En Ugarteche

La historia de amor detrás de la mejor bodega sustentable del mundo

Christophe Chartier llegó hace 20 años a Mendoza en busca del amor que conoció en la Universidad de Metz, en Francia. La bodega que dirige, Alpamanta, logró la Medalla de Oro Internacional de los Best Of 2024

Alpamanta quiere decir “amor por la tierra” en quechua, y la historia de la bodega mendocina bautizada con ese nombre se entrelaza con la de su director, el francés Christophe Chartier, quien hace 20 años dejó su país por amor a una mendocina.

La bodega, ubicada en Ugarteche (Luján), acaba de ser premiada en los Best Of 2024 de las Grandes Capitales del Vino con la Medalla de Oro Internacional como la mejor bodega sustentable del mundo. Esa filosofía que se aplica en este emprendimiento vitivinícola tiene su correlato en la vida misma de sus tres accionistas europeos y -por supuesto- de su gerente general, Chartier.

Estoy en Mendoza por amor. En diciembre cumplo 20 años viviendo aquí, así que soy franco-menduco”, se define el ingeniero industrial, al frente de Alpamanta que viene macerando su proyecto hace 15 años y abrió sus puertas al público en marzo del 2022 con una finalidad original en el universo de centenares de bodegas que copan la tierra del sol y del buen vino.

La bodega Alpamanta se caracteriza por sus prácticas sustentables y biodinámicas. ¿Qué significa esto? Volver al origen. Volver a implementar las antiguas prácticas que tenían nuestros ancestros para cultivar e intervenir lo menos posible en el viñedo. La idea es que, tanto la intervención en el viñedo como la intervención en el proceso de vinificación sea mínima porque el objetivo de la biodinamia, y de Alpamanta en particular, es conservar el terroir, cosechar con estas características y que perduren hasta la uva para que el consumidor del vino luego lo disfrute en su copa.

El proceso es largo y laborioso, quizás, pero da mejores frutos para quienes apuestan a dejar terruños más promisorios a las generaciones futuras. Y así fue como Chartier también apostó por este suelo mendocino para formar una familia y sembrar aquí su legado.

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Christophe Chartier tiene 46 años y hace 20 que vive en Mendoza. Se define como

Christophe Chartier tiene 46 años y hace 20 que vive en Mendoza. Se define como "franco-menduco". Nació en Falaise (Normandía), la ciudad de Guillermo el Conquistador; de ahí que le hubiera gustado ser profesor de Historia.

“Conocí a mi señora en Francia, en la Facultad de Ingeniería de ENIM, en la ciudad de Metz, a la frontera con Luxemburgo; ella había ido a hacer el doble título con la UNCuyo. Ambos somos ingenieros industriales. Yo de Normandía, ella de Godoy Cruz. Yo trabajo en Alpamanta, ella en Bodegas Chandon”, relata su historia de amor el director de Alpamanta, quien a sus 46 años lleva casi la mitad de su vida en Mendoza, y el acento francés no lo puede soltar.

Después de casi dos años de noviazgo a la distancia, la mendocina Georgina Salvatore “me dio un ultimátum y entonces renuncié a mi trabajo allá y me vine a Mendoza, en 2003”, reconoce Chartier; y revela: “Me vine con mis tablas de esquí por si no encontraba trabajo como ingeniero, quería ser instructor en Las Leñas ya que esquío desde los tres años”. El ingeniero tomó la decisión pese a que “había venido a verla en una semana donde Argentina tuvo cinco presidentes”, dice con asombro aún sobre esa visita durante el caótico diciembre de 2001.

No le hizo falta desembolsar los esquíes más que para el disfrute personal de la nieve, porque a los 15 días de instalarse en Mendoza, Chartier encontró trabajo como ingeniero en Frío Latina. “Después trabajé 15 años para una empresa francesa que ofrecía procesos industriales de todo tipo con llave en mano, como plantas lácteas, cervecerías, farmacias; yo era el gerente general de América Latina”, detalla. Tras su paso por el rubro del petróleo, hace dos años “me reclutaron los accionistas europeos y aquí estoy a cargo de este hermoso proyecto que es Alpamanta”.

Casado con su amor universitario y papá de tres hijos adolescentes, a Chartier le cerraba por todos lados la propuesta de esta bodega. “En este lugar, la parte profesional se junta con mi parte personal”, asume quien antes de este trabajo ya tenía una relación de amor y respeto por la naturaleza.

El amor por la tierra como filosofía de vida

“En Europa está más avanzado el tema de la conciencia ecológica, así que siempre de chico lo tuve en cuenta para mi vida personal”, confirma y agrega que con su familia “hace cinco o seis años dispusimos en casa entre seis y siete tachos distintos de basura, es una costumbre”. Además, en la entrevista laboral con Alpamanta, Chartier revela que “fue una condición sine qua non que su gerente general tenga esa sensibilidad por el ambiente y sepa y practique de algún modo la sustentabilidad”.

