad sigo peleando". O sea que te ha quedado alguna cosita adentro.

-Yo creo que ser artista es siempre tener inseguridad. Pero no lo digo yo. Tuve la suerte de grabar un disco en 2018-2019 con músicos de primer nivel y Sergio Verdinelli, que tocó allí, me contaba que Spinetta muchas veces se venía abajo anímicamente.

-¿Por qué? ¿Qué le pasaba al Flaco?

-Desconfiaba de sí mismo. Entonces, si les pasa a Spinetta, a Fito, que no tienen seguridad en sí mismos, ¡imaginate para Rulo Manigot! (risas).

-¿Cómo lo llevás, entonces?

-De todas formas, sí, por supuesto que es uno de mis temas y creo que este libro también se podría llamar "historia de mi inseguridad".

-Buen título, también. ¿Por qué esto?

-Porque me parece que haber empezado de grande en muchas cosas, me dotó de una inseguridad. Y yo, para combatir esa inseguridad -no voy a espoilear- traté de recurrir a determinadas espinacas que hay en el mercado. Y eso por ahí te brinda una seguridad momentánea, pero después te va trabajando la propia inseguridad.

-Es decir que el laburo, en ese sentido, es permanente.

-También contra eso sigo trabajando y es parte de un proceso. Me parece que el propio avanzar en la lectura y en la escritura, y el propio avanzar también en tus procesos personales, te va fortaleciendo. O sea, escribir es ganarle tierras a tu propio mar y ganar confianza, por supuesto.

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"Haber empezado de grande en muchas cosas, me dotó de una inseguridad", cuenta Rulo Manigot. Foto Agencia Paco Urondo.

"Haber empezado de grande en muchas cosas, me dotó de una inseguridad", cuenta Rulo Manigot. Foto Agencia Paco Urondo.

-Hay que salir a la luz...

-El tema de la exposición, ya sea cantando, ya sea escribiendo, el mostrar lo que hacés, siempre es una cuestión ambigua.

-¿Por?

-Porque, por un lado, te encanta mostrar lo que hacés, pero también te expone a que te digan "che, no me gusta lo que hacés" y que eso te vulnere.

-Podemos relacionar esto con tu notable afición por los talleres literarios. Y vos lo decís claramente. No ibas a esos lugares para aprender a escribir sino en busca de autoafirmación. Para que alguien te dijera: sí, flaco, tenés talento, dedicate a esto.

-Iba a que mamá y papá me dijeran "sos bueno en lo que hacés". Un poco es eso. Y después creo que también fui a encontrar algo que, en los primeros diez o quince años de talleres, no encontraba. Y era la posibilidad de salir de la ficción e ir a un relato ficcional más basado en la propia experiencia.

-¿Y por qué no lo encontrabas?

-Eso estaba vedado en muchísimos talleres. Y en aquellos en que, por ahí, estaba permitido no lo pude ver; no lo pude ver porque tenía antiojeras. Es que fui a muchos talleres con profesores puaneros. Y en los profesores que fueron a Puan, es decir, a la Universidad de Letras, la formación de la autoexposición está muy mal vista.

-Raro, ¿no?

-Aunque la literatura siempre tiene una cosa autobiográfica que, por supuesto, viene de las cartas, no solo de hablar de uno mismo. Las cartas, la memoria, la cuestión epistolar, qué sé yo, el ensayo, los relatos. Hay doscientas maneras de escribir autobiografía. Hay millones de libros.

-Eso hoy no pareciera un problema.

-A partir de 2009-2010 se dan dos movimientos en paralelo. Uno es que en el mercado editorial hay como un regreso del género autobiográfico, que ya estaba presente en Barón Biza, en Fernando Vallejo y en doscientas mil literaturas.

-¿Como qué?

-Manual para mujeres de la limpieza, de Lucia Berlin, es precioso, un libro capital, pero se había editado sin pena ni gloria en el noventa y pico. Y se hace global por estrategia de marketing. Pero también porque algo pasa globalmente a partir de estos últimos quince años.

-¿En qué derivó todo ahora, según tu percepción?

