Dos ellos, La melancolía de los feos y Akelarre, que nos llegaron gracias al azar de la difusión periodística, sirvieron de base para la -formidable- entrevista que ofrecemos a continuación.
La melancolía habla de un hombre enano y jorobado, cuya deformidad pone a prueba toda su relación con una humanidad poco empática.
El segundo es un policial negro enriquecido por los cánones del relato de terror y el estudio de la primacía ancestral de la sabiduría femenina, algo que llegó a denominarse como brujería y que alentó innumerables hogueras, una cacería prolongada hasta nuestros tiempos.
Desde su ciudad natal, Mario Mendoza dialoga con el programa La Conversación de Radio Nihuil.
Mario Mendoza Satanàs.jpg
Satanás, el libro de Mario Mendoza.
►TE PUEDE INTERESAR: Juan M. Álvarez, cronista de la guerra colombiana: "Hay momentos en que toda la violencia me deja destrozado"
-¿Cómo está Bogotá, Mario?
-Con un invierno muy frío y con unas temperaturas bajas. Como en clima de montaña, muy de páramo.
-En tus relatos se advierte una gran relación con la Argentina. Por dar un ejemplo, En la melancolía de los feos uno de los protagonistas, un psiquiatra, viaja a nuestro país, se pasea por San Isidro siguiendo la historia de Vito Dumas, después almuerza un bife de chorizo y termina recorriendo la hermosa librería El Ateneo, donde ahora están tus libros.
-Sí. La melancolía de los feos es sobre un personaje deforme, monstruoso, que está un poco obsesionado por el mar. Y hay una gesta argentina que a mí siempre me ha cautivado mucho, que es la de Vito Dumas.
-Está muy bien desarrollada en tu novela. Recordanos lo central de esa hazaña.
-Vito Dumas es el primer hombre que le da la vuelta al mundo en solitario, sin escalas o con unas escalas realmente breves. Es una de las aventuras más sorprendentes que yo he leído.
-Obviamente, conocés su libro, ¿no?
-Yo leí Los Cuarenta Bramadores. Lo compré en una de las calles de Buenos Aires y ese libro me cambió la vida para siempre.
-¿Cuál sería el mensaje que te dejó o que te impresionó?
-Es como que en el momento en el que todo va mal, en el momento en el que las cosas no pueden estar peor, de todos modos, siempre hay alguien que nos rescata del infierno que nos muestran la ruta o el camino.
-¿En qué circunstancias le llega a él esta experiencia?
-Vito Dumas está inmerso en la mitad de toda la caída de la modernidad, de la crisis de la Segunda Guerra Mundial, etcétera. Y, sin embargo, allá en el sur, perdido, en ese fin del mundo que es un poco Argentina, alguien, de repente, empieza esa gesta maravillosa y extraordinaria. Entonces la novela le rinde un homenaje, un poco, a ese bello personaje.
-Eligiendo, un poco al azar más relaciones de este tipo, te vas encontrando con otros autores argentinos como, por ejemplo, Haroldo Conti y su novela Mascaró, el cazador americano.
-(Sonríe) Es uno de los grandes escritores, para mí, del continente. Claro, uno siempre recuerda a un Borges, a un Cortázar o a un Sabato. Pero a Conti lo tenemos un poco olvidado y es uno de los principales narradores argentinos.
-¿Qué ves en él?
-Yo creo que Mascaró es toda una lección de transformación y de mutación. Y en la mitad de una época tan banal y tan trivial como la nuestra, en donde todo el mundo está obsesionado con las redes, con el ego, con la selfies, no estaría de más recordar esa novela de Conti que es exactamente lo contrario.
-Hablando de la selfies, del ego y esas cosas, vos tuviste una actitud de rebeldía frente a las redes. En este momento no estás en ninguna red, ¿verdad?
-Yo me salí hace tiempo. Estuve en todas ellas. Estuve en Facebook, en Twitter. Pero cerré redes hace ya varios años.
Mario Mendoza.JPG
Mario Mendoza contó que cerró sus redes sociales.
-¿Por qué? ¿Qué te pasó con ellas?
-Lo hice porque me pareció una pérdida de tiempo y me pareció un lugar sumamente peligroso. Creo que las nuevas generaciones están educadas en un ego excesivo, en un narcisismo peligroso. Nosotros pertenecemos a una generación en donde la cámara fotográfica estaba diseñada para tomar las fotos del mundo: afuera, los paisajes, la otra gente.
