A María Fasce la seduce, como autora, proponer, en cada uno de sus relatos, un enigma de base que entretenga y provoque el interés de sus lectores para seguir la pista.
A María Fasce la seduce, como autora, proponer, en cada uno de sus relatos, un enigma de base que entretenga y provoque el interés de sus lectores para seguir la pista.
Es la técnica del policial, pero al servicio de otras temáticas. En el caso de Las vidas de Elena, su nueva novela, se trata de averiguar si su protagonista, devastada por la pérdida de su única hija, conseguirá reencontrarse con la vida. Con las ganas mismas de vivir. Con el impulso de amar, ella que confiesa no haberse enamorado nunca.
Elena es fría, distante. Se mueve por impulsos eléctricos, mecánicos, cercanos a la adicción, como el coleccionar hombres, preferentemente en las pistas de baile, en la milonga madrileña, y terminar en la cama sin demasiado rédito afectivo.
Es ilustradora. La impactan los colores. El olor de las personas. Las flores, los museos y las aplicaciones de citas.
María Fasce, una argentina radicada en España desde hace veinte años, directora editorial de los sellos Alfaguara, Lumen y Reservoir Books, dialoga con el programa La Conversación de Radio Nihuil, deslizando un piropo para Mendoza: “Una ciudad que me encanta y que le encantaba a mi madre también”.
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-Hola, María, ¿cómo está Madrid?
-Está con un clima parecido a Buenos Aires en invierno. Mucho sol, un cielo muy azul y un poco de frío, pero no demasiado.
-Vos sos argentina, pero también madrileña. Hace veinte años que vivís en España, ¿no?
-Hace veinte años. En el medio, un año volví a Buenos Aires. Pero no, yo soy argentina. Me encanta Madrid, pero soy muy argentina.
-¿Y venís cada tanto al país?
-Estuve en agosto, cuando fue publicado mi libro. Antes de la pandemia, iba cada año, al menos dos veces. Y, bueno, ahora espero volver a retomar ese ritmo.
-¿Cómo se ve Argentina desde España? Por lo menos se le ha estado prestando mucha atención, al menos en la prensa. En el diario El País han reflejado la situación escritores nuestros como Leila Guerreiro y Martín Caparrós, entre otros.
-Se vive con mucha expectación y con mucho interés. Hay muchos argentinos en España, que es un país muy acogedor, sobre todo Madrid, la ciudad donde vivo.
-¿Dónde notas más la presencia argentina?
-Los veo en muchos lugares; en mi trabajo, en librerías… todos, la verdad, muy integrados. Y esto no se lo diría a los españoles, pero, por lo menos los argentinos que yo conozco son muy brillantes y muy destacados en todo lo que hacen, en cualquier lugar donde estén, ya sea en una librería, en un restaurante, en un bar.
-¿Cuál sería la razón de eso?
-Yo creo que todas las sacudidas que tenemos, esa inquietud permanente, nos hace ser muy inventivos, con una capacidad de improvisar muy grande, que acá falta. Y también con un humor muy particular, que extraño mucho.
-¿Cuánto extrañás?
-Tampoco extraño tanto porque estoy rodeada de Argentina adonde vaya (risas).
-A la protagonista de tu libro, Elena, en un momento una amiga le pregunta si extraña Argentina y ella le responde que no extraña el Palermo de Buenos Aires sino el Palermo de Italia. Elena, se supone, debe tener bastante de vos. ¿Te pasan esas cosas?
-La protagonista, como todos mis personajes, tiene un poco de mí, afortunadamente, porque creo que Elena es un personaje muy especial, al cual cualquier persona preferiría no parecerse demasiado.
-Totalmente, de acuerdo.
-Los escritores robamos muchas cosas de muchas personas distintas. Hay que tener mucho cuidado delante de un escritor porque todo lo que se dice o se hace puede terminar en una novela (risas).
-¿Y qué pasa con el extrañamiento, entonces?
-Desde luego, eso que dice Elena no es verdad. Yo extraño el Palermo donde todavía tengo mi casa, además. Pero, bueno, a la protagonista le pasaba eso por razones de la historia particular que vivió en Palermo de Sicilia.
