"Vinimos en bicicleta; de pronto, no lo vi más", dijo el hombre frente a las cámaras de televisión mientras la esposa sostenía un afiche que mostraba la carita del niño.
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Yoryi Godoy en la foto que se convirtió un emblema en 1996.
A Lohan lo buscan en el monte y hasta en un pantanal y hay adultos bajo sospecha. El círculo cercano. Familiar. En espiral, de adentro hacia afuera de las relaciones familiares -dicen los especialistas- hay que investigar este tipo de casos.
Y así se investigó en Mendoza la desaparición de Yoryi, caso que terminó en tragedia y que retumbó en los Tribunales y luego en la cárcel.
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La investigación en espiral y el testigo que habló de una pala
La prensa y especialmente la televisión nos mostraron, en 1997, a los padres de Yoryi. A él, llorando. A ella, mirándolo de reojo -como quien busca aprobación- tras cada frase que decía y hablando del hijo en pasado. Como si ya no estuviera.
El trabajo investigativo fue clave. Por separado, ambos dieron su versión de los hechos. Él mantuvo sus dichos pero ella colapsó. Dijo que el hombre lo había golpeado -un puñetazo en el estómago- antes de irse a cumplir sus labores de letrista de carteles. Y que el niño estuvo casi desmayado todo el día; tirado en la cama. Por el dolor.
A la vez, un pesquisa que caminó el barrio -las inmediaciones de la Universidad Maza- encontró un valioso testimonio: el padre de Yoryi había pedido una pala a un vecino. Fue la noche previa a la denuncia de desaparición. Otro testigo lo vio, casi a la medianoche, irse en bicicleta cargando un bolso de viaje al hombro. Y la pala.
La búsqueda duró unos pocos días hasta que amanecimos con la triste noticia: el padre había enterrado a Yoryi a unos 10 km al este de la casa familiar. En los terrenos baldíos donde años atrás el autocine Mendoza había hecho las delicias de los cinéfilos.
Los cronistas de las radios nos dieron precisiones. Cercado, el padre de Yoryi había admitido que golpeó al niño a la mañana, que lo dejó moribundo y que a la madrugada del día siguiente lo cargó en bicicleta y lo enterró. Y que después había montado la farsa del niño desaparecido que a muchos nos conmovió porque, como dije al comienzo de esta crónica, cuando un niño se nos pierde de vista se nos viene el mundo abajo.
Los padres de Yoryi fueron condenados a la cárcel al final del un juicio oral y público. Coautores del crimen agravado por ser los padres de la víctima.
Hubo más dolor y más indignación populares. Shock y estupor.
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La tapa de Diario UNO del 8 de julio de 1997 da cuenta de la condena a los padres de Yoryi Godoy.
Una tumba repleta de juguetes
Ella recuperó la libertad progresivamente hasta que pagó su deuda con la sociedad. Terminó los estudios y en 2019 Diario UNO la encontró radicada en El Algarrobal. Nueva vida. Con pareja y todo. Y en medio de un proceso de entrega en adopción del último hijo de ambos, que se gestó en visitas carcelarias y que nació con ella en prisión.
Él todavía está en prisión. Le queda poco tiempo para quedar libre.
Los hijos de ambos -todos eran mayores que Yoryi- siguieron su vida en Mendoza y el exterior.
Los restos de Yoryi Godoy están sepultados en el cementerio público de Guaymallén. La tumba está rodeada de juguetes, globos de colores, muñecos y flores frescas que dejan quienes van -quienes vamos- a honrar la memoria de nuestros deudos.
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