-Y ahora no.
-A nadie se le ocurría coger una cámara fotográfica, darle la vuelta y tomarse una foto a sí mismo. De hecho, ¡era imposible! Era muy difícil. Uno no podía enfocar. La máquina no está diseñada para esa perspectiva. Está diseñada para ir hacia afuera.
-¿En qué redundó todo esto?
-Ese cambio, esa inclinación de unas cámaras que se regresan y solo existimos nosotros, es como quedar atrapados en el pronombre personal de primera persona del singular: yo, yo, yo; yo aquí, yo acá, yo allá. Y las nuevas generaciones no conocen el tú, no conocen el él, mucho menos el nosotros.
-¿Cómo lo elaboraste en tu literatura?
-Toda la novela, entonces, es como una defensa, finalmente, de ir a buscar el otro pronombre, la otra gente y salir de mí mismo porque, en el fondo, un ego pesa mucho, ¿no?, un yo es algo muy fatigante de cargar.
-Te cito a vos mismo, de la página 141 de La melancolía de los feos, cuando el psiquiatra invitado a Buenos Aires para una conferencia sobre adicciones, dice: “La sociedad ha dado un giro inquietante y hoy en día millones de personas pasan horas enteras frente al televisor o frente a las pantallas de sus computadoras, y no se dan cuenta de que son adictos y que sus cuerpos y sus mentes están siendo sometidos a presiones que lesionan su salud y su estabilidad psicológica”.
-Yo, por una pariente mía muy cercana, entré y salí muchos años de instituciones mentales, de clínicas psiquiátricas y me sorprendió que, desde el año 2010 en adelante, ciertas instituciones bogotanas o en las afueras de la ciudad empezaron a tener una sección aparte que se llamaba “nuevas adicciones”.
-¿Qué tipo de nuevas adicciones?
-No eran la cocaína, la marihuana, la heroína, el éxtasis. No. Eran chicos de dieciséis o diecisiete años, adictos a sus celulares, adictos a sus iPads. Y se trataba como si fuera una adicción, como si fuera una enfermedad tan peligrosa como el alcohol o como cualquier otro psicotrópico.
-¿Y de qué manera se abordaba esta nueva problemática?
-De hecho, a uno de los psiquiatras una vez lo escuché decir que la gran mayoría de ellos tenían el mono también.
-¿El mono?
-La expresión el mono se usa cuando a un adicto a la heroína, sobre todo, le quitamos la dosis y se retuerce en las horas de la noche, suda, no puede dormir, se vuelve irascible, etcétera. Y al comportamiento se le dice el mono porque parecen chimpancés revolcándose en la cama, ¿verdad?
-¿También los adolescentes adictos al celular pasan por ahí, entonces?
-Ese mismo comportamiento lo tienen los chicos de quince o dieciséis años cuando uno les quita el celular. Sufren de ansiedad, sufren de síndrome de abstinencia. Entonces me sorprendí mucho porque dije: prácticamente estamos rodeados de pacientes psiquiátricos todo el tiempo.
-Bueno, tu personaje contrahecho y sufriente llega un momento en que se vuelve un vicioso total: es adicto al sexo, al alcohol, a la cocaína, a la marihuana, incluso al LSD.
-(Ríe) Sí, correcto. Yo quería narrar, sobre todo, un descenso a los infiernos. Creo que el mundo contemporáneo tiene algo que se llama positividad tóxica.
-¿Cómo entendemos la positividad tóxica?
-Es todo ese mundo del tú puedes, tú lo vas a hacer; el éxito está ahí, para ti, ¡sonríe!, te espera una vida maravillosa. Y todo eso es falso, todo eso es mentira. La gran mayoría de la vida es dolor y sufrimiento. Es empuje, aguante, tenacidad, temple.
-¿Qué vuelta le diste?
-Quería una novela que fuera exactamente todo lo contrario de esa positividad tóxica. Que fuera de alguien que aguanta la tormenta como Vito Dumas cuando tiene que navegar contra todos los elementos.
-Es curioso porque vos decís, con razón, que hay que salir de las adicciones, pero tu país, Colombia, junto con México, son el símbolo mundial de las adicciones por el narcotráfico y sus derivados.
