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Fernando Musa, el cineasta, narrador y discípulo de Favio que rescató en Mendoza discursos perdidos de Evita

Como asistente del mendocino Leonardo Favio, Fernando Musa halló en nuestra provincia discursos perdidos de Eva Perón cuando hacías sus giras con el Tren Sanitario. El cordobés acaba de publicar Golpe de Ausencia

A Fernando Musa la vida le ha pasado como una película, con sus luces y sombras, sus maravillas y sus dolores. Y la manera de encontrarle un sentido acabado fue transformarse narrador.

En su etapa de formación profesional resultó determinante su relación con Leonardo Favio, que era amigo de sus padres. Fue, justamente, como su asistente, que logró el inesperado hallazgo de rescatar, en Mendoza, discursos perdidos que Eva Perón había pronunciado en sus giras con el Tren Sanitario.

Luego hizo sus propias películas (Fuga de cerebros, Chiche bombón, El grito en la sangre) y finalmente, ahora, decidió plasmar en el papel varias de las historias que mantenía atesoradas en la memoria. Ese es el fruto de Golpe de ausencia, un libro que puede ser novela o colección de cuentos. Lo mismo da.

Con alma -y talento- de guionista, llegó a un resultado íntimo y afectuoso, con anécdotas que pasan por el costumbrismo de pueblo, por las amargas huellas de la dictadura del 76, por el humor y la nostalgia, por las finas ironías y algún resabio del más allá que marcan el destino de un chico, Juancito, en su etapa de crecimiento.

Un crecer de golpe.

Cordobés de Villa María, afincado desde hace años en Buenos Aires, Musa dialoga con el programa La Conversación de Radio Nihuil.

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Golpe de ausencia, un libro que puede ser novela o colección de cuentos.

Golpe de ausencia, un libro que puede ser novela o colección de cuentos.

-Hola, Fernando. ¿Dónde te encontramos?

-Acá, en Los Cardales. Los fines de semana venimos con la familia. Hemos encontrado un lindo espacio para disfrutar de la naturaleza.

-Nos hacés acordar en este momento, por circunstancias coincidentes, a alguien que hemos entrevistado hace poco, Marco Bechis, que escribió La soledad del subversivo. ¿Lo has leído?

-No, no lo leí, pero he visto sus películas. Lo conozco. Es un gran cineasta. Garage Olimpo es una película preciosa.

-Claro. Su caso es similar al tuyo: el de un cineasta que, por fin, decide publicar un libro. Y su relato autobiográfico tiene mucho que ver con los capítulos que vos le dedicás al encarcelamiento, por parte del Proceso, del personaje llamado Chiqui, que viene siendo tu viejo, ¿no?

-Sí. En el caso de mi libro, Golpe de ausencia, está basado en emociones reales, digo yo; pasado, después, por el proceso creativo de la intermediación, donde ya la dramaturgia y otras leyes propias del lenguaje van haciendo lo suyo.

-¿De qué manera?

-Hay cosas que se van reconstruyendo, pero no necesariamente fueron así. Fue aún peor en el caso del Chiqui. Fueron cosas mucho más tremendas. Yo conté algunas pocas de ellas.

-Un dato significativo de la historia de Bechis es que él, hasta el día de hoy, arrastra la culpa de haber quedado vivo. ¿Por qué yo y no los demás?, se pregunta.

-Sí, es tremendo eso. En lo personal, yo recuerdo cuando mi viejo recupera la libertad de manera condicional. En su caso fue libertad vigilada, que era una modalidad que significaba tener un patrullero en la puerta de tu casa.

-¿Cómo le pegó eso a él?

-En los primeros días extrañaba la rutina de la cárcel.

-¡Qué fuerte!

-Para la gente que es más joven o que no se acuerda de esa época, les cuento que mi viejo estuvo dos años clandestino, secuestrado o desaparecido. Nosotros, durante un año, no supimos dónde estaba. Y durante cuatro años sospechábamos que estaba en un lugar, pero no sabíamos si era él o no era, porque no te lo decían.

-¿Cómo la fueron manejando?

-Yo me acuerdo de mi madre y de mi abuela llevando víveres, hierba, papel higiénico, cosas básicas. Y se las dejaban a un tal Omar Musa, pues pensaban que era él, pero que después resultó no serlo.

-¿Cómo evolucionó la situación?

