Un hombre y dos mujeres

Trieja: una relación de tres en la que comparten casa, cama, sexo y proyectos

Paula se definió siempre como bisexual, aunque sólo estaba en pareja con Lucas. Como extrañaba tener vínculos con mujeres, le propuso abrir la relación y conoció a Maite. Lucas no participaba al comienzo pero, con el tiempo, se convirtieron en lo que son hoy: una trieja.

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Paula, Maite y Lucas conviven en una casa en la que recibieron al sitio porteño Infobae. Uno de sus dos perros se cruza en cámara, así que le acarician la cabeza entre todos. Mientras cuentan su historia, además, uno de sus seis gatos desfila por el respaldo. Paula, Maite y Lucas son una trieja, es decir que tienen una relación de tres personas y que hacen lo mismo que muchas parejas estables y monogámicas: duermen en la misma cama y comparten sexualidad, amor, economía familiar, cuidados de sus mascotas (tienen 8), tareas domésticas y proyectos de vida.

“Si el que cuenta la historia es Lucas, es ‘ah, sos un campeón, tenés dos novias’. Pero si la contamos alguna de nosotras es ‘¿pero no estás celosa? ¿y no es raro? La verdad es que yo lo elegí, soy bisexual, ¿entendés? No somos dos mujeres sirviéndolo todo el día, y no es él el único que está disfrutando de esto” explica Paula Binimelis (28).

Seguramente muchas personas creen que las relaciones poliamorosas son “cosas de hippies que viven en cabañas en el medio del monte”, se ríe Paula, desde su casa en la localidad de Martínez. Ella, además, viene de las llamadas “ciencias duras”: pasó por Ingeniería en Sistemas y por la licenciatura en Programación. De hecho, trabajaba en la multinacional IBM cuando conoció a Lucas.

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Su incomodidad con la “heteronorma” (la norma tácita que dice que “lo normal” es ser heterosexual) y la “mononorma” (la que dice que “lo normal” es ser monógamo) ya había aparecido cuando eran adolescentes. A los 14 años, Paula le contó a su papá que también le gustaban las chicas y empezó a elaborar una idea:

—¿Por qué tantas relaciones terminan por engaños? No sé, no me cierra engañar a otro cuando podés decirle ‘mirá, yo te re amo, tenemos una vida formada juntos, pero la verdad es que quiero probar otras cosas. Y no es que te dejo de amar, es que me gustaría probar algo que vos no podés darme o no querés porque no te sentís cómodo. Tener que elegir que todo, absolutamente todo, sí o sí te lo tiene que dar una sola persona me parece…—plantea Paula, y resopla.

—Demasiada responsabilidad— completa, a su lado, Maite.

A mediados del año 2013, Paula entró a IBM, donde ya trabajaba Lucas Sonvico (35). A él le dieron la tarea de capacitarla. Los dos tenían pareja por lo que, primero, fueron amigos. Quien habla ahora es Lucas, quien ya no trabaja en la multinacional de tecnología sino en el área de Sistemas de un banco.

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“Estuvo bueno ser amigos antes de ser pareja porque teníamos un nivel de confianza enorme. En ese tiempo ella le contó que venía de pareja en pareja (lo que se conoce como ‘monogamia serial’), y extrañaba estar con una mujer”. Se fueron a convivir enseguida y arrancaron juntos una relación de a dos. No fue de un día para el otro que hablaron, por primera vez, de abrir la relación.

Eliminar los límites

“Desde que empezamos a hablar del tema, la charla fue mutando”, continúa Lucas. “Un día era ‘quiero salir con una chica para ver qué onda o para garchar’, o lo que sea. Otro día era ‘che, ¿y vos estarías con otra mujer y conmigo?, o ‘che, ¿y si tengo una novia y un novio al mismo tiempo, ¿qué pasa?’. Fue una charla que se fue dando a través de casi dos años”. No fue nada fácil, porque hubo que desarmar toda la construcción social alrededor de la exclusividad sexual y afectiva.

“Las charlas se fueron poniendo cada vez más serias. En el momento decía a todo que sí pero cuando llegaba la hora de pasar de la teoría a la práctica era como ‘no, ni a palos’, esto es terrible”, recuerda Lucas. Ni sabían lo que era una “trieja” en ese entonces, sólo estaban haciendo los primeros acuerdos para abrir la relación en lo sexual: es decir que cualquiera de los dos pudiera tener vínculos sexuales con otras personas por fuera de la pareja.

