Juan Miguel Álvarez es un destacado cronista de la guerra que viene asolando a Colombia desde hace años. Solo entre 1985 y 2011 había causado más nueve millones de víctimas civiles.
Juan Miguel Álvarez es un destacado cronista de la guerra que viene asolando a Colombia desde hace años. Solo entre 1985 y 2011 había causado más nueve millones de víctimas civiles.
Una cifra escalofriante.
Moviéndose continuamente en ese terreno minado, Juan tiene la “fortuna” de estar vivo y, además, de permanecer en su país. Muchos de sus colegas no han aguantado la situación o las amenazas directas y han emprendido el camino del exilio.
La excusa para contactarlo es La guerra que perdimos, un conmovedor trabajo periodístico que le valió el Premio Anagrama de Crónica Sergio González Rodríguez. En el jurado que le otorgó el reconocimiento había dos argentinos de la talla de Leila Guerriero y Martín Caparrós.
Álvarez, que conoce Mendoza, es bogotano, pero vive en Pereira, desde donde dialoga con el programa La Conversación de Radio Nihuil.
- ¿Cómo es Pereira, Juan?
-Una ciudad intermedia, de unos 600.000 habitantes, históricamente ligada al cultivo de café. Ha tenido un desarrollo promedio. Tiene un aeropuerto propio, con algunas condiciones internacionales.
-¿Cómo podríamos ubicarla, en el contexto general de Colombia?
-Tiene mucha cercanía, una equidistancia con las principales ciudades de Colombia, que son Bogotá, Medellín y Cali. Básicamente está como en la mitad de las tres y moverse hacia ellas, por tierra o por aire, es muy sencillo.
-¿Cuáles son sus características distintivas, según vos?
-Es un lugar que, desde hace unos diez años, quizás menos, para acá, se está convirtiendo en un lugar de nueva residencia para gente de las grandes ciudades que ya no quiere vivir en medio del caos. Se vienen a una ciudad pequeña con menos dificultades.
-Tanto en tu perfil de Twitter como de Instagram te definís como “reportero” y como “progrocker”. ¿Qué es esto último? ¿Alude al rock progresivo?
-Sí, progresivo (risas). Somos como una especie de legión por el mundo defendiendo el rock cada vez más difícil de escuchar o más aburridor también.
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-Una rareza la tuya, porque uno, en forma automática, asocia musicalmente a Colombia con artistas como Juanes o Carlos Vives.
-Sí, por supuesto. Este país tiene unos sonidos muy tropicales, muy coloridos, muy divertidos y por eso te digo que aquí en Colombia somos muy contados los progrockers. Así que lo pongo ahí como una marca de distinción.
-Una pregunta elemental, básica. Se supone que sos un tipo valiente, con cojones, ¿no?
-¡Ah! Pues, no sé… Quizás temerario, más bien (ríe). A veces meto la cabeza sin pensarlo mucho.
-Es que, leyendo La guerra que perdimos, cada una de las historias que contás representan un peligro encubierto. Cada zona por la que te movés son como un polvorín permanente.
-Sí, claro. Entiendo la pregunta. Lo que pasa es que no me gusta responder eso tan directamente, diciendo, sí, soy valiente, porque eso me añade un autoelogio muy forzado.
-Inevitable, por otra parte. Al menos desde este lado de la comunicación.
-Yo comprendo que los lectores, en algunas ocasiones, se sientan un poco asombrados con la posibilidad o el privilegio que he tenido de entrar a lugares muy recónditos de Colombia y donde hay grupos armados que gobiernan, que atemorizan, que amenazan.
-Precisamente eso le confiere un halo heroico a tu tarea, si cabe el adjetivo.
-Pero también me toca explicar, y me siento bien haciéndolo, que el periodismo se ha provisto de una serie de mecanismos de acercamiento que le permiten a uno encontrar rutas más o menos seguras para poder que lo reciban a uno en estas zonas.
-¿Cómo es tu manera de moverte, entonces, en ese tipo de circunstancias?
-Más que yo meterme de temerario o de arriesgado a un sitio en el cual no tengo ningún control de nada, lo que hago, como te decía, es, por medio de la ayuda de unas personas, proveerme algún tipo de ruta segura. Y así pues he podido hacer este trabajo todos estos años.