-Hablando de escritores, vos vivís en una esfera literaria total porque, además, sos editora de sellos importantes como Alfaguara y Lumen, sos traductora de Marcel Proust y de Modiano, etcétera. ¿Cómo te metiste en esto? ¿Quién te hizo lectora?
-Yo, desde que tengo memoria, leía. Aprendí a leer muy rápido.
-¿Cuán rápido?
-Según me contaba mi mamá, a los tres o cuatro años, porque leía los carteles, iba uniendo las letras y siempre tuve una pasión muy grande por las historias. Desde chica, por cualquier tipo de historia.
-¿Te quedaron algunos títulos de aquella época temprana?
-De los libros un poco más elaborados, por decirlo de algún modo, recuerdo muchísimo Mujercitas, por ejemplo. Recuerdo Anne, la de tejados verdes.
-¿De qué manera vivenciabas esta experiencia?
-Me pasaba, ya desde muy chica, algo que, supongo, les pasará a quienes quieren ser actores o actrices y ven en la pantalla, no sé, a Robert De Niro, a Audrey Hepburn. Yo, lo que sentía, es: quiero provocar esta sensación tan intensa que estos libros me producen a mí.
-Esto confirma tu vocación totalmente temprana.
-Siempre supe que iba a querer escribir y que iba a querer ser escritora. Eso estuvo muy presente siempre. Me acuerdo que cuando decidí estudiar Letras, al principio me asombró que en esa carrera no te recibieras de escritor.
-Fuiste una lectora precoz, pero ¿qué tipo de lectora?
-Siempre he leído con lápiz en mano y prestando mucha atención a lo que hacían los escritores. Creo que es algo parecido a lo de la gente que quiere hacer magia que, mientras mira el truco y disfruta de eso, está pensando qué hace el mago con la mano, dónde la pone, dónde está el secreto.
-¿Y de esa etapa tan intensa qué te quedó?
-La revelación más grande para mí fue Borges, a quien leí de muy joven.
-¿Qué significó Borges?
-Borges fue un doble descubrimiento, comparado con libros anteriores: el de la fuerza de una historia y el de la fuerza del lenguaje. Eso era algo que también decía García Márquez, que no había ningún otro escritor que le produjera esa explosión de los sentidos que da leer a Borges.
-¿Lo seguís leyendo?
-Leo los cuentos al menos dos veces al año. Y siempre la nueva lectura de un cuento o de un poema de Borges es superior al recuerdo que uno tiene de ese cuento o de ese poema.
-Es difícil escapar al amor de Borges…
-Es un agradecimiento inmenso que le tengo y es como si fuera casi mi religión porque, por otra parte, fue Borges el que me llevó a otros escritores desde muy chica.
-¿A quiénes, por ejemplo?
-Borges me llevó a Kafka, a Chesterton, a Conrad… Es un escritor que te amplía el universo. Y además ahora tengo la suerte de publicarlo en uno de los sellos que yo dirijo, que es Lumen.
-Vos mencionás, justamente, en tu novela que “La puñalada” es la milonga que más le gustaba a Borges.
-Por supuesto. Hay letras de milongas de Borges que hizo después Piazzolla. Y él escribió un libro muy interesante que se llama El tango en donde cuenta su origen.
-Mencionabas recién Mujercitas como una de tus lecturas juveniles más recordadas. ¿Te gustó la versión más reciente en el cine?
-La verdad que no mucho. Me gusta más la antigua. Pero eso pasa mucho con los libros que a uno lo marcaron. Es muy difícil que la adaptación esté a la altura de lo que uno imaginó. Desde luego, Mujercitas fue un libro clave para mí para querer ser escritora. Yo quería ser Jo March. Quería tener una buhardilla, cortarme el pelo para venderlo y ayudar a quien fuera.
-¿Y por qué, a esa altura, ya querías escribir?
-Porque yo creo que la literatura tiene eso tan poderoso que es emocionar, que es mi objetivo cuando escribo.