-¡Imagínate! No solamente somos los grandes carteles sino, aparte de eso, somos las guerrillas también y la violencia más alta de América Latina. Luego, es una sociedad que ha crecido en medio de traumas que no se han solucionado, a diferencia de Argentina en donde el psicoanálisis es algo normal y es una práctica social en la que todo el mundo asume la responsabilidad de revisarse a sí mismo.
-¿Y ustedes qué?
-Nosotros no. Nosotros creemos que todo está bien, que no hay problema y en realidad vas heredando ese malestar de una generación en otra.
-Acá en Argentina, al menos, se ha llegado a proponerles retos a chicos, desde los siete u ocho años, en redes como TikTok o Instagram, que, inclusive, terminaron causando muertes en algunos casos. ¿Cómo se hace para moderar el proceso desde el colegio, la familia, la psicología o quien sea?
-Es muy difícil frenar o parar una sociedad tan enfermiza y tan patológica que convierte a sus hijos rápidamente en yonquis y no se da cuenta, ¿verdad? Es muy difícil ya. La gente está demasiado contaminada.
-¿Estamos en un punto crítico, entonces?
-Hay un personaje norteamericano, el Unabomber, un tipo que puso bombas y nos alertó. Publicó incluso un manifiesto contra la tecnología que circula en las redes sociales.
-¿Qué te llama la atención de su mensaje?
-Él dijo: nos van a esclavizar, nos van a estupidizar, nos van a volver zombis pegados a una determinada tecnología que ellos van a administrar. Y tal cual. Fíjate que, para los grandes directivos de Google o de Facebook, que se han salido de todas esas plataformas, su miedo, su gran peligro, es darse cuenta de la perversidad que hay detrás.
-¿Cómo lo tomamos, en definitiva, en el plano personal?
-Si yo fuera padre, que por fortuna no lo soy, a mí no me daría miedo que mi hijo se fumara un cigarrillo de marihuana, un porro. A mí me daría miedo convertirlo en un yonqui al fondo de su habitación, pegado a una pantalla y que no saliera a conocer el mundo. Que no pudiera desprenderse en ningún momento de esas redes, me parecería sumamente perverso, sí.
-¿Te gustó la serie del Unabomber?
-¡Me encantó! Hay un documental y una serie. En cuanto a la serie (Manhunt: Unabomber), me pareció una pieza maestra, muy bien hecha.
-Vos mencionás ahora al Unabomber, pero en tu libro aparece otro personaje más cercano aún, el Súper Villano, James Holmes, un hombre de una gran inteligencia que, a modo de protesta contra el mundo, produce una masacre el día que estrenan el nuevo Batman, haciéndose llamar El Guasón.
-Exactamente. Holmes estaba cursando un doctorado en neurociencias. Era prácticamente uno de los coeficientes intelectuales más altos de los Estados Unidos de América. Y de repente entra a sangre y fuego en un teatro, en uno de los estrenos de Batman.
-Otro signo de los tiempos.
-Uno se pregunta en ese caso: ¿qué pasó? ¿A qué interdimensión ingresó Holmes a través de años y años y años de estar atrapando en esas mismas pantallas?
-¿Y? ¿Qué pasó, según vos?
-Uno deduce que buena parte de los asesinos itinerantes, los que se llaman spree killers (asesinos relámpago), son asesinos que vienen, precisamente, de esas pantallas. Vienen educados, formados emocional y sentimentalmente en lo que ven en las redes. Y Estados Unidos ya no da abasto. Ya no pueden más. Ya prácticamente tienen más de una masacre por día a lo largo de los últimos meses. Es algo escandaloso.
-¿Y qué pueden hacer?
-No creo que den con la clave porque son incapaces de hacer autocrítica.
-En el tramo dedicado a Holmes, hablás de un fenómeno psiquiátrico, poco conocido por nosotros, llamado Síndrome de Amok, que se refiere “a un ataque súbito de rabia salvaje en contra de un entorno agresivo que ha humillado o provocado con anterioridad al sujeto que lo padece”.
-Sí. Es algo sobre lo que hay que tener mucho cuidado porque proviene del bullying, proviene del matoneo sistemático y permanente de una sociedad como la nuestra.
-Un signo más de nuestro tiempo, como decíamos.
-Hay que tener cuidado con el bullying porque, en algún momento, la víctima puede despertar. Y cuando la víctima despierta, se vuelve sumamente agresiva y violenta. Yo no sé si ustedes recuerdan la masacre de Virginia Tech.
-Ocurrida en abril de 2007.
