Cualquiera que se anime a esquivar la hipocresía lo admitirá. Durante décadas, la diversión de muchos mendocinos fue buscar en las fotos a las candidatas menos hegemónicas para burlarse de su gordura, su nariz o sus ojos bizcos. Y si ellas se tenían confianza, más burla todavía.
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Reinas de la Vendimia de 2016.
Este periodista ha presenciado de primera mano cómo la sonrisa de una candidata se resquebrajaba porque -al pasar saludando en su carro- un grupo de pibes le gritaba "rajá de acá, obesa" ¿Por qué seguir sometiendo a seres humanos a semejante barbarie?
Es cierto que a veces se cuela en las cortes una chica gorda o con cara de india. Pero son la excepción que sirve para disimular la norma. Que nadie se engañe: la mirada sobre esas "otras" sigue siendo condenatoria o cuanto menos paternalista. "¡Qué valiente! -es el subtexto-: se presentó a pesar de ser gorda y/o negra y/o no tener dientes".
Digámoslo de una vez: basta revisar los retratos de las últimas veinte o treinta "soberanas" para descubrir que la elección de reinas es un evento racista y clasista que encima está auspiciado por el Estado y, por lo tanto, se financia con el dinero de nuestros impuestos.
"Sus majestades lo eligen"
La postura de quienes defienden la elección de reinas está llena de ambigüedades. Por un lado insisten en que se siga haciendo la votación, aunque en ocasiones admiten que se cambie el título otorgado a las ganadoras. Así, se habla de "embajadoras", "representantes" u otros engendros.
Inclusive se llega a proponer una especie de carrera para ver cuál es más solidaria, como si ser sensible ante el sufrimiento ajeno fuera parte de una maratón surrealista.
Son tentativas desesperadas por salvar en lo discursivo a lo que en el fondo es una selección entre aspirantes que hacen lo posible por agradar a la mayoría. Y, se sabe, intentar agradar a todos es un camino directo a la infelicidad.
Otro de los argumentos repetidos es que las candidatas "eligen libremente" participar del certamen y subirse al escenario vestidas con esa ropa que imita la indumentaria que utilizaban las monarquías europeas en la época de la colonia.
Pues malas noticias: este asuntito del libre albedrío incluye matices. Aunque nos pese, entre los individuos y la realidad social no media un abismo absoluto. No existe tal cosa como "libre elección" a secas, en abstracto. Cada uno elige y desea, pero lo hace en un contexto que nunca es neutral.
Y en el contexto que vivimos está la huella de milenios de patriarcado que han dejado su inercia. Es en ese marco que tomamos decisiones.
Se nos dice que las reinas están ahí por motu proprio. Preguntas indispensables: ¿qué otras trepidantes posibilidades se le ofrecen a una joven mendocina hoy, especialmente si proviene de las clases populares?
¿Conseguir un empleo en el que ganará 300 dólares?
¿Irse a España a vender empanadas?
¿Estudiar una carrera durante 5 años sin saber si al terminar va a tener trabajo?
¿Tener hijos a los que luego enviará a guarderías que salen 8 lucas?
Ante ese panorama, hasta yo estoy pensando en postularme.
El cuento de la monarquía
La otra vuelta, Julieta Lonigro, la "reina blue" de Guaymallén, grabó un video en el que le decía al gobernador Rodolfo Suarez: "yo respeto su investidura, le pido que respete la mía".
Cuando recogí mi mandíbula del piso, empecé a pensar si Julieta realmente cree que ser reina de la Vendimia es "una investidura". Porque no lo dijo la veterana Isabel de Inglaterra, ni tampoco otro anquilosado zángano de las cortes española o neerlandesa.
Duele pero es la verdad. Si al menos apeláramos a un consumo irónico, sería distinto. Si supiéramos que es una broma, un remedo de lo que no somos, resultaría divertido.
Desde tiempos inmemoriales los carnavales -que tienen una clara relación con los cultos a la fertilidad y a las cosechas- elegían reyes bufos como forma de cuestionar a las autoridades oficiales. Ahí están los trabajos de Mijaíl Bajtín para quien esté interesado.
Pero acá ni siquiera nos damos ese gusto. Con una dosis enternecedora de seriedad, elegimos muchachas que frecuentemente se integran a la planta de empleados estatales y a las que financiamos con el erario público. Insólito.
Igual sigue siendo enorme la cantidad de gente que "milita" la elección de reinas con aval del Estado. El fenómeno no terminará de un día para el otro, se sabe. Pero tal vez en el futuro los mendocinos sintamos cringe ante toda esa parafernalia de coronar a una mujer después de hacerla competir con otras sobre un escenario.