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Don Segundo dice que mirando los cerros se aprenden algunas cosas.
Foto: Martín Pravata
"Un día decidí irme de Las Cuevas para conocer el planeta: hice 21 kilómetros y me quedé en Penitentes"
En la parte delantera de su pequeña casa hay dos Ford Fairlane, algunas garrafas y una batería que alimenta una radio con música alegre. Segundo se sorprende de que lo quieran entrevistar. Mide la situación con aire zen:
-Si quiere hablar conmigo siéntese, a ver qué le puedo decir- invita.
¿Cómo llegó este mendocino a afincarse en ese paisaje -que algunos calificarían como hostil- durante cuatro décadas? Segundo recuerda que de joven se quiso ir lejos.
-Un día dije 'me cansé de esto' y me fui de Las Cuevas- rememora.
Este es el relato de lo que ocurrió a continuación:
Así que salió de Las Cuevas y se quedó en Penitentes, a sólo veintiún kilómetros de su localidad natal. "Trabajé en el complejo turístico, desde la nada hasta lo que fue después. Las pistas, los medios de elevación...".
Don Segundo dice que en su apogeo, a fines de los 70', "se llegó a meter en las pistas de Penitentes a más de 1.500 esquiadores". A eso hay que sumarle la gente que iba a comer o a tomar algo, los que usaban trineo o simplemente hacían "culipatín". Muy lejos de la soledad que hay actualmente.
"Había recolección de residuos, albañiles, toda una cantidad de empleos que se hacían acá arriba", asegura él. Hoy los edificios están vacíos, los restaurantes juntan polvo. Segundo se jubiló hace poco. Pero los jóvenes no encuentran de qué trabajar.
"Es que hemos hecho todo al revés", insiste:
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"Yo no me arrepiento de mi vida"
"Este es mi uniforme", dice Don Segundo en chiste. Pero también habla un poco en serio: casi todos conocen su estampa, siempre de overol entre algunos de los picos más altos del planeta.
Y no le gustan las ciudades. "Uspallata para mí ya es muy grande -confiesa-. Sacarme de acá sería como llevar un león y soltarlo en Buenos Aires".
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La casa de Segundo está preparada para sobrevivir a todo.
Foto: Martín Pravata
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Juegos infantiles y dos Ford Fairlane; objetos que reciben a quien vaya a visitar al entrevistado.
Foto: Martín Pravata
-¿Qué es la montaña para usted?
-La vida, esa es la palabra. Yo no me arrepiento de haber pasado mi vida acá. Quizá podría haber estudiado, irme a otra parte, pero siempre me gustó lo que usted ve alrededor.
"Yo soy esto: mi libertad, mi día a día" "Yo soy esto: mi libertad, mi día a día"
-¿Y qué es lo que más le gusta de este paisaje?
-A ver: ¿usted se vendría a vivir a un lugar así?
-No sé. Igual ya me está dando frío.
-Eso es lo que muchas veces no aceptamos. Rechazamos la vida ¿Qué voy a buscar a la ciudad? ¿Ruido? ¿En qué va a cambiar eso a mi esencia? Mire, yo conozco el teatro y el cine, iba cuando se podía asistir a las salas. No sé qué sé hacer bien, pero desde chico me llamó la atención todo. Tal es así que hoy, con mis hijos que se han ido, tengo que usar esto.
-Ajá. Un teléfono muy sencillo.
-Exacto. A mí me llaman o llamo. No sé ni mandar mensajes. No me interesa. Si me pongo aprendería, pero no me interesa. Yo soy esto: mi libertad, mi día a día. Si a mí me regalan un departamento en pleno centro, lo tendré que rechazar. Ingrato sería aceptarlo para venderlo después. Y dígame: si usted tuviera hambre, ¿cree que con plata lo solucionaría?
-Supongo que sí.
-No, porque podría conseguir un fajo de billetes y no tener dónde comprar comida ¿Se da cuenta? Lo que le quiero decir es que a veces uno se obsesiona con un fin en particular y lo que necesita para estar bien es algo más amplio.
-¿Un contexto?
-Algo así.
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Segundo sonríe mucho más que la mayoría de las personas que viven en la ciudad.
Foto: Martín Pravata
Y hablando de contextos: esa especie de caño que atraviesa la foto de aquí arriba es una máquina para hacer gimnasia. Tal vez el hombre se ejercite: se lo ve ágil y casi fuera de tiempo, como si fuera un personaje que escapó de un libro de Carlos Castaneda.
La pandemia y el futuro
Segundo dice que cuando en 2020 se desató la pandemia de covid, él y su compañera quedaron casi desconectados de la civilización.
"Escuché por la tele que nos decían 'no se sabe bien qué es esto, hay que cuidarse mucho'. Después, mi amigo, se frenó todo. Nos pasamos un año y medio acá arriba, solos, sin que circulara nadie por la ruta".
Tampoco fue un problema insalvable. A lo largo de los inviernos, don Madrid ha ido cultivando una feroz autonomía.
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La batería de auto que -radio mediante- trae música al patio de don Segundo.
Foto: Martín Pravata
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Garrafas para calefaccionarse durante las heladas noches andinas.
Foto: Martín Pravata
-Usted es el poblador más viejo de Penitentes, el más antiguo?
-Soy el único de mi generación que va quedando de la zona, desde Las Cuevas hasta por lo menos Polvaredas.
El próximo invierno, como ya es costumbre, en el hogar de Segundo se congelarán las cañerías. Tiene backup: además de usar garrafas y electricidad, su casa puede funcionar a leña si es que -como el año pasado- la temperatura llega en algunas madrugadas a los 20 grados bajo cero.
De modo que cuando en esta época el lector se vaya a dormir reflexionando sobre el frío que hace afuera, a lo mejor puede dedicarle un pensamiento a don Segundo, que decidió echar raíces en Penitentes -tal vez para siempre- por un motivo crucial: es el sitio donde él se siente más vivo.
Saludarlo antes de volver a la redacción es como decirle chau a una montaña.
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"¿Qué voy a buscar en la ciudad? ¿Ruido? ¿Y en qué afectaría eso a mi esencia?"
Foto: Martín Pravata
Imágenes: Martín Pravata
Conductor: Javier Mercado
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