-En esa masacre, un estudiante surcoreano subió a redes varios videos pequeños anunciando lo que iba a hacer. Y en uno de ellos, él dice: bastaba con que me hubieran saludado.
-Impresionante…
-Bastaba con que me hubieran tratado bien todos los días y esto no hubiera sucedido. Entonces, a mayor desprecio, a mayor desdén, a mayor apología del éxito y del triunfo, a mayor miedo que nos quieran inocular con términos como loser, como perdedor; a mayor violencia sistemática, lo que los sociólogos llaman violencia transpolítica, de una sociedad como la nuestra, mayores spree killers vamos a empezar a ver en un lado y en el otro de todo el planeta.
-Vos mismo has dicho varias veces, en distintas circunstancias, que no conviene ser un loser. Además, hay un posteo que te cita diciendo que victimizarse está de moda y da una cantidad de “me gusta”.
-Claro, porque finalmente de lo que se trata es de lograr esos likes en las redes, pase lo que pase, cueste lo que cueste. Y yo creo que cargar un ego y tener que hacer feliz a un ego y tener que darle ciertas prerrogativas y ciertos objetivos, es muy fatigante, al punto que buena parte de esa generación está en depresión, buena parte de esa generación hace parte de lo que filósofos como Byung-Chul Han llaman la sociedad del cansancio, la sociedad de la fatiga.
-Exacto. La sociedad del cansancio (2010) es, justamente, uno de sus libros.
-Después de los termos de café y después de la Coca-Cola y después de todos los estimulantes y las metanfetaminas y de ir al gimnasio y de multiplicar tus horas de trabajo, un buen día, de pronto, no te puedes levantar de la cama; un buen día tienes fibromialgia, un buen día tienes una depresión y lo único que quieres es cerrar las cortinas, conectarte a una pantalla y prácticamente dejar de existir. Buena parte de las nuevas generaciones está en ese estado de ánimo.
-Hay, en tu trabajo, otro abordaje sobre un producto cultural determinante de nuestro, que es el de los superhéroes. Hoy la realidad es difícil de entender sin Marvel y sin DC. Y dentro de todos ellos, le dedicás una atención especial a Batman.
-Claro. Fíjate que elegí a Batman porque no tiene superpoderes. No tiene ninguno. Batman es un devenir animal, como los chamanes, de alguna manera como los brujos; como las hechiceras medievales que tenían devenires animales, eso es Batman, ¿no? Es un devenir murciélago.
-Eso y mucho más, según tu retrato.
-Pero Batman también es el hombre del Renacimiento. Es el tipo que está con sus prótesis maquínicas y que lo que hace es conectarse a sus inventos y a sus aparatos para poder desplazarse por todas las ciudades. Entonces es una mezcla como de un Leonardo da Vinci y un chamán en el centro del Amazonas en un trance animal. Y por eso yo creo que Batman es indudablemente el más fascinante de todos.
-Por otra parte, en tu novela Akelarre sos como una mezcla de Stephen King con Dashiell Hammett más Castañeda aportando sus reflexiones humanísticas y chamánicas. Está todo puesto ahí en una en un cóctel que funciona muy bien. ¿Cuál es el secreto de tu fórmula?
-(Ríe) Esa novela es el cierre de una tetralogía con un detective central que se llama Frank Molina.
-¡El pobre de Frank Molina, que sufre como un condenado!
-(Sigue riendo) Fíjate la diferencia con los detectives de tradición anglosajona, de un Dashiell Hammett, un Raymond Chandler, etcétera, que son todos inteligentes, analíticos, fríos, calculadores, se detienen en los detalles, tienen una capacidad de análisis muy superior a la del lector y eso es lo que nos sorprende siempre. Pero los detectives latinoamericanos o hispanoamericanos, porque ahí entraría también Vázquez Montalbán con Pepe Carvalho, son alucinados, trastornados, idos, melancólicos, ¡suicidas!
-¿Qué dicen estos detectives de nosotros mismos?
-Es como que América Latina no puede ser entendida sino desde ese delirio. Y yo lo que quise fue entroncar a mi detective con esa tradición latinoamericana que está en Paco Ignacio Taibo II o en un Elmer Mendoza. Y eso fue lo que Amazon Prime finalmente decidió adaptar para el cine, que se llama Los iniciados.
-¿Qué te pareció la película?
-Vale la pena. Está muy bien hecha. No lo digo por mí sino por los directores y por el productor, que hicieron un trabajo impecable.
