"Martín Fierro Siglo XXI", el grito de libertad de Marcelo Birmajer contra la intolerancia de la corrección política

El escritor Marcelo Birmajer y su hijo Simón son los autores de Martín Fierro Siglo XXI, una obra en la que reviven al mítico personaje creado por José Hernández

Marcelo Birmajer es un escritor acostumbrado al intercambio con públicos amplios, tanto por su profusa producción literaria y su labor de guionista como por su participación en medios masivos (es columnista de Clarín, por ejemplo, y participa en programas de Radio Mitre).

Esta vez, en alianza con su hijo Simón, hizo suyo, para revivirlo, a uno de los personajes centrales de toda la historia nacional en su libro a dos manos Martín Fierro Siglo XXI.

El criollo perseguido que ideara José Hernández reaparece ahora en una Buenos Aires de ciencia ficción, distópica y mala onda contra todo lo que huela a gaucho. No están permitidos ni la literatura gauchesca ni los caballos, que han sido expatriados con rumbo a la luna.

Domina el país una burocracia cerrada que combate la degeneración de las costumbres a través, por ejemplo, de una ministra de Chiste, un ministro de Deportes y Calma, otro de Contención, mientras se lee la Historia Permitida y se entona el Himno de Apaciguamiento.

Allí, el gaucho redivivo, junto a una troupe de su misma calaña, surge como un soplo de aire fresco. En un hotelucho de mala muerte se encuentra con el joven Martín y su escuálida familia. Empieza, entonces, una historia de resistencia. Una metáfora de nuestros tiempos que el dúo padre-hijo moldea con humor y ácida creatividad.

Le encontramos a Marcelo Birmajer, en Córdoba, a punto de presentar su espectáculo “Birmajer se hace cuento en vivo”, para dialogar con el programa La Conversación de Radio Nihuil.

-Es horrible lo que le pasa a Martín, el muchacho protagonista central de tu libro, porque siempre se le arruina el agua para el mate.

-¡No sabe calcular la temperatura del agua! Lo tiene que haber aprendido porque en ese desafío shaolin que le impone Fierro para convertirse en gaucho, una de las condiciones es hacer bien el mate. Y yo sostengo que lo consigue.

-Pero sucede algo peor. En un momento, cuando el grupo gauchesco huye de la autoridad, llegan al borde de una laguna fantasmal, de donde sacan agua. La ponen a hervir, pero no se calienta nunca. ¡Y tienen que tomar el mate frío!

-Es así. Se trata de una maldición propia de en qué se ha convertido, en nuestra distopía, el campo argentino. Se convierte en un enemigo de los habitantes precisamente por las decisiones que fueron tomando los citadinos en los últimos veinte años.

-Tu relación estrecha con el Martín Fierro está relacionada con un episodio de juventud, ¿no?

-Es muy interesante, porque se trata de una suerte de legado que nos transmite Hernández desde el siglo XIX y que se va pasando como una posta. Me lo pasan a mí y yo se lo paso a Simón.

-¿Cómo fue eso?

-En mi bar mitzvá, cuando cumplí 13 años, me regalaron un Martín Fierro encuadernado en quebracho, con unas hojas de papel maravillosas, como satinadas y con la savia del árbol como regada entre esas hojas. Hojas manchadas, en realidad, honradas por la savia del árbol. Y ese libro lo conservé como un tesoro.

-¿Qué te causó?

-En parte lo leí por el objeto que era. Y me cautivó de inmediato. Cuando Simón cumplió 11 años, le regalé la edición de Sigmar del Martín Fierro ilustrado y luego la de Fontanarrosa, ya en la adolescencia. Lo leyó con la misma pasión que yo. Y finalmente nos terminamos reuniendo los dos gauchos judíos en el Martín Fierro escribiéndolo juntos.

-En una ceremonia como bar mitzvá, ¿quién es el que hace los regalos?