-Para ponernos en un contexto más general, salió en estos días una información de Iniciativa Global Contra el Crimen Organizado Transnacional que ponía a México como el tercer país del mundo con mayor presencia del crimen organizado. ¡Pero segundo está Colombia! Como si ustedes vivieran en un campo de guerra permanente. Allí es donde vos andás, Juan.
-Eso suena muy terrible y yo entiendo que cause mucha impresión. Pero también es bueno que la gente se haga una idea un poco más completa luego de esos informes.
-¿Por qué?
-Porque los informes tienen unas cifras muy asombrosas, pero, para darte una idea, digamos que Colombia son dos países en uno. Un país, que es el urbano, el de las grandes ciudades, donde están todas las formas de vida normales que conocemos. Allí es donde está eso que llama este informe crimen organizado.
-¿Y en el otro país?
-En la zona rural lo que hay, más que crimen organizado, son grupos armados de corte más militar. Entonces, entre esos dos mundos, hay una serie de ideas distintas que uno puede entrar a negociar.
-¿De qué modo podemos entender esa diferencia, pues?
-No es lo mismo acercarse a una organización de crimen organizado que tiene en su haber, digamos, sicarios típicos, tradicionales, del narcotráfico, que a una organización de tipo militar rural que tiene combatientes entrenado para eso; o sea, hombres con otro tipo de formación.
-¿Cómo se ubican ustedes, profesionalmente, en esa realidad tan compleja?
-Lo que más o menos uno aprende en este país como periodista de estos temas es qué tipo de conceptos llevar al terreno para poder acercarse a uno o a otro. Es como una especie de formación política en torno a qué es el crimen organizado y qué buscan; y qué es el conflicto armado de grupos militares, de tal manera que uno pueda moverse de un lado al otro.
-¿Y es más o menos fácil transitar por ese laberinto?
-Te digo que tengo cualquier cantidad de compañeros, hombres y mujeres, exiliados, en este momento, de aquí de Colombia. Les tocó irse porque hay muchas amenazas.
-¿De qué tipo de exilio estamos hablando?
-De exiliados de manera forzada o de manera voluntaria. Es decir, mucha gente se ha ido porque no puede soportar más estar acá. Y otros por amenazas, finalmente.
-¿Tenés compañeros o amigos de la profesión muertos?
-Por fortuna… Bueno, decir “por fortuna” suena feo. Pero a las personas que han caído haciendo el trabajo, que las han matado por hacer su trabajo en estos años, yo no las conozco. No las he conocido personalmente.
-Pero igual terminás envuelto en el clima de esos sucesos, ¿no?
-Uno termina más o menos conociendo el entorno, conociendo lo que hacían pues, aquí en Colombia, hay unas agremiaciones de prensa que se encargan de explicar qué estaban haciendo. Se hacen alianzas. Y uno termina conociendo a esas personas, pero post mortem. Antes, no.
-Lo que asombra es la complejidad del conflicto militar porque interactúan los narcos, la guerrilla, los paramilitares, el ejército, la policía, etcétera. Mencionás, por ejemplo, textualmente, al “agricultor octogenario del Catatumbo que le usurparon la finca y le mataron tres de los cuatro hijos, uno por la guerrilla, otro por los paras y el otro por la policía”. ¡Es terrible!
- Sí. La historia de ese señor me dejó muy desbaratado. Yo estuve en la casa de él, en una ciudad al nororiente del país, limítrofe con Venezuela, llamada Cúcuta.
-¿Qué pasó ahí? ¿Cómo lo viviste?
-Estaba en su casa y me estaba contando todo, me estaba mostrando todo. Después, al día siguiente, me llevó a la zona en la que ocurrieron todos esos crímenes. Me llevó a la tierra que había sido suya y que se la habían usurpado. O sea, yo hice todo el recorrido de la vida de ese señor con él y de la mano de él. Yo quedé completamente destrozado.
-Has conocido muchas de esas experiencias, ¿no?
-La historia de ese señor no es tan excepcional. A otras familias también les ha pasado lo mismo. Todos los grupos les han pellizcado de alguna manera el núcleo familiar, se los han atacado, se los han destruido; todos los grupos, en diferentes momentos.
