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Pedro Mairal: la literatura tiene que mostrar el lado B de las redes, "la espalda de Instagram"

Escritor, poeta, músico y novelista, Pedro Mairal es el autor de La Uruguaya, que tendrá su versión cinematográfica. Su último libro es "Esta historia ya no está disponible" considerada por él mismo como un rompecabeza

Pedro Mairal está atravesando una etapa particularmente fecunda como novelista, poeta y hasta creador de canciones.

Mientras empieza a tomar vuelo la versión cinematográfica de su relato La uruguaya, publicó Esta historia ya no está disponible, un libro compuesto de distintos artículos, con temas variados e interesantísimos, que él considera una especie de rompecabezas, de novela rota o de modelo para armar, tarea final que le corresponde al lector.

Hay reflexiones sobre el amor y la pareja, sobre los desafíos de este mundo dominado, cada vez más, por las redes y la inteligencia artificial, y hasta un pormenorizado diario de pandemia que recuerda las angustias producidas por la cuarentena y el encierro.

Un Mairal muy íntimo y a pecho descubierto, en resumidas cuentas.

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Pedro Mairal, escritor y músico.

Pedro Mairal, escritor y músico.

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Desde Montevideo, dialoga con el programa La Conversación de Radio Nihuil, junto a Esteban Tablón y Paula Jalil, mientras suena “Mi noche azul”, un tango suyo interpretado por Hernán Lucero, su coautor.

-Hola, Pedro.

-Hola, ¿cómo están? Qué bueno que pusieron ese comienzo del tango de Lucero. ¡Qué bien canta! Siempre me gusta escucharlo.

-Tu tango, como tantos otros, es una historia de amores rotos. Y tenés razón cuando decís en tu libro que las historias de amor que funcionan no son tema literario.

-Sí. El amor conyugal es menos narrativo. Cuando algo se desarma y se cae todo a pedazos, siempre es más jugoso para escribir. Por eso es difícil escribir sobre el amor conyugal. De hecho, tiene muy mala prensa.

-¿Con qué elementos negativos?

-Con esa cosa de la asfixia y de estar metido en una pareja y la monogamia y todo su encierro. Por eso quise romper un poco con eso mediante algunos textos al final porque me doy cuenta de que, por ejemplo, en mi libro de cuentos Breves amores eternos no hay luz al final del túnel de la pareja. ¡Es terrible! Todo sale mal.

-Claro. Por eso mismo, al final de Esta historia ya no está disponible, le dedicás esa preciosa declaración de amor a tu pareja titulada “La canción conyugal”.

-Me dije: A mí me salva esta situación. Yo estaría tirado en una alcantarilla sin mi situación de pareja. ¿Entonces por qué no logro escribir sobre eso? Así que, bueno, ahí está sobre el final. Qué bueno que lo notaste porque es un intento, al menos, de escribir sobre el amor conyugal.

-Subrayo lo que vos ponés, textualmente: “Qué mala prensa tiene el amor conyugal. Y, sin embargo, finalmente, casi todos lo buscan”. Eso también es una verdad, ¿no?

-Si, porque, si te fijás, cambian mucho las cosas, ya se puede casar gente del mismo sexo, o sea, hay un montón de cosas que cambian, pero sigue habiendo un intento de exclusividad en el amor. Eso es bastante curioso. Y la gente que intenta el poliamor, por lo menos la que yo conozco, sale bastante lastimada. Entonces, es imposible el amor y, a la vez, es un fracaso que todo el mundo intenta.

-Algo que vos recalcás muy bien en tu libro.

-Es muy curioso, como decía. Siempre es un desastre y a la vez todo el mundo lo busca y a la vez te salva y a la vez te condena. No. No tiene mucha explicación.

-Hemos charlado con otros escritores que hablan en favor del poliamor, pero ellos mismos reconocen las dificultades de la empresa.

-Por supuesto. Y es difícil llevar a la práctica la monogamia. Todo es difícil (risas).

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Breves amores eternos, de Pedro Mairal.

