Fue emblema del Parque San Martín

La segunda vida del Mississippi, el barco que vendían como chatarra y renació en El Carrizal con nuevo capitán

Ahora que una nueva embarcación traslada pasajeros por el lago del Parque, algunos se preguntan qué pasó con la que estaba ahí en los '90. Aquí, una respuesta

Muchos pensaban que este barco solo navegaba en sus recuerdos. Pero la historia siempre admite una vuelta más. Así que el Mississippi, que fue emblema del lago del Parque San Martín en los '90, sigue sumando millas náuticas, aunque con otro nombre y otra tripulación.

Su nuevo capitán es Gabriel Puebla, un profesor de teatro. La transformación de la nave, que reflejó también la del hombre, comenzó hace 5 años. Gabriel se encontró viviendo solo en San Luis, en un momento complejo, y recordó su infancia asociada con El Carrizal, con un bote, con tardes pescando junto a su padre. Esas tablas que salvan en medio de un naufragio.

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El viejo Mississippi seguía la línea de los riverboats, los pintorescos vapores que surcaban los ríos estadounidenses en el siglo XIX. Durante años fue una presencia infaltable del Parque San Martín.

El viejo Mississippi seguía la línea de los riverboats, los pintorescos vapores que surcaban los ríos estadounidenses en el siglo XIX. Durante años fue una presencia infaltable del Parque San Martín.

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La semilla

Gabriel nació en Rivadavia, donde están las costas de El Carrizal. "Hace cuatro décadas, mi padre tenía una balsa y veníamos seguido. De alguna manera, aquello fue como una semilla que fue germinando. Después vino la vida, con sus cosas malas y buenas".

El tiempo trajo madurez, una mudanza a San Luis y una hija. Pero Gabriel se separó de su pareja y quedó solo en la provincia vecina. "Entonces decidí volver a Mendoza, más específicamente a este lugar que me conectaba conmigo y con el mundo". Eso fue justamente hace unos 5 años.

Un día vio al viejo Mississippi abandonado, fuera del agua, pudriéndose entre el sol y el viento. Lo vendían como chatarra

Un día, ya en El Carrizal, Gabriel vio al viejo Mississippi abandonado, fuera del agua, pudriéndose bajo el sol y el viento. Lo vendían como chatarra. ¿Era una metáfora del hombre que lo miraba? Quizás. "Cuando empecé a pensar en la restauración, muchos me decían que estaba loco y que me iba a costar una fortuna", evoca.

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El Mississippi se vendía como chatarra.

El Mississippi se vendía como chatarra.

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El renacer del barco más grande de Cuyo

Los barcos están hechos con lo que se ve y se toca, pero también con lo intangible. Se puede, por ejemplo, pasear por la borda y observar sólo listones y una baranda. O se puede detener el tiempo de lo urgente; percibir desde otra disposición personal. Algunos le llaman a eso poesía. Otros creen que es simplemente respetar a las cosas.

Y ahí estaba el Mississippi: tirado. Solo, como esas ballenas que se pierden y se mueren de tristeza en la playa. Su estampa de riverboat, inspirada en el aire alegre y pujante que transmitían los vapores estadounidenses del siglo XIX, había quedado tapada por musgo y algas.

Muy lejos quedaban los comienzos del barco en el Parque San Martín, a principios de los '90. La salida inaugural, los incontables besos que se habían dado infinitas parejas sobre su línea de flotación. Todo eso había sido reemplazado por silencio. No quedaba ni pintura: apenas un cascarón entre el hierro que se retorcía como protegiéndose para que el viento dejara de pegarle. La gente lo vandalizaba, lo iba desguazando de a poco.

Puebla explica que sintió una especie de llamado: "Cuando lo vi me dije 'bueno, vamos a esperar para ver si algo vibra adentro mío y me dice qué hacer'".

Y jura que poco después visualizó lo que iba a pasar. "Vi adónde íbamos a firmar la compra, el precio que me iban a pedir, todas cosas que al final sucedieron sin que yo las dispusiera".

Durante el lustro siguiente, este docente dedicó los sábados y domingos a resucitar al animal herido, que es -según dice- el barco más grande de Cuyo. En la semana, daba clases en las secundarias de San Luis. La remaba.

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El profesor de teatro -y capitán- Gabriel Puebla trabajando en su proyecto de restauración.

El profesor de teatro -y capitán- Gabriel Puebla trabajando en su proyecto de restauración.

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"Le eché muchísimo dinero y tiempo -subraya él- y en el medio me tocó la pandemia y me atropelló una moto, pero seguí. Los fines de semana me la pasaba en el barco, incluso cuando ya caía la noche, mientras todos descansaban".

Lo más difícil fue preparar la base, que estaba muy rota. Olor a aceite, a madera húmeda; filo de metales retorcidos. Hubo que sacar los sucesivos parches que le habían colocado ahí abajo para tapar agujeros. "Era indispensable rascar mucho epoxi y volver a pintar, todo en seco. Por eso suspendimos toda la estructura sobre troncos de 23 metros de largo, a cinco o seis metros de altura".

Recién en 2024 Gabriel renunció a la docencia para dedicarse de lleno al Saint Germain, que es el nuevo nombre que tiene la nave. No es un mote al tuntún: homenajea al célebre conde de Saint Germain, figura del ocultismo al que algunos llaman "maestro ascendido" y que según las crónicas del siglo XVIII, nunca envejecía.

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Puebla en plena obra. La restauración ya lleva 5 años, y todavía no está al 100%.

Puebla en plena obra. La restauración ya lleva 5 años, y todavía no está al 100%.

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El futuro

Hoy el Saint Germain navega por El Carrizal y se lo puede contratar para eventos o hacer visitas individuales. Tiene habilitación para trasladar hasta 55 personas.

"Voy a ponerle sonido y paneles solares, para reforzar las energías renovables y limpias", se entusiasma Puebla.

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El Saint Germain ha colaborado en la búsqueda de pescadores y suele participar de eventos solidarios.

El Saint Germain ha colaborado en la búsqueda de pescadores y suele participar de eventos solidarios.

La nave avanza con sus tres timones y cuatro motores -dos son de camión-. Un amigo maquinista de tren le regaló a Gabriel una bocina de locomotora y, en la cubierta inferior, este clásico de las aguas cuyanas ha sumado dos churrasqueras grandes que permiten asados para decenas de amigos.

El capitán también salió a flote. Está en pareja hace tiempo -Patricia es parte del proyecto y aceptó las pasiones de su compañero-; y la hija del hombre cumplió 17 años.

Pero la aventura no terminó: "Me compré dos viejos troles eléctricos alemanes y pude reciclar sus asientos, tengo mesas individuales, le añadí al Saint Germain una rampa de ingreso en la popa y otra en la proa. El estilo, eso sí, es más moderno, lejos de la onda vintage que tenía el Mississippi", enumera él.

Los barcos dicen cosas. También saben escuchar. De no ser así, la humanidad no se habría preocupado por ponerles nombre. Y el Saint Germain no es la excepción ¿Qué le dice la nave a su salvador en esas tardes en que están los dos solos, de cara al atardecer? "En esos instantes siento que acá adentro late un corazón enorme, capaz de acompañar a muchas familias -cierra Gabriel-. Cuando oigo las risas de los niños que se suben y miran el paisaje, siento que mi meta está cumplida".

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