Libros

J.J. Becerra expone una fisura radical: "El registro masculino es un embole. Las mujeres son más sorpresivas"

Juan José Becerra es escritor y guionista. Sus libros, como las novelas breves "Un hombre y dos mujeres", son difíciles de catalogar

Una vez por año, al menos, conversar con Juan José Becerra (Junín, 1965) se ha convertido en un rito para el programa La Conversación.

Nada más placentero por cuanto los libros de Juan siempre son originales, difíciles de catalogar, plagados de sorpresas. Y las charlas que de ahí derivan son tan sustanciosas como la lectura.

Una prueba es la entrevista que sigue más adelante, donde Becerra habla de su nueva ocurrencia: dos libros en uno. O uno en dos. Como quieran.

Se trata de novelas breves, levemente conectadas, Un hombre y Dos mujeres, que protagonizan personajes muy disímiles, pero con una común necesidad de dejar atrás sus entornos familiares para zambullirse en un destino incierto.

En el siguiente y picante diálogo, el escritor, además de glosar su obra, expone, con meridiana claridad, su carnet de identidad, sus señas personales.

Celebra, por ejemplo, el capricho como “una manera infantil de imponer un mundo”.

Se considera, paradójicamente, un lobo solitario en compañía.

Confiesa que siempre le gustaron mucho más las conversaciones de mujeres que las de varones. “Con mis amigos yo me embolo”.

Un reconocimiento: “Todos mis libros son sobre personajes que se van”.

Una definición identitaria: “De todos los deseos que yo he tenido en la vida, el más sostenido, el más constante, el más irrenunciable, el que nunca tuvo una crisis de fe, es el acto de escribir”.

Cree, a pie juntillas, como su “hermano” Alan Pauls, que la digresión es el programa. El verdadero programa. Dejarse llevar.

Acepta, a regañadientes, que El espectáculo del tiempo (2015) pueda ser su obra maestra.

Y una conversión a partir de ahí: “Me convertí en un escritor irresponsable, sin programa, utilizando el cualquierismo como género”.

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Los libros de Juan José Becerra siempre son originales.

Los libros de Juan José Becerra siempre son originales.

Desde La Plata a Mendoza, para Radio Nihuil, es el diálogo, en un mediodía de sol.

-Hola, Juan, buen día.

-Hola, ¿cómo te va? Un gusto hablar con vos. Nosotros, una vez por año tenemos una charla.

-Es un rito para La Conversación. Nos encanta porque cada vez que lanzás un libro resulta una muy grata sorpresa. Todo el tiempo tocás una cuerda distinta.

-Bueno, son varias las cuerdas. Ojalá no toque siempre la misma nota. La fantasía es cambiar de cuerda, pero no sé si eso se puede lograr.

-En este caso, además de lo estrictamente narrativo, nos desorientaste porque el envío editorial constaba de dos libros al mismo tiempo. Era un Becerra "dos en uno". ¿Cómo surgió esta propuesta?

-Vos sabés que estuve dándole muchas vueltas a lo que sería la cadena argumental de ese acontecimiento, que es un acontecimiento en principio editorial, de dos libros en uno, o uno en dos, como se lo quiera ver. Lo que pasa es que me parecieron todos falsos los argumentos que di. Y di un montón.

-Pero no podías estirar la duda al infinito.

-Llegó el momento de decir la verdad. Y la empecé a decir.

-¿Cuál es la verdad?

-Lo que sucedió fue que me encapriché.

-Así. De una.

-El capricho no es un género frívolo, me parece a mí.

-¿No? ¿Por qué?

-Porque es una manera infantil de imponer un mundo. Y si esa imposición de mundo no es, por ejemplo, como en el caso de Hitler, invadir Polonia, resulta inocuo. Entonces no hay ningún problema.

-Vía despejada.

-Sostengamos el capricho, despleguémoslo todo lo que sea posible y, de última, no sé, pagará los platos rotos Planeta (risas). Esa fue la situación concreta.

-Atendeme, Juan. Cuando vos te acercaste a la gente de Planeta y le planteaste este capricho, ¿te sacaron a los bolsazos o te dijeron bueno, dale, metele?