“Hay que hablar mucho porque, a diferencia de la monogamia, es algo que tenés que ir descubriendo, tipo ‘prueba y error’”, explica Paula. “Toda la cultura está apuntada hacia la monogamia, las parejas de las películas son siempre de a dos, entonces acá tenés que ir viendo qué te pasa”. Algunas de las emociones que suelen aparecer son los miedos, las dudas, las inseguridades.

“¿Y si en realidad no lo amo?, ¿y si me enamoro de otra persona? Me daba miedo eso, que obviamente no pasó porque acá seguimos”, remarca Paula. Lucas -que también se identifica como bisexual- tuvo otros temores: “El más grande era que me dejara de necesitar, que me dejara de lado. Que sea como ‘bueno, vos te quedás en casa, yo salgo y hago la mía”. Además, si bien Lucas estaba de acuerdo con acompañar el deseo de su novia de experimentar otras relaciones con libertad, en ese entonces él “no sentía necesidad de estar con alguien más”.

Cuando hicieron sus primeros acuerdos y pusieron algunas reglas, por ejemplo, volver siempre a dormir a casa. Paula salió con algunas chicas. Mientras la pareja seguía siendo de a dos pero los límites se iban desintegrando también se animaron a probar juntos otra curiosidad que tenían: el BDSM, es decir, las prácticas consensuadas de Bondage (inmovilización), Disciplina, Dominación, Sumisión, Sadismo y Masoquismo.

“Yo había tenido parejas que, cuando les contaba qué me gustaba, me decían ‘sos una enferma’, y como Lucas siempre es re abierto dijimos ‘vamos a probar’. Fue un proceso evolutivo. Yo empecé como una persona sumisa y después me dí cuenta que me gustaba mucho más el lado dominante y el sadismo”, dice Paula.

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Lucas suma: “El BDSM también nos abrió la cabeza al ver que también había un mundo de sexualidad no tan ligado a lo afectivo. Personas que tenían sus parejas, estaban enamoradas y, a la vez, tenían encuentros sexuales de este tipo y estaba todo bien”.

En 2017 y en este esquema de “relación abierta en lo sexual”, Paula abrió un perfil en Tinder para seguir vinculándose con mujeres. Si bien Lucas lo sabía, ella no aclaró que estaba en pareja para no dar a entender que eran dos buscando un trío sexual. Del otro lado de la pantalla del celular, Maite apretó el corazón.

Mucho más que dos

Antes del día en que hicieron “match”, Maite Urquijo (31) había recorrido un camino muy diferente al de Paula. “Mi familia era súper open, pero con los terceros. O sea, en la novela se veía muy linda la parejita gay pero para mis padres ‘Dios había creado al hombre y a la mujer para que estuvieran juntos’ y los otros eran enfermos. Entonces nunca me sentí muy cómoda saliendo del clóset ni nada que se le asemeje”, cuenta la chica que trabaja en Sistemas para un laboratorio.

Maite tenía 27 años y acaba de reconocerse bisexual, pero nunca había estado con una mujer. Un amigo la había convencido de que abriera un perfil en Tinder y probara de una vez. “Y un día, aburrida, mientras esperaba que mi abuela saliera de la iglesia, abrí la aplicación y vi su perfil. Un lugar muy hermoso para abrir Tinder en busca de personas del mismo sexo”, sonríe Maite. Sólo falta que opine alguna de las ochos mascotas cuando Maite cuenta que nunca había tenido novia o novio y que la trieja es su primera relación. “Ah, metiste quinta a fondo”, “tranqui, eh”, se oye en el living.

Paula y Maite se gustaron desde ese primer encuentro en un bar y, poco tiempo después, se pusieron de novias. Es decir, Paula pasó a tener novio y novia en simultáneo. Lucas no tenía nada que ver en esa relación de ellas y, durante un tiempo, ni siquiera se conocieron personalmente.

“Hasta que un día, Paula se fue a un viaje largo de trabajo a Brasil y estaba por volver”, recuerda él. “Yo pensé: ‘si yo la extraño después de tantos años de relación, Maite, que también es su novia, se debe sentir igual, o peor’”. Entonces Lucas le mandó un mensaje a Maite para preguntarle si quería ir con él a buscar a Paula a Aeroparque. Maite dudó pero dijo “sí”. Cuando Paula bajó del avión “yo la abracé -cuenta Lucas- y apareció Maite atrás, le tocó el hombro y le dijo ‘y ¿a mí no me vas a abrazar?‘. Paula se derritió”.