Breves amores eternos, de Pedro Mairal.

-Ahora bien, vos escribís también: “Por primera vez veo luz al final del túnel”. Pero te llevó un tiempito llegar a eso, ¿no?

-Me llevó un tiempo encontrar a mi pareja, quizá. Es algo de lo que me gustaría seguir escribiendo. Hay un momento en que te empezás a dar cuenta bien de lo que querés; de cuál es el proyecto que querés conservar y meterle para adelante. Hay algo ahí que es difícil de explicar. Tiene que ver con una especie de lugar que no cambie demasiado, pero que te permita crecer a la vez. Bueno… pareciera como que soy un gurú del amor y no tengo ni idea de nada (risas).

-Lo de siempre: te vas haciendo preguntas permanentemente, pero sin saber qué carajo es el amor. Por algo se siguen haciendo poemas y tratados desde tiempos inmemoriales y nadie tiene la respuesta.

-Sin duda. En la medida en que sigamos naciendo bebitos que necesitan cariño, eso tiene que seguir siendo así. Está todo basado en la idea de la protección del indefenso, después crear vínculos y esta cosa mamífera que tenemos. Por lo tanto, eso va a seguir siendo así hasta que salgamos de un frasco. Yo no quiero estar ahí (risas). Son sistemas afectivos, digamos.

-Los bebés de diseño van a venir, Pedro. Si la ciencia lo puede hacer, lo va a hacer, ¿o no?

-Sí, sí. Va a ser bastante temible porque el ser humano está basado en estos cuerpos que duelen, que sufren, que necesitan cosas. Y dependemos psíquicamente del afecto. Entonces, si un día llega una generación que lo desatiende por completo, sería terrible. De hecho, no creo que se subsista. O sea, los bebés que quedan abandonados en una situación sin afecto, sin estímulo, sin nada, muchas veces después no logran desarrollar un lenguaje ni comunicarse ni nada. Dependemos de ese vínculo.

-Ok, el ser humano está hecho de esa manera, pero, entonces, capaz que venga otro diseño, que no seremos nosotros. Se llama transhumanismo.

-Sí, será otra cosa. Y muy cruzada con la tecnología. Vamos a ver. Yo creo que la primera emoción que va tener la inteligencia artificial será la envidia. Le va a dar envidia lo humano. Además, me parece que nunca va a poder realmente tener humor. Siempre te vas a poder reír del robot. Y eso le va a dar bronca.

-Algo de eso planteaba Blade Runner, ¿no?

-Exacto. Los replicantes quieren ser humanos. Quieren experimentar lo humano. Buenísimo. Ahí Philip Dick se dio cuenta de todo.

-Acá hay un problema que también abordan los especialistas. Si dejamos de intentar el encuentro, la especie se extingue en una generación. Fin del asunto. Pero, ¿por qué seguimos buscando algo que nos genera más dolores, más angustias, más tristezas que alegrías?

-Yo creo que sin el otro no existimos. Sin el otro no hay una manifestación del ser. Vos no sabés quién sos sin los demás porque ahí es donde nace el lenguaje también. Entonces, siempre estamos tendiendo una mano en la oscuridad por esta cosa de nacer desprotegidos. Siempre hacemos esta apuesta de comunicación, de contacto con los demás. Y yo veo la literatura como eso. Y mucha gente lo ve con sus canciones, con el arte o haciendo un programa de radio. Y a veces se manifiesta también como el amor. Pero es una manera de estar juntos, me parece. Algo que no se pierde nunca.

-¿Nunca?

-Por supuesto que uno puede buscar la soledad. Pero una cosa es la soledad opcional y voluntaria, buscada. Y otra cosa es la otra soledad, que es brava.

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-Pareciera, sin embargo, que cada vez nos envuelve un poco más el individualismo. Por ejemplo, se supone que las redes sociales son para socializar, pero nos llevan a estar más aislados del mundo y a vivir a través de las pantallas. ¿Cómo lo analizás?