-Después, cuando vienen de Human Rights Watch, lo pasan a disposición del Poder Ejecutivo. O sea, queda detenido oficialmente. De ahí lo trasladan a La Plata.

-Un largo y tortuoso camino.

-Él estuvo en la primera situación desde el 24 de marzo del '76 hasta el 21 de septiembre del '79. Y después estuvo con la libertad vigilada un año más.

-Fue un alivio que quedara oficializado, ¿no?

-Cuando lo pasan a la cárcel en La Plata ya era un preso político oficial y ahí ya sí tenía una rutina. Lo podíamos visitar y era toda una situación.

-¿Por qué sufrió todo esto tu viejo? ¿Cuál fue su pecado?

-Mi viejo era diputado provincial por el peronismo.

-Igual que el Chiqui de tu libro.

-Claro, igual que ese personaje. Por eso te decía, yendo un poco a la ficción: está basada en emociones reales porque el libro surge de una novela que yo alguna vez quise hacer, llamada Recuerdos de otoño y que ahora es uno de los cuentos de Golpe de ausencia.

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Fernando Musa.

Fernando Musa.

-¿Cómo se completó tu idea del libro?

-Después fui combinando algunos otros relatos y escritos que tenía de fútbol, de cosas que quise hacer y no pude. Terminó siendo un libro de cuentos entrelazados, episódicos, con algo que muy bien describiste vos en tu perfil de Instagram, es decir, cómo se va construyendo esa historia al estilo cinematográfico.

-Como decíamos al principio, el cineasta puesto a escribir.

-Es el métier que yo conozco y lo que escribí toda mi vida. No soy un escritor de literatura, sí de dramaturgia.

-Pero no se nota. Tenés un estilo muy llano, muy límpido y eso está bueno para el tipo de historias que contás. La parte del Chiqui, ligada directamente a la dictadura, es solo una parte del libro. Tu vertiente costumbrista y picaresca es muy lograda. Tus anécdotas futboleras tienen la atmósfera de Fontanarrosa.

-(Ríe) ¡Ojalá! Yo siempre leía a Fontanarrosa, a Soriano. Sus cuentos de fútbol me atrapaban muchísimo de joven. De niño soñaba con ser alguno de esos personajes, nunca con escribirlos.

-Te doy un ejemplo. Tu cuento “Pregunta indiscreta” remite a “El penal más largo del mundo”, del Negro.

-Sí, sí. Ese cuento está muy vinculado al sentimiento de Juancito, que es el personaje que va hilando todos esos relatos.

-Otro que te deja pedaleando en al aire es el de ese goleador raro, predestinado a hacer, como sea, un gol por partido y que tiene gran chance de sacar a su pobre equipo del fondo del pozo.

-Es de final abierto. Un de las cosas de las que me di cuenta, una vez que hube terminado de escribir el libro y darle formato a la estructura y todo, es de ese tono metafísico, fantástico, por llamarlo de alguna manera, que va atravesando ciertos cuentos.

-Es otro elemento muy particular, ciertamente.

-Como el del chiquito que aparece en la siesta, que juega al fútbol y que maneja tan bien la pelota. O como este cuento, del que hablabas, sobre el Titi, que tiene el don de siempre hacer un gol aun jugando mal. Es un desastre, pero la pelota como que lo busca.

-Como pasaba con Palermo, más o menos, ¿no?

-(Ríe) ¡Como Palermo! Exactamente. Pero este no es solo un libro de fútbol. Está atravesado por el fútbol, como lo estamos todos en la vida misma, ¿no? Tenemos otro cuento, el del perro llamado Inquietú, que también tiene un tono fantástico. O “El perfume de mi abuelo”, que es un cuento metafísico.

-¿De qué manera manejaste estos elementos?

-Ocurren cosas fantásticas, como le ocurre a mucha gente, ¿eh? Son un tipo de presencias, de seres que no están con nosotros, que han fallecido. Lo que pasa es que, a veces, muchos no se animan a contarlo. Yo fui tratando de poner esas experiencias.

-¿Te imaginaste este tipo de situaciones o te han pasado a vos también?

-Lo imaginé, en gran parte. Pero algunas cosas metafísicas me pasaron, aunque no así.

-¿Cómo qué, por ejemplo?

-Tengo a mi madre, que falleció en el '99 y el día del aniversario de su muerte, me acuerdo que salgo caminando a buscar comida. Iba hacia un delivery, adonde la había pedido. Y algo me dice que mire hacia abajo.