-(Ríe) No. En general tienen como un boyero eléctrico para este tipo de ideas. O sea, quedás como pegado.

-¿Y cómo hiciste?

-Tuve que franquear varios boyeros. Mi argumento era muy sencillo. Y si bien tenía un corazón literario, el argumento de mi venta, como idea editorial, era más bien comercial.

-Interesante. ¿Cómo lo vendiste?

-Yo decía: si vos, en la caja de cualquier librería, colgás una longaniza, por decir algo, la gente se la va a llevar. No importa si no es una carnicería.

-¿Por qué no importa?

-Porque es como un insert de novedad o de anomalía en una serie de ofertas que está más o menos homogeneizada. Todos los libros son iguales, se venden por unidades, salvo lo que sea una colección. Y esto era como una especie de pizza, mitad de mozzarella, mitad de anchoa que, aparte te digo, es un invento que no lo inventó la literatura.

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"Esto era como una especie de pizza, mitad de mozzarella, mitad de anchoa", dice Juan José de su último libro

"Esto era como una especie de pizza, mitad de mozzarella, mitad de anchoa", dice Juan José de su último libro

-Decir, se dice fácil, al menos.

-Lo que pasa es que me parecía que era una pavada materializarlo. Incluso, estaba la solicitud mía, considerando la época, de que fuese a un precio promocional. Es decir, no solo tener dos libros que sean uno o uno que sean dos, sino hacerlo a un precio donde la novedad editorial apareciera como si fuese un saldo.

-¿Cómo resultó el gancho?

-Por suerte, funcionó. Y ya estamos con la segunda edición.

-Enhorabuena. Aclaremos, de paso, que se trata de dos libros, pero que se pueden leer absolutamente de forma independiente.

-Claro, sí. Hay un cruce, una escena común en los dos. Yo creo que ahí, también, una vez que me encapriché, que me salí con la mía y me fui de Planeta con el acuerdo de que lo editábamos así, seguramente se cerró la puerta y empezaron a hablar mal de mi mamá y esas cosas (risas).

-Lo bueno, en definitiva, es que los tipos te bancaron.

-Y una vez que ya estuvo eso, se empezaron a filtrar en mí los argumentos que serían literarios. Porque si los personajes de una novela se cruzan con los de otra novela, esa encrucijada, ese instante de encuentro, podría convertirse en una especie de milagro por el cual los personajes de un libro fuesen a parar a la otra historia, a la del otro libro.

-Ahí se enriquece la cuestión.

-Es que es muy corriente esa situación, sobre todo en la vida material, porque los movimientos de cada persona, que no sabemos quién los administra, ni quién los impulsa, ni por qué se sostienen en el tiempo o por qué se desvían, digamos, son movimientos un poco inexplicables para el que los comete.

-La vida no es nítida, ciertamente.

-Pero muchas veces nos ha pasado, quizás a ustedes también, de estar en un momento frente a una persona nueva. Y que esa persona nueva pueda ser en sí misma la posibilidad de un desvío en la vida que llevamos. O no. O pasarla como alambre caído.

-Pasarla como alambre caído. Excelente figura.

-Entonces me daba la sensación de que, si los dos libros iban por separado, lo que se podía representar en cada uno era la vida de los personajes, más que la historia literaria. Esa idea me gustó.

-No sabemos cuáles son tus planes, pero resultaría encantador que, en otro libro, en un tercer libro, María Isabel Di Pierro, la heroína de Dos mujeres, se encontrara con el ingeniero de personalidad múltiple que protagoniza Un hombre. Son dos personajes muy volados.

-Y... mirá... mirá...no es mala idea. Si llegara a suceder, obviamente te lo voy a dedicar a vos, porque sos el promotor.

-Un honor...

-Pero me da la sensación de que el hombre es más boludo. La prueba viviente puedo ser yo.

-Si usted lo dice, señor.

-Lo que pasa es que en ese cruce del que hablábamos, aparece la situación de un amor a primera vista. Y se da cuenta la mujer de que la situación es esa.

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Una vez por año, Becerra es entrevistado en La Conversación, de Radio Nihuil.

Una vez por año, Becerra es entrevistado en La Conversación, de Radio Nihuil.

-¿Y el hombre no?