-¿Y esta historia del agricultor en particular qué significó para vos?
-Esa historia pensé ponerla de apertura del libro, como entrada, para mostrarles la complejidad de la cosa. Sin embargo, la historia que terminó abriendo el libro me pareció un poco más directa.
-Sí, la de doña Martha, que perdió su tierra y sus cuatro hijos.
-Entonces, para resumirte la historia del señor en cuestión, es un asunto súper extremo. No es tan fácil encontrar a una familia a la cual le haya pasado eso; aunque hay muchas, no es tan fácil encontrarlas.
-Y teniendo tantos ángulos adonde apuntar, ¿cómo se definía el hombre?
-El señor no sabía ni siquiera de qué lado ponerse, porque en Colombia es muy fácil: si la guerrilla le secuestró o le mató o desplazó a alguien, pues esa familia se pone del lado del ejército o del lado de los paramilitares. Y viceversa. Si una familia es asolada por los paramilitares, muy probablemente alguien de allí termine enrolado en la guerrilla o algo así. Digamos, es la cadena lógica del crecimiento del conflicto armado.
-Se entiende perfectamente. Pero a este señor le cayeron de todos lados.
-Claro. Que tenga víctimas en su familia de los tres grupos al mismo tiempo, eso es increíble. Así que el señor me hablaba de uno, me hablaba del otro y yo intentaba componer ese mapa en mi cabeza.
-¿Cómo te quedó el armado?
-Yo decía: esta historia es una cosa absurda. No estaba preparado emocionalmente para eso. Y entrevistándolo, básicamente, no dejaba de escurrir. No dejaba llorar. Cuando el señor lloraba, yo lloraba. Sí. Yo le preguntaba, el señor lloraba y yo lloraba. O sea, fue realmente muy fuerte para mí.
-Ahora bien, prácticamente todas tus historias son de familias rotas e igual de fuertes. Debés haber llorado, por lo menos internamente, con cada una de ellas. ¿Cómo quedaste entero, Juan?
-Esa pregunta me gusta mucho hacérmela a mí mismo porque no es tan sencillo saber que, pues, aquí sigo y que no he perdido mi salud mental. Aunque, sí, yo creo que el trabajo me ha robado buena parte de mi salud mental.
-Hacés equilibrio sobre un hilo muy fino. ¿Cómo lo has manejado, entonces?
-He tratado de hacer ciertos mecanismos de cuidado conmigo mismo. Tengo como un par de estrategias básicas. La primera es dedicarles mucho tiempo libre a hobbies.
-¿De qué tipo?
-Hobbies que me llenan mucho la cabeza, que implican pensar mucho.
-¿Cómo cuáles?
-Por ejemplo, yo juego billar a tres bandas. Y como es muy enredado, hay que estudiarlo mucho y entrenar mucho. Jugar billar a tres bandas es muy obsesivo, entonces, cuando voy a zonas apartadas, llego, hago lo que tengo que hacer y trato de alternar el trabajo con muchas horas de juego y de concentración. Eso me libera, me desestresa, me pone a hacer un montón de cosas distintas, a pensar en otras cosas.
-También estás mucho en movimiento, ¿no?
-Si, viajo. Horas de carretera. Cojo el carro y piso el acelerador y avanzo y avanzo y avanzo y avanzo y avanzo y llego a otro lugar. En otro lugar escribo, me quedo. Sigo otras horas de carretera. O sea, hay mecanismos que yo he venido aplicando para defenderme un poco.
-¿Y te has defendido, finalmente?
-Sin embargo, tengo para decir que hay momentos en los cuales toda la violencia me deja muy destrozado. Y ahora, en este último momento, la violencia internacional también me tiene muy afectado. Pero, bueno, ahí vamos.
-Aprovechando que hablamos con un colombiano de pura cepa, preguntamos al bulto, dentro del lugar común. ¿Quién representa más a Colombia: Gabriel García Márquez, Pablo Escobar, Shakira o el Pibe Valderrama? De todos ellos, ¿cuál elegirías vos como símbolo de tu país?
-¡Es que todos tienen sus elementos colombianos! La pregunta yo la debería responder en el sentido que más me pertenece, que quizás sea García Márquez. Pero resulta que Pablo Escobar también es el anverso del país. O sea, son las dos cosas. Somos las dos cosas.