“Todo el equipo compartimos ese mismo concepto, desde los accionistas hasta las más de 20 personas que trabajamos acá tenemos esa conciencia del cuidado ambiental, a distintos niveles pero cada uno aporta desde su lugar”, sostiene el ingeniero industrial.

Esta característica se refleja en la visita guiada a la bodega, ubicada en el corazón de Ugarteche, en Luján de Cuyo; cuyo predio de 35 hectáreas contiene viñedos pero también una granja, un camino de olivos reciclados, un área de compostaje, otra para el reciclado, una biolaguna y una huerta.

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Los animales de granja conviven con los viñedos en un ecosistema integrado para dar vida a vinos orgánicos y biodinámicos.

Los animales de granja conviven con los viñedos en un ecosistema integrado para dar vida a vinos orgánicos y biodinámicos.

“De acuerdo a la disposición de la luna y a la disponibilidad energética que hay en el momento, se realizan diferentes tareas relacionadas con la semilla del fruto, con el crecimiento y la floración o con las raíces de nuestra tierra”, informará la guía. Y nos enseñará que la biodinamia entiende al ecosistema en equilibrio donde participan los cuatro reinos: el reino mineral, el reino vegetal, el reino animal y el reino de las personas.

El concepto principal de la biodinamia es la circularidad, de ahí que la arquitectura de la bodega se haya pensado para que en cada espacio se eviten las esquinas ya que “en el universo no existen los vértices, así la energía fluye sin estancarse”.

La biodinamia es una ciencia holística que trabaja con la energía, y si bien la energía no se puede ver, ni tocar, ni medir, para quienes integran Alpamanta “sí se puede percibir; y acá nosotros la podemos medir a través de diferentes estudios de laboratorio, de plantas, de suelo, y la reflejamos en la finca, en la bodega, en cada rincón”.

El diseño arquitectónico de la bodega, a cargo del estudio Japaz-Guerra, simula de frente un búho, símbolo de Alpamanta que representa la sabiduría y es el guardián de la finca. Sin embargo, la guía nos advierte que “lo que representa su arquitectura es un búmeran, porque estamos convencidos de que todo lo que damos, vuelve”.

La bodega Alpamanta vende entre 80 mil y 150 mil botellas al año. Exporta el 70% de su producción. El mercado más importante que tiene es el de Estados Unidos, le sigue Canadá y luego países nórdicos y otros europeos.

El legado de un mundo más saludable

El recorrido por sus instalaciones contempla una incógnita. Para la inauguración de la bodega, en marzo del año pasado, los accionistas -tres íntimos amigos, Andrej Razumovsky de Austria, su primo André Hoffmann de Suiza y el francés Jeremie Delecourt- crearon una “cápsula del tiempo” instalada en el punto medio exacto de las 35 hectáreas, donde se ubica en la bodega la sala mayor de degustación que está diseñada en forma espiral.

“Allí los tres accionistas de Alpamanta colocaron algo que nadie sabe qué es y que se conocerá en el 2072, dentro de 50 años; el lema de esta iniciativa es mostrar medio siglo después que ellos dejarán a sus futuras generaciones un pedazo de tierra mejor del que encontraron”, nos cuentan en el lugar.

Y queda reflejado en la charla con su director general, el “franco-menduco” Christophe Chartier. “Hay mucha competencia en Mendoza con bodegas hermosas y vinos espectaculares, nosotros somos distintos”, afirma. Y lo explica: “Buscamos que nuestros visitantes pasen la mayor cantidad del tiempo afuera para que se impregnen de la biodiversidad, de la naturaleza, de nuestra vid, de nuestros frutales, nuestros animales. Después, claro, nuestros vinos son premium y gustan mucho a los clientes, pero nos diferenciamos en esto, queremos educar, aportar una semilla a cada visitante para que se vaya de acá con el mensaje de cuidar nuestro ambiente, que desde su lugar puede hacer algo también”.

Lo que en definitiva termina demostrando Alpamanta, según Chartier, es que “en la industria del vino podemos ser un poco más cuidadosos con nuestra tierra”.

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Chartier es el director general de la bodega Alpamanta que acaba de ser reconocida mundialmente por sus prácticas sustentables.

Chartier es el director general de la bodega Alpamanta que acaba de ser reconocida mundialmente por sus prácticas sustentables.

La cúspide de la bodega se presta para abrazar este mensaje, con una vista de 360 grados a la finca que termina en la imponente Cordillera de los Andes de fondo. Y en esa panorámica se destaca el “biolago, que no es una laguna convencional sino que allí habitan diferentes microorganismos, algas que mantienen el equilibrio y la limpieza de esta naturaleza”, explica la guía. Por esta razón es que no hay peces ni aves, se mantiene de forma natural, sólo un sistema de bombas retroalimenta el agua, siendo esta biolaguna el principal reservorio de agua en caso de emergencia.