-¿Qué había ahí?

-Miro hacia abajo y en el medio de una caja negra, de esas de luz que hay en Buenos Aires, en la Capital, veo algo así como una moneda brillante. La levanto y era un centavo del año 1999.

-¿Qué le atribuís al hecho?

-Es algo sutil. Pero me pareció contundente. Yo creo en esas cosas. Lo interpreté como si ella me dijera: “Mirá, que a veces te miro, que a veces estoy”. Qué sé yo.

-¿Es una comunicación metafísica o el azar poético?

-El azar poético. ¡Qué lindo! Bueno, es la interpretación, también. Es el azar poético y uno ve lo que quiere ver.

-Tu libro está atravesado, a su vez, por un tono de nostalgia y por la recuperación de numerosos objetos del pasado. Dentro de ese tono, el relato que tiene una gran emotividad y una ternura tremenda es “El perfume del abuelo”, que acabás de mencionar.

-Sí. Es como una enseñanza, también.

-Hay un consejo magistral. El nieto necesita unos pesos para salir con los amigos y el abuelo se los apuesta tirando un cuchillo contra un árbol. Pierde, el chico, por supuesto. Entonces el abuelo le dice: “Nunca juegues cuando necesitás”. Inolvidable.

-Sí, sí. Una de las cosas que yo me propuse también fue rescatar ese tipo de juegos, ese lenguaje que teníamos en aquella época. El libro está lleno de esos guiños. O sea, un chico jugando con su abuelo a tirar un cuchillo a clavarlo en un árbol. Ese tipo de juegos ya se han perdido.

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Fernando Musa, el cineasta narrador.

Fernando Musa, el cineasta narrador.

-Olvidate…

-Hoy los chicos con los abuelos, no sé… juegan a la Play (risas).

-Tampoco se puede jugar a la pelota en la calle por razones de seguridad.

-Exactamente. Jugar en la calle, como el personaje de Juancito, que juega en el pueblito de él y también le toca jugar en los adoquines de Avellaneda. Todo ese tipo de cosas, como, también, el lenguaje, las palabras, los modismos. Yo intenté recordar cómo se decían.

-Sí, un rescate antropológico.

-Como el “velo”. Se decía, por ejemplo: “¡Velo al rengo ese!”. Era ese tipo de modismos que se usaban por lo menos en mi ciudad y que se han ido perdiendo, se han ido transformando, como el lenguaje mismo.

-Además de los personajes pintorescos que pueblan del libro hay algunos animales que son protagonistas, como el perro Inquietú, que recordaste recién. ¡O ese loro botón que les avisa a los padres cuando la chica quiere hacer de las suyas! ¿Es real el loro o te lo inventaste?

-(Ríe) Más o menos, más o menos… “Un loro muy hermoso”. Esa historia me encanta. Es fantasía. Son los cuentos jocosos que aparecen al principio, como ese o como “Cachito corazón”.

-Adorable. El del cantor gangoso que hacía su número en la pausa de los cines.

-Era un personaje mítico de mi ciudad, Villa María. Yo había escuchado esa historia.

-Típica historia de pueblo, entonces.

-Mirá qué curioso que es todo el proceso. Ese es el primer cuento que yo escribí. Yo viajo habitualmente a Villa María y alguien contó eso en una mesa de café. Y con ese relato solamente hice el cuento. Después se lo mandé a Juan Seia de El Diario de Villa María.

-¿Le gustó?

-Juan me dijo: “Te lo voy a publicar”. Y en otra versión del cuento, digamos, tipo crónica. Estoy hablando de cinco o seis años atrás. Luego, como verás, se transformó en uno de los relatos de Golpe de ausencia.

-Pero lo corregiste, ¿no?

-Lo modifiqué, lo llevé mucho más a la ficción, porque el diario, en ese momento, lo publicó con una foto del verdadero Cachito Corazón.

-O sea que el personaje es totalmente de carne y hueso.

-La historia yo no sé si fue realmente así, porque no investigué ni nada. Alguien me la contó. Me pareció algo muy gracioso y muy cinematográfico.

-En cada capítulo vas cambiando el tono. El IV, “Por su culpa”, es delicioso. Habla del pibe, de Juancito, que reza y reza sin parar, hasta que, en un momento, como la oración no tiene efecto, piensa que Dios es un hijo de puta.

