El Escorihuela es un barrio de casas bajas, y gente que anda por las veredas buscando algún retazo de sombra para esquivar el sol del mediodía. Es que en el enero mendocino, el sol no tiene piedad.
"A veces llamamos a Florencia y ponemos su plato en la mesa sin darnos cuenta"
José y Cristina contaron la historia de su hija, Florencia Romano (14). La describieron como una niña alegre, buena compañera, llena de vida y sueños por cumplir
Cristina está casi esperando en la vereda, saluda con timidez. Tiene la mirada opaca de quien ha dejado hace poco de ser feliz. Es menuda y amable, abre la puerta de su casa de par en par.
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Adentro espera su marido, José. El hombre que hace un mes buscaba a su nena de 14 años, pateando él mismo las puertas de cada lugar en donde le decían que la habían visto. De mediana estatura, se ve un hombre curtido por el dolor, pero con una energía que no sabe adónde poner. Quizás porque debería servirle para seguir buscando a su hija Florencia.
Porque siempre la seguirá buscando. En su cabeza y en su corazón, el almanaque quedará clavado cada día de su vida, en el 12 de diciembre del 2020.
La intención es completar un rompecabezas inconcluso. Porque para que tengan sentido, las historias, aún las más dolorosas, deben ser escritas hacia atrás. Poder ponerle rostro, cuerpo, voz y vida a quien para la sociedad, desde el 17 de diciembre es una víctima más de femicidio.
Pero Florencia Romano, la niña asesinada el 12 de diciembre pasado y cuyo cuerpo semicalcinado y envuelto en sábanas fue hallado en una acequia de la calle Alsina, de Maipú, era mucho más que eso.
Florencia tenía una historia, tenía amigos, era la nena más chica y más mimada de sus padres, se la pasó toda la pandemia haciendo las tareas de la escuela en su casa, al lado de su mamá. Le gustaba bailar, jugaba al fútbol, quería ser abogada, hacía un mes que tenía una gatita que ahora la busca por toda la casa. Estaba preparando un viaje. Quería volver a sus clases de danza árabe.
Esa era Florencia Romano. Esa era su vida.
Sus papás, José Romano y Cristina “Kitty” Mopardo serán los encargados de poner, en esta nota, la pieza que nos falta.
El dolor
Para Kitty y José Romano, los tiempos del dolor transcurren de extrañas formas. De repente, se estacan como si un pantano se abriera por debajo de sus pies y el fango no los dejara escapar. A veces, se aceleran, y van hacia adelante sin miramientos. A un futuro que no existe. O hacia atrás, y los recuerdos pasan como la historia en una película muda, llenándolos de imágenes que no pueden atrapar antes de que se vuelvan de aire.
Entonces, en la charla se mezcla la búsqueda desesperada de toda la familia, los amigos y los vecinos del barrio durante los cinco días posteriores a la desaparición de Florencia para encontrarla con vida, con el viaje que haría con su mamá a Carlos Paz el próximo febrero, para festejar sus quince y que ahora no será.
De repente aparece la nena que jugaba al fútbol, andaba en patineta, y no podía estarse un minuto quieta y sin bailar.
Las palabras de José Romano vienen, indefectiblemente, mezcladas con lágrimas.
En la cocina comedor se agolpan varios freezers, que José Romano utilizaba para vender bebidas. Hay una mesa con sillas, una mesada y una repisa con platos, tazas y adornos.
En medio de la repisa, hay una cajita pequeña. “Estas son las cenizas de mi hija. Las tenemos acá porque queremos que se quede con nosotros”
Rodeando el cofre hay velas, fotos de la nena y chupetines.
“Se los pusimos porque eran los que le gustaban”, cuenta su papá, mientras acaricia la cajita.
Sobre la tapa, también hay un colgante con un corazón rojo, lastimado por el fuego.
Una niña deseada
Kitty permanece callada. Repentinamente, los recuerdos se le agolpan en la cabeza y comienza a contar la historia de Florencia.