-Describinos cómo avanzás hacia ese objetivo.
-Por un lado, buscando entretener. Me preocupa mucho que el lector se meta en la historia y quiera seguir pasando las páginas.
-¿Cuál es el gancho para entretener?
-Yo construyo mis historias, aunque no hay ningún asesino ni nada parecido, como una novela policial. Es decir, las construyo de tal modo que el lector quiera seguir leyendo para averiguar algo fundamental. E, incluso, dentro de la novela hay como pequeñas intrigas que se van a ir desvelando, además de la intriga principal. Por lo tanto, entretener me parece fundamental.
-¿Y el otro ingrediente?
-El otro, que quizás hasta resulta más difícil, es emocionar. Los libros que a mí más me gustan tienen esa doble cualidad, entretener y emocionar.
-Vos hablás de libros que hagan entretener y emocionar, pero también, como en el caso de esta novela tuya, hacen doler. Toda Las vidas de Elena está apoyada sobre la muerte de la hija de la protagonista. Es un trance duro similar, por ejemplo, a Una suerte pequeña de Claudia Piñeiro o Distancia de rescate de Samanta Schweblin.
-Me halagan un montón esas referencias. De hecho, Claudia Piñeiro y Dolores Reyes tuvieron la generosidad de presentar mi libro. A las dos, en verdad, les gustó. Y no me lo han comparado con esos títulos.
-¿Adónde apuntaste inicialmente?
-Mi idea principal, el germen de la novela, es poner a un personaje en una situación muy límite. Yo me pregunté: ¿qué es lo peor que le puede pasar a una madre o a un padre? Y no me puedo imaginar nada peor que perder a un hijo. Además, aquí hay un factor que ocurre muchas veces en la vida porque se trata de perderlo, pero de una manera casi insólita, por azar.
-¿Cómo llegaste hasta aquí?
-Para mí una influencia muy directa es un escritor que admiro y en cuyo estilo trato de inspirarme, como en el de todos los grandes autores de novela norteamericana. Estoy hablando de Raymond Carver.
-¿Algún título suyo en especial?
-Carver tiene un cuento maravilloso en donde un nene es atropellado por un auto. No muere en el momento, pero queda ingresado en el hospital. Y el relato muestra esa terrible desazón.
-¿Buscaste un efecto parecido?
-Quise que no fuera una novela deprimente, que explorara el dolor, pero desde de una manera muy realista en la que, como pasa en el cuento de Carver, de pronto irrumpe el absurdo; irrumpe, incluso, el humor en determinados momentos.
-¿Y además de Carver como fuente?
-También hay otra autora que me gusta mucho, Lorrie Moore, que tiene un cuento con una situación muy particular, en donde los padres van al hospital donde tienen un nene que está ingresado.
-¿Pero cuál es tu punto de vista diferencial?
-La premisa fundamental se me apareció así: una mujer a la que le pasa algo terrible y esa tristeza, esa tragedia, por decirlo de algún modo, le produce un efecto que yo creo que es bastante común, por desgracia, en muchas situaciones de la vida. No ocurre necesariamente por perder una persona; puede ser por perder un trabajo, por perder una pareja, por una separación, por un divorcio.
-¿Qué sucede ahí, según tu premisa?
-Hay momentos, creo yo, en la vida, en donde uno siente que se salió de la vida. Adonde mira, como yo estoy ahora mirando por mi ventana, todo parece que no tiene sentido, como la gente caminando por la calle.
-¿Has vivido la situación?
-Esa es una sensación que a mí me ha pasado más de una vez. Y también me apareció, como metáfora de eso, la imagen que está en el comienzo de la novela y que todos hemos visto cuando estamos en un aeropuerto. Es cuando las valijas están dando vueltas en la cinta y de repente hay una que se cae. Normalmente se cae para el lado de adentro. Y queda ahí. Alguien la tendrá que volver a poner adentro de la cinta o rescatar.
-¿Qué significado extrajiste de esa imagen?