-Pone en duda la fe de ese niño, ¿no? Pero lo sigue haciendo por culpa.

-Como sea, reza siempre Juancito. Hasta que un día se pregunta: “¡¿Cuántos padrenuestros, cuántas avemarías habré rezado?!”.

-(Ríe) Y hace la cuenta, sí.

-¿A vos, te pasaba? ¿Te hacían rezar de niño?

-Sí, sí, me hacían rezar. Tomé la comunión, también, e hice todo el abecé de cualquier niño de ciudad pequeña católico. Y creo que me rebelé en la confirmación.

-Lo siguiente es una formalidad, pero cabe preguntártelo. ¿Tu libro es una novela o un volumen de cuentos? Podría calificar en cualquiera de los dos rubros.

-Fue todo un dilema con la editorial, porque me plantearon lo mismo: ¿cómo lo publicamos, como cuentos o como novela?

-¿Y qué pasó?

-Yo me definí por los cuentos porque, si bien le encontré un sentido, una lógica a los relatos, fueron creados individualmente. Nacieron como cuentos. Inclusive en el último, que se llama “Italpark”, con el personaje de Juancito ya grande, en Buenos Aires, el hombre vengativo que aparece, en esa época, podría ser una mano de obra desocupada del Proceso.

-Muy sugerente, esa presencia.

-Es muy sutil, pero está ahí, pensado de esa manera.

-También podría calificar como un personaje siniestro y misterioso, propio de un cuento de terror.

-Exactamente.

-El rescate de objetos y productos del pasado también cobra gran valor de fondo como el Renault Gordini del abuelo, “Mi barba tiene tres pelos” de Gaby, Fofó y Miliki, las canciones de Carlitos Rolán, las camisas Rigar’s o las zapatillas Flecha blancas.

-El desafío era que esas cosas tuvieran un valor de utilería, como decorado, para dar contexto. Me gustaba pensarlo así, que no fuera determinante para que un chico de ahora o dentro de cinco o diez años, cuando lea el libro, no se quede fuera de lo que estoy contando. Entonces no terminan de ser protagonistas. En ese sentido hay un cuento que para mí tiene el alma de todo, que es “La tostadora de maní”.

-¿Por qué? ¿Qué significado especial le atribuís?

-Cuenta la historia de un viejo español que viene a la Argentina, en la época de la guerra y está enamorado de Eva Perón.

-Sí, eso define el carácter general de los relatos.

-Lo que yo pretendí también es contar, con anécdotas particulares, chiquitas, la historia de una época. Lo que significaba hablar de Evita en una época, porque estaba prohibido. Te podían desaparecer por eso o por tener un arma.

-Con eso bastaba, claro.

-A veces, en el interior, ustedes lo deben saber, era muy común tener un arma en la casa. Te podía entrar un zorro por el fondo, entonces la gente tenía escopetas y esas cosas. Estamos hablando de eso, no de un arma de guerra.

-Con esta mención nos hacés acordar a la entrevista que le hicimos a María Dueñas por su libro más reciente, Sira, donde cuenta cómo Evita llega a España llevando alimentos y la reciben como una reina.

-Sí, esa fue la “Gira Arcoíris”, en 1947. Lo que pasa es que el peronismo, para mí, está muy presente porque yo tuve la suerte, después de la desgracia del Proceso, que atravesó a mi familia, de conocer a Leonardo Favio, en el año '83, cuando volvió la democracia.

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El mendocino Leobardo Favio fue un gran amigo de Musa.

El mendocino Leobardo Favio fue un gran amigo de Musa.

-Vos le has dado un importante énfasis a esta relación.

-Trabajé con él muchos años, no solamente en Gatica, sino que después hicimos Perón, sinfonía del sentimiento.

-Nada menos. ¿Qué papel cumpliste en esta última?

-Yo me encargué de toda la imagen de archivo; de compilar, de buscar, de limpiar, de catalogar. Por lo tanto, ese material, los discursos de Evita, etcétera, los tengo muy muy presentes.

-Y ahí te encontraste con una perla…

-Rescatamos algo que, a veces, le da sentido al trabajo que hace uno. Leonardo, por ser Favio, había estado con Mirtha Legrand donde dijo que estábamos haciendo esto y le pidió a la gente si tenía algún material de archivo guardado.