-En este caso, me lo hizo mi padrino gallego. Un gran gran amigo gallego de toda mi familia, nacido en Galicia realmente.

-Pero, más allá de este amigo gallego, ¿dentro de tu conglomerado familiar el Martín Fierro tenía algún peso?

-Definitivamente, porque muchas de sus parvas de sabiduría las compartíamos con mi padre, con mis hermanos. Con el Martín Fierro teníamos algo semejante a lo que nos pasa mucho con El Padrino en donde, en tal o cual circunstancia, uno recuerda alguna de las máximas de Marlon Brando. El “aquí me pongo a cantar” yo lo he tenido que repetir miles de veces a lo largo de mi vida. Me pasa con mi show “Birmajer se hace cuento en vivo”. Esto es la misma posición de Fierro frente al mundo, desde el campo y para la inmensidad.

-Martín Fierro no solo es un personaje. También es un texto canónico. ¿Cómo te ubicás respecto de una de esas ridículas grietas, de esos Boca-River que armamos los argentinos, en este caso poniendo frente a frente al Martín Fierro y al Facundo, a Hernández frente a Sarmiento?

-Yo me ubico por fuera de la polémica porque considero que Caín nunca tendría que haber matado a Abel. Tendrían que haber aceptado sus diferencias y entendido que en el mundo hay lugar para todos y que somos necesarios los distintos. Cada uno de nosotros es distinto del otro. Me parece una torpeza inenarrable quedarse con un libro y excomulgar al otro. Tanto Hernández como Sarmiento son dos constructores profundos y necesarios de nuestra identidad. Son legados culturales inmensos, probablemente infinitos, que tenemos que maridar, no abandonar.

-Algo que nos cuesta a la mayoría entender y asumir.

-Te voy a dar un ejemplo relacionado con algo que recién hablaban en tu programa respecto del té. Yo me traje de Israel una cantidad de saquitos de té extraordinaria. Los sabores más estrafalarios que te puedas imaginar. Por ejemplo, caramelo saltado al chai, que viene con sal y componentes del té chai. Otro con mango y una fruta llamada galores, que no sé bien qué es. Otro de almendra. Y esos saquitos se los agrego al mate. Hago una fusión argentina-israelí. No prescindo de ninguno de los elementos que me conforman. Se realimentan. Crecen en conjunto. Y lo mismo pasa con Sarmiento y Hernández. No solo no estoy dispuesto a prescindir de ninguno de los dos. Los dos me han conformado. Soy un narrador argentino gracias a ellos también.

-Convengamos que estas oposiciones no son exclusividad de las letras.

-Muchas veces los fanáticos de la música arman bandos enfrentados. Y los músicos no siguen esa línea. Al contrario. Se reúnen igual. Había alguien que decía “yo escucho a Vicentico y desprecio a Diego Torres” o viceversa. Pero ellos se reúnen y cantan juntos. Incluso juegan al fútbol juntos.

-Hasta tal punto esto es una pavada que, años atrás, nos oponíamos los spinettianos a los seguidores de Charly García. Parece una tontería, pero era así.

-Claro. Cuando, en realidad, se juntaron y compusieron una de las canciones más bellas del rock nacional, que es “Rezo por vos”.

-Pero hay como una tendencia permanente a aglomerarse en tribus, ¿no?

-Es parte de la mediocridad de la condición humana, de nuestro aspecto mediocre: no podemos mantener lo propio sin destruir lo ajeno, cuando, en verdad, se pueden congeniar perfectamente.

-Y en este punto hemos llegado al colmo de lo ridículo. Los argentinos -incluyendo al periodismo deportivo- hemos hecho lo imposible por enfrentar a Maradona y a Messi, siendo que ninguno de los dos nunca habló mal del otro.

-Algo inexplicable. Tan inexplicable como el hecho de que, muchas veces, la belleza genera afán de destrucción en lugar de admiración u observación. Eso lo escribí, lo desarrollé literariamente en mi novela Historia de una mujer. Habla del afán de destrucción que genera en muchas personas la belleza. En este caso, la belleza del fútbol de Messi y de Maradona.

