Desarrollo inmobiliario y turístico

Potrerillos secreto: una expedición a las costas menos conocidas del lago

La mayoría de los visitantes se queda sobre la lateral sur de embalse, que pertenece a Luján. Desde ahí se ven algunas casas en los cerros de enfrente ¿Qué hay en el otro lado?

Cada fin de semana, miles de mendocinos visitan el perilago de Potrerillos; especialmente en su margen sur, donde están los embarcaderos y el pueblo. Al contemplar ese paisaje muchos se preguntan qué habrá en la orilla de enfrente. Y en esta nota está la respuesta, o parte de ella.

Son las nueve de la mañana y el equipo de UNO avanza por ruta 7, pasa la YPF que marca el ingreso a la villa cabecera y continúa como quien viaja hacia Chile. Más precisamente hasta el kilómetro 1101, donde persiste sobre la derecha un puente del extinto Ferrocarril Trasandino.

"Peligro. El uso de este puente es de carácter restringido para garantizar el acceso a propiedades ribereñas", dice un cartel donde también se aclara que pueden pasar sólo dos coches a la vez, siempre que vayan en la misma dirección. Para cruzar en moto o a caballo hay que ir "desmontado".

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Es la entrada a la Costa Norte. Se ven algunas casitas en ese margen, el menos poblado del lago, que no pertenece a Luján de Cuyo sino a Las Heras.

En alguno de esos hogares terminarán entrando los periodistas, para conversar de filosofía a la vera de una estufa a leña. Pero para eso falta.

El suelo del puente ferroviario consiste en durmientes: sobre ellos hay rieles que hacen las veces de suelo bajo el trajinar de los vehículos. La camioneta avanza y quiebra el silencio otoñal con el rechinar de los metales.

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Un viejo puente de hierro marca la entrada al circuito de la Costa Norte.

Un viejo puente de hierro marca la entrada al circuito de la Costa Norte.

Aquí, una foto aérea de la zona, donde se divisa claramente la costa norte (Luján de Cuyo) y la sur (Las Heras).

Dique Potrerillos
Una foto aérea del dique Potrerillos, con las áreas demarcadas.

Una foto aérea del dique Potrerillos, con las áreas demarcadas.

La orilla norte

Dicen que la zona se llamaba "Campo San Ignacio" porque allí se afincaron los jesuitas hasta su expulsión, en 1767. Después los terrenos se repartieron entre distintas familias, como los Zapata Mercader, los Fourcade y los Gaetano Larroca. Por supuesto, antes de todos ellos estaban los pueblos originarios.

Hoy, esa senda que serpentea entre los cerros -es de tierra, pero claramente recibe algún tipo de mantenimiento-, tiene mucho menos tránsito que la ruta sobre la costa lujanina.

Del lado sur quedan los autos con la música al palo y los asados multitudinarios. En este costado la energía es otra, aunque aparecen con más frecuencia los carteles que indican: "propiedad privada".

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La senda se interna entre los cerros. El borde del lago es jurisdicción de la provincia hasta los 1200 metros de distancia.

La senda se interna entre los cerros. El borde del lago es jurisdicción de la provincia hasta los 1200 metros de distancia.

Se calcula que ya hay unos 400 propietarios repartidos por todo el perilago norte. La mayoría todavía no ha construido nada. Sólo el emprendimiento inmobiliario Estancia San Ignacio dice incluir nada menos que diez mil hectáreas.

Y uno de los primeros comercios que aparece en el camino que bordea al lago es el complejo recreativo "Costa Norte". Tiene varias terrazas y habitaciones terminados y funcionando. En la parte de adelante, cinco obreros trabajan para levantar tres nuevas cabañas de cara a la cordillera:

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A pesar del frío, los trabajadores se quedan

A pesar del frío, los trabajadores se quedan "arriba" durante toda la semana para poder avanzar con las obras.

Cómo se hace una casa en la montaña

"Nosotros venimos de Corralitos, en Guaymallén, pero nos quedamos acá toda la semana para avanzar más", cuenta Gonzalo Ignacio Pérez (24).

Sus compañeros, de la misma edad o menos, meten las manos en los bolsillos de los buzos para protegerse del viento frío que empezó a soplar de golpe. Uno de los muchachos tiene sólo 18.

-¿Cuánto les falta para terminar?

