En primera persona

Los venezolanos en Mendoza y lo que queda de esperanza cuando un país se derrumba

En la provincia residen unos 3.000 venezolanos. Detrás de sus miradas alegres hay batallas que casi nadie conoce y una nostalgia en carne viva

Se fueron porque creyeron que era la única salida. Porque ganaban un par de dólares al mes y a la noche sus hijos se iban a dormir con la panza vacía. Se fueron porque faltaba papel higiénico, mientras el sermón oficial hablaba de justicia y revolución entre sonrisas de burócratas. Se fueron porque tenían miedo. Porque un familiar o un amigo los llamó. Pero, sobre todo, los venezolanos que están en Mendoza se fueron de su país porque buscaban una mejor vida.

"El día de las últimas elecciones esperamos los resultados hasta tarde. Cuando anunciaron que Maduro había 'ganado', lo único que pudimos hacer fue llorar de impotencia frente a la pantalla", dirá Joselin (24), una de las consultadas para esta nota.

La escena sintetiza elementos que aparecerán una y otra vez en las entrevistas: el dolor de seguir las noticias desde Mendoza -a 7.000 kilómetros de Caracas-, la bronca y las ganas de que algo cambie después de 25 años con la misma cúpula del chavismo atornillada en el poder.

El último quiebre fue justamente el domingo 28 de julio, cuando el Consejo Nacional Electoral (CNE) comunicó que el presidente Nicolás Maduro -que lleva más de una década en el cargo- había obtenido su reelección al ganarle por 6 puntos al candidato opositor Edmundo González Urrutia. En las protestas posteriores hubo decenas de muertos, cerca de mil detenidos, acusaciones de fraude y dudas. Cosa lógica, porque nunca se mostraron las actas de los comicios ni los resultados por jurisdicción.

Lo cierto es que Maduro sigue ahí. Por eso algunos de los venezolanos que caminan por las calles mendocinas extreman la cautela: mientras se hace este reportaje, llamarán a la redacción para ver si el periodista que escribe estas líneas es real o si se trata de un impostor o un infiltrado.

Otro venezolano accederá a la entrevista y las fotos, pero a las pocas horas pedirá por mensaje privado que se quiten sus imágenes y toda referencia que lo identifique: "Un sobrino mío está preso desde el lunes por asistir a las manifestaciones y lo que dije puede perjudicarlo (...)".

Y así, entre miedo, bronca, nostalgia y elogios a la sociedad que los recibió, irán saliendo los testimonios que aparecen acá abajo. Los ordena una única premisa, a saber: que lo primero que hay que hacer con los migrantes o los exiliados es -como propone la colega Victoria de Masi- simplemente escuchar.

Antes de juzgar. Antes de opinar. Antes de condenar o absolver, escuchar.

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Joselin y sus 12 días de viaje por tierra

Joselin Valero (24) se graba bailando cumbia para promocionar Ketchup Hot, el restaurante de hamburguesas que abrió junto a una compatriota sobre la calle San Martín Sur de Godoy Cruz. Después sube los videos a Instagram.

Las hamburguesas se ven buenísimas. Pero en otra época ella se alimentaba exclusivamente con sánguches de mortadela.

Llegó a Mendoza en enero del 2022, después de un viaje por tierra que duró 12 días. En el trayecto, tuvo que pasar escondida por Ecuador, que en aquel momento les exigía visa a los venezolanos.

"El muchacho que nos llevaba en auto por la frontera ecuatoriana nos dijo 'oye, si nos para la Policía, nosotros no nos conocemos'. Se metió por un camino lateral, por un barranco, y así pudimos pasar. Habíamos decidido que si detenían a uno de nuestro grupo nos íbamos a quedar todos", recuerda.

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Joselin viajó por tierra durante 12 días para llegar a Mendoza.

Joselin viajó por tierra durante 12 días para llegar a Mendoza.

Nadie que esté cómodo en su terruño elige pasar por eso. Joselin comparte recuerdos de su infancia en Táchira y su primera juventud en la Isla Margarita. Es, a la vez, un recuento de la decadencia económica venezolana:

"A los 17 me fui a vivir a la Isla Margarita en busca de trabajo. Cuando estaba terminando la pandemia, hicimos el esfuerzo con mi familia y abrimos ahí un kiosco de madera", recapitula. ¿Y cómo le iba? "Apenas daba para comer".