-Está muy bien lo que decís, porque pareciera que las redes sociales conectan. Hay una cosa que yo puse por ahí en el libro: que vos pensabas que se llamaban redes sociales por ser una red de conexión total, cuando, en realidad, era porque quedabas atrapado como un pescadito (sonríe).

-Tal cual. Es más lo que atrapa que lo que conecta.

-En realidad todo eso está diseñado como una especie de máquina tragamonedas. Ahí el mecanismo es algo que te va alimentando, que va cayendo una y otra vez a medida que apretás. Y después hay un tema con la disponibilidad, que es bastante rara.

-¿En qué sentido?

-En que las redes sociales ponen todo a tu disponibilidad, pero también pretenden que vos estés completamente disponible. Y ahí muchas veces hay una falsa conexión porque te enterás de algunas cosas como, por ejemplo, del lindo viaje que hizo otro a París. Pero después no sabés qué es lo que no mostró del viaje, digamos, qué fotos no puso, qué parte de su personalidad y de sus emociones no entran en el Instagram.

-Sí, una realidad recortada o editada.

-Ahí es donde yo creo que entra lo literario muchas veces. Lo que no te animarías a mostrar en Instagram, lo que te daría vergüenza que salga, lo que lo que no pusiste. Entonces, hay una falsa sensación de conexión con las redes sociales, porque lo que estás conectando es con el superyó y con tu lado más luminoso.

-Con tu ego…

-Claro, con tu ego expandido y con tu mejor perfil poniendo trompitas (ríe). Pero ¿cuál es la foto en la que saliste mal? A mí me gusta que una de las cosas que sabe hacer la literatura es dar cuenta de ese lado B; o sea, para que seamos completos y para dar una sensación de la experiencia humana, la literatura tiene que mostrar ese costado, la espalda de Instagram, de alguna manera. Por lo tanto, me parece que la literatura ayuda más a no estar solo. Las redes sociales no ayudan mucho a no estar solo.

-Vos lo definiste de manera brillante cuando hablás, textualmente, del “ego digital”. Es una categoría nueva de lo humano. De este tema se nutre el título de tu libro. Cuando alguien borra una historia de Instagram, “esta historia ya no está disponible”. Lo que la gente no quiere mostrar, el punto ciego, esa es la clave.

-Sí. Me había olvidado de esa palabra. El punto ciego, eso que no se ve, eso que no mostraste, eso que borraste. Porque estamos todos construyendo una identidad digital. Una identidad donde ponés tus mejores opiniones y mostrás tu mejor costado. Pero pareciera que no tuviéramos debilidad, que no habláramos mal de nadie en el living de nuestra casa, ¿no?

-¿Qué queda de eso?

-Queda como una especie de yo glamoroso en vidriera que, además, provoca mucha sensación de envidia. Como que los otros ven solamente eso y se hacen una idea muy falsa de vos.

-¿Cómo darle la vuelta, entonces?

-No digo que las redes sociales tengan que funcionar de manera distinta. Digo que a mí me interesan una literatura, unas manifestaciones humanas de música o de novelas o de películas que muestran todo.

-Nos estamos transformando en un avatar, en criaturas de metaverso.

-(Ríe) Totalmente. Hay algo muy temible porque a este avatar cada vez lo vamos a tunear más y va a ser cada vez más real. Entonces te van a hacer una especie de escaneo físico, por ejemplo, del momento en que volviste de las vacaciones, bronceado, flaco. Y ese va a ser tu avatar permanente.

-Claro. El verdadero contacto humano va a terminar siendo una especie de excepción.

-Exacto. Ya está pasando. Hay gente que me cuenta del uso de Tinder. Muchas veces hacen un macheo, o sea, una coincidencia y a veces les alcanza con eso, ya con sentirse deseado. Después, esa cosa de ir, poner la cara para ver al otro, sentirle el aliento de cerca, no parece tan necesario (risas).

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Obras de Pedro Mairal.

Obras de Pedro Mairal.