-¿Tuvo respuesta?

-Un día nos toca el timbre en la productora un señor, Daniel Spinelli, que había sido operador de radio del Tren Sanitario. Una cosa increíble.

-¿Qué aportó este hombre?

-Me trae, en una caja, como unos rollitos de tanza en unos carretes. Y me dice: “Estas son unas grabaciones de la Señora, en el Tren Sanitario, de cuando hicimos la gira por el interior”. La señora era Evita.

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El Tren Sanitario, de Eva Perón.

El Tren Sanitario, de Eva Perón.

-¡Qué hallazgo!

-¡Claro, imaginate! Yo debo haber tenido en ese momento veinticinco o veintiséis años. Que te traigan unos carretes de tanza, de hilo, no sabía ni lo que era. No los tomé muy en serio. Obviamente los inventarié y le dije que después lo iba llamar.

-¿Favio sabía del asunto, a todo esto?

-Cuando se lo mencioné, se dio cuenta y me dijo: “¡Esto debe ser oro! Así se grababa antes. Son grabaciones de alambre”. A partir de ahí empezó la búsqueda de un reproductor.

-¡Como buscar una aguja en un pajar! ¿Cómo les fue?

-Encontramos uno. Desde Mendoza, Capital, nos mandaron una válvula de otro que estaba roto. Lo arreglamos y traspasamos todo ese material a digital.

-¿Qué aprovechamiento le dieron?

-Muchísimo de ese material no se usó y después se donó al Archivo General de la Nación. Pero lo concreto es que se rescataron discursos inéditos de Eva Perón que aún hoy la gente está descubriendo porque al archivo se puede acceder manera gratuita y pública.

-Favio, en tu libro, aparece de manera lateral. Por ejemplo, cuando, en uno de los operativos típicos de la dictadura, los soldados van requisando bienes culturales de los vecinos y terminan revoleando, en el Unimog que los trasladaba, unos discos de Horacio Guarany y de Favio, que se parten en pedazos. Los dos, muy ligados a vos, ¿no?

-Exactamente. Le decimos a la gente más joven que los dos estuvieron prohibidos en esa época. No se podía tener materiales de ellos ni de Neruda. Y eso que cuento fue realmente así. Respecto de Guarany, allá por 2006 o 2007, él estaba con una película que se llamaba Sapucay y lo va a ver a Leonardo para que la dirija.

-Cosa que no ocurrió.

-No. Leonardo no podía. Estaba con la reversión hermosa que hizo de Aniceto. Entonces le aconsejó: “Llamalo a Fernandito, al Turquito, que él te va a hacer un buen trabajo”.

-Fue entonces que te llamó Guarany. ¿Tenías algúna referencia previa de él?

-Horacio me conocía de cuando yo tenía doce años.

-¿Cómo fue eso?

-Cuando mi padre sale en libertad vigilada, el que lo trae a Buenos Aires y le da trabajo es un tal Luis Landiscrina.

-¡No te puedo creer! ¿Por qué fue?

-Porque se conocían de los festivales, de Córdoba y Luis tuvo una actitud muy generosa. En ese momento fue garante del traslado y de la libertad vigilada.

-¿Y qué hacía tu viejo en Buenos Aires?

-Administraba un estudio de grabación de radio que tenía Landriscina en el Abasto. Y venían a grabar, para los distintos programas, a veces Larrea, un tal Jorge Lanza, que era un crack del folklore o Atahualpa Yupanqui. Y entre esa gente estaba Guarany.

-¿Y vos qué pito tocabas entre esa gente importante?

-Yo era el cordobesito que les hacía el mate, les servía café, etcétera. Entonces, como lo conocía de ahí a Horacio, así surgió el proyecto que hoy me enorgullece haber dirigido porque El grito en la sangre es hermosa, con un guion muy potente, con la historia que escribió Horacio. Estoy feliz de esa película.

-Además de los discos de Guarany y Favio, los soldados se llevan de las casas, según tu relato, títulos emblemáticos como la colección completa de la Historia argentina, de José María Rosa y los Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Neruda.

-Es que mi madre siempre tuvo una biblioteca hermosa. Tenía eso, tenía García Lorca. Bueno, todo eso estaba prohibido. ¡Neruda! ¡Neruda prohibido por ser comunista! Los Veinte poemas de amor no tienen nada que ver con todo eso.

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