Casi nació en la novena fila del teatro Independencia: su madre entró en trabajo de parto en plena función y recién después se fue al hospital. Desde entonces, la vida de Dawer Cortez quedó unida a la sala mayor de Mendoza por un hilo invisible.
Dawer Cortez, el técnico que vivió en el teatro Independencia y hasta recibió cachetadas de Solita Silveyra
Entre bambalinas, Dawer Cortez repasa el oficio heredado de su padre y la vida que construyó dentro del teatro Independencia, su refugio desde hace 35 años
Hoy, a 35 años de iniciar su trabajo como técnico y a días de haber celebrado los 100 años del teatro, repasa esa historia con un orgullo que parece salido del propio telón.
Dawer -Daniel Hernán Wenceslao Cortez Orozco, según su DNI- conoce mejor que nadie cada rincón del Independencia.
Iluminador, sofista, tramoyista, maquinista o puestista según haga falta, se define como un trabajador total del teatro, capaz de cambiar butacas, pintar escenarios o sostener artistas en escena si la función lo requiere. Su formación, dice, fue tan natural como inevitable: “Esto es lo que me enseñó mi viejo”.
Su padre, Guillermo Andrés Cortez, trabajó allí durante 46 años, desde que el teatro ardió en llamas en 1963 y lo convocaron para rasquetear pisos y despegar butacas fundidas por el calor. Él estuvo en las celebraciones del 50° aniversario. Medio siglo después, su hijo Dawer es quien presencia el centenario, marcando la continuidad de una saga familiar que convirtió al teatro Independencia en hogar.
Los artistas son su familia y el teatro Independencia, su refugio
No se trata de una metáfora. Durante dos años, Dawer Cortez vivió literalmente en un camarín, con una frazada en el piso y el escenario como techo cotidiano.
Las grandes producciones de antaño, especialmente las del Colón o el Cervantes, lo encontraban de madrugada durmiendo en el hall ("no existía el aire acondicionado y ahí estaba más fresquito", recordará), junto a otros técnicos que pasaban noches enteras montando escenografías.
A lo largo de estas décadas acumuló historias: desde artistas descompuestos que lo usaron como apoyo para seguir cantando, hasta bautismos técnicos colgados del techo durante horas.
Pero más allá de las anécdotas, lo que sostiene a Dawer es su profundo sentimiento por los artistas, que son su familia, y por el teatro, que es su casa, su refugio.
El destino marcado por un incendio y una herencia
La entrada de su papá al teatro marcó todo lo que vino después. Tras el incendio de 1963, fue uno de los primeros en trabajar en la recuperación del Independencia.
Rasqueteó pisos, retiró butacas derretidas, devolvió al edificio una base sólida. Ese esfuerzo se convirtió en una herencia silenciosa que Dawer absorbió desde niño: a los 12 años ya se escapaba de la escuela para verlo trabajar y quedó hechizado por la precisión artesanal de los técnicos de la época.
“Eran ebanistas”, recuerda, “hacían todo a mano”. Ahí supo que su futuro estaba escrito bajo ese cielo iluminado de lámparas par mil que lo llevan a ser hoy el técnico histórico y más antiguo de la sala mayor de Mendoza.
Vivió en el teatro Independencia y aprendió a leer sus silencios
La definición que más repite Dawer Cortez en la entrevista con Diario UNO es concreta: “Yo trabajo para los artistas y por el teatro, no para las gestiones o gobiernos de turno”. Asegura sentirse cómodo en cualquier función técnica, salvo cuando se trata de lo protocolar como "recibir a autoridades políticas".
Su misión, dice, es sostener la escena y transmitir a los nuevos técnicos aquello que aprendió de su padre y de los “viejos” del teatro Independencia. Más de 40 jóvenes pasaron por su enseñanza y, como parte del ritual, él también mantuvo la tradición del “bautismo”: colgarlos del techo durante una hora mínimo, la misma broma iniciática que le hicieron a él hace ya casi medio siglo para simular el peso de la actriz Virginia Lagos.
La vida dentro del Independencia no fue solo trabajo. Hubo un tiempo en que Dawer se quedó sin casa fija y con más kilómetros recorridos que certezas. Decidió quedarse a vivir allí.