-Vengo de terminar una novela. No voy a dar el nombre para no traer polémica. ¡Pero es Netflix! Y a mí no me gusta la literatura de Netflix. Me parece un embole. Es como ir a magia y saber sobre el pañuelo que tiene el tipo. ¿Y qué va a sacar del pañuelo? Va a sacar un palomo o un conejo. No me gusta.

-¿Qué te gusta?

-Es mucho mejor cuando alguien me cuenta, qué sé yo, como Delphine de Vigan en Nada se opone la noche. Ese me parece que es un libro poderoso. O La invención de la soledad, de Paul Auster. Por supuesto, hay mil libros de ficción que también me parecen poderosos. Por eso creo que no es una literatura u otra. Son todas las literaturas que a vos te gustan y te atraviesan.

-Totalmente cierto. Lo que pasa es que hay autores, que vos citás, como el francés Emmanuel Carrère, que son una maza. Ahí decís: bienvenida toda la literatura del yo.

-Claro. El problema para un montón de gente es que a vos te guste Knausgard y también te guste Jon Fosse. Ahí está el quilombo. Fosse fue Premio Nobel de Literatura y profesor de Knausgard, que está en las antípodas. Bueno, a mí me gustan los dos.

-Sí, pero fue Knausgard el que a vos te cambió la cabeza, sobre todo con su segundo tomo autobiográfico, Un hombre enamorado, según contás.

-Exacto. Y no es que me cambió la cabeza a mí, habilitó a mil escritores y escritoras en todo el mundo.

-¿Por qué? ¿Cuál fue el click?

-Porque es un tipo al que becan para escribir ficción. Y él dice: ¿para qué voy a escribir ficción si tengo una historia con mi viejo que es un infierno?

-Lo cual te incentivó a escribir sobre tu propio viejo, pesa a las amenazas de tu vieja.

-Sí. Que mi vieja no escuche esta entrevista, pero creo que en un punto lo autobiográfico tiene una función. Sigue siendo una literatura de género y tiene cierta relación a veces con la cuestión detectivesca.

-¿Detectivesca cómo?

-En el sentido de mucha literatura autobiográfica como los libros de Paul Auster y Devigan que citamos. O el de Candelaria Schamun, que es precioso; no me acuerdo el nombre.

-¿Cuál es el terreno más fértil de este género?

-Hay como una investigación personal que uno hace sobre el relato familiar. Me contaron una historia, pero me parece que abajo hay otra. Y esa investigación que vos hacés, por ahí tampoco es la verdad, pero te sirve para pensar desde otro lugar tu vida.

-Vos sos músico y sos escritor. ¿Qué te da más satisfacción? O sea, ¿qué te gusta más, escribir una canción, subirte a un escenario y exponerte ante la pasión loca de la gente, o esperar la devolución que te hacen tus lectores por cada publicación?

-Para mí, lo mejor que me puede salir en la vida, además de mi hija y de mis amistades, de mi familia, de las mejores cosas que tengo como persona, es la creatividad. Es lo que más feliz me hace, ¿entendés?

-O sea, que esos dos caminos creativos se suman.

-Qué sé yo, el viernes próximo voy a estar en La Plata presentando Las cosas que empecé de grande acompañado por Juan José Becerra y Flavio Mogetta, un periodista literario importante. Y después hago un acústico con dos chicos que tocan la viola como los dioses y canto.

-La performance completa.

-¿Y vos me preguntás qué te va a gustar más de las dos cosas? Es lo mismo que me digás ¿el dulce de leche o el asado? ¡No! Primero me voy a comer el asado y después el dulce de leche (risas).

-¿Qué otras cosas de este tipo te dan placer?

-Yo doy talleres de letras de canciones, doy talleres literarios. Enseñar, aprender enseñando. A la mañana me divido. Hago canciones, ensayo, leo, escribo. Todo en una misma mañana, entonces no distingo una cosa de la otra.

-Pero el tempo de cada cosa es distinto, ¿no?

-Obviamente, la literatura es literatura y después la banda es más enquilombada por ahí, porque tenés compañeros, una compañía discográfica; tiene más aristas. Pero para mí son dos cosas que están vinculadas a la creatividad. Tienen sus diferencias, pero diseñé mi vida para poder hacer las dos.

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Rodrigo con sus libros.