-El hombre, capaz que también se da cuenta, pero le falta algo para que le caiga la ficha de manera completa. Entonces se va. ¿Y qué hace? Se va y se arrepiente. Y quiere volver. Y cuando vuelve ya es tarde. Típico de la neurosis, ¿viste? Volvió y ya no había nadie.

-¿Cómo fue que te metiste en la cabeza de esas dos mujeres de tu historia? No debe haber sido fácil porque, además, la historia está relatada en primera persona por una de ellas.

-Es la primera vez, creo, que escribo con la intención de emular la voz femenina. Y eso, por supuesto, es una situación bastante canallesca, porque hay que impostar una voz cuyo interior no se tiene.

-¿Te surgió de repente?

-Siempre fue una tentación para mí. Siempre me gustaron mucho más las conversaciones de mujeres que las de varones. Yo no sé, lo que pasa es que con mis amigos yo me embolo.

-¿Por qué te embolás con ellos?

-Porque se habla en mi registro, digamos, en el registro masculino, que siempre es un embole. Ya sé todo lo que vamos a decir cada uno. En cambio, las mujeres son más sorpresivas. Me parece que tienen otra cartografía sensible, otro lenguaje.

-¿Más profundas, también?

-Puede ser. Yo creo que sí. Me da la sensación de que es más profundo porque es más fácil que una mujer entienda a un hombre, que que un hombre entienda a una mujer. Esa profundidad es una profundidad, obviamente, en favor de ellas.

-¿Sí?

-Después vemos los matices de esa profundidad, en qué se manifiesta; digamos, en la estructura biológica, obviamente, en la relación con el dolor, con el amor. Son muy diferentes, tan diferentes que, para mí, no pertenecemos a géneros distintos.

-¿Cómo sería eso?

-Es más radical la diferencia. Es como si vos dijeses que nosotros somos perros y ellas son, no sé, jirafas. Es otro animal.

-¿De dónde te surge este contraste?

-Me da esa sensación cuando se me presentan experiencias de incomprensión. Por ejemplo, ¿qué hay adentro de una mujer? Es una pregunta que se ha hecho mucha gente y nadie la pudo responder.

-¿Entonces?

-Entonces, lo que queda de eso, para mí, es la voz. Es como la música; la música verbal, que es muy diferente a la nuestra.

-Hablando del registro masculino que es un embole, vos tenés una frase que lo expresa claramente. Es cuando El Ingeniero se junta con su vecino: "Tomaron un aperitivo y charlaron un rato con una profundidad de varones, o sea con frivolidad grandilocuente". Esos mismos pelotudos somos nosotros, a veces, ¿no?

-(Ríe) Claro. Somos muy parecidos a ese personaje de Capusotto que cuenta las anécdotas de Maradona. Ampulosamente decimos: ¡te voy a contar una que no sabés lo que es!

-Típico.

-¿Resulta que esa pelotudez era lo me querías contar! Sí, sí, somos muy hiperbólicos, ¿viste? Las mujeres son... me parece... otra cosa.

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Juan José entre sus libros.

Juan José entre sus libros.

-Por todo esto que estamos hablando, debe ser muy distinta la recepción de tus dos novelas dependiendo de si la lee una mujer o un hombre. ¿Has notado, en tu público, esa diferencia?

-Sinceramente no la puedo distinguir todavía, porque son libros muy recientes. Pero a veces me pasa este tipo de cosas con la gente. El otro día fui a la Feria del Libro de Santa Fe y me encontré con una persona que había leído un título mío de hace muchos años. Me hablaba describiendo situaciones que había encontrado en la historia y que a mí me parecían que no estaban ahí; como que formaban parte del repertorio que yo quería extender.

-Pero es inevitable que eso suceda.

-Es muy común encontrarte con sorpresas, sí. Por lo general, son como momentos de descubrimiento de los demás sobre vos. Y vos te sentís medio en bolas. Decís: este me sacó la ficha, una persona desconocida. Pasa mucho con los lectores.

-Está bueno, sin embargo.

-Porque por ahí un lector te puede sacar más la ficha que una persona que aparentemente te conoce.

-Nos ha pasado incluso en este programa, planteándoles situaciones a los escritores sobre sus libros que ellos nunca habían pensado.