-¿Por qué? ¿Cómo lo ves?
-Porque hay una idea que le ha hecho mucho daño, aquí adentro de Colombia, al discurso, al debate público, a nosotros como ciudadanía. Y es cuando le comunicamos al mundo: nosotros tenemos la autoridad moral para decir que paren la guerra contra las drogas porque nosotros hemos puesto la mayor cantidad de muertos en la guerra contra las drogas.
-Lo cual, suponemos, es así.
-Es real, nadie lo va a discutir. Pero lo que no dice esa afirmación es el lado complementario. Y es que esa gente que murió, no la vinieron a matar de Estados Unidos ni de Alemania ni del ejército de Israel ni nadie. ¡La mataron los colombianos mismos, nosotros mismos!
-Buen punto.
-Lo cual quiere decir que nosotros hemos puesto la mayor cantidad de víctimas, pero también hemos puesto la mayor cantidad de matones, de sicarios. Entonces, García Márquez funciona muy bien, representa muy bien a Colombia, pero Pablo Escobar también representa muy bien toda esa historia de dolor que hemos tenido, obvio que sí.
-Para continuar con esto, y entendiendo que te puede costar ser objetivo: ¿quiénes son peores, los colombianos o los mexicanos, Pablo Escobar o el Chapo Guzmán?
-(Ríe) Esa pregunta es bien terrible y apelo un poco a la sonrisa, a la risa nerviosa. Pues, mira, Colombia tiene todavía unas cuotas de violencia a las que México todavía no ha llegado. Para empezar, digamos que el Cartel de Medellín fue capaz de volar un avión en pleno vuelo, con 110 personas a bordo, con una carga explosiva. Lo voló en pedazos y mató a toda la gente.
-¿A qué apuntaba ese ataque?
-Iban a matar a un candidato presidencial y terminaron matando a 110 personas, porque el candidato, finalmente, no se montó en ese vuelo. Eso fue en el 89. Todavía México no ha volado un avión.
-Eso es solo un ejemplo, ¿no?
-Lo otro son los carro bombas que el Cartel de Medellín les puso a algunas estructuras importantísimas del país como al edificio de la policía de inteligencia de la época o a centros comerciales. A shopping malls donde la gente va un sábado, Pablo Escobar les ponía un carro bomba y los volaba matando a un montón de gente.
-Sí, atentados de otra envergadura.
-Digamos, México todavía no ha llegado a ese tipo de acciones de gran tamaño bélico. Tiene otro tipo de salvajismo. Por lo tanto, considero que este tipo de acciones tan masivas es un renglón pendiente que Colombia sigue teniendo por encima de los demás.
-¿Cómo viene el proceso del acuerdo de paz entre las FARC y el Gobierno? ¿Pensás que pueden llegar a una solución o es un conflicto que no va a terminar nunca, como el enfrentamiento entre Hamas e Israel?
-En general, buena parte de la ciudadanía ha sido muy pesimista y otra ha sido más o menos optimista. Digamos que el proceso de paz con las FARC terminó en el sentido más grueso del término. El grueso del grupo se desmovilizó, entregó armas. Se está reincorporando a la sociedad civil, desde hace rato. Está tratando de seguir una línea de apoyo que el proceso y el Gobierno les ha tendido.
-¿Por qué mucha gente, entonces, es pesimista?
-Es que, sin embargo, esto es muy difícil porque históricamente Colombia tiene unas zonas que no han sido controladas por el Estado y allí todavía hay mucho dinero, muchos grupos armados ilegales, muchas economías ilícitas.
-¿Pero qué es lo que más preocupa de esa situación?
-Si la gente no ve el apoyo tan claro del Gobierno, lo termina rechazando y volviéndose al monte. Otros, pues simplemente se desmarcan del proceso, entonces ya no aportan a la construcción de verdad. O sea, hay un montón de dificultades con respecto a eso.
-¿Hay, al menos, alguna esperanza de que la cosa funcione?
-Colombia hizo la paz con una sola guerrilla, la de las FARC. Pero al lado queda otra guerrilla muy, muy, muy incómoda que se llama ELN, el Ejército de Liberación Nacional, que, de hecho, se responsabilizó de haber secuestrado al papá del futbolista internacional colombiano Luis Díaz, que juega en el Liverpool.