Rodrigo con sus libros.

-Por tu inventario autobiográfico circulan tu vieja, tu hermano Gonzalo, al que siempre lo mandás al frente, tus amigos, etcétera. ¿Cómo es eso?

-Con mi familia la relación es muy hermosa. Y también, como alguna vez lo pude conversar con Marina Mariasch, está todo hablado. Es mucho más fuerte y mucho más rica y mucho más ambigua la relación y mucho más profunda en la vida que en los libros, fuera de las páginas. Esto es una reducción.

-La típica reducción literaria, claro.

-La otra vez leía que, salvando las enormes distancias, Piglia esculpió su carrera enojado con el padre. Y yo creo que, en un punto, sí, por supuesto, hay una discusión con algunas cuestiones familiares.

-¿Y qué pasa con eso?

-También lo puedo hablar con mi madre y con mis hermanos. Como te decía, tengo una muy linda relación con mis hermanos y a veces también tenemos cruces, porque la vida es así. Hay vínculos que son más sanos y otros que son un poquito más complejos.

-En tren de elegir algunos capítulos, en un libro muy parejo, resaltan subjetivamente dos, que dan la apariencia de relatos menores. Uno es "In memoriam Héctor Lastra", con una pintura notable del personaje, y el otro es "Ojos de retriever" donde, a partir de una inicial ironía sobre un poetastro y su taller, terminás alcanzando un hondo toque humano.

-Muchas gracias. A mí me gusta ese tipo de literatura. Ojalá que me salga. Si vos me decís que te gustaron esos capítulos puede ser que me esté saliendo. Otra vez salvando las distancias, alguna vez leí que el papá de John Fante se recontraenojó cuando se reconoció en muchos de sus textos también.

-Parece entendible, cuando uno lo ve desde afuera.

-John Fante es uno de los grandes escritores y enormemente autobiográfico. El padre se reconoció y primero puteó y después dijo: bueno, pero... ¿cuántos años de vida me quedan? Que quede algo de mí. Y me parece que un poco de eso está aquí.

-Después de esos dos capítulos mencionados, hay otro a destacar, cuyo título, "Hotel Sahara”, tiene poco que ver con la anécdota. Apunta, en realidad, al escritor chileno Roberto Bolaño y terminás relacionándolo, a través de su cuento "Sensini", nada menos que con Antonio Di Benedetto, nuestro prócer literario.

-Somos los que leímos a Saer en los noventa. ¿Viste cómo son los escritores de narcisistas? Saer decía lean a Di Benedetto y a la vez, Di Benedetto daba claves también para leer a Saer. Pero, sí, Saer se encargó mucho de difundirlo. Son esos tipos de autores que, cuando los leés, te rompen la cabeza (ríe).

-¿Y Bolaño?

-No sé, tendría que releerlo. Pero, en su momento, me parece que fue capital porque creó una especie de escritor, un alter ego parecido a sí mismo; creó un yo, Arturo Belano, que era muy cercano a él porque vivía muchas de sus experiencias. Y después, obviamente, también daba espacio para la ficción.

-¿Qué rescatás de él, en definitiva?

-Esa literatura súper vital de Bolaño y, a la vez, una posición política muy fuerte sobre la violencia en Chile y en América Latina. Esa escritura súper legible y esa forma de agarrarte del cogote, para un montón de gente en todo el mundo fue muy fuerte también.

-Pero, a su vez, el acento que ponés en "Sensini" es particularmente destacable.

-Ese cuento en especial tiene algo que es hermoso. Ahora lo estoy viendo y me parece que en el libro está. Y es que la literatura tiene algo que no tienen otras disciplinas. Es la cuestión intergeneracional, que une. Yo fui amigo, a los treinta años, de tipos de ochenta.

-Exacto. Vos destacás lo mismo en tu relato.

-En "Sensini" está también el tema de la literatura como una pasión que no se puede eludir. Y a la vez están dos tipos, dos de los grandes escritores latinoamericanos, corriendo, sobreviviendo (sonríe).