En esta bodega utilizan irrigación por goteo, con agua de pozo, tienen paneles solares, una zona de reciclaje, otra zona de tratamiento de efluentes -se recicla el 100 por ciento del agua que se ocupa tanto en producción como en limpieza del lugar-, tienen un sector de compost de grandes dimensiones para la fertilización, entre otras prácticas sustentables.

La sustentabilidad, una exigencia del consumidor

Hace tiempo que en Europa y América del Norte existen las bodegas sustentables. Y la tendencia está llegando a América Latina, de acuerdo a lo que observa el responsable de Alpamanta, sobre todo debido a las exigencias del consumidor.

“Lo vemos en nuestro mercado local más grande que es Buenos Aires, donde tenemos muchas ventas porque el cliente busca vinos elaborados de este modo sustentable; la gente cada vez más busca un vino orgánico y biodinámico como el nuestro”, dice Christophe Chartier, y destaca que “en el exterior, en los países nórdicos por ejemplo es una condición en sus pliegos para comprar que el vino sea biodinámico con certificación porque el consumidor de Suecia o de Noruega exige este tipo de productos; lo mismo nos pasa en Canadá”.

“Argentina -distingue el ingeniero- es uno de los países latinoamericanos más sensible en esta parte sustentable. Desde el mes pasado estamos abriendo tres mercados nuevos, México, Costa Rica y Brasil, y estos países recién ahora están entendiendo qué es un vino orgánico y biodinámico”.

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En barricas de roble francés, americano y sobre todo austríaco, se dan los procesos de fermentación y añejamiento de los vinos de Alpamanta.

En barricas de roble francés, americano y sobre todo austríaco, se dan los procesos de fermentación y añejamiento de los vinos de Alpamanta.

¿Por qué, entonces, una bodega de Ugarteche, Mendoza, Argentina, es premiada como la mejor bodega sustentable del mundo? “Porque el jurado vio que esto no es marketing, no es por vender más, esto nació así desde el minuto cero; eso el jurado en Lausana, Suiza, de los Best Of 2024 lo percibió y nos premió con la Medalla de Oro”, considera el director de Alpamanta.

Y expresa que para los dueños y todo el equipo que lleva adelante este proyecto vitivinícola desde Mendoza, “es un gran orgullo, porque esto de la sustentabilidad en Europa o América del Norte lo hablan a diario, pero en América Latina no es una prioridad; entonces que una bodega de América Latina, de Argentina, de Mendoza, de Ugarteche, gane este premio, nos hincha el pecho. Nos pone a nivel de nuestros colegas europeos, o de Canadá o de California”.

Para esta vigésima edición de los Premios Best Of Wine Tourism de la organización internacional Great Wine Capitals (Grandes Capitales del Mundo, red a la que Mendoza integra desde 2005), la bodega Alpamanta se presentó en dos categorías: arquitectura y prácticas sustentables. “Ganar en sustentabilidad es increíble, justo en la categoría que más nos representa, es nuestro espíritu, premiaron nuestra identidad. Los accionistas, que vienen hace casi 20 años invirtiendo en este proyecto, no lo podían creer. Estamos todos muy felices”, declara Chartier.

Alpamanta, claro está, tiene certificación internacional Ecocert en su agricultura orgánica, y certificación de Demeter Internacional en su agricultura biodinámica (algo que pocas bodegas en el mundo alcanzan), para lo cual deben pasar con éxito auditorías cada año.

Bodega abierta también con un propósito educativo

La visita a la bodega Alpamanta tiene como finalidad, además de ser una atracción enoturística, tratar de ser un centro de concientización acerca del cuidado del ambiente. Buscan que la experiencia sea distinta a las visitas guiadas en otras bodegas locales.

“Nos interesa también que los estudiantes, sobre todo de Agronomía, vengan a conocer la bodega; por eso hacemos encuentros y capacitaciones académicas acá”, aporta Chartier, su responsable. Y especifica: “En la carrera no ven aún la parte biodinámica, están formateados a la agricultura convencional, utilizando químicos. Entonces vienen acá para saber que esto también existe. Somos el nicho de un nicho, el nicho de lo orgánico que ya es un nicho del vino convencional. Por eso queremos que los estudiantes y futuros profesionales conozcan este modo de producción”.

Este propósito educativo de Chartier y el equipo de la bodega se sostiene en que “un agrónomo o un enólogo son la base profesional y científica para elaborar vinos, y deben saber que además de la elaboración convencional que ven en la facultad, también existe este procedimiento”. De ahí que Alpamanta ofrezca como espacio de capacitación para estudiantes de la Facultad de Ciencias Agrarias que transitan por sus instalaciones, en encuentros que se dan cada dos o tres meses.

“El proceso de elaboración del vino es más largo de este modo, pero lo bueno es el resultado final”, concluye Christophe Chartier.

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