-Nosotros hemos entrevistado aquí, hace poco, a los tres autores españoles que escriben bajo el seudónimo de Carmen Mola. Si ellos consiguieron llevar a cabo exitosamente esa experiencia debe resultar más fácil para vos escribir a dos manos con tu hijo Simón, puesto que se conocen de memoria. ¿O no?

-En rigor, conocernos de memoria no contribuyó a una mayor armonía a la hora de la escritura. Porque ese conocimiento de memoria siempre incluyó el debate y la discusión.

-¿Cómo fue la experiencia, entonces?

-Simón es un gran narrador de historias en rima y entonces se adjudicaba el derecho de que fueran como él las escribía. Yo seguía corrigiendo y seguía pensando que algo del ritmo había que cambiar o que esa palabra no funcionaba, etcétera. Así que teníamos debates bizantinos, interminables.

-¿Y cómo resolvieron los debates bizantinos?

-Literalmente se terminaron con las pruebas de galera. Estuvimos tres años escribiendo la novela. Finalmente tuve que tomar una decisión, no necesariamente consensuada. Por lo menos, en ese aspecto. Después, él dio muchas vueltas de tuerca que a mí me resultaron admirables.

-En resumen, ¿cómo se divide la autoría?

-La potencia y la estructura original de la novela son creación de Simón. Yo empecé a trabajar a partir de 80 páginas que él había escrito, después de haber dialogado y tirado ideas durante varios meses entre Ostende, Mar del Plata y Capital Federal.

-El libro de ustedes habla de una Argentina distópica donde han sido desterrados los caballos, mientras que los gauchos y la literatura gauchesca, entre otras cosas, están prohibidos. Se emparienta con otras antiutopías argentinas recientes como Cadáver exquisito, de Agustina Bazterrica, o El Gran Surubí, de Pedro Mairal.

-Me parece que son distintas maneras de aferrarnos a una tradición que nos configuró como argentinos en el mejor sentido del término, por lo menos la que interpretamos varios escritores de mi generación; algunos más jóvenes. Y es que no queremos esta intolerancia políticamente correcta donde no es que se admite que haya nuevas identidades, sino que se niegan identidades preexistentes. Por ejemplo, está prácticamente prohibida la masculinidad. Está prohibido el humor. Está prohibida la aventura. No te hablo de mi novela sino en la realidad.

-¿En qué tipo de aspectos?

-Hay universidades en donde están quemando las historietas de Asterix o de Tintín.

-¿Y cómo esto roza a tu libro?

-Creo que ese Fierro cimarrón y el campo, lo salvaje, conservan algo de lo que queremos realmente conservar. Creo que estamos hablando de eso a través de la ficción.

-¿Podríamos tomar tu historia, entonces, como una forma de expresar un sentido de libertad ante todas estas expresiones que nos reprimen o llevan a la autorrepresión?

-Definitivamente. La libertad en la Argentina es todavía un debate. Hemos reconquistado la democracia desde el ‘83 y afortunadamente la sostenemos, pero muchas veces se ha puesto en cuestión. En el caso concreto, desde el kirchnerismo la libertad de expresión, la libertad de prensa, son como inexistentes, como un tema que no expresa lo que dice.

-¿Cómo entendés la libertad de prensa?

-Como algo en donde uno pueda publicar lo que quiera, en el diario que quiera y que haya libertad de elección por parte de los lectores. Eso el gobierno kirchnerista lo puso en duda literalmente. El concepto que teníamos de libertad de expresión en el ‘83 no es el mismo que tenían los gobiernos de Cristina Kirchner entre 2008 y 2015. Y en eso se instala también la nueva segregación que hay contra el que piensa distinto, tanto en la Academia, incluso, como en ciertos círculos literarios.

-¿Cuál es tu antídoto?