-De todos modos, da la impresión de que ya no podemos evitar la influencia de la inteligencia artificial. ¿Estás viendo un camino para que nos enriquezca o estás viendo un camino para que nos seque el alma esta cuestión?

-No lo sé. No lo sé. Creo que la inteligencia artificial es muy buena imitando. Imita y reelabora. Por ejemplo, le piden una imagen, como si fuera de Caravaggio, de Jimi Hendrix. ¡Y la inteligencia artificial hace un Caravaggio donde está Jimi Hendrix! Esa una cosa muy impresionante.

-¿Entonces?

-Entonces, ahí hay una capacidad combinatoria muy buena, pero me parece que, a su vez, hay algo a lo que no llega todavía. Primero, al humor, la ironía; y… no sé, a cierta ternura, quizá. Hay algo con lo raro, también.

-¿En qué sentido apuntás a lo raro?

-Es como cuando encontrás a un artista raro por primera vez y decís: ¡Qué raro cómo escribe este tipo o cómo pinta esta mujer! Hay ahí la manifestación de una individualidad con una mirada subjetiva, algo muy novedoso. Pienso que eso la inteligencia artificial no lo va a poder hacer. Y es algo que el ser humano va todo el tiempo reelaborando y viviendo las nuevas experiencias, haciendo cosas nuevas.

-Tenemos malas noticias. Ya están diseñando algoritmos de creatividad basados en la generación aleatoria y en algún parámetro genérico que realmente dan la impresión de algo original y creativo. Sucede que, como vos decís, es mímica. Ahora bien, ¿cómo diferenciamos, filosóficamente, la mímica de la realidad?

-Por ahora les cuento que vi unos poemas escritos en inteligencia artificial y eran malísimos. Sin embargo, por ejemplo, le pedían a la inteligencia artificial que escribiera, al estilo de la Biblia, instrucciones de cómo arreglar una videograbadora, y lo hacía perfecto. Decía: “En verdad, en verdad os digo, hay que abrir los cuatro tornillos” y no sé qué más (risas). O sea, estaba muy bien. Eso es mímica, tal cual.

-Tu libro toca temas muy diversos y con distintos tonos. Vos ya tenés un público importante que te sigue desde hace años. ¿Qué te están diciendo los lectores, en general, de esta publicación? Aquí, en el programa, hemos leído dos capítulos, por ejemplo, “La velocidad de mi abuela” y “Siéntate a ver el día”, y gustaron mucho.

-Gracias por leer esas cosas en la radio. Creo que son textos que se prestan para lecturas breves. Para la radio funcionan.

-Sí. Tienen una respiración, una cadencia, muy buenas. Ahí se demuestra que, además de narrador, sos poeta.

-Me alegra mucho. En el posteo que pusiste en Instagram para anunciar esta entrevista vi una palabra que me gustó mucho. Hablás de rompecabezas. El libro tiene eso. Es como una especie de novela rota. Como si fuera un mueble de esos que comprás sin armar y lo tenés que hacer vos, pero se perdió el instructivo.

-Un gabinete de curiosidades, también.

-Sí. Entonces cada uno arma el libro como quiere. Por supuesto que la gente que está esperando una novela donde todo está hilado se puede desilusionar. Esto exige que vos armés un poco la novela.

-¿De dónde te inspiraste para este mecánica?

-Hay algo que a mí me gusta mucho del género. Lo aprendí de Cortázar con, por ejemplo, La vuelta al día en ochenta mundos o Historias de cronopios y de famas. El mismo Borges en El hacedor. O las Aguafuertes de Arlt. O sea, son libros con fragmentos y que, de alguna manera, el lector arma como quiere.

-Se asemeja mucho este mecanismo al de algunos libros de Jorge Carrión como Lo viral o Contra Amazon. Son, también, como una especie de diarios personales.

-Sí, a mí me gusta mucho lo que hace Jorge porque va de visita a lugares, hace crónicas de viaje y va escribiendo textos breves. No siempre le encuentro a todo una ilación para ver cómo calza una experiencia. Son, a veces, pantallazos.

