Esta es la historia de un cuadro pintado en Mendoza durante la década del ´50 aunque, en rigor de verdad, esa pieza artística es la excusa perfecta para contar otra historia: de superación y grandeza de espíritu.
Esta es la historia de un cuadro pintado en Mendoza durante la década del ´50 aunque, en rigor de verdad, esa pieza artística es la excusa perfecta para contar otra historia: de superación y grandeza de espíritu.
A fines de los ´80, Joaquín Barbera, quinto de los siete hijos de María Teresa Corradini y Francesco Barbera, pidió a los padres que compraran una pintura al óleo del General José de San Martín que había visto en una casa de remates del Gran Mendoza y que lo había deslumbrado. Y el matrimonio Barbera le dio el gusto.
Era el premio por su destacada carrera de estudiante de la carrera de Ciencias Políticas en la UNCuyo, de la que Joaquín tenía previsto egresar al año siguiente.
Así, una mañana, los Barbera dispusieron que la obra del artista mendocino Honorio Barraquero ocupara un lugar preponderante en el local familiar de comidas de calle Patricias Mendocinas de Ciudad.
Por un tiempo, José de San Martín, Libertador de América y Padre de la Patria -en una versión de 2.30 metros de altura delicadamente enmarcada en dorado- compartió espacio con una bandera italiana que los Barbera lucieron desde su radicación en Mendoza.
Hasta que un giro del destino torció drásticamente el desarrollo de esta historia: Joaquín Barbera murió a los 25 años.
El desgarro familiar y el dolor de la pérdida carcomieron ánimos, fuerzas y expectativas. Causaron grave frustración y tristeza. Desaliento y muchas preguntas sin respuestas.
Hasta que una mañana, María Teresa -aún afectada en cuerpo y alma por la partida de su amado Joaquín- se paró frente al cuadro y le habló directamente al General San Martín.
- ¿Qué estás haciendo ahí colgado? Vos tenés que estar, de ahora en más, en un lugar importante.
Horas después, la mujer contrató un taxiflet, hizo cargar la obra y la llevó a su nuevo destino: la facultad de Ciencias Políticas de la UNCuyo. Allí estaría a la vista de todos. Allí se propagaría el ejemplo del Santo de la Espada.
Así, la familia Barbera comenzaba a superar la tragedia: donando la pintura en nombre de su hijo Joaquín.
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No. Esta historia aun no ha terminado y tiene mucho para decir.
Como que, en aquel entonces, el artista Elio Ortiz se encargó, a pedido de los Barbera, de restaurar el cuadro para borrar todo rastro del paso del tiempo sobre la tela y los colores. Para darle vida, como alguna vez lo había hecho Barraquero cuando lo imaginó y lo hizo realidad.
Misión cumplida, dijeron los Barbera cuando vieron, hace más de 30 años, que aquella versión de San Martín estaba en un sitio justo. Y volvieron a casa para seguir trabajando y amasando pastas caseras, entre otras comidas que llevan el sello familiar hasta hoy, seguramente pensando en que Joaquín estaría agradeciéndoles el gesto desde la eternidad.
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Fue misión cumplida pero no. Porque en 2022, 33 años después de la donación del óleo de San Martín, María Teresa Barbera intuyó que el cuadro de San Martín precisaba una restauración. Entonces, habló con gente de Ciencias Políticas de la UNCuyo, que a su vez conectó al equipo de restauradores del Museo Municipal de Arte Moderno de Ciudad (MAMM).
Entonces, con Cristina Sonego a la cabeza, se produjo el segundo proceso de recuperación de la obra, que en las últimas horas volvió a Ciencias Políticas, donde será colgado en el sitio justo para afrontar el paso del tiempo y de las condiciones meteorológicas, tan severas y dañiñas a la vez para este tipo de obras de arte.
Fue la propia María Teresa Barbera, con 88 años sobre el cuerpo y el alma, quien hizo pública esta historia a través de un posteo en Facebook. Y fue Diario UNO quien se encargó de reconstruirla y hacerla universal, gracias a la digitalización de la información.
Jueves 24 de noviembre de 2022. El sol quema desde temprano y María Teresa acepta hablar de ese gesto de amor con forma de pintura al óleo y evocación del hijo que ha partido hace ya tantos años.
Llega sonriente al bar familiar situado sobre calle Chile, saluda con un beso a cada uno de los colaboradores y agradece la presencia de Diario UNO.
Cristina Sonego es restauradora ha trabajando activamente en la recuperación de valioso patrimonio cultural mendocino: la Mansión Stoppel, las pinturas murales del Museo Fader y la Escuela Mitre, entre otras.
Obras de Berni y Quinquela Martín también han recobrado vida gracias a sus conocimientos y técnicas.
- ¿Qué tipo de obra es la que recuperó a pedido de los Barbera?
- Es una pintura al óleo sobre tela. El proceso de restauración se llama de puesta en valor de un bien cultural. No tenía título. Es un retrato de cuerpo entero de San Martín, obra de Honorio Barraquero, atribuido a la década del `50. Pintado en Mendoza.
- ¿En qué condiciones estaba cuando usted y su equipo comenzaron a trabajar?
- En la etapa de diagnosis hicimos un relevamiento histórico de la obra y el autor. También estudiamos el tipo de tela y los pigmentos. La encontramos con la tela muy reseca como la capa de pintura. Tenía craqueladuras y grietas; lagunas o partes faltantes de pigmentos y de la capa que los antecede. Estaba muy sucia y tenía una mancha muy abrupta en el cielo. Parece que había sido restaurada años atrás pero no quedó documentación al respecto.
Sonego trabajó con Ana Paula Páez y Agustín Palombarini, asistentes del equipo de restauradores del MMAM de la Ciudad de Mendoza.
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