-Perfecto. Tu detective atraviesa un montón de penurias, pero también es un tipo culto. Conoce, por ejemplo, al dedillo la historia de Jack el Destripador o los relatos de Edgard Allan Poe, lo cual le va ayudando a resolver el enigma que representa el asesino serial que se pasea por Bogotá.
-Sí. Uno descubre a Frank en una primera novela que se llama Lady Masacre. Ahí aparece y nos permite saber que es un tipo que estudió periodismo, que pasó buen tiempo en la biblioteca, es un lector solitario.
-¿Parecido a quién lo imaginaste en esa instancia?
-Yo creo que tiene rasgos del Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán que, no sé si recuerdas, al final de los relatos, siempre sacaba un libro de la biblioteca y lo quemaba.
-Sí, muy típico de Pepe.
-Hubo una cantidad de gente que criticó ese gesto. Frank es un hijo o un nieto de Pepe Carvalho, sin duda.
-Algunos de esos detectives, como el Comisario Montalbano de Camilleri, cocinan o leen, etcétera, pero, al final, todos se terminan pareciendo un poco entre ellos, ¿no?
-¿Sabes qué? Inicialmente, uno, como espectador o como lector, puede cometer un error y es creer que el detective es el opuesto del asesino o del criminal. Y no. No, no, no. Es su hermano gemelo.
-Gran bosquejo el tuyo.
-Es que, si no estuviera emparentado con el asesino, no podría dar con él. Entonces la clave fundamental de los detectives es que son outsiders. No pueden ser hombres prestigiosos, no pueden tener una familia, no son padres; no son padres abnegados a los que, los fines de semana, ves en el centro comercial comprándoles pasteles a sus hijos. No, no, no. No son eso. Son tipos aislados y marginales y, por eso mismo, es que pueden dar con el asesino finalmente.
-Claro, son almas gemelas, respiran más o menos la misma atmósfera.
-Exactamente. Están aislados. Caminan por la periferia. Están en el borde. Todo el tiempo están a punto de caerse en el abismo y por eso les queda relativamente fácil poder entender los móviles y los ritmos de vida del criminal.
-¿A partir de qué experiencia se te fue formando esta configuración tan precisa?
-En los departamentos de policía, las veces que yo he tenido acceso, siempre me encanta ver quién es el comanda, quién es el que dirige las investigaciones. Y casi siempre ese tipo tiene la vida destruida.
-Volvamos a Akelarre. Tu historia está plagada de brujas. En un momento, Frank Molina está hablando con una de ellas, que le dice: “Usted lleva la marca de Caín: los que viven acá y en otra dimensión al mismo tiempo, los que están malditos, condenados a dividirse hasta el punto enloquecerse”. Una definición muy ajustada de tu detective, ¿no?
-Totalmente. Absolutamente. En las marchas feministas contemporáneas, uno ve a las chicas, a veces, con un cartel que a mí me parece maravilloso. Ese cartel dice: “Nosotras somos las nietas de aquellas que no pudiste quemar”.
-Algo que tu libro deja en evidencia todo el tiempo.
-Ellas tienen claro que el primer movimiento feminista de la historia de Occidente son las brujas medievales, son las hechiceras, las que llevaron a la hoguera, las que torturaron, las que ahorcaron. Saben que la emancipación y, de alguna manera, la rebelión, se originaron con ellas. Por eso intenté rendirles todo un homenaje en Akelarre.
-Un contundente homenaje para ellas que, en un momento, se hacen llamar Las Hijas de la Noche. Ahora bien, esas mujeres tienen todas las virtudes, en cambio los hombres, en tu novela, quedamos como unos estúpidos, unos seres muy planos y previsibles, muy fáciles de envolver, encima.
-Fíjate que todo lo que está sucediendo mundialmente no puede ser peor y más superficial y más banal. Es un ejercicio de la testosterona, ¿no? Un tipo como Trump, un tipo como Putin, un tipo como Netanyahu; todo eso es el precario y triste festín de la testosterona. Tipos que quieren aparentar fortaleza, que quieren ser matones. Es el fracaso estruendoso de la masculinidad en el poder.
-¿Entonces?
-Entonces, yo creo que el movimiento feminista es, de alguna manera, nuestra única esperanza para podernos reunir.
-En Argentina o, por ejemplo, en España, el feminismo está pasando por un momento de auge. Pero, ¿cómo es en México o en Colombia, países que, desde lejos, tendemos a ver como más machistas?