-Es decir, que parte del proceso le pasa al lector.

-A veces le pido al lector un poco más. Este libro les pide a los lectores un poco más, que se involucren tratando de armar todo esto. Un poco lo que estoy diciendo es: yo no sé qué quiere decir todo esto. Lo intuyo, pero no sé bien. Díganme.

-¿Entonces?

-Entonces, vos me decías rompecabezas. Perfecto. Yo creo que es algo así.

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Portada de El gran Surubí.

Portada de El gran Surubí.

-La vez anterior que charlamos con vos aquí fue a raíz de El gran surubí, tu distopía relatada en verso. Ahora nos topamos, en este libro, con un diario de la cuarentena, de la pandemia. ¿Cómo te sentiste en ese tránsito hacia la distopía real? ¿Y cómo saliste de ahí?

-No salí nunca (risas). Estamos todavía metidos ahí. Pero no porque siga la pandemia sino porque se reveló que todo este sistema en el que vivimos y que damos por sentado es muy frágil.

-¿En qué sentido?

-Las libertades individuales y los derechos, de golpe, en función de un bien común, supuestamente que el Estado considera más necesario, te los pisotean por completo. Entonces es muy frágil todo esto. Abrimos la canilla y sale agua caliente. Vamos al supermercado y hay comida. Pero puede fallar. Fue horrible.

-¿Dónde te pegó, puntualmente?

-Los primeros meses la pasé muy mal. Era muy angustiante la desinformación y no saber si tenías que lavar las compras que entraban a tu casa. En Buenos Aires fue bastante pesado. Y estuvimos encerrados, realmente, tres meses sin salir. Pedíamos las compras… Fue una cosa bastante extraña. A nivel global se percibió la fragilidad de algo. ¿Cómo fue en Mendoza?

-En cierto aspecto, la gran diferencia fue que muchos de nosotros no estábamos recluidos en departamentos como ustedes en Buenos Aires. Eso nos permitió un “encierro” más al aire libre. O sea, todo dependió de dónde vivieras.

-Claro. Totalmente. Por otro lado, uno, como escritor, está medio preparado para el encierro. Yo vivo bastante metido adentro, muchas veces trabajando en casa. Me gusta salir. Pero si me tengo que quedar, tampoco para mí es el fin del mundo. Y, después, hubo algo bastante particular en las dinámicas familiares. Por ejemplo, estar todo el tiempo con mi hija fue fabuloso.

-Está claramente reflejado en algunos capítulos de libro.

-Yo le enseñé a leer. Y fue hermoso. Nunca me hubiera pasado sin ese encierro.

-Es cierto. Nosotros entrevistamos a varios escritores que pudieron aprovechar profesionalmente esa etapa. Por otro lado, hubo un argentino, Reinaldo Laddaga, que hizo un diario de pandemia, como vos, contando situaciones alucinantes sobre Nueva York.

-¡Ah, qué bueno! ¿Y qué vio? ¿Cosas horrendas?

-En su Atlas del eclipse describe una Nueva York desconocida, con la crisis impactando en los barrios pobres, con fosas comunes y cadáveres apilándose en las calles.

-Es que a mí se me se me hizo difícil escribir otra cosa que no fuera un diario porque todo eso que estaba pasando, le estaba pasando el trapo a la ficción de una manera increíble. Como ese crucero que iba a la deriva con gente enferma y no lo dejaban atracar en ningún lado. Era todo de Ballard, ¿no? Estos camiones frigoríficos que conseguían en Nueva York para meter los cadáveres. O sea, era todo una de zombis. Algo realmente horrible. Y era difícil inventar una ficción.

-Se nos acabó el tiempo y, lamentablemente, quedaron en el tintero cosas muy importantes como tu novela La uruguaya llevada al cine. Eso mismo nos permitirá retomar el diálogo, seguramente.

-Fue lindísimo hablar con ustedes. Siempre es un placer y un lujo las lecturas que hacen de mis textos. Los espero cuando quieran.

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