La huella del hambre no es algo abstracto para Joselin: la memoria le atraviesa el cuerpo y la chica se emociona: "Emprendimos como podíamos. Para mantener aquel negocio funcionando, desayunábamos y almorzábamos pan con mortadela todos los días. Esa es la realidad que todavía viven muchos de mis compatriotas, que para conseguir un kilo de carne tienen que gastar 8 o 10 dólares cuando ganan a lo sumo 100".

Desde 2013 -y si bien hubo altibajos- el PBI de Venezuela ha registrado caídas como sólo se han visto en países que padecen una invasión o una guerra. En el medio, se fueron más de 7 millones de personas, un cuarto de la población.

Se entiende que en el entorno de Joselin fuera germinando la idea de emigrar. "Mi pareja -Juan Gómez (25)- tiene un amigo que nos habló de Mendoza porque había vivido acá. Y nos pareció más sencillo que intentar Europa, donde se nos iba a hacer difícil el tema de los documentos. En Argentina, por el Mercosur, podemos ingresar sólo con la cédula", explica ella.

Al final Joselin, Juan, su suegra Darlin Sánchez y un cuñado armaron los bolsos y agarraron hacia el Sur por tierra. Fue aquel viaje de los 12 días. Pasaron por Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y finalmente entraron a Argentina.

-Se han dado casos de venezolanos que en el camino son secuestrados o atacados, así que cuando llegamos acá volvimos a respirar.

-¿Y qué te traías de Venezuela?

-Un bolso. No podía cargar más porque el camino es largo.

-¿Ahorros?

-Para vivir el primer mes, hasta buscar trabajo.

Pasaron sólo 3 días hasta que Joselin consiguió trabajo en Mendoza, lo que le facilitó el trámite para la residencia precaria. "Como yo había estudiado un poco para ser chef, entré a trabajar en el restaurante Los Carolinos, frente a Plaza Italia. Estuve ahí varios meses y me ayudaron mucho", rememora.

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En Mendoza, Joselin se consolidó como empresaria gastronómica.

En Mendoza, Joselin se consolidó como empresaria gastronómica.

Joselin, su pareja y su suegra le echaron pichón, juntaron plata y se la jugaron por algo propio. Así abrieron Ketchup Hot. "Hubo que remarla al principio porque todavía no veían los clientes. Nos fuimos a vivir todos juntos para poder aguantar, aunque ahora mi suegra y actual socia, Darlin, se está mudando", sonríe ella.

Les va bien. Tanto, que Joselin pudo traerse a Mendoza una de sus tres hermanas, Andrea, que llegó a la provincia a principios de año.

La joven empresaria no baja los brazos. Y cada tanto graba un video compartiendo su alegría y promocionando sus hamburguesas. Las heridas, parece, empiezan a cicatrizar:

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Shamela y Jesús, dos maratonistas

El Censo 2022 concluyó que los venezolanos residentes en la provincia eran 2.703. La mayoría, llegados entre 2010 y 2019.

Probablemente ahora sean más. El mendocino atento los encontrará al volante de un Uber, en el saludo del muchacho del delivery o iniciando un emprendimiento propio. Como vienen de una cultura alegre, no mostrarán sus penas al principio. Pero detrás de esas miradas chispeantes habita el desgarro de una biografía partida.

Ahí están, por ejemplo, Shamela Chadee (48) y Jesús Colmenares (54), un matrimonio que ama correr maratones. Aunque los trotes que hicieron para llegar a Mendoza superan cualquier circuito normal.

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Shamela y Jesús caminan juntos por las calles de Mendoza. Eso, que parece una actividad tan natural, les costó muchísimo.

Shamela y Jesús caminan juntos por las calles de Mendoza. Eso, que parece una actividad tan natural, les costó muchísimo.

Ella es técnica superior en informática y él es ingeniero en petróleo con 25 años de experiencia. Los dos profundamente antichavistas.

Allá, en Monagas, Shamela manejaba una empresa textil donde se fabricaban uniformes escolares, médicos, etcétera. "Era famosa por mi trabajo. Tenía personas a mi cargo. Pero los ingresos se empezaron a venir abajo. Y aunque tuviéramos dinero, ya no había qué comprar", evoca.