-Me pareció muy simbólica esa sensación. Las vidas de Elena, en realidad, sigue a un personaje que se ha salido de la vida y que tiene que volver a meterse en ella. Y lo que a mí me interesaba explorar es de qué modo uno vuelve a meterse en la vida. Qué es lo que a uno lo vuelve a meter en la vida.
-¿Qué te han dicho de esta trama?
-Vengo de tener un club de lectura muy interesante porque muchos de los participantes se sentían identificados. Por ejemplo, a algunos lo que los volvió a meter en la vida fue otro hijo; el que tuvieran otro hijo del que ocuparse. Esto no le pasa a mi protagonista.
-Seguro. Nunca encuentra o ensaya ese camino.
-Entonces tiene que ir volviéndose a meter. Ella es ilustradora. Mira el mundo en función de colores. Los cuadros son también modos de vida. O los sentidos. Y yo quería explorar eso: cómo es volverse a meter en la vida a través de los sentidos, anulando un poco la razón para intentar volver a disfrutar, aunque sea por un instante o por un momento.
-Vos decís, María, que no querías que el libro fuera deprimente. En verdad, la trama no es deprimente. Lo que deprime es la propia Elena, porque demuestra una gran falta de empatía por todo lo que la rodea, incluyendo a los hombres. Es adicta al sexo, por ejemplo, pero termina siendo casi mecánico. Reconoce, incluso, que nunca conoció el amor.
-Yo quería mostrar la evolución de un personaje que, además, es como un discapacitado emocional. No es que ahora tiene una gran tristeza y entonces es incapaz de emociones. Ella, en el pasado, también lo era.
-¿Y además qué?
-Otra cosa que a mí me interesa mucho es cualquier tipo de relaciones interpersonales, en este caso, padre e hija, amistades y, sobre todo, amor.
-El amor, sí, una clave de tu relato.
-Las historias de amor es lo que más me interesa en el cine, en la literatura, en las series. Y me gustaba esta idea, que no sé si a alguno de ustedes les pasó alguna vez, de desfasaje temporal con respecto al amor. Un amigo me dijo una vez: el gran problema del amor es el timing.
-Un gran problema… entre muchos otros.
-Y esta idea de que hay veces en que no nos dimos cuenta de que estábamos tan enamorados en ese momento. Quizás nos ha pasado de decir: en realidad, yo, de quien más enamorada estuve, fue de aquel novio de los dieciocho años. Y ahí quedó. Quedó en el pasado.
-Elena se lo plantea…
-Es esta situación tan insólita de una mujer que tuvo un encuentro totalmente azaroso. Otra de las ideas de la novela, muy fuerte, es el azar. Es decir, uno dobla en una esquina y se encuentra con una persona que le puede cambiar la vida o lo atropella un auto. O sea, cada paso que damos en nuestra vida, cada día, nos lleva a una dirección distinta.
-Los senderos que se bifurcan…
-Por eso también el tema de las vidas. Las vidas posibles. Y ella conoce a un hombre en una ciudad desconocida. Lo conoce dos días. Se acuesta con él y queda embarazada.
-La fugacidad total.
-Con ese hombre que conoció y del que nunca se dio cuenta si estaba enamorada, ¡tuvo una hija! Y dejó de verlo. Y ahí también está su mezcla de egoísmo y de discapacidad que comentábamos, porque ella, incluso, a su hija le mintió; le dijo que su padre había muerto.
-¿Por qué te parece que lo hizo?
-Procuró encontrarle una muerte que no fuera dolorosa para que la hija no sufriera. Pero inventó esa versión. Y, bueno, esa es una de las incógnitas de la novela: ¿qué pasará con ese hombre? ¿Dónde está? ¿Volverá?
-Ahora bien, Elena, cuando baila el tango, va haciendo una radiografía de los hombres con los que se encuentra. Como una especialista dice, por ejemplo, que el antebrazo es la parte más atractiva del cuerpo masculino. En otro momento le preguntan cómo le gustan los hombres. “Opacos, difíciles de leer”, responde. ¿Vos también mirás tan intensamente al género másculino?