-Las novelas las escribo siguiendo el ritmo de un personaje, no tratando de redactar un manifiesto; nunca hago eso porque, además, yo tengo mis espacios para decir lo que pienso por medio del ensayo. Sí reconozco que se cuela este afán de libertad y que Fierro, perdido en la inmensidad; Fierro en su caballo, es también una representación de la libertad. Y con esa tonalidad argentina. Claramente argentina. Con Fierro podemos hablar de una identidad argentina.

-¿Qué te han dicho los tradicionalistas, los devotos de la obra original, de tu Martín Fierro Siglo XXI?

-Ha sido muy auspicioso. Por ejemplo, la hija de Félix Luna, a quien admiro muchísimo, además de haber tenido el privilegio de escribir en la revista Todo es historia, me invitó a un museo que va a hacer en junio relacionado con Martín Fierro y con José Hernández, para dar una charla sobre el libro. Todas las respuestas que hemos tenido de los estudiosos, de los profesores de historia y de los relacionados con Hernández en el Instituto Hernández, han sido de bienvenida. Y eso es algo que me resulta muy, pero muy estimulante.

-Tu historia reaviva el tema de la quema de libros, que hoy se reproduce de otra manera en la realidad. ¿No habría que situar a cada autor en su contexto?

-Siendo un tema tan pungente y tan trágico, estoy totalmente de acuerdo con que a los libros hay que entenderlos en su época. No hay que exigirles a los autores una adhesión preclara respecto de algunos temas, porque también vamos a encontrarnos con pensadores que fueron opresivos, es decir, que propusieron teorías malignas en su tiempo. Eso también lo vamos a encontrar. Pero lo que quiero destacar es que ahora estoy leyendo El Quijote por tercera o cuarta vez, de a una página por día. Y hace poco me encontré con la ceremonia horrible del barbero y del cura que le queman los libros a Alonso Quijano. ¡Le queman los libros! Yo me situé en el momento y me resultó igualmente trágico que las quemas de libros que hemos sufrido a lo largo del siglo XX.

-Claro. Martín, el chico que protagoniza tu relato, ha decidido no quemar los libros de literatura gauchesca. Para poder leerlos debe forrar sus tapas con otros motivos. Algo similar nos ocurría durante la dictadura del Proceso, cuando nos preguntábamos internamente qué hacer con nuestros libros “peligrosos”.

-Ahí fue la época más oscura que vivió la Nación en donde, efectivamente, mucha gente tenía miedo de los libros en su haber. Yo conozco casos concretos de gente que los enterró por miedo. Tener un libro era peligroso. La dictadura prohibió a centenares de autores.

-Nos pasó a todos los lectores. ¡Estaba prohibido hasta el tango “Cambalache”! Así de estúpida era la censura.

E, incluso, hablaban en contra de El Chavo del 8 y de El Chapulín Colorado porque decían que los neologismos del gran Chespirito podían intoxicar nuestro idioma, cuando, en realidad, los que estaban intoxicando el idioma eran los dictadores, Videla, Galtieri, Massera. ¡Esos eran los que arruinaban el idioma! Además de asesinar, desaparecer y permitir que se violaran en las mazmorras de la dictadura a miles de argentinos.

-Martín Fierro, en tu historia, reaparece en una Argentina extraña acompañado por otros criollos. ¿Por qué elegiste precisamente a esos personajes como don Segundo Sombra o el Gauchito Gil?

-Considero que el personaje de Güiraldes es poderoso, trascendente. Y es el escudero de Martín Fierro. Tenía que estar. El Gauchito Gil, creo yo, y por ahí me equivoco, es una construcción popular; un mito generado por una enorme cantidad de argentinos y atendido aún por una mucha mayor cantidad. Lo veo al costado de las rutas. Nunca deja de sorprenderme. Lo incorporé de una manera benigna. Ocupa un rol muy destacado en la novela y su final es elegíaco. Y no nos olvidemos de que hay un indio.