-Seis meses, calculamos- responde Gonzalo, que aprovecha para pasar el chivo y cuenta que tiene una pequeña fábrica de muebles, "Art Practical".

-¿Seis meses? Pero los va a agarrar el invierno.

-Sí, ya está fresco en las noches- admite él. La risa de sus compañeros lo confirma.

-¿Y hay agua potable?

-Claro, viene de surgentes que salen de la tierra y luego va por caños.

-¿La electricidad?

-Todo paneles solares. No hay tendido eléctrico.

Al final de cada día, Gonzalo y su equipo se van a dormir a una cabaña del complejo. Pero a esa hora la vida se trata de otra cosa: toca arrancar y los cuatro muchachos ya se han sacado las camperas mientras el sol sube y ellos picotean una bolsa de galletitas.

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Gonzalo (izquierda) junto a su equipo.

Gonzalo (izquierda) junto a su equipo.

Un mismo suelo, varias jurisdicciones

Cada tanto se ve pasar a algún camión cargado, señal de que esa no es la única construcción. Los jóvenes albañiles se despiden y siguen levantando las cabañas que ya visualizan en su imaginación y que, esperan, serán la puerta para otros trabajos en el perilago.

La jurisdicción en las inmediaciones del dique es compleja. Por un lado, el decreto provincial 280 del 2002 establece que la costa debe ser de acceso público hasta los 1200 metros de distancia.

Sin embargo el asunto no es tan simple, porque algunos privados tienen títulos de propiedad que se superponen con esos 1200 metros.

Entonces ante cualquier utilización del suelo o del agua, o ante cualquier actividad que pueda afectar el ambiente, deberían tramitar los permisos con la provincia. Más de un emprendimiento comercial tiene pendientes esas autorizaciones. La típica.

Y más allá de los 1200 metros de costa, la jurisdicción es del municipio lasherino.

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Tranquilidad versus ladrones en canoa

Algunas cosas fluyen más lento en esta parte de Mendoza. Otras, más rápido. A esa altura de la mañana la gente de la montaña ya vio a los forasteros subiendo en camioneta y reaccionó. Se multiplican los mensajes de Whatsapp entre vecinos, preguntándose quiénes son los desconocidos.

Más arriba, justo sobre una curva, se ve venir a Ceferino Ortubia (53) junto a su esposa en una pickup roja. La mujer se ríe, pero él mantiene al principio una distancia que irá acortando a medida que lo escuchan.

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Ceferino dice que el otro día quiso bajar a la Ciudad pero que a los diez minutos extrañaba la paz de los cerros.

Ceferino dice que el otro día quiso bajar a la Ciudad pero que a los diez minutos extrañaba la paz de los cerros.

"Lo que pasa es que hubo algunos robos. La otra vez llegaron en una canoa a las dos de la mañana, cruzando desde la costa sur. Se quisieron llevar algunas cosas y escaparse por el agua, pero los agarraron", recuerda el hombre.

Ceferino se gana la vida como casero en un barrio que se llama Miralago y cuyo inversor es Franco Pérez Magnelli. La primera etapa -144 lotes- ya se vendió toda y ahora se ofrecen otros 80 terrenos. El pueblo del lado norte aún no existe como tal, pero crece rápido.

Hasta aquí han llegado los efectos de la guerra en Ucrania. La familia de don Ortubia cocina con garrafa: "Está subiendo el precio del gas -analiza Ceferino-. Esperemos que no siga".

La calefacción es otro tema: hay que ir a buscar leña o aprovechar cuando se cae un árbol, avisar al municipio y llevarse el material usando una motosierra.

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Ceferino calcula que en los días de semana viven unas 20 personas en esa costa. "De hecho, ya le avisé a Enzo Santoni que venían subiendo ustedes. Vive allá, al lado del árbol amarillo. Hablen con él, que conoce la historia del lugar", señala.

Se sube a la camioneta, invita a "volver con menos apuro" y acelera.

Alta montaña, el desarrollo inmobiliario y Wittgenstein

Enzo Santoni (62) pertenece a una de las familias que gestiona desde hace décadas buena parte del lado norte.

Tras el aplauso-timbre, llega acompañado por un perro saltarín. Se nota que anda trabajando porque en el pulóver le han quedado restos de hojas secas, pero abre la puerta de su casa mientras zapatea para sacarse el barro de las botas.

