Rumbo a Chile por ruta 7, cuando ya se divisan picos filosos como el del Aconcagua, duerme su espera el centro de esquí Penitentes. Supo ser un hervidero de turistas: hoy es la sombra de sus mejores tiempos; casi un pueblo fantasma.
Rumbo a Chile por ruta 7, cuando ya se divisan picos filosos como el del Aconcagua, duerme su espera el centro de esquí Penitentes. Supo ser un hervidero de turistas: hoy es la sombra de sus mejores tiempos; casi un pueblo fantasma.
La senda avanza entre puentes, túneles y filas de álamos de un amarillo que se deschilachó a medida que avanzaba el otoño en el distrito de Uspallata, en Las Heras.
La camioneta de Diario UNO se detiene en una de las calles internas del complejo turístico. La tarde y el sol se irán de golpe, casi en mitad de la visita.
Pero ahí están. Cinco edificios monumentales -con decenas de departamentos vacíos- aguantan las ráfagas que a mediados de mayo ya son decididamente frías.
Nada cuesta relacionar el entorno con la película "El Resplandor" (Stanley Kubrick, 1980). Sólo que aquí, por ahora, parece no haber escritores persiguiendo a sus familias con un hacha sino departamentos vacíos y la esperanza de que los inviernos vuelvan a ser sinónimo de trabajo.
►TE PUEDE INTERESAR: Potrerillos secreto: una expedición a las costas menos conocidas del lago
Uno atraviesa la doble puerta del edificio Lomas Blancas y percibe, como si fuera la esencia de una memoria en sepia, el aroma de la madera.
Y es que todo el interior de las salas principales esta hecho de ese material. Un espacio enorme y distinguido -con ribetes de los ochenta- recibe al que ingresa. En cada uno de los extremos hay hogares a leña que hace mucho no se encienden.
Por ese ámbito se mueve desde el año 2004 Ariel Palacio (46), sólo que antes lo rodeaban cientos de turistas y ahora camina a sus anchas por los pasillos, mientras hace el mantenimiento de los 48 departamentos que tiene la construcción.
Lo que se expropió no es ese edificio, sino toda la franja aledaña a las telesillas. El sacudón, igual, se sintió en toda la comunidad.
“Yo empecé como bachero del bar que funcionaba acá y después me fui quedando”, recuerda. Cuando arrancó en Penitentes tenía 28 años. Hoy anda por los 46. Sube desde Mendoza, pasa 20 días allá arriba y luego tiene otros 10 días libres.
Lo mismo hace la mayoría de los otros encargados. Casi todos son de la capital, y uno vive en Uspallata. Dejando de lado a los huéspedes que se quedan en el Hotel Ayelén, no hay mucha más gente en las inmediaciones.
“Yo alcancé a ver nevadas de un metro y medio. En la noche esto estaba repleto”, evoca Ariel. Se nota que quiere al lugar: “Era hermoso. La gente comía arriba, en el primer piso, y luego bajaba a las barras, donde podía tomar algo frente a los hogares a leña, con música en vivo. Un solo edificio podía dar laburo a aproximadamente 50 personas”.
Cuenta esto mientras abarca con las manos el gran ambiente sin ruidos ni presencias. Sus palabras reviven el escenario, y de pronto flota un sonido de copas, de risas, de conversaciones, de música.
El ensueño se desvanece a los pocos segundos. Hoy está sólo Ariel en ese sitio donde hubo fiestas. Ocasionalmente se queda alguien en los departamentos. Poco más.
-¿No te da miedo estar tanto tiempo solo?
-Me acostumbré. Es más, cuando es de noche ya me manejo con los pasillos a oscuras.
Quedaron pocos desde la época de oro. Los que lograron conservar el trabajo saben que hay una chance –que ven lejana- de que vuelva la actividad.
“Sería algo bueno, porque nos quitaría un poco de incertidumbre a los que laburamos acá”, reflexiona Ariel.
El hombre se despide y retorna a su calendario de silencios. “Tanto silencio no, porque la madera cruje”, aclara. Después saluda y cierra la doble puerta vidriada.