-Digamos que, teniendo activo al ELN, sigue el problema.
-Es una guerrilla, también, súper incómoda, dañina, llena de un montón de hampones que tienen la ideología hace rato embolatada. Por lo tanto, es muy difícil. Colombia intentó hacer un proceso de paz con la guerrilla más numerosa y más antigua, pero, en medio de eso estaba el ejército combatiendo al ELN; estaban la inteligencia de la policía y la policía de asalto intentando operativos contra el crimen organizado, contra el narcotráfico urbano y citadino.
-El panorama, está visto, continúa sometido a todas sus complejidades.
-Lo que dijiste: ahora Colombia tiene una cantidad de actores armados, criminales o militares, que hacen que sea muy difícil realmente apaciguar la violencia. En resumen, lo de las FARC funcionó, pero queda un montón de grupos más por apaciguar.
-¿El crimen urbano en las grandes ciudades de Colombia es distinto del crimen de los narcos o son parientes?
-Son parientes. Es que, como el narcotráfico alcanzó tanto poder en este país, entonces en las ciudades las organizaciones criminales no solo son de narcotráfico. Es decir, el narcotráfico solamente es un negocio. Los otros negocios de las organizaciones se derivan del amplio poder criminal que ostentan. Para decirte un ejemplo común que ocurre en varias ciudades, pero donde mejor ocurre, con más dominio, es Medellín.
-¿Qué hace distintiva a Medellín?
-En Medellín, la organización de narcotráfico que quedó después del cartel de Medellín se llama La Oficina. Históricamente se ha llamado así. Le han puesto otros apellidos, pero, en general, es el sustantivo oficina el que predomina.
-¿Y a qué se dedica puntualmente La Oficina?
-Esa oficina no solamente está metida en negocios de narcotráfico. Eso es una parte. También controla otros asuntos. Por ejemplo, les cobra impuestos ilegales o extorsiones a las tiendas, a los pequeños comercios, a las panaderías, a los restaurantes, a los autobuses de transporte público. Les cobra pequeños impuestos diarios o semanales o mensuales.
-Un pingüe negocio.
-Esto hace que estas organizaciones tengan un montón de dinero de caja menor. Pero, además, lo cobran porque ejercen un control territorial sobre esos barrios. Entonces, por más que haya policía, por más que haya gobierno, estos tipos están siempre controlando otro tipo de delitos. Y así controlan también la prostitución, el tráfico de armas; controlan las apuestas ilícitas. Por ejemplo, la lotería, que todas las ciudades venden. Aquí en Colombia hay una cosa que se llama el Chance.
-No tenemos mucha idea sobre el Chance.
-El Chance tiene su versión ilegal. Es también un negocio que deja cualquier cantidad de muertos por violencia.
-En la historia reciente, ¿quién ha tenido más fierros, más armas, la guerrilla o los narcos?
-La guerrilla de las FARC llegó a tener un arsenal muy poderoso; tanto que la ONU fue su depositaria. O sea, hablamos de un arsenal de armas largas, armas de combate militar, lanzagranadas. O sea, cualquier cantidad de armamento muy pesado.
-¿Y los demás?
-Las organizaciones militares y las organizaciones criminales urbanas del narcotráfico han tenido mucho armamento, pero para el conflicto, para la guerra urbana, ese armamento es más corto. Hay fusiles también, hay armas de largo alcance, pero en general es un armamento corto, así que yo diría, sin lugar a dudas, que entre las guerrillas de las FARC y los ELN y los paramilitares, que han sido grupos de tipo rural militar, han tenido más armamento que todo el narcotráfico en Colombia.
-Cerramos la charla, Juan, con un mensaje de Carlos Abihaggle, un exministro nacional, que nos recuerda que la UNCuyo fimó, en algún momento, un convenio de cooperación con una universidad importante de Pereira.
-¡Ah, qué maravilla! Muy agradable ese dato. Mendoza es una gran ciudad, muy bella. Estuve un tiempo corto y, bueno, estaría fascinado de volver algún día. Muchas gracias, pues, por el interés, por hacerme esta entrevista y ponerme en los oídos de los mendocinos.
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