Adentro crepita una estufa a leña; hay pinturas al óleo, una botella de vino tinto, un chocolate en barra. Sobre la mesa, dos libros de filosofía. Esa escenografía casi decimonónica marca las pautas de una rutina que los periodistas han venido a interrumpir.

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"Mi padre también se llamaba Enzo y era abogado. Se vinculó con estas tierras en los sesenta. Luego vino el proyecto del lago -que se inauguró en 2001-: mi papá compró acá, en sociedad con su cuñado, un campo de 10.000 hectáreas. Al principio se dedicaron a cuestiones agropecuarias y luego, hace ya veinte años, mi hermano gemelo Agustín y yo nos ocupamos del desarrollo inmobiliario junto con un sobrino", recapitula.

Santoni recuerda que los lotes originales se fueron subdividiendo. "Todos los títulos de acá son perfectos, están aprobados por catastro y por Irrigación y nunca dejamos el campo solo, así que no hemos tenido problemas de usurpación", recalca.

Una rápida consulta telefónica con fuentes de la Agencia Provincial de Ordenamiento Territorial confirma que Santoni dice la verdad sobre los títulos de propiedad. En las oficinas informan que en esa parte de la cordillera no hay terrenos en litigio.

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-El agua del dique se utiliza para consumo humano ¿Dónde van los desechos cloacales en este lado de la costa?

-La municipalidad de Las Heras nos pide que utilicemos un lecho percolador. Es un sistema que incluye un biodigestor, o sea un recipiente que mediante microorganismos transforma la materia fecal en sólidos y libera agua que se puede usar para riego. En el lado sur es diferente: allá (en Luján de Cuyo) se usan cloacas y eso va a parar a una planta de tratamiento comunal.

-¿Se pueden hacer pozos sépticos, tan cerca del lago?

-No, y eso lo controla el municipio, que durante esta gestión ha estado más activo. En los 20 años anteriores a este gobierno municipal, nunca se acercó nadie de Las Heras. Ahora sí.

Santoni sueña que un día abrirá la ventana de su casa y verá un pueblo. Se entusiasma, por ejemplo, con una continuación de la ruta 13 que conecte el dique con el casco urbano de Las Heras a través de la quebrada de La Horqueta.

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La ventana de Enzo Santoni da al lago.

La ventana de Enzo Santoni da al lago.

"Me pidieron que donara un campo para la ruta y yo les dije que sí. Me parece una idea piola para que más gente pueda vivir acá y desarrollar su vida con mayor tranquilidad", justifica Enzo.

Hoy, comprar un terreno en ese tramo de la costa norte sale entre 13 y 15 dólares por metro cuadrado. Para que no explote la densidad poblacional -afectando el ambiente- se intenta no vender lotes de menos de 2000 metros.

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-¿Cuánto calcula que aguanta este ecosistema en términos de población?

-Tenemos un masterplan que implica grandes espacios, con baja densidad de habitantes. Creemos que se debe dar la posibilidad en un futuro cercano a que gente viva cerca del lago, cuidando el ambiente y desarrollando sus tareas. Y no estamos hablando de gente rica, sino de clase media.

El diálogo discurre como si estuviera conectado con los ritmos de afuera. Ya es casi mediodía. El perro saltarín se ha convertido en algo parecido a un amigo. Los pájaros están a pleno.

Los libros no se han movido de la mesa. Entre ellos está "El tiempo de los magos", un recorrido del filósofo y periodista alemán Wolfram Eilenberger por el pensamiento de Wittgenstein, Benjamin, Heidegger y Cassirer. Con eso y un par de sopaipillas, uno sentiría la tentación de quedarse a vivir.

El entrevistado dice que el que más le interesa de la lista es Ludwig Wittgenstein, quien alguna vez escribió:

"Sentimos que aun cuando todas las posibles cuestiones científicas hayan recibido respuesta, nuestros problemas vitales todavía no se han rozado en lo más mínimo. Por supuesto que entonces ya no queda pregunta alguna; y esto es precisamente la respuesta. Lo inexpresable, ciertamente, existe. Se muestra, es lo místico".

Y ahí termina la charla, porque el entrevistador es hincha de Heidegger.

  • Imágenes: Martín Pravata
  • Conductor de la camioneta: Javier Mercado

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