Afuera, como si hubiese estado esperando a los periodistas, una ráfaga helada les da de lleno en la cara. En torno se ve a los otros edificios, que empiezan a proyectar sombras cada vez más largas: el Tolosa, el Horcones, el Portezuelo, el Juncal.
Otro de los cuidadores pasa caminando. Pide que no lo nombren en esta nota. “Pero muchachos, está todo cerrado. La de ustedes es una excursión de ciegos: no hay nada para ver”, sonríe y sigue.
En el interior de cada una de esas construcciones -se calcula que hay en total unas 1.350 plazas- habrá otros tantos encargados que pasan sus horas acompañados sólo por el ruido de ese viento que es casi enloquecedor y no para.
Viento. Y viento. Y más viento.
►TE PUEDE INTERESAR: Potrerillos secreto II: galería con videos y fotografías desde las costas menos conocidas del lago
El 22 de noviembre de 1978, en plena dictadura militar, el gobierno provincial de entonces promulgó el decreto ley 4.301, con el que vendía 51,37 hectáreas a administradores privados encabezados por Emilio López Frugoni. Las sociedades a cargo eran "Petersen, Thiele y Cruz S.A.", "Aslan y Ezcurra S.A." y "Sitra S.A.".
Ese mismo día, el decreto ley 4.302 otorgó la concesión “a título honorario” de 1.037,6 hectáreas durante 35 años, con el fin de que se construyera en toda la zona un centro turístico y deportivo.
El terreno se encuentra a sólo 4 kilómetros del Cerro Aconcagua y tiene picos que alcanzan los 3.194 metros. El declive de las montañas permitía actividades para esquiadores principiantes, intermedios y avanzados.
En un buen día y con nieve –dicen los lugareños- las pistas podían tener hasta 1.500 personas subiendo y bajando. Era un negocio redondo y se hicieron inversiones para aprovecharlo.
Pasaron los años. El clima cambió y los ansiados copos blancos se volvieron más escasos. En 2015 la concesión que había sido firmada en 1980 se venció y Los Penitentes Centro de Esquí S.A. -integrada por los herederos de Frugoni-, solicitó una prórroga por otras tres décadas y media.
El 27 de febrero de 2018, a través del Decreto 217, el gobernador Alfredo Cornejo rechazó el pedido, aduciendo entre otras cosas carencia de avales para seguir operando, una deuda millonaria con el Estado y falta de mantenimiento.
El proceso –Legislatura y Suprema Corte de Justicia mediante- terminó con la expropiación de 42 hectáreas y 9 mil metros cuadrados en 2019. Se trata de 6 polígonos estratégicos a la vera de la ruta 7 que permiten el acceso al cerro y al área en la que están los medios de elevación.
Para pagar el costo de esas expropiaciones el Estado planteó descontar el valor de la enorme deuda impositiva que la firma arrastraba desde hace años: debía en su momento al Estado mendocino más $5,3 millones de impuestos que nunca pagó desde 1983 y -según el expediente judicial- a la AFIP le adeudaba $9 millones más.
La cosa es que, tras el paso al Estado, los medios de elevación quedaron tal como estaban. Quienes saben de mantenimiento juran que es sumamente nocivo para el mecanismo dejarlo así durante periodos largos. Los cables se estiran por el peso y las maquinarias quietas se herrumbran.
De este modo las telesillas, algunos restaurantes y el boliche La Herradura -así como otras instalaciones que se encontraban dentro del perímetro afectado por la causa judicial- se detuvieron en el tiempo: al asomarse por las ventanas pueden verse utensilios de cocina y sillas en orden.
Salvo por el polvo y la caca de las mulas que salpica los veredines, es como si alguien hubiera tenido que irse de golpe por alguna calamidad, dejando todo –incluso una pequeña guardería- tal como estaba el último invierno en el que Penitentes recibió visitantes.
Finalmente el pasado 4 de mayo, una ley impulsada por el actual gobernador Rodolfo Suarez -que permite hacer una nueva concesión por 50 años- obtuvo media sanción en la cámara de Diputados. En pocos meses podría haber sanción completa y, quien sabe, acaso una nueva oportunidad para la localidad.
La posible concesión contempla a Penitentes como un centro turístico para los 365 días del año, con ampliación de actividades más allá del esquí y como base operativa para expediciones a Alta Montaña.
