Literatura

La ecuatoriana Natalia García Freire y su originalísima escritura como portal de pasaje a otro mundo

La escritora Natalia García Freire propone una mirada especial del entorno exuberante de su tierra natal, e invita al lector a sumergirse en este mundo mágico

Con Natalia García Freire nos une una común hermandad andina. La gran diferencia con nosotros es que Cuenca, su tierra ecuatoriana donde vive, tiene mucha agua. Una bendición de la que carecemos en Mendoza.

Además, allí el mestizaje propio del encuentro entre las culturas aborígenes y la conquista española sigue siendo una cuestión presente, muy viva. Este envío de las entrevistas especiales ayuda a conocer a una autora señera.

Todo este intenso cuadro que conforman el paisaje, el mundo animal y la manera de moverse el ser humano dentro de una atmósfera chamánica le han dado a su literatura una rarísima originalidad y potencia.

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Muy tempranamente la obra de la joven García Freire obtuvo un fuerte reconocimiento internacional cuando The New York Times ubicó a su primera novela, Nuestra piel muerta, como uno de los mejores libros en español de 2019.

Con su nuevo título, Trajiste contigo el viento, alumbró a Cocuán, un mundo propio, un Macondo boscoso y montañés, poblado de seres alucinados que oscilan entre fuerzas míticas ancestrales y la religión heredada, entre balbuceos y pesadillas, buscando dioses y respuestas que nunca terminan de estar claras.

Puro ímpetu narrativo

Lo que sigue es un diálogo cordillerano, de Cuenca a Mendoza, para el programa La Conversación de Radio Nihuil junto a Esteban Tablón y Paula Jalil.

-Hola, Natalia, buen día.

-Buen día, ¿qué tal? Muchas gracias por leer y por prestarle atención a la segunda novela, Trajiste contigo el viento.

-¿Cómo es Cuenca, tu tierra? Contanos.

-Cuenca es la tercera ciudad más grande del Ecuador. Está en la sierra, en los Andes. Está rodeada de páramo y de montaña. Es una ciudad con muchos privilegios porque tenemos mucha agua. Tenemos cuatro ríos que la cruzan y, alrededor, todo el páramo donde nacen estos ríos, en una naturaleza hermosa.

-¿Y además de lo geográfico, del paisaje?

-Es un lugar que tiene, por historia, una mezcla de religión muy exacerbada, también de sentimientos de culpa. Una historia colonial compleja. Una ciudad con muchos contrastes que, sin duda, está constantemente mirada o vigilada por sus montañas.

-En Mendoza también estamos vigilados por la cordillera. La diferencia es aquí es un desierto, tenemos poca agua.

-Cuenca, en esta parte de la cordillera, está a 2.500 metros de altura y, muy cerquita, a 15 minutos, ya estás a 4.000, en zona de páramo total, muy próxima a las fuentes de agua. Esas zonas han sido muy preservadas porque todavía hay muchas comunidades indígenas y mucha gente que vive en el campo.

-Vos has mencionado el páramo como una referencia importante de Cuenca, sin embargo, en tu novela son presencias muy vivas, muy protagónicas, el bosque y la selva.

-¡Sí, totalmente! La selva, sobre todo, como un lugar de lo desconocido y como un lugar del mito. Acá en Ecuador la selva fue el territorio adonde no llegó la colonia y mantiene todavía esa idea de lo mítico como presente en la vida cotidiana. Y para mí, como mestiza que vive en la sierra, más alejada, sí, siempre es el lugar de lo desconocido; pero también de la imaginación, en donde puede suceder todo.

-¿Y el bosque?

-El bosque, también, como una zona de portales. Una zona en donde las cosas pueden cambiar o suceder más allá de lo humano, creo.

-Sos mestiza, ¿de qué tipo? ¿Qué suerte de mestizaje tenés en tu sangre?

-Es complicado saber bien eso aquí, en lugares como Cuenca, en la sierra, porque tenemos una historia que oculta mucho.

-Pero alguna idea te habrás hecho sobre tu posible ascendencia.