Fue la época dura de la escasez. Mientras el gobierno se ufanaba de regular los precios, los productos baratos quedaban para los punteros o se vendían a precio vil en Colombia a través del contrabando, mientras los venezolanos de a pie hacían filas de varias horas para adquirir, con suerte, un paquete de arroz.

Hacia 2015 ya estaba bien establecido el oficio de "colero": tipos que se levantaban muy temprano para hacer la cola en los mercados y luego vender su lugar.

No había alimentos. A Jesús, el marido de Shamela, sí le daban almuerzo en su trabajo de la petrolera estatal PDVSA. "Sopa y seco", como se estila allá. Es decir, una sopa y algún alimento sólido. La mujer cuenta que como en casa pasaban hambre el marido empezó a comerse solamente la sopa en los mediodías. Se guardaba el "seco" para que por la noche lo cenaran su compañera y los 3 hijos: Alberto, Shamela junior y Alejandro.

"En junio de 2018 me harté -retoma Shamela, la mamá-. Me dije 'no sé cómo vamos a hacer pero en diciembre yo no quiero que estemos acá'. Empecé a malvender lo que tenía. Claro que los que disponían de dinero para comprarme era la gente más vinculada con el gobierno. Y se aprovechaban, porque eran los únicos que tenían acceso al dólar en un país con gente desesperada. De hecho, calculo que mi casa valía unos U$S250.000 y tuve que vendérsela a un chavista por U$S13.000".

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Shamela y Jesús durante una maratón en Caracas, antes de migrar.

Shamela y Jesús durante una maratón en Caracas, antes de migrar. "Los uniformes los diseñé yo", se enorgullece ella.

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La familia Colmenares-Chadee empezó a revisar las redes para ver adónde les daban el turno más rápido para tramitar la residencia precaria. "Vimos Argentina. Nos metimos en el sistema provincia por provincia y la que nos dio turnos más rápido fue Mendoza. Yo no sabía absolutamente nada del lugar", admite ella.

Se fueron por separado. En dicembre de aquel año 18, Shamela salió de Venezuela junto a su hijo mayor, Alberto. Viajaron 8 horas en colectivo hasta Manaos -en Brasil, el centro del Amazonas- y desde ahí se tomaron un avión.

No se llevaron nada, salvo algunos ahorros y los 25 kilos de equipaje que le permitía el avión.

"Llegamos a Mendoza el 18 de diciembre y pasamos aquellas navidades solos", dice Shamela. Al poco tiempo, ella se puso a cuidar personas grandes y el hijo consiguió trabajo en una hamburguesería.

Jesús, el marido, todavía estaba en Venezuela junto a Shamela junior (16) y Alejandro (14).

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"La ayuda de los ángeles"

"El plan era que yo vendiera las pocas cosas que nos quedaban en Venezuela y me encontrara con Shamela en Mendoza al mes siguiente. Tenía comprados los pasajes cuando Maduro decidió cerrar todas las fronteras y los venezolanos quedamos cautivos", toma la posta Jesús.

Pasó un mes. Dos. Tres meses y las fronteras seguían cerradas por orden del Ejecutivo.

"Me enteré de que había gente que te cruzaba para Brasil a través de lo que nosotros llamamos 'caminos verdes' (es decir entre la selva). Tenías que ir en camionetas con doble tanque de combustible, porque en esos sectores del Amazonas no hay estaciones de servicio".

Dadas las circunstancias, podía ser una opción.

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Venezolanos en el camino que conduce a la frontera con Brasil. Foto: Human Rights Watch.

Venezolanos en el camino que conduce a la frontera con Brasil. Foto: Human Rights Watch.

Jesús tuvo que disimular para que nadie en su laburo sospechara de la fuga. Se pidió unos días, terminó la venta de la casa, entregó las llaves al nuevo propietario y esa misma noche armó las valijas "a la luz de las velas, porque para variar se había cortado la electricidad".

A las 4 de la mañana salió en la camioneta junto a sus hijos Shamela y Alejandro. Cerca de la frontera con Brasil, en una rotonda, había un puesto de control:

"Resulta que yo ya le había pagado al hombre de la camioneta para que me cruzara a Brasil y ahora no podíamos pasar. Yo estaba exasperado. Entonces él me explicó que había conversado con un taxista brasileño y que él iba a llevarnos. Cuando me doy vuelta, el de la camioneta ya se había ido y me había dejado con mis hijos y con este brasileño a quien no habíamos visto nunca".