Los críticos, por su parte, argumentan que la concesión es demasiado larga y que nunca más volverá a nevar en Penitentes.
►TE PUEDE INTERESAR: Fin para el Cóndor del Acceso: el tradicional monumento es irreparable y será reemplazado
Al lado del camino vive don Segundo Madrid (76), que tal vez sea el habitante vivo más antiguo de la zona. Llegó en el 1.978, trabajó en la construcción del complejo y se quedó, probablemente para siempre, entre sus queridas montañas.
En resumen: vio pasar toda esta historia frente a sus propios ojos.
“Es que yo no soy montañista, de esos que vienen a escalar o a esquiar. Yo soy montañés”, se describe.
El domingo que viene, UNO publicará una entrevista exclusiva con don Segundo. Pero aquí se colarán algunas de sus reflexiones sobre el futuro de Penitentes.
-Dicen que tras la expropiación de 2019 no se hizo mantenimiento de los medios de elevación y que eso puede complicar su funcionamiento ¿Es así?
-Amigo, usted se muda y deja la casa sin hacerle arreglos. Es obvio que habrá cosas que se empiezan a romper. Bah, romper no porque acá todo se hizo con materiales muy nobles, pero va a costar recuperarlo.
Madrid habla desde un ritmo propio y contemplativo. Jura que cuando era más joven veía cerros cubiertos de nieve todo el año.
“Y mire ahora. Qué me cuenta”, exclama. Gira la cabeza: por los cuatro puntos cardinales se ve tierra. Apenas unos jirones blancos sugieren que alguna vez funcionaron aquí pistas con esquiadores.
Segundo vive con Deolinda, su mujer, en una casita situada un poco aparte de los edificios turísticos. “Tengo compañera, no le digo que es mi mujer porque no la compré. Los niños -cuatro mujeres y un varón- ya se hicieron grandes y se fueron a la ciudad. Pero yo me quedo”, sentencia.
En su casa hay calefacción a gas pero también a leña “por las dudas”. Unos cables que salen de una batería dan electricidad a una radio. El invierno pasado hizo 25 grados bajo cero.
Así, vestido de overol, don Segundo Madrid se planta ante la inmensidad y -otra vez- ante el viento. Da la impresión de que sobrevivirá a la próxima guerra nuclear.
►TE PUEDE INTERESAR: El Azufre se prepara con un centro médico y 80 empleados para la inauguración de la temporada
A lo lejos se ve a dos personas vestidas de rojo que caminan aprovechando la última luz. A medida que la temperatura desciende, se van acercando al hotel donde se alojan los 65 obreros que están trabajando en la remodelación del Túnel Caracoles, una obra que facilitará el tránsito desde y hacia territorio chileno.
"En agosto vamos a ser más de 150", anticipa el Adrián Alberto Lima, representante de la UOCRA y uno de los que está haciendo la obra en Alta Montaña.
Se vino de Buenos Aires hace un tiempo: ahora compró un terreno en Luján y se afincó en Mendoza. Y está convencido de que por más que hoy languidezca, Penitentes tiene futuro.
"Vos no sabés la cantidad de gente que entra todas las noches al hotel donde estamos nosotros para preguntar si hay un lugar donde dormir", ilustra. "Movimiento existe. Lo que pasa es que tenés demasiados negocios cerrados"
Cerca está su pareja, Wendoline Cinthia Melville. Lindo apellido. Literario. Cuando el periodista está evaluando insertar un comentario pretencioso, ella -que también trabaja en el túnel- le advierte:
-Sí, soy descendiente de Herman Melville, el autor de Moby Dick. Por eso desde chica les tengo terror a las ballenas.
A partir de ahí empieza a tejer un relato que incluye marinos, tempestades y barcos. Pero la noche está demasiado cerca y, al igual que el mar, la montaña no perdona a quienes no respetan sus reglas. Es hora de abrigarse y guardarse.
Habrá que continuar la charla otro día, cuando no haya riesgo de congelación.
Imágenes: Martín Pravata.
Conductor de montaña: Javier Mercado.
►TE PUEDE INTERESAR: Fin para el Cóndor del Acceso: el tradicional monumento es irreparable y será reemplazado