-Yo tengo sangre indígena, española, supongo. Un mestizaje de cientos de años.

-En cuánto a la parte indígena, ¿tenés pistas sobre su origen?

-Los indígenas que habitaron aquí antes de los incas, lo hicieron muy poco tiempo. Todavía existen huellas de quienes estuvieron antes. Eran los cañaris. Entonces, sí, tenemos, pues, eso, sangre cañari. Se extendía hasta el Perú, desde esta zona hacia abajo.

-¿Qué tipo de fuentes te sirvieron para conocer esto?

-Mis padres son anticuarios y se han dedicado mucho tiempo a rescatar un poco este tema de la cultura cañari. Entonces, desde chica conozco mucho todo lo que sucedía en este territorio.

-¿Qué tipo de peculiaridades conforman el acervo cañari?

-Era una cultura en donde, por ejemplo, los hombres tejían. De hecho, de ahí ha quedado el telar de cintura. Hay muy pocos tejedores hoy en día. Pero, igual, Cuenca es un territorio en donde existe mucho textil todavía. También hay muchos mitos de origen de los cañaris.

-¿Por ejemplo?

-El mito del supuesto origen de donde venimos los cañaris es que hubo una inundación, como ocurrió en varios territorios en el mundo. La gran inundación. Y sobrevivieron dos hermanos. Unas guacamayas los rescataron, tuvieron hijos con ellos y repoblaron esta zona.

-Hermosa historia. En las reseñas sobre vos queda claro que vivís acompañada por un gato. Pero en tu libro no hay gatos sino una multitud de otros animales. ¿Cómo es tu relación con ellos, en general?

-Yo tengo una obsesión, de alguna forma, con la mirada animal. Tengo la sensación de que lo animal te devuelve siempre una mirada que te revela cosas. Ceo que eso se ha ido debilitando. Yo, de niña, tenía mucha más cercanía con lo animal porque Cuenca era una ciudad que estaba muy rodeada por lo rural.

-¿Cómo era?

-Como una mezcla. No era del todo ciudad, no era del todo campo. Pero mis abuelos tenían en la casa todo tipo de animales. Tenían gallinas, gallos, cerdos, perros, gatos. Mi abuela tenía muchísimos pájaros.

-¿Y a vos qué te pasaba con todo eso?

-Yo, en la infancia, sí tenía esa sensación de ser mirada por lo animal. Creo que en la escritura, a veces, trato de recuperar eso, de buscar eso, esa mirada que te dice algo que no entiendes o ese balbuceo, ese aullido animal.

-¿Y ahora?

-Siento que ahora es muy difícil sostenerlo o buscarlo, incluso, porque, bueno, la ciudad es lo que hace: te aleja de la mirada animal que llevamos compartiendo hace cientos de años.

-Tu abuela y los pájaros. ¿Era bruja ella? Te pregunto porque, en la novela, la que maneja la relación con los pájaros es la bruja Agustina.

-Mi abuela tenía una relación un poco más compleja. Tenía una relación, un poco, como con sus hijos, de dominación. De hecho, yo la imagen que tengo de mi abuela es que les cortaba las guías a sus loras, a sus periquitos. Tenía un tucán. Eso era doloroso y, a la vez, eran los seres que más amaba en el mundo. Pero no los dejaba ir nunca.

-¿Y Agustina?

-Agustina es un poco mi abuela por los pájaros, pero aquí todavía hay mucha cercanía con curanderas. Todavía, al día de hoy, si me pasa algo y, pues, no sé bien, no sé… estoy de malas, de mal ánimo, voy a que me hagan una limpia.

-¿Cómo es eso? ¿Cómo te hacen una limpia?

-Vas al mercado y una curandera te pasa varias hierbas. Como que te golpea un poco con las hierbas, pero no mal, ¿eh? (ríe).

-¿Hierbas como cuáles?

-Entre esas, la más importante suele ser la ruda. Aquí todavía tenemos siempre ruda en el jardín o en la casa para oler porque te quita el mal aire o te quita el espanto. Eso. Y la curandera también te escupe.