Jesús asegura que "por cuestiones de Dios" hubo alguien en ese primer puesto de control que los dejó adelantar unos metros en el auto del tachero en dirección al borde. Pero al avanzar un poco más, oyeron que un grupo de hombres armados les daba desde atrás la voz de alto.

"Debe haber destruido el auto, o por lo menos el tren delantero"

"Y ahí empezó la corrida, porque nuestro conductor en vez de frenar se tiró a la fuga con nosotros a bordo". A esa velocidad -y si no los agarraban- podían estar en Brasil en 10 minutos. Salvo que hubiera otro puesto de control.

Y lo hubo, pero el tachero brasileño no aflojó: "No sé dónde estará este hombre. Le estaré eternamente agradecido porque aceleró. Directamente pasó por al lado de los efectivos y tiró plata por la ventanilla; agarró rápido una subida y al ratito ya estábamos en Brasil. Por los pozos que había, debe haber destruido el auto o por lo menos el tren delantero. Ojalá un día nos reencontremos para agradecerle".

"Los mendocinos nos abrigaron en el primer invierno"

En abril de 2019, Jesús, Shamela y los chicos se reencontraron en Mendoza. "Acá nos han tratado bien -enlaza ella-. En la segunda Navidad acá ya nos invitaban a las casas para compartir la fiesta. Y tú sabes que los venezolanos sufrimos mucho el frío. Bueno, los mendocinos nos abrigaron en el primer invierno. Me regalaron lavarropa, nevera, utensilios, camas, escritorio, televisor. Un señor, Antonio Oliva, es otro ángel que nos ayudó mucho. Nos alquiló por primera vez y no nos pidió garante".

Hace 4 años, la pareja abrió la fiambrería "El orejano", en la calle Beltrán de Godoy Cruz. Igual los dos siguen estudiando. Ella, programación igual que sus hijos; y Jesús se está especializando en data science mientras está empleado en un galpón que vende descartables al por mayor.

Cada tanto, cocinan unas arepas para sentirse otra vez en su Patria, aunque sea por un segundo. Después la rutina continúa; son dos vecinos más de la ciudad.

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"Los mendocinos nos abrigaron en el primer invierno que pasamos aquí", recuerda Shamela, que al igual que Jesús sigue estudiando y perfeccionándose.

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Diego y lo que revelan las crisis

El ingeniero mecánico Diego Cedeño (29) vive en Mendoza hace 6 años. Al principio le pareció un lugar horrible -"lloraba y pensé que había cometido un error"-, pero después se encariñó.

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Diego Cedeño sintió que si se iba de Venezuela iba a poder ayudar a la gente que quiere.

Diego Cedeño sintió que si se iba de Venezuela iba a poder ayudar a la gente que quiere.

Dice que las crisis económicas sacan lo mejor y lo peor de los seres humanos. "Cuando quieras conocer cómo es alguien en realidad, mira lo que hacen en una situación difícil", propone.

Y ejemplifica: "Yo allá trabajaba con familiares que tenían una fábrica de quesos. Me empecé a dar cuenta de que sólo se interesaban por estar bien sin preocuparse por los demás. Un día fui a visitar a mi abuela Carmen, que vivía cerca, y me di cuenta de que no cenaba. Ni tenía para comer arroz. Y pensé en irme del país para ver si podía ayudar en algo".

Unos amigos le contaron que en Mendoza tenían un tío que los iba a recibir con buena onda, y le aseguraron que esta era una zona con actividad petrolera, cosa que le interesó por su formación. Llegaron a Foz de Iguazú (Brasil) por tierra y luego en avión a la provincia.

"El problema es que a este tío nadie le avisó que sus sobrinos venían conmigo. Cuando el hombre abrió la puerta, vio que estaba yo y se sorprendió. Encima era pleno agosto, un día de frío terrible para nosotros que estamos acostumbrados al calor", repasa Diego.

En cada localismo que aprende, en cada costumbre que incorpora, el migrante está tratando de forjarse un hogar y un círculo de afectos.

Diego confirma: "Al saber que yo no era esperado en esa primera casa donde paré, me levantaba antes para hacerle el desayuno a esta familia que me estaba alojando. Me ponía las pilas. Así estuve dos semanas, hasta que este tío nos dijo que nos teníamos que ir".

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Cuando Diego se estaba acomodando, vino la pandemia.