-Muy fuerte. Es un movimiento muy combativo, que ha estado revisando una y otra vez, permanentemente, la conducta.
-¿Por qué?
-Porque, como decíamos, ahora, nosotros no solamente tenemos un heteropatriarcado, como en casi todo el planeta, sino que tenemos carteles de la droga. Y además tenemos guerrilleros. Es la lógica de los guerreros. Por lo tanto, nosotros tenemos matones, guardaespaldas, capos; gente que se sube en sus automóviles costosos y en sus camionetas blindadas con quince, veinte guardaespaldas.
-¿Cuál sería, en ese contexto, el contrapeso del feminismo?
-Es un movimiento al que le toca revisar la guerra. Le toca revisar las violaciones sistemáticas a los derechos humanos. Le toca en los procesos de paz muy duros, porque buena parte de la violencia política se ha ejercido sobre el cuerpo de las mujeres. Ellas han sido agredidas, violentadas, violadas como si fueran trofeos o como si fueran campos de guerra.
-O sea, que tiene características bastantes propias el movimiento.
-Creo que este feminismo es mucho más combativo y mucho más valiente en ese sentido porque tiene que enfrentar una guerra terrible.
-En tus novelas, Mario, vas tirando una cantidad abrumadora de datos culturales, algunos de actualidad, pero en otros te remontás a las citas bíblicas, a los Rollos del Mar Muerto, los egipcios y los griegos, hablás de los arcontes o das clases de plantas alucinógenas, pero también hay referencias al médico austríaco Franz Anton Mesmer y el magnetismo animal, etcétera. Otra vez: ¿cómo vas armando el brebaje en tu caldero?
-(Ríe) Hay algo que los lectores no saben y es que yo hice trampa
-¿Qué tipo de trampa?
-Es que tengo una tesis de pregrado. Yo estudié Filosofía y Letras y estuve muy ligado a la Academia durante muchos años. Pero mi tesis de pregrado, en la maestría, es sobre aquelarres y sobre brujas medievales. Estudié muchos años y de ahí viene toda la información que está en la novela.
-Ok, pero vos te remontás a tiempos anteriores al Medioevo. Por ejemplo, tu protagonista femenina, Leticia, ha sido, entre otras cosas, en una vida anterior, pitonisa del oráculo de Delfos.
-Es que es lo mismo. Fíjate bien que la voz de la bruja, la voz de la hechicera, viene de la Sibila griega. Es el cristianismo el que impone esa visión de lo sagrado masculino. Pero siempre lo sagrado y la conexión con lo otro fue una voz de mujer. Nunca fue una voz masculina. Esto sucede hace poco. Dos mil años en la historia de la civilización es poco.
-¿A qué obedeció este último proceso?
-Una de las grandes guerras de ese heteropatriarcado ha sido para que la mujer no asuma dos poderes fundamentales: la medicina, porque la bruja era eso, la yerbatera, la doctora, la enfermera medieval; y, por el otro lado, que no asuma tampoco el rol de lo sagrado.
Mario Mendoza3.jpg
Las obras de Mario Mendoza.
-¿Y en cuanto al cristianismo, específicamente?
-El Vaticano es un orden masculino sumamente cerrado. Es una religión de hombres para hombres. No hay una papisa, evidentemente, pero entre los cardenales tampoco entrará jamás una mujer.
-Excluida de la administración del rito.
-Una mujer no nos puede bautizar, una mujer no nos puede casar, una mujer no nos puede dar la extremaunción. Siempre, desde que nacemos hasta que morimos, estamos en manos de hombres. Y es una cosa sumamente perversa. Es una cultura muy perversa en ese sentido.
-Podemos asociar libremente esto que estamos hablando con la serie Outlander, que se desarrolla en el siglo XVIII, donde queman a las brujas, incluyendo a la protagonista, que tiene un rol de sanadora.
-Es que, repito, la lucha contra las mujeres en el mundo de la medicina era tremenda. La figura del médico es grecolatina, pero en la Edad Media lo que existía, como decíamos, era yerbatera, la partera, la que en la parte de afuera del feudo cultivaba un jardín mágico, extraordinario y maravilloso. Entonces, si alguien tenía que sufrir una amputación o si alguien se encontraba enfermo o con fiebres o algo así, acudía a esa mujer que estaba en el bosque y que cultivaba sus plantas.