-¿Qué?

-Licor. Un licor especial. Te hace como una limpieza de energía, más o menos (ríe).

-¿Y te resuelve los males de amores?

-También existe, también hay eso. Pero, en general, las curanderas te resuelven más cosas tuyas. Aparte hay gente que hace enganches y amarres y cosas. Yo eso no lo he hecho. No lo creo tanto. Pero la limpia, siempre.

-Contás que tu abuela les cortaba las guías a los pájaros. ¿A vos, que según decís, tenés corazón de zarapito, también te cortaba las alas?

-Yo creo que sí. Eso es una cosa complicada. Acá, muchas mujeres, mi abuela también, habían incorporado mucho el machismo y lo religioso. Mi abuela siempre hacía mucho hincapié en esta sensación de que uno no podía estar completa sin una pareja; en que le dábamos mucha importancia a lo que hacíamos y no a tener una relación estable. Era una mujer capaz de mucho amor, pero también con muchos problemas con nosotras, sobre todo con las chicas de la familia, con las mujeres.

-¿Y ahora cómo es?

-Eso es algo que aquí todavía pasa mucho. Es compleja la relación, creo, con las abuelas, con las madres. Por eso mismo, porque es una estructura muy machista.

-¿Y qué tenés, vos, Natalia, de pájaro, de zarapito?

-Hay una idea de que el corazón de los zarapitos se hincha o se ensancha cuando migran. Yo siento un poco eso cuando me traslado o cuando voy de un lado al otro buscando mi lugar.

-¿Tu sensibilidad para relacionarte con las cosas, con los seres vivos, coleccionando tótems, la atribuís a tu acervo cultural, a tu formación o es algo con lo que uno nace?

-Yo siento que es algo con lo que uno nace y que en la infancia está muy presente, aunque luego uno lo olvide. Pero, desde niña, me pasaba lo mismo: tener una piedra, tener una hoja, sentir cierta protección en algo material.

-¿Eso pasó a tu escritura?

-En la escritura es muy así. En algún momento, tú tienes que entregarle al lector esa piedra o ese algo. Y tienes que pensar cómo conectar con él a través de esa sensación material. Yo ahora tengo un sobrino, de cuatro años. Y, claro, ahí con él lo veo clarísimo. Nadie le ha dicho lo que es un altar o lo que es un tótem ni nada, pero tiene sus objetos que lo protegen, tiene sus plumas, sus piedras. De hecho, cuando yo lo visito, me regala cosas, por ejemplo, con una canica adentro como si fuera una perla para poner en una mesita, como si fuera mi altar. Es muy lindo.

-Por eso mismo, ¿creés que todo esto es cultural o es simplemente antropológico, humano?

-Yo creo que es humano; que no podemos imaginarnos habitar el mundo si, de alguna forma, no tratamos de estar en contacto con ese mundo, ¿no? Entonces, agarramos cositas de aquí, de allá, para estar en contacto con eso. O, si en algún momento te sentiste pleno o sentiste esa plenitud, tienes que llevar algo que te lo recuerde. Esa idea del objeto y del paisaje y de lo animal y de todo, como una forma de conectar. Creo que está desde siempre.

-Vos has creado tu mundo mítico, tu Macondo. Se llama Cocuán, nombre que tomaste, según has explicado, de un ansiolítico. ¿Cómo hiciste para inventar un lugar tan delirante, tan lleno de implicancias de todo tipo? ¿Cómo alimentaste esa imaginación tan febril?

-Creo que estaba yo misma en un estado, como tú dices, febril cuando escribía Cocuán. Quizá también por eso, porque estaba en un momento complicado del sueño y con una percepción alterada de lo que es realidad, de lo que es onírico. También me ayudaba mucho trabajar con imágenes.

-¿Cómo fuiste manejando ese proceso?

-Me puse a hacer mucho collage, siempre con la idea de que Cocuán era un sonido, como un aullido. Y para escuchar ese aullido tenía que encontrar el sonido de las palabras de cada personaje también.

-¿De qué manera te sonaban?