-La experiencia de escribir es muy sonambulesca. Medio que no estás ahí.

-¿Por qué?

-Sobre todo, porque me parece que en la ficción se alcanzan profundidades propias que no estaban previstas, que nunca están planificadas; aun cuando tengas una idea en la cabeza sobre lo que vas a escribir, siempre te encontrás con un tesoro diferente del que fuiste a buscar. Un tesoro o cosas peores. Siempre hay una sorpresa.

-Ariel Magnus nos dijo el sábado pasado que él milita en la corriente del viejo modernismo, para el cual la vida del autor no importa. Igual, vamos a ir por este lado. ¿Vos sos un tipo familiero o sos medio un lobo solitario?

-Yo creo que soy las dos cosas.

-¡Caray! ¿Cómo se entiende?

-Soy familiero medio como Francella en ese programa que tenía los domingos. O sea, me gusta hacer asados, estar con los chicos, la familia, etcétera. Me gusta ese ruido.

-¿Siempre?

-Si vos ves el lugar donde yo escribo, en el living de mi casa, tiene una biblioteca enorme que gira, como una curva hacia el costado. Bueno, en esa curva yo escribo sin ningún tipo de compartimiento.

-¿Sin aislarte?

-Yo comparto a veces el espacio del living, que es grande, pero es el mismo espacio, sin división, con los chicos míos mirando partidos de fútbol o jugando a la play. Es como si escribiera en la calle. No sé, es como si escribiera en un lugar público. O en el lugar público de la casa. No tengo un lugar reservado para mí.

-No tenés tu torre de cristal.

-Es que ahí, incluso en esas circunstancias, estoy a una profundidad de donde nadie me podría rescatar (ríe). Porque no importa lo que me pase al lado. Puede haber un cumpleaños al lado. ¡Puede haber un cumpleaños de verdad!

-¿Y cómo hacés?

-Cuando estoy escribiendo, cierro la llave de paso de la atención, del mundo, de la vida cotidiana. Cierro la llave de paso y estoy en el mundo mío, que es el del zombi. Y no hay ninguna posibilidad de que se filtre nada. Por eso digo, soy un lobo solitario en compañía.

-La pregunta tiene relación con los personajes centrales de tus dos novelas. Ambos, el hombre y la mujer, tienen realidades muy familieras. Y lo que hacen es huir de allí. Huyen radicalmente.

-Es así. Y a veces pienso que todos mis libros son sobre personajes que se van. Se van.

-Pero aquí se van sin vuelta atrás.

-Hacen un abandono de la familia, obviamente, que es como un dispositivo importantísimo, si es que pertenecen a ese dispositivo. Pero es como una fuga masiva de la totalidad de todos los sistemas, de todas las tramas.

-¿Cómo es irse de todas las tramas?

-Hay una ilusión, en la mayoría de mis personajes, que es: bueno, chau, me fui a la mierda. Me voy.

-¿Pero adónde?

-Ese me voy, no es un me voy hacia un mundo mejor, sino que consiste exclusivamente en abandonar el mundo en el que estás. Esa es una pulsión eléctrica muy fuerte.

-Todo lo cual cuadra a la perfección con estas dos novelas cortas.

-La verdad que sí. Es cierto lo que estás diciendo. Estoy muy de acuerdo con eso.

-Ambos protagonistas de tu díptico se van, pero la mujer, María Isabel Di Pierro, lleva las cosas más al límite, porque deja plantados a su marido y a sus hijos en una noche de Navidad, en una decisión sin retorno, para vivir de la nada misma.

-Ahí no sé muy bien explicar por qué escribo eso, porque te juro que no hay una intencionalidad. Es como preterintencional. ¿Viste cuando matás a alguien de manera preterintencional? Sí, maté yo. Pero no soy responsable del todo de lo que ocurre en la escritura.

-Digamos que tus personajes simplemente ocurren. O te ocurren.

-Es un poco así. Parece una sanata. Una sanata del artista. Pero es mucho más salvaje que lo que podemos llamar lo artístico. Es algo más de la naturaleza interior de cada uno, donde te encontrás con cosas.

-¿Cómo funciona ese mecanismo?