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Superado ese límite, Lucas dejó de irse de casa cuando Maite venía, algo que solía hacer para darles intimidad. Estuvieron varios meses así hasta que entre Maite y Lucas también empezó a pasar algo. Y del vínculo afectivo pasaron al vínculo sexual.

“Al principio el rol de Lucas era más bien mirarnos”, cuenta Paula. Maite tampoco había tenido prejuicios con la idea de probar el BDSM, algo que no es del todo frecuente. En el BDSM hay prácticas más soft, como el uso de esposas o atarse con un pañuelo. También el “spank”, que es básicamente, darse “chirlos” más o menos fuertes con las manos, paletas de madera o fustas. Otra es la “privación sensorial”, como vendar los ojos o ponerse auriculares para no saber qué te va a hacer la otra persona. En el medio, hay prácticas donde se puede verter cera de velas especiales sobre el cuerpo (no son velas de cocina). También hay prácticas más riesgosas (por eso la importancia de acordar antes, leer muchísimo y establecer incluso “palabras de seguridad”) como las suspensiones (suspender a alguien con sogas en el aire).

“Yo he encontrado más prejuicios en la gente con el tema del BDSM que con lo de que somos una trieja”, dice Maite. Nosotros tenemos la libertad y no tenemos vergüenza de hablar sobre diferentes prácticas que pueden llegar a gustarnos. A mí, por ejemplo, me encanta la ‘privación sensorial’: que te venden los ojos, que te aten las manos. Entonces, si decimos ‘somos una trieja’ es ‘¡ay, qué lindo! ¡Qué revolucionario!’, pero me pasa de decir ‘yo tengo una relación BDSM’ y que me contestan ‘¡ay, cómo te puede gustar que te peguen!’, ‘o sea que si yo ahora te golpeo, ¿te va a gustar? Y la respuesta es no, eso no es el BDSM”.

De a poco, Lucas también empezó a ser parte activa del vínculo sexual. Se fueron a vivir los tres a la casa en la que aún hoy pasan sus días y se compraron, además, una cama de 2 metros por 2 en la que duermen juntos.

“No necesariamente tenemos que estar los tres para tener sexo”, aclara Lucas. “Tenemos confianza como para decir ‘mirá, si ustedes dos tienen ganas de estar juntos, y yo no, estén, sean felices’. A veces uno no tiene ganas y se queda leyendo, o se va de la habitación… ahora que tenemos la cama grande ni siquiera te vas de la habitación: uno se queda al costado como diciendo…”

Maite le completa la frase: “Qué lindo todo”.

Con la convivencia, se convirtieron en una “trieja”: es decir, “como una pareja, pero de a tres”, coinciden, donde todos están relacionados con todos emocional, sexual y afectivamente, y donde todos tienen los mismos derechos y obligaciones. Por el vínculo que tienen forman parte del grupo Poliamor Argentina.

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“Creo que en el imaginario social está muy arraigada la idea de que, si somos tres, esto es una orgía constante y vos entras a casa y no hay ropa”, se burla Maite. “Claro -suma Lucas-. Que si vos entras a casa, indefectiblemente, vamos a hacer una fiesta con vos incluido. Paula interrumpe: “Nadie piensa en la división de tareas del hogar. Nadie está pensando en la cantidad de ropa que hay para lavar, los platos, quién saca a los perros”.

La decisión de los tres fue no fingir en público que eran amigos. Y fue en el casamiento de un primo de Lucas que las familias se enteraron. “Habían llegado las invitaciones y eran sólo para Pau y para mí, porque mi familia no sabía. Y no me pareció copado decirle a Maite ‘che, nos vamos a una fiesta, chau, nos vemos’. Así que llamé a mi primo y le conté que habíamos abierto la pareja y estábamos saliendo con una chica. Y que estaría bueno poder ir los tres. Fue la manera más fácil de presentarla: ‘¿quién es ella?‘, ‘Nuestra novia’. Hoy no, hoy somos tres”.

“Nuestro proyecto ahora estar juntos por mucho más tiempo -cierra Lucas. “Quizás no estemos juntos, quizás agreguemos a alguien, quizás no, no se sabe. Pero a ver, sabemos que queremos tener esto que tenemos hoy: una vida de a tres”.

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