-Tengo una playlist de música de cada personaje. Eso me ha ayudado a escuchar en bucle un montón de esos pequeños rituales para poder ir construyendo o para poder entrar en ese mundo. Italo Calvino tiene un ensayo muy lindo que se llama Mundo escrito y mundo no escrito. Él habla de esa importancia de los rituales.

-¿Cómo interpretás lo de los rituales?

-Por ejemplo, cuando te sientas a escribir casi como si estuvieses entrando a otro mundo y tuvieses que cruzar ese portal. Entonces, hay objetos y pequeños rituales que te ayudan a entrar a ese otro mundo.

-¿Recordás alguno en especial?

-Justo en esa época le compré a una amiga, que es artista, una muñeca de cerámica que tiene una máscara de loba. Entonces es la mujer loba. Y siempre tenía que estar al lado. Cosas así, muy infantiles como que, para entrar en Cocuán, había que hacer una serie de juegos (sonríe).

-¿Cómo es eso de pasar, en un santiamén, de mujer pájaro a mujer loba?

-(Ríe) Es esa sensación de metamorfosis o las ganas de entender lo animal. Hay un escritor que me gusta mucho, Roberto Calasso. Lo leí bastante cuando escribía sobre Cocuán. Tiene un libro hermoso, El Cazador Celeste. Y al inicio dice que, en el tiempo del mito, no existía lo animal ni lo humano ni lo divino, sino un solo estado de la materia que se convertía, que podía ser. Por eso hay diosas antiguas que se convertían en animales y que tenían una transformación de una a otra. Se convertían en mujeres o en hombres o en diosas.

-¿Y de qué manera te influyó?

-A mí me daban ganas de buscar eso en Cocuán: cómo lo animal puede ser también otra cosa. Y tratar yo de divertirme escribiendo y tratando de encontrar esa sensación.

-Además de la atmósfera ardiente que envuelve a todo el paisaje, cada uno de los personajes pareciera estar bajo un efecto alucinógeno. Arrastran su propia monstruosidad. En el primer capítulo, el pueblo va a buscar a Mildred, la amiga de los cerdos, para quemarle la casa como a la criatura de Frankenstein. ¿Cómo hacés para mantener esa tensión?

-Creo que tiene que ver con el lenguaje, con buscar. Que esa monstruosidad o verle la cara a la monstruosidad de cada personaje sea como un canto, casi, o como una oración. Y cuando uno escucha un canto, una alabanza, una oración, esa intensidad no decae hasta que llega el silencio. Para mí era lo mismo con los personajes.

-Es una intensidad expresamente buscada, entonces.

-No sé si finalmente se consigue del todo. Pero hasta el punto final hay que verle la cara a la monstruosidad y entender que también en ella hay belleza, hay horror, hay oscuridad. Como si escribieras una plegaria y hasta el punto final no se puede detener o no puedes dejar de escuchar esa música.

-Pero, además, domina un estado de salvajismo permanente. No hay, en tu pueblo y en tus personajes, nada que tienda a lo civilizatorio, a algo “normal”. O sea, da la impresión de un pueblo salvaje en busca de Dios o de un más allá o de lo que sea, que nunca se encuentra.

-Sí. Están todos muy guiados por una violencia original, ¿no? Cada uno lleva esa violencia dentro y está también en el bosque, está en el paisaje. Es como si todos también tuviesen ruido en la cabeza. Entonces, claro, no hay nada que pueda parecer, como tú dices, normal. Sí. Son personajes que pareciera que no van a tener otro final sino estallar, de alguna forma.

-Y estallan.

-Y estallan (risas).

-Hay dos personajes muy ricos, los párrocos Santamaría y Manzi. Ellos concentran una tensión entre la religión y lo mitológico, entre el culto tradicional y lo chamánico. Eso tampoco se resuelve nunca porque no se sabe dónde está verdaderamente el pasaje al más allá.