-Sí, claro. El Indio Pluma.

-Exactamente. Participa como aliado. Ahí tenemos otra vez la unión entre el gaucho y el indio, cosa que no existió en la historia. Pero existe en mi novela la unión de diferencias.

-¿Y Gauchino, el gaucho trucho?

-Es un personaje creado por Simón que me parece extraordinario. Es, de algún modo, un continuador de El Quijote: leyendo de gauchos en el mercadito chino se le viene el seso creer que es un gaucho. Su participación es muy proteica tanto desde el humor como desde las cuotas de estrategia y de audacia que incorpora. Es el Sun Tzu, el libro del guerrero dentro del Martín Fierro.

-Toda elección es subjetiva, por supuesto, pero, me preguntaba por qué, por ejemplo, no fueron de la partida un Juan Moreira o un Santos Vega. O un bandido rural como Bairoletto.

-Y yo te agrego: Inodoro Pereyra.

-¡Absolutamente!

-Lo pensamos mucho. Pero teníamos miedo del tema de los derechos porque es un personaje extremadamente contemporáneo. Ya es eterno, pero fue creado en el siglo XX y sigue en el XXI. Estuvimos muy tentados de ponerlo a Inodoro porque, además, el Martín Fierro ilustrado por Fontanarrosa fue el libro al que acudimos mientras estábamos escribiendo, para repasarlo.

-Pero, al menos, le podrías haber hecho un homenaje lateral, sin nombrarlo, como hiciste con el Quijote y Sancho.

-Exactamente. Nos faltó ese homenaje lateral. Tal vez para la parte dos. En cuanto a Bairoletto, no me convence, porque yo no comulgo con los bandidos rurales. Sí con los gauchos cimarrones perseguidos por las autoridades, cuando no hubo una transgresión contra la propiedad privada. No me gusta el concepto de Robin Hood ni el del ladrón bueno. No creo que las cosas se resuelvan así. Sí me encanta Moreira. Él perfectamente pudo haber sido de la partida. Me encantó la película de Leonardo Favio y la interpretación que hace Rodolfo Bebán. Es inolvidable. El último grito entre Moreira y Chirino no me lo puedo quitar de la cabeza ni de mi memoria auditiva. Pero no podíamos hacer entrar a todos. A tu cumpleaños no podés invitar a todo el país. Hay que seleccionar.

-Dentro de este ámbito, otro personaje insoslayable de la argentinidad es el Viejo Vizcacha, ¿no?

-Por supuesto. El Viejo Vizcacha sí tenía ahí un lugar para entrar. Pero se nos pasó. No es que decidimos dejarlo afuera sino que no tuvimos la atención suficiente para incorporarlo.

-Porque, además, el que va largando sentencias sabias todo el tiempo en tu historia es Martín Fierro. El sentencioso, en el libro original, es verdaderamente Vizcacha.

-Así es. De todos modos, Fierro es un personaje austero, discreto. Y eso sirvió, porque la nuestra es una novela de acción. Fierro también aprende de Martín. En un momento, le dice: si vos no me hubieras hablado como me hablaste a lo largo de todos estos meses en que nos fuimos conociendo, yo no habría sabido cómo convencer a los gauchos.

-¿Por qué el perseguidor de los gauchos alzados e ilegales es Gorriti?

-Ese también es un personaje de Simón. Gorriti hace referencia a “la gorra”, como le llaman los jóvenes a la policía. Y en esta novela ocupa el lugar de los milicos que convirtieron a Martín Fierro en un marginal; los que se quedaron con su casa, los que le impidieron volver a su terruño, los que querían que hiciera la conscripción a la fuerza. Son, para mí, los milicos de la dictadura, a los que yo desprecié y temí al mismo tiempo; y con los que tanto temíamos que nos tocara hacer la conscripción.