Cuando Diego se estaba acomodando, vino la pandemia.

Fueron meses de caminar mucho. Como Diego andaba sin celular, preguntaba comercio por comercio, casa por casa, para ver si había alguna chamba.

"Conseguí que me tomaran en un lavadero y al tiempo me pude comprar un teléfono -dice-. Después me acomodé, porque empecé en un taller de chapería y pintura. Una semana antes de la pandemia, sin saber lo que venía, renuncié para ver si podía emprender algo propio".

Durante el aislamiento sanitario no había actividad: Diego se comió los ahorros que había juntado. Tuvo que empezar otra vez de cero.

Hoy trabaja en una empresa de perforación minera. Acaso como revancha con el pasado, lo complementa con la venta de quesos de estilo venezolano. Cada tanto envía remesas o un regalito a su abuela Carmen, que anda por los 88 años y sigue allá.

"Algún día -sueña Diego- tal vez pueda volver y colaborar en la reconstrucción del país".

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Diego Cedeño consiguió empleo en la industria minera. Está feliz en Mendoza.

Diego Cedeño consiguió empleo en la industria minera. Está feliz en Mendoza.

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El miedo y su rostro

"Por favor Facundo (...) un sobrino mío está preso desde el lunes por ir a las manifestaciones y lo que dije en la entrevista puede perjudicarlo (...). Tengo mucho que perder... por favor saca las referencias a mi identidad en tu nota", pide el mensaje que llega al Whatsapp del periodista a las 6.50 de la mañana del sábado.

De modo que Martín no se llama así, pero ese será su nombre en los párrafos que siguen. Tiene un kiosco en el centro, lleva 7 años en el país y en las últimas elecciones fue fiscal de La Libertad Avanza.

El gobierno de Maduro es hoy la mejor publicidad para la derecha del continente

Durante la entrevista cuesta interrumpirlo. El tipo no para cuando habla de Venezuela. Enumera, recapitula. Da ejemplos, datos. Al oírlo, queda claro que el gobierno de Maduro, con su colección de carencias y su desigualdad galopante, es hoy la mejor publicidad con que cuenta la derecha del continente.

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Después de la entrevista, Martín pidió que no se mencione su nombre y que se borren sus referencias.

Después de la entrevista, Martín pidió que no se mencione su nombre y que se borren sus referencias. "Tengo un sobrino preso y puede sufrir represalias", argumentó.

Martín tiene formación técnica y jura que le encantaría ir a las escuelas mendocinas para contar lo interesante que es esa industria. Siempre que esté bien manejada, claro: "Cuando ganó Chávez, comenzaron a ubicar en puestos claves a sus personeros, unos inútiles que no tenían idea", remarca antes de resumir: "Sentí asquerosidad por lo que veía y me quise ir".

Refiere que obligaban a los trabajadores a hacer mantenimiento de infraestructuras con recursos mínimos, poniéndolos en riesgo, mientras la caja de la política no paraba de engordar y extendía sus tentáculos hacia dimensiones múltiples de la existencia.

"Si no ibas a las marchas, había lío. Entonces si luego aparecía un curso de perfeccionamiento no te mandaban, o si había aumento de salario a ti no te lo daban", ilustra Martín.

Y añade: "Hace 30 años, Venezuela producía 3 millones y medio de barriles diarios, inclusive llegamos a 4. Con Chávez se inició la caída". Según la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), en mayo de 2024 la cifra fue de sólo 910.000 barriles por día. Menos de la mitad que antes.

Martín vendió una de las dos casas que poseía y con esa plata él y su familia migraron. Para hacerla corta: hoy tiene un hijo en Europa, otro en Colombia y él junto a su esposa y su hija residen en Mendoza.

-Vivo, digamos, a tres aguas entre Argentina, Colombia y Venezuela...- grafica.

-¿Y cuál fue tu peor día en Argentina?

-Cuando en 2019 Alberto Fernández ganó las elecciones. Yo me había venido porque estaba (Mauricio) Macri, un gobierno de derecha, y temí volver a lo que había vivido en Venezuela.

-¿Y el mejor?

-Dos. Uno fue cuando la Selección ganó el Mundial. Nunca yo había visto ese fervor por el fútbol. Y en Venezuela ni siquiera acostumbraba a ir a la cancha. Pero grité los goles como un argentino más. Mi otro día feliz fue cuando ganó Milei.

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