-Sí. Eso es un conflicto mío, personal. Pero, en general, es un conflicto también del mestizaje. Tienes muchos marcos de referencia de lo sagrado, pero, en verdad, no tienes conexión con lo sagrado. Al menos yo siento siempre eso pues nunca he tenido mucha fe. De hecho, siempre he envidiado a la gente que tiene una fe católica o también a la gente que tiene una fe en otra cosmogonía, en otra cosmovisión, y que puede sentir esa paz o esa plenitud en la fe.

-Entonces es una manera, la tuya, de elaborar ese conflicto.

-Sin embargo, yo siempre he estado un poco perdida en ese sentido y es algo que se ve mucho en Latinoamérica y en todos los lugares en donde hay casi como religiones que están una encima de otra, ¿no? Como un marco sagrado que a veces te pierde más de lo que te da una idea a la que te puedas aferrar. Aquí se ve mucho porque ha sido muy simbiótico lo ancestral con lo católico.

-Bien. Vos vas a la curandera. ¿Y vas a la iglesia alguna vez?

-Iba de pequeña. Fui bautizada. Fui criada como católica y he estado en un colegio de monjas. Iba a misa muy seguido. Pero ya no (ríe).

-O sea, hoy no tenés trato con los curas.

-No. La verdad es que yo siento que me alejé mucho de eso porque la religión se imponía con mucha violencia. Una religión católica, también, muy pegada a lo económico, a algún tema de clase y a un tema patriarcal. Y yo, por haber estado en un colegio de monjas, siempre sentía esa violencia con la que se intentaba imponer algo que debería ser sagrado y bello.

-Estamos hipnotizados por tu mundo fantástico, terriblemente mágico…

-Mil gracias.

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-Pero volviendo a lo mundano, has tenido un éxito muy temprano con tu primera novela, Nuestra piel muerta, reconocida por The New York Times. ¿Eso te puede sacar de tu simpleza, tu autenticidad, tu íntimo contacto con la naturaleza de tu pueblo?

-Como siempre tengo más dudas que ideas muy ciertas, casi no salgo de casa y vivo enclaustrada con el gato, eso te mantiene un poco en un mundo más tranquilo.

-¿Cómo se llama tu gato?

-Bartleby, como el escribiente.

-¡Es un personaje de Melville! Tenés el gato Melville.

-(Ríe) Sí, el gato Melville. Y me gustaría que esto estuviera siempre así. Tengo mis plantas, mis cosas muy tranquilas, mi rutina, mi trabajo. Creo que si uno se mantiene así y tienes en la cabeza las preguntas que te llevaron a escribir, está bien.

-¿Tenés otro trabajo, además de la literatura?

-Sí. Doy talleres de escritura y clases virtuales.

-¿Cocinás?

-Todos los días.

-¿Cuál es tu plato, tu especialidad?

-Mi especialidad es el seco de pollo.

-¿Hay alguna relación con la cocina peruana, con el ají de gallina y esas cosas?

-Es parecido. Acá se come seco de carne, seco de pollo.

-¿Cómo se hace?

-El seco de pollo se hace con ajo, cebolla, tomate, pimienta, cerveza Pilsener, culantro. Le puedes poner verdura, papas y se hierve. Es como un cocido.

-¿Por qué se llama seco, entonces?

-Es raro, porque tiene mucho juguito. Se llama seco porque tú aquí comes el primer plato, que es la sopa, y el segundo plato, que es el arroz. Entonces, según dicen, hace mucho tiempo, cuando venía gente de otros lugares que hablaba otros idiomas, pedía el segundo como “second” (risas).

-¡Qué bonita e imprevista anécdota! ¿Cómo viene tu próximo libro? ¿De qué va?

-Ahora estoy trabajando muy lentamente en un libro de cuentos. Hay muchos pájaros. Pájaros en todos los cuentos (ríe). No hay tanto paisaje andino como como en las otras dos novelas, pero permanecen los pájaros por ahí.

-Natalia, finalmente, ¿estás más tranquila o seguís alucinada como cuando escribiste Trajiste contigo el viento? Es para imaginar el tono de tus cuentos.

-(Ríe) Siempre por los dos mundos. Febril y tranquila.