Se levanta la remera y muestra una enorme cicatriz.
Mientras, José también relata cuánto buscaron y esperaron en nacimiento de Florencia.
José recuerda que en esos tiempos, él, su mujer y su hijo pasaron muchas necesidades.
Haciendo todo ese sacrificio, Kitty y José Romano pudieron construirse su casa hace 14 años, cuando nació Florencia.
Intrépida, alegre, movediza
Kitty recuerda esos primeros años de su hija y una sonrisa la aleja de la ausencia.
José también sonríe cuando rememora que su nena no le tenía miedo a nada.
Después fue creciendo e imitando a su hermano, 8 años mayor. Kitty cuenta que eso la llevó a jugar al fútbol en la escuelita del barrio.
"Por eso empezó a jugar, como a los seis años la llevamos. Ella jugaba en el día, y su hermano entrenaba en la noche".
Alegre, intrépida, sociable, movediza. Así la describen sus papás.
Su mamá atesora aún sus cositas del jardín, la remera de egresada, el guardapolvo impecable, -del Jardín, del barrio Unimev- como recién planchado, colgado en una percha. Es como si la viera, con el guardapolvo colorado y las travesuras intactas. Luego, el Nivel Inicial lo hizo en la escuela Chacabuco, de Rodeo de la Cruz.
Más tarde la cambiaron de escuela, a la Dalmacio Vélez Sarsfield, donde terminó la primaria. Este año, antes de que declararan la pandemia, había comenzado a asistir al Liceo Alfredo Bufano.
De muy pequeña comenzó a aprender danzas árabes.
José también la acompañaba en eso de bailar.
El viaje que no fue
El 28 de febrero, Florencia cumpliría 15 años. No quería fiesta. Su festejo era irse con su mamá a Carlos Paz.
Sobre su roperito quedó el bolso preparado, junto con los juguetes que había sacado hacía pocos días, porque se sentía grande para tenerlos.
A su cama la cubre un alcolchado con dibujos de las princesas de Disney. Cristina cuenta que ahora allí se acurruca la Michi, una gatita bebé que era la mascota de Florencia.
El vacío
Desde el año pasado, cuando su hijo mayor se mudó de casa, la vida de Kitty y José Romano giraba en torno de Florencia, de sus amigos y amigas, de su escuela, de lo que le gustaba hacer, de su música, de las series de Netflix que más le gustaban.
"Veíamos Cobra Kai juntos, porque Karate Kid era de mi época" recuerda José.
Mientras, Kitty interviene. "Ahora estaba esperando la nueva temporada de Sabrina, que empezaba el 24 de enero"
También de sus ganas de adolescente de hacerse grande y conocer el mundo.
Un mundo que la dejó fuera de juego con violencia, demasiado pronto.
Ahora la casa es un cúmulo de recuerdos que no siempre se soportan.
“Nos vamos a mudar, no queremos estar adentro, yo quiero alquilar esta casa y empezar una vida nueva en otro lado"
El pasillo y la luz apagada del cuarto de Florencia, que poco a poco se va convirtiendo en un santuario mudo, les abruma el alma.
Les queda el amor. Los días felices. El cariño de los amigos y amigas que, según cuenta Kitty, los llaman todo el tiempo.
"Hace unos días fuimos a visitar a una amiga de la Flor. La nena pidió vernos. Estuvimos casi dos horas en su casa y nunca paró de llorar".
"Somos muertos vivos" afirma Kitty. Sin embargo, tanto a ella como a su marido los mueve el deseo de que la justicia de una vez por todas, se ponga del lado de los débiles.
Que ninguna niña, nunca más, vuelva a ser acosada, abandonada por el Estado y asesinada.
Que ninguna niña, nunca más, deje un bolsito rojo sobre el ropero, esperando un viaje que nunca será.
Que ninguna niña, nunca más, se quede sin música y deje, de repente, de bailar.