-Yo, a esta altura, escribiendo me encuentro con cosas que son bastante salvajes. Y empiezo a descubrir cierta tendencia a esto que decís vos sobre personas que se van. Lo hago de manera natural y creo que tiene que ver con la identidad.

-¿La identidad? ¿En qué sentido?

-Finalmente, de lo que hay que escapar, es de la cristalización de la identidad que uno asume y que no es del todo propia.

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"A esta altura, escribiendo me encuentro con cosas que son bastante salvajes", describe Becerra.

"A esta altura, escribiendo me encuentro con cosas que son bastante salvajes", describe Becerra.

-Se nota. Por ejemplo, en el tramo final de Un hombre, hay una línea que explica todo esto que estás definiendo. Vos decís que "las conductas de las personas, y también las de los personajes, son insondables".

-Bueno, en este caso tenemos personajes como esta mujer que vos describiste muy bien, que corta con todo y se va a vivir en la nada. Quizás sea el plan más irrealizable de cualquier persona que haya nacido en sociedad, que es ser nadie.

-¿Cómo se hace?

-Es imposible ser nadie. Siempre algo sos o porque vos crees que sos algo o porque alguien te dice que sos algo. Pero son identidades que se podrían intercambiar con otras, sobre todo en la medida en que, en el discurrir vital, aparezcan posibilidades nuevas de identidades nuevas, que uno compraría si no costara pagarlas.

-¿Y del otro lado?

-Lo que hace El Ingeniero es más o menos eso, pero al revés. Se va encontrando con identidades, las va adoptando, las va abandonando, porque lo que no quiere ser es la persona que dicen que es.

-En esta novela, justamente, hay párrafos de una contundencia soberbia. Por ejemplo, El Ingeniero deja atrás el taller, entra a su casa por los fondos y pasa esto: "En las habitaciones, su mujer dormía, sus hijos dormían. ¿Están o no están las personas que duermen? Recorrió la casa llena de espíritus (él mismo era uno), se puso el overol y volvió al taller". ¡Qué precisión en la pregunta!

-Está esa frase que no me acuerdo de quién era. Dice que uno puede dormir acompañado, pero sueña solo. Hay algo ahí de la operación de descansar que es un poco también una fuga. Es posible que uno no esté. Lo que pasa es que te das cuenta si estás en vigilia, cuando están durmiendo los otros. Pero cuando duerme uno, es uno el que no está.

-Y cuando escribís, ¿estás o no?

-Me parece que estoy de una manera irreconocible para mí, que paradójicamente puede ser lo que en el fondo sea. Es como medio barroco lo que digo, pero, mirá... de todos los deseos que yo he tenido en la vida, el más sostenido, el más constante, el más irrenunciable, el que nunca tuvo una crisis de fe, es el acto de escribir.

-Becerra, ciento por ciento.

-Por algo es eso. Porque tiene que haber cosas de mí, la mayoría, por no decir todas, que no conozco. Ahí está mi identidad.

-El acto se llama: en busca de sí mismo.

-Pero ni siquiera te estoy diciendo que es una operación exitosa la de escribir para descubrir lo que hay de la identidad de uno en las profundidades donde se oculta. ¡No! Quizás es todo lo contrario, quizás no traés nada de ahí.

-Igual, hay que intentarlo. No rendirse.

-Medio que escribir es como pescar con mosca, a ver si aparece la trucha de la identidad. Pero ¿viste cómo es pescar con mosca? Hiciste el curso, tuviste el maestro de pescar con mosca, dijiste ahora voy y saco la trucha, pescaste, la trucha queda ahí ¡y de golpe desapareció! Era una sombra. Esa situación me parece a mí que se da mucho en la literatura.

-Con permiso del autor, leemos otro párrafo de Un hombre. Otra vez el tipo vuelve a su casa. Su mujer y sus hijos están cenando, "cada cual con sus auriculares inalámbricos y varios televisores encendidos. Una típica escena de compañía familiar". Le preguntan cómo le ha ido en la ruta, con interés adormilado, drogado, desinteresado de la vida cotidiana compartida. O sea, "ignoraban mutuamente sus profundidades, y no intentaban compensar la ignorancia con la imaginación ni la curiosidad". ¡Guau!