-Un miedo que había quedado flotando…

-Hay que recordar que, ni bien asumido Alfonsín, que fue el gran cambio de la Argentina, la gran bendición de la Argentina haber entrado en democracia, los militares que te recibían para hacer la conscripción eran los mismos que habían quedado de la dictadura. ¡Y era un peligro de muerte! De hecho, el conscripto Carrasco fue asesinado por esa clase de militares. Y yo creo que Gorriti representa, de algún modo, a ese militar represivo que afortunadamente a partir del ‘83 empezó a ser modificado.

-Está claro el punto. Con Gorriti aludís a “la gorra”. Pero yo, como lector, no hice esa relación. Pensé en José Ignacio de Gorriti, uno de los referentes de la independencia nacional. Y no me cerraba.

-Por supuesto. Era un peligro, pero cuando Simón lo plantó, Gorriti le sonó tan elocuente, es decir, “la gorra” sonaba tan bien, que preferí correr el riesgo. Pero bajo ningún concepto hay relación con el Gorriti prócer, el de la calle de Palermo Hollywood en Buenos Aires que, además, es una calle hermosa.

-Claro. Lo que pasa es que se trata de un nombre fuerte dentro de la historia nacional.

-Es como si le hubiéramos puesto Saavedra o alguna otra referencia de ese tipo. Pero no cabía poner una nota al pie. Sí pusimos una nota al pie con el Gauchino explicando que íbamos a tratar de expresar su lengua como pudiéramos. Pero no lo hicimos con Gorriti porque iba a quedar demasiado académico el libro.

-En alguna entrevista, vos o Simón dicen que este libro estuvo pensado para los lectores más jóvenes. ¿Cómo han reaccionado ellos?

-Es excelente la respuesta de los lectores de la franja etaria de entre 15 y 25 años. Y también de los docentes.

-¿Qué les han dicho estos últimos?

-Los docentes que han leído el libro lo consideran una excelente introducción para el libro fundacional, para el Martín Fierro. Yo tengo contacto, y creo no exagerar, con centenares de docentes porque, desde Un crimen secundario, que parte transcurre en Mendoza; desde el ‘92 hasta hoy he publicado más de veinte libros dirigidos al público juvenil, de los cuales se han vendido, literalmente, centenares de miles de ejemplares. Entonces, los docentes atienden a mis nuevos libros cuando están relacionados con ese público. Y aunque este no tuvo el recorrido por colegios que tuvieron los otros, pues fue a las librerías directo, ellos se lo recomiendan a los chicos y lo han leído con mucho placer.

-Una oyente del programa felicita por la entrevista y dice que comparte tu rechazo a la dicotomía entre Facundo y Martín Fierro. Y agrega: “Creo que son parte de una construcción identitaria a la que agregaría El matadero, de Echeverría”.

-Por supuesto. Y tantos otros libros que, cuando los escribieron, todavía había una guerra entre federales y unitarios. Pero la literatura que quedó nos reúne a todos. No seguimos hoy, no debemos seguir una guerra fratricida entre unitarios y federales.Tenemos que aceptar esa literatura como un legado común.

-Excelente, otra vez, haber mantenido esta charla. El año pasado hablamos aquí sobre La mesa del olvido y otros cuentos de amor. ¿Cuándo se viene otra recopilación tan atractiva como esta?

-En 2023 voy a recopilar una serie de cuentos cuya temática no te quiero spoilear. Pero también van a ser los mejores cuentos de esa temática publicados en Clarín. Van a estar más relacionados con el humor que con el amor.

-Por último, ¿has podido ver la serie Iosi, el espía arrepentido, que habla mucho de la comunidad judía?

-Yo tengo una colaboración en conjunto con Daniel Burman. Escribimos El abrazo partido, una película que se estrenó en 2004. Así que me resulta especialmente interesante porque él es el productor de esta serie. Todavía no la pude ver. Es un tema que me cuesta mucho repasar. Me sensibiliza extremadamente. Quiero dejar pasar unos días y la voy a ver. Entonces, con mucho gusto lo charlamos.