-Alguna vez, al entrevistar aquí a Guillermo Sacomano, lo saludamos diciéndole "maestro" Y él respondió, dando un respingo: ¿cómo me vas a decir maestro a mí, si ustedes en Mendoza tienen a Di Benedetto y a Quino! Mencionamos a Sacomano, entre otras cosas, porque te hizo sufrir bastante en su taller literario, ¿no?

-En su momento. Pero tal vez por ahí me faltó una vuelta de tuerca, que intenté después en otros relatos. Él tenía un problema con que le dijeran maestro. Y yo creo que está bien.

-¿Por qué?

-Porque era una bestia como docente. Hay una cuestión pedagógica de mucha violencia que me parece que no fui el único que la sufrió. Hay un relato de Juan Carlos Kramer al respecto que es muy interesante.

-¿Y cómo se traducía esto delante de ustedes?

-Uno de sus grandes problemas era que no podía vivir de la literatura. Entonces no sé si quería dar clases. Ahí tenía un quilombo, una contradicción tremenda porque, además, los que podían pagar eran tipos de clase media alta.

-Una experiencia equívoca, en suma.

-Sí me parece que es innecesario maltratar a la gente que va a aprender. Pero hay alumnos, y esto me pasa del otro lado, que son muy bravos, son más difíciles. Yo fui uno de esos. Así que estuve bien ajusticiado, en un punto (risas).

-En tu libro vas peleando contra vos mismo y contra las circunstancias. Y una de esas peleas mayores tiene que ver con tus adicciones. ¿Esto se relaciona con tus inseguridades o con la vida dentro de una banda rockera, cuyo credo, alguna vez, fue drogas, sexo y rocanrol?

-Eso ya es un tema filosófico. El rock está muy asociado. O sea, en el rock entrar del orto a un show está bien. Yo creo que es más complejo.

-¿Cuánto más complejo?

-Es más complejo, lleva muchos años. Hay una visión de la salud mental que es muy básica. Lo vengo hablando con algunos amigos. Algunos te entienden más fácil y saben lo que atravesás. Y a otros les cuesta más.

-¿Por qué, en este punto?

-Porque acá, para tener problemas con las adicciones, tenés que ser Pity (Álvarez), ¿entendés?, o dos o tres más. Y si no, está todo bien, porque tenés familia, laburás… Hay como una subestimación de la salud mental. Es más, justo estaba con un amigo acá, muy sano, que me dijo: ¿sabés quiénes son los que están más más enojados porque vos estés sano?

-¿Quiénes?

-Los tipos que chupan. Los que más chupan. Están recalientes. Pero no es con vos.

-¿Y cómo la ves vos, que te has empeñado en darle vuelta a la cosa?

-Cuesta muchísimo ver, insisto. Me costó a mí y le cuesta mucho a la sociedad entender que el alcoholismo y la merca son enfermedades mentales; y que no hace falta llegar a los niveles estratosféricos de consumo, porque tiene que ver con cómo te afecta a vos en tu vida.

-¿Entonces?

-Entonces, si a vos te está afectando que vayás al cumpleaños de tu sobrina; o vas a un asado y después terminás en otro lado; o te afecta mucho el estado de ánimo, te deprimís; o tratás mal a todo el mundo. Viene el electricista y te dice el arreglo va a salir tanto y lo mandás a mierda.

-Claro, así no va…

-Lo que pasa es que mucha gente no lo ve o no lo quiere ver porque nos han enseñado que relajarse es tomarse tres birras y clavarse unos vinos. Pero eso es la búsqueda de cada uno y lo importante es cómo estés vos.

-¿Cómo es para vos, por lo tanto?

-Para mí estar a las seis de la mañana leyendo, escribiendo y tomando mate es lo más lindo que me puede pasar. Es personal. Pero, ahora, con un cuarto libro por delante, la pelea de fondo es que en todos mis libros está merodeando el tema de la salud mental.

-Y para nosotros, lo más lindo es hacer radio, encontrarnos con trabajos como el tuyo y mantener este tipo de charlas. Así que será hasta tu cuarto libro, Rodrigo.

-Por supuesto. Hermosísimo siempre conversar con ustedes. Es divino saber que las cosas que no escribe repercuten en tantos lados y la gente las lee con tanto placer. Un beso muy grande para allá y gracias por estar siempre del otro lado.

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