-A veces me da miedo, porque yo no leo los libros cuando los escribo. Los publiqué y ya está. Me da un poco de miedo, che. ¿Será mi casa?

-Por eso te preguntaba (risas). ¿Qué te dicen en tu casa tus hijos, tu mujer?

-No, no, no. En mi casa, yo tiro un libro y salen corriendo. Es más fácil que se queden si tirás una pala que si tirás un libro.

-¿Cómo funciona la cosa ahí?

-Yo tengo una vida acá que es la vida de una persona de familia. Te puedo asegurar que no pasa nada con lo que yo escribo en mi casa. Por ahí mi hijo mayor me puede leer. Pero sale un libro mío y nadie lo sabe en mi casa.

-¿Nunca se enteran?

-Por ahí me llega el libro de Planeta, con los veinte ejemplares que me tiene que mandar. ¿Y este libro?, dicen. ¡Lo escribí yo!

-Como si hubiese caído un meteorito.

-Y eso que me ven a escribir, porque estoy todo el día escribiendo. No es que no sepan que escribo. A mí eso me gusta igual, ¿eh?

-De todos modos, esa escena que describís, de un mundo plagado de pantallas en las familias, todos tan ajenos entre sí, es también un signo de estos tiempos, ¿no?

-No te creas que yo no formo parte también de eso. A veces me alarma porque es una falopa. Es como la heroína el teléfono, digamos. Salvando las distancias del daño físico, está el daño mental.

-Aun así, lo tenemos en cuenta, se supone.

-Pero, pese a que me la paso puteando contra el teléfono, lo último que agarro cuando voy a dormir es el teléfono y lo primero que agarro cuando me levanto es el teléfono, como todo el mundo.

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Otra definición de Becerra: "Cuando voy a dormir lo primero que veo es el teléfono y lo primero que agarro cuando me levanto es el teléfono, como todo el mundo".

Otra definición de Becerra: "Cuando voy a dormir lo primero que veo es el teléfono y lo primero que agarro cuando me levanto es el teléfono, como todo el mundo".

-¿Qué hacés ante eso?

-Creo que la literatura es una intervención sobre esa adicción. Una intervención en el sentido más psicoanalítico.

-Una intervención, pero ¿cómo?

-Por ejemplo, el otro día que hice un viaje largo en micro me llevé el libro de (Karl Ove) Knausgård que se llama Los lobos del bosque de la eternidad, de 900 páginas.

-¡Toda una cima escalar!

-A mí Knausgård siempre me gustó. Mi lucha me pareció realmente un hallazgo, pero dije, puta, esto va a ser más de lo mismo. Y lo empecé a leer. Es extraordinario. Me leí cientos de páginas en el viaje y ¡no había nada mejor mientras leía! O sea, no tenía reemplazo la experiencia de estar leyendo ese libro. Y tenía el teléfono al lado.

-Un triunfo literario.

-En esa disputa se impuso la literatura.

-Pero no siempre va a ganar todos los partidos.

-Lo que hay que darle, me parece a mí, a la literatura, es un minutito de paciencia para que los engranajes te arrastren la remera y te metan en la máquina. Porque, si no, es obvio que gana el teléfono.

-No podemos terminar sin la pregunta incómoda. Ya se la hicimos a Alan Pauls, por ejemplo. Desdoblate, como tu personaje. Ahora ya no sos El Escritor. Ahora sos El Periodista o El Crítico Literario. ¿Cuál es el mejor libro de Juan José Becerra?

-¡Ay! Ahí me mataste.

-Por eso mismo. Era la idea.

-Me mataste porque yo pienso que son todos peores (ríe).

-Suponíamos una respuesta de este tipo.

-¿Qué te dijo Alan? ¿A que te dijo El pasado?

-Alan Pauls dijo que su mejor libro siempre es el último. Por eso mismo, al igual que en su caso, recurrimos a la IA para resolver el asunto con vos.

-A ver...

-Le consultamos, en este caso, a Gemini, que dijo: "Desde la perspectiva de la crítica literaria y la recepción de su obra, la novela que con mayor frecuencia es señalada con superlativos elogios es El espectáculo del tiempo (2015)".