-(Ríe) Otra vez: hay muchas ideas de la protagonista que comparto. La del antebrazo de los hombres, sí, por supuesto. Y otras que no. Pero también me interesaba jugar con algo que, creo, no está muy visto ni en el mundo ni en la literatura; y es una mujer que pueda tener esta concepción totalmente utilitaria de los hombres, como si fueran objetos; objetos sexuales; y que pudiera hasta servirse de ellos sin nunca llegar a establecer un vínculo emocional. Eso también me interesaba.
-Esto queda claro en cada página.
-Es también como una especie de coleccionista de primeras veces.
-El típico touch and go.
-Lo que más le interesa es esa primera vez en donde hay un fulgor que después se acaba. Tiene, por ejemplo, un encuentro con un hombre con el que se acuesta y acaba diciendo: me voy a acordar más de sus zapatos que de su cara.
-Llega al punto de toparse ocasionalmente con un muchachito con el que termina teniendo sexo en el baño de un bar. Algo bastante sórdido, ¿no?
-Totalmente. Esa era una exploración que yo quería llevar a fondo. Es decir, hay muchos tipos de adicciones. Ella está sumida en su dolor, pero está rodeado de personajes que también tienen su mochila de dolor a cuesta.
-Funciona por contrastes, también, la cosa.
-Es que ella hace una evolución porque, comparemos todas esas relaciones, algunas más sórdidas y otras simplemente casi mecánicas, con ese encuentro tan fugaz que tuvo en dos días. Ahí, en este último, en contraste, la relación sexual, la relación de contacto, de intimidad, es mucho más profunda.
-¿Por qué tanto énfasis en este tipo de situaciones?
-Para mí, como editora, un modo de testear una novela, un escritor, es cómo escribe las relaciones sexuales.
-¿Por qué?
-Porque es lo más lo más resbaloso, lo más difícil. Que no sea cursi, que no sea chabacano…
-Que no sea repetitivo. Le pasa al cine. Ya no saben en qué posición poner a los actores para que las escenas tengan algún atisbo de originalidad.
-Totalmente. Y por eso mismo muchos cineastas y muchos escritores las evitan, simplemente. Elipsis, punto y a otro lado. Pero a mí me gustó desafiarme en eso, en poder recrear una relación sexual en donde todo es armonioso y, espero, original.
-Pero no siempre resulta así.
-En otras ocasiones es totalmente sórdido, sí. A ver, los escritores somos un poco actores. Es decir, también me puedo imaginar o podría haber hecho que Elena fuera una adicta a la heroína y haberlo investigado o imaginado. Pero no. Me gustó jugar con la adicción a cosas que uno no está acostumbrado a concebir como adicciones.
-Otra cosa recurrente en tu relato es el tema del olor. Cada vez que va a bailar con alguien lo olfatea. Samir, su amante, le dice: “Lo primero que llega es el olor. El olfato es más veloz que el tacto en enviar su mensaje al cerebro”. Hay un testeo físico permanente, ¿no?
-Sí. Como te decía al principio, creo que los sentidos son muy importantes en general. En eso también me siento identificada con la protagonista. Pero la literatura tiene un poder enorme. García Márquez decía: yo quería ser director de cine hasta que me di cuenta de que la literatura te da muchos más elementos, porque en una película el olor no aparece.
-¿De qué manera te pusiste a explotar la veta sensorial, entonces?
-Yo quería explorar todos los matices del olor, de los colores, del tacto. Todo eso forma parte del mundo de la novela. En todos mis libros trato de que haya un campo que, para el que no lo sepa, sea un descubrimiento.
-¿Y en este caso?
-En este caso, para mí, es el tango como mundo sensorial despojado de clichés. Y ahí el olor es fundamental. Estás pegado a una persona. Y quería explorar también el sentido de la vista en todo lo que ofrece: en la pintura y en la vida misma.
-Se entiende. Ella es ilustradora.
-Ella vuelve a meterse en la vida cuando empieza a ver colores, como el rojo de las amapolas. Y eso forma parte del universo que yo quise recrear en esta historia.
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