-¿Quién fue por ella, en resumidas cuentas?
-A la Iglesia le dio mucho miedo que las mujeres tomaran el control de la medicina y el control de lo sagrado, de la religión. De ahí la lucha. Por eso, fíjate bien, quedaron supeditadas en el rol de las enfermeras, como si el médico fuera preponderante.
-Un rol histórico, sí.
-Todos los que hemos estado enfermos alguna vez o que hemos pasado días en una clínica, sabemos que, en realidad, el médico es irrelevante. Nosotros estamos en manos de las enfermeras. Las que realmente nos cuidan, las que realmente son importantes, son las enfermeras. Al día de hoy sigue siendo tal cual.
-A esos saberes ancestrales vos los integrás con símbolos contemporáneos. Uno de ellos, es el mencionado James Holmes. O el malogrado actor Philip Seymour Hoffman, a quien ligás con Truman Capote, etcétera. Es muy interesante, también, este montaje.
-Frank es un detective educado, sofisticado, culto, medio loco. Chiflado. Es un perdido, un loser.
-¿Como vos? ¿Frank es como vos, Mario?
-(Ríe) ¡No, no, no! Por fortuna, no. Por fortuna no me parezco a Frank, pero es un personaje que a mí me gusta mucho porque no tiene nada que perder. Y si no tiene nada que perder, por eso es tan peligroso. A Frank no hay cómo comprarlo. A Frank no hay cómo girarle un cheque, no hay cómo ofrecerle algo porque, en realidad, está más allá de todo.
-Un ángel caído, pero incorruptible.
-Creo que la peligrosidad de Frank es esa, pero también es su enorme virtud. Y en una sociedad tan corrupta y tan guerrera como la colombiana, atravesada por todas las líneas de guerra que hemos citado, pues un tipo como Frank es una flor en la mitad del desierto.
-Vos acumulás, ya, una cantidad importante de títulos en tu haber, incluyendo historietas. Ahora, gracias a Planeta, están empezando a verse en nuestras librerías. ¿Qué consejo le darías a alguien que recién empieza a conocerte? ¿Cuál es el volumen más significativo para iniciarse en la lectura de Mario Mendoza?
-Bueno, yo estuve en Argentina hace ya casi unos veinte años lanzando una novela que se llama Satanás. Con ella gané el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral en Barcelona, en el 2002.
-¿Cuál es su trama?
-Es una novela, justamente, sobre un spree killer, sobre un asesino que en Bogotá asesinó a veintinueve personas en un lapso de un solo día. Asesina, primero, a una alumna suya. Luego asesina a su propia madre y a seis personas en el edificio. Y en las horas de la noche ingresa a una pizzería, a un restaurante de comida italiana, asesina a veinte personas y al final se pega un tiro. Ese individuo era mi compañero.
-¡No! ¡Qué tremendo!
-Era mi compañero de tesis en la universidad y yo escribí una novela sobre él. Yo le diría a la gente que quizás empezara por allí, sí.
-Hace solo una semana, entrevistamos un compatriota tuyo, Juan Miguel Álvarez, premiado por sus crónicas sobre la guerra en Colombia. En un momento le preguntamos: ¿quién identifica más a tu país, como símbolo, Gabriel García Márquez, Shakira, el Pibe Valderrama o Pablo Escobar? Él señaló a Gabo y a Escobar, como el anverso y el reverso. ¿A quién elegirías vos?
-Es tan difícil porque Colombia, a diferencia de otros países, está segmentado, está roto. Digamos… la Amazonía no tiene nada que ver con la cultura que tú te tropiezas en las montañas donde está Bogotá o dónde está Medellín. Y eso no se conecta en absoluto con la costa Caribe, que es adonde pertenece García Márquez. Es otro mundo, es otro universo. Es Cartagena de Indias o La Guajira.
-¿Entonces?
-Entonces, Colombia, en realidad, son como cuatro o cinco países. Habría que empezar a buscar en esas zonas dónde funcionan estos símbolos. Pero, sí, en principio estaría de acuerdo con él. Serían las dos caras de una moneda: la de un premio Nobel de Literatura y un maestro increíble; y, por el otro lado, el infinito talento que tenemos nosotros para la ilegalidad y para la maldad.
►TE PUEDE INTERESAR: Miguel Vitagliano rescata vida, obra y época de Guillermo Hudson que, hasta hace poco, se leía en las escuelas