-Bueno, puede ser... puede ser... Mi hijo mayor me dice: ¿para qué seguís escribiendo después de eso? ¿Adónde vas a ir? Sí, para el lector puede ser, estoy de acuerdo.

-Pero, entre un montón de atributos más, Gemini explica el porqué de la elección: "Diversos críticos y publicaciones la han calificado como una obra maestra y una de las mejores novelas en lengua española de lo que va del siglo, consolidando a Becerra como uno de los grandes narradores del Río de la Plata". ¡Chapeau!

-Me hace sentir un sábalo ese narrador del Río de la Plata (sonríe). A mí me dio mucho gusto escribir ese libro.

-¿Qué te significó?

-A partir de ese momento yo empecé a escribir verdaderamente con placer y con irresponsabilidad, que me parece que es lo único que hay que hacer cuando uno se sienta.

-Ahí quizás esté la respuesta a la pregunta de tu hijo de por qué seguiste escribiendo después.

-Sí. Porque a partir de ese libro me convertí en un escritor irresponsable, sin programa, utilizando el cualquierismo como género. Eso me siguió dando gusto escribir. De hecho, ahora terminé una novela, hace un mes, que no sé si no es más larga que El espectáculo del tiempo; que también es cualquier cosa.

-Ciertamente.

-Porque cambia varias veces la novela adentro, es varias novelas y… no sé, a mí me gustó escribirla. Lo demás, no me importa mucho.

-Cuando hablamos con Alan Pauls nos hacía acordar a vos, porque una de las cosas que él celebra es la digresión. Y uno puede agarrar un libro de Becerra siguiendo un rumbo y terminar en cualquier otro lado, eh.

-Es que yo creo que la digresión es el programa. Es el verdadero programa. Digamos, dejarse llevar.

-Hemos establecido otro lazo.

-Y me parece bien que también Alan Pauls, que es como un hermano mío, un escritor extraordinario, piense eso de la digresión. Es la onda de escribir.

-Explicá vos cómo entendés este funcionamiento.

-Imaginate que vos planificás tu novela como si fuesen pasos que tuvieras que dar. Creo que una vez te lo conté a vos. De cualquier manera, como ya estoy grande, tengo sesenta, puedo contar las cosas varias veces como si fueran nuevas. Me hace sentir que estoy contando una novedad, ¿viste?

-Ojo. Tenés sesenta como El Ingeniero de tu novela.

-(Ríe) Sí, es cierto. Pues bien, fijate qué boludo. Haciendo una mudanza encontré unos papeles, que era el plan de mi segunda novela, Atlántida, donde estaba escrito, capítulo por capítulo, todo lo que iba a pasar.

-¡Qué minucioso eras!

-Yo miré alrededor y dije ¡puta!, lo rompo, lo quemo. Porque ¿cómo puedo ser tan tarado? O sea, ¿cuál sería la gracia de escribir una novela en la que se supiera todo lo que va a pasar! (risas). Pero lo hice alguna vez. Entonces, me arrepiento.

-Nos encanta charlar con vos, Juan, pero llegó el momento tan fatídico de cortar. Así que esperaremos con ansias tu próxima novela. Será la gran excusa para reencontrarnos, como siempre.

-A mí me encantan estas charlas, de corazón, porque las conversaciones sobre libros tienen muchísimos subgéneros, matices.

-¿Qué tipo de matices te han tocado?

-Están los que no te leen, como me pasó el año pasado en España. Vino un chico de la agencia Efe para hacer una entrevista sobre el libro Amor y me dijo: "Che, mirá, perdoname, yo no leí el libro, yo soy de deportes. Soy pasante y me mandaron a cultura general" (risas).

-Patético, pero tan común.

-Pobre. Era un pibe de veinte años. Yo le hice todo el trabajo sucio. Y al final me dice: "¿Qué pensás de Milei?".

-¡Te cambió la bocha!

-Yo ya había cortado la conversación. Y empecé a decir barbaridades. Entonces, cuando se estaba yendo, le dije: mirá, te pido por favor, no pongás nada de esto sobre Milei, porque le dije entre nosotros.

-Elemental. Charla en off.

-¿Cuál te pensás que fue el título de la entrevista?

-¡No me digás! Fue Milei.

-¿Te podés creer!

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