Comía donde podía, dormía en un camarín, y escuchaba los sonidos del teatro como quien identifica respiraciones de fantasmas.
Aprendió a distinguir crujidos, tensiones de telones, cambios de temperatura. “El teatro te habla”, dice. Y él, como pocos, sabe escucharlo.
De hacer de “bastón” a recibir cachetadas o quedar colgado del techo del teatro
Ser parte de la escena lo llevó a momentos insólitos, anécdotas increíbles que cuesta hacerlo revelar. Como un pacto de silencio sin firmas ni garantes, Dawer se muestra respetuoso a lo que él llama “lo sagrado” que ocurre en una función y no se exhibe en público.
Ante la insistencia periodística, relaja la pregunta y cuenta momentos graciosos que le tocaron vivir en el teatro Independencia. Y que marcan su historia centenaria.
Por ejemplo, en un concierto de Alberto Castillo y Antonio Tormo, ambos artistas se descompusieron en el escenario y Dawer, junto a su compañero el sonidista Fabricio Carrizo, terminaron sosteniéndolos como bastón durante 40 minutos para que pudieran continuar el show.
“Éramos jovencitos y nos bancábamos estar arrodillados con el peso de ellos encima; Fabricio lleva 20 años acá, somos los únicos viejos que quedamos en el teatro Independencia así que si ahora nos volviera a pasar no creo que podamos hacerlo”, comenta con una sonrisa de picardía.
En otra ocasión, Soledad Silveyra, nerviosa antes de salir, lo agarró a cachetadas detrás del escenario “para largar la tensión”. Él lo cuenta entre risas: “Esas cosas pasan acá, Solita Silveyra tenía que descargar el estrés para iniciar la obra y yo entiendo esas cosas de los artistas, las respeto y los acompaño”.
O rememora su propio "bautismo" en el armado del espectáculo “Violeta vino a nacer”: "Me colgaron del techo para simular el peso de Virginia Lagos y me dejaron una hora y media colgado".
Las luces sagradas del teatro Independencia
Dentro de las múltiples funciones que asume el técnico en la sala, la de iluminación es la que mejor le sienta. De hecho, por fuera del teatro es solicitado para montar luces en diferentes eventos.
Aunque reconoce el avance tecnológico fuera del teatro Independencia, Dawer celebra que su sala siga iluminándose con lámparas halógenas. La luz LED, asegura, imita la calidez pero no la alcanza.
“La sombra no es la misma”, explica. Por eso disfruta especialmente del flamenco: dibujar siluetas en segundos, jugar con la luz en escalera, pintar con haces breves e intensos.
“Un pintor tarda meses o años en hacer un cuadro, nosotros lo pintamos en 30 segundos”, les dice a las nuevas generaciones de técnicos del Independencia. Porque sabe como pocos que lo que ocurre arriba del escenario es “magia” que no se hace solo con los artistas.
La mirada crítica del que no puede ser público
Aunque cueste creerle, Dawer Cortez nunca asistió al teatro Independencia como espectador. Ni siquiera en otros teatros puede relajarse: inevitablemente analiza luces, posiciones y decisiones de puesta en escena que perturban el disfrute.
“No sirvo como público”, admite. Su entrega al oficio impide la distancia contemplativa. Su mirada está entrenada para resolver y acompañar, no para mirar desde la butaca.
De todos modos ha asistido a “algunas” funciones de teatro, danza o música en salas pequeñas e independientes como El Taller o Cajamarca.
De esas pocas experiencias, revela: “Si voy a ver una obra de teatro no estoy nunca tranquilo porque estoy mirando las luces y empiezo a pensar que lo hubiera hecho distinto, que le hubiera dicho al artista que se parara distinto en el escenario; soy demasiado crítico como público y me pongo nervioso”.
Un centenario entre nostalgia y pertenencia
La celebración de los 100 años del teatro Independencia, el 18 de noviembre pasado, lo encontró brindando por quienes hicieron posible esta historia: su padre y los viejos técnicos que lo formaron.
Para él, este centenario no fue un acto institucional, sino una continuidad vital. “Por ellos brindé”, dice y seguramente derramó algunas gotas de vino tinto sobre las tablas.
Es que el vínculo de Dawer Cortez con el teatro Independencia que no solo es legado, es biografía.







