Investigación

Luis Liberti repasa los claroscuros y los débitos de la Iglesia durante los años más violentos del país

Luis Liberti es doctor en Teología, religioso, presbítero, docente y coordina investigaciones en la Universidad Católica Argentina. Es uno de los autores de "La verdad los hará libres" en el que se busca poner en claro la participación de la Iglesia durante el terrorismo de Estado

La Iglesia Católica atiende los asuntos de la religión y se ocupa del diálogo con Dios. Pero, siendo una institución humana, tiene los pies firmemente asentados en la tierra y su devenir está ligado a la historia de su tiempo.

En función de esto, la Iglesia argentina sintió que debía saldar una deuda, en muchos aspectos dolorosa: terminar de poner en claro su participación durante el periodo de mayor violencia institucional en el país. Específicamente, entre los años 1966 y 1983, que incluyó, en otras cosas, el tramo dictatorial correspondiente al llamado Proceso de Reorganización Nacional.

Un calificado grupo de especialistas dirigidos por la Facultad de Teología de la UCA (Universidad Católica Argentina) hizo un minucioso rastreo de ese tiempo específico, cuyos resultados confluyen en dos volúmenes que totalizan alrededor de dos mil páginas, bajo el título La verdad los hará libres.

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Portada del tomo 1 de La Verdad los Hará Libres.

Portada del tomo 1 de La Verdad los Hará Libres.

El subtítulo de la obra completa su sentido: La Conferencia Episcopal Argentina y la Santa Sede frente al terrorismo de Estado.

Uno de los responsables editoriales del trabajo, junto a Carlos Galli, Juan Durán y Federico Tavelli, es el doctor en Teología Luis Liberti.

Religioso y presbítero en los Misioneros del Verbo Divino, profesor en Filosofía y Ciencias de la Educación, director del Departamento de Teología Pastoral y coordinador de investigaciones en la Facultad de Teología de la UCA, entre otros atributos, Liberti dialogó sobre este delicado tema con el programa La Conversación de Radio Nihuil.

-Buen día, Luis. Hemos llegado a usted recomendados especialmente por nuestro arzobispo, Marcelo Colombo, que ponderó sus trabajos en materia historiográfica.

-No creo ser tanto florero para las flores, pero, bueno… (ríe). Bienvenidos los que confían.

-Comentando este trabajo con otro obispo amigo, Sergio Buenanueva, él nos decía que “el paso que ha dado la Iglesia es de un alcance eclesial y ciudadano inmensos”. Ustedes estarán recibiendo un poco la vuelta de todo esto, ¿no?

-Sí, en verdad, en estas últimas semanas ha habido un eco y un recorrido por algunos aspectos de ambos volúmenes que están gratamente reconociendo lo que hemos hecho y también algunas cosas que faltan, obviamente, porque siempre hay algunos temas que quedan abiertos. En semejante obra era lo previsible.

-¿Se ha reabierto algún debate sobre el tema, teniendo en cuenta que este trabajo ha sacado a la luz un montón de cosas que uno sabía o intuía, pero no de manera tan sistemática?

-En este momento, como vos decías, hemos podido tener una visión sistemática, panorámica, lo más completa que nos ha sido posible a partir de los archivos, las entrevistas, los testimonios que hemos pedido a lo largo de todos estos años.

-¿Con qué devolución?

-Va a llevar un tiempo todavía tener más reacciones, porque las primeras lecturas, ciertamente, necesitan unas relecturas, unas profundizaciones, volver sobre ciertos puntos, ver la ilación también de los temas. Es decir que esto va a llevar un tiempo porque la obra está muy estructurada. Está muy, muy organizada. Fue muy, muy discutida toda su organización.

-En una tarea que no se detiene, según sabemos.

-Ahora estamos preparando el tercer tomo que, si Dios quiere, este mes terminaremos y con eso completaremos la obra.

-Luis, ¿por qué sale este trabajo cuarenta años después? ¿Por qué cuarenta años desde 1983 y no treinta o cincuenta? ¿Qué pasó para que decidieran armar todo esto y sacarlo ahora?

-El trabajo como tal nosotros lo empezamos en el '18. Previamente a eso hay que reconocer el mensaje de una asamblea de la Conferencia Episcopal en el año '12. Era todavía presidente del cardenal Bergoglio. Allí los obispos asumen la necesidad de hacer una revisión histórica, documental, etcétera, de lo que había sucedido en este período.

-¿Qué pasó, entonces, entre 2012 y 2018?

-Se fue consultando, intercambiando, con algunos, hasta que al final lo asume la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina. Ahí se conformó el grupo que vos ves en los dos tomos.

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Luyis Liberti, teólogo y docente.

Luyis Liberti, teólogo y docente.

-Un grupo nutrido.

-Somos veintipico de autores que hemos ido trabajando y elaborando a partir de lo que te decía antes: archivos, testimonios, entrevistas, lecturas. ¡Mucha lectura!

-¿De qué tipo?

-Ha habido mucha lectura de la historia argentina, eclesial, etcétera. Esto salió en el tiempo que habíamos previsto.

-¿Una previsión de cuánto?

-Sabíamos que esta obra nos iba a llevar unos cinco años. Fue la feliz coincidencia de los cuarenta años de la democracia. Pero, más o menos, era lo que habíamos previsto cuando vimos la envergadura de lo que fuimos haciendo.

-O sea que no lo hicieron a propósito, para que tuviera un significado simbólico respecto de estos cuarenta años.

-Realmente nos salió justo (ríe). La verdad es esa. Fue el tiempo que nos demandó hacer la obra.

-Una obra muy detallista, ¿no?

-Cada capítulo fue, por lo menos, tres veces y hasta cuatro veces escrito por los autores. Y después, todavía, cuando ya decíamos que ese era el final, se lo dimos a un grupo de profesores que no tenían nada que ver con nosotros.

-¿En qué condiciones?

-Ellos sabían que estábamos haciendo esto, pero nada más. Pues bien, lo leyeron y algunos autores -me incluyo- tuvimos que revisar la cuarta o la tercera redacción. Por eso fue un trabajo muy prolongado, porque todos sabíamos lo que todos estábamos haciendo.

-Muy tamizado, se ve. Ahora bien, ¿esos profesores que hicieron la revisión casi final eran religiosos?

-No, no. Se invitó a varios laicos también, a profesores de la Universidad que no estaban en el tema, no estaban en el elenco de autores.

-Suponemos que este trabajo tan significativo habrá llegado a las manos de Bergoglio, del Papa. En ese caso sería bueno saber qué opina.

-El papa Francisco estaba al tanto porque el decano de la Facultad de Teología, el padre Carlos Galli, como va a Roma habitualmente, lo fue informando del proceso que estábamos haciendo. Pero, más que eso, no sabría decirte si el Papa ha leído la obra y qué opina. Hasta el día de hoy no tengo ninguna comunicación.

-¿Y desde el Vaticano tampoco les ha llegado algo?

- No. Todavía no.

-Preguntamos porque, entre los documentos que ustedes han podido consultar, está el Archivo corriente de la Santa Sede, ¿no?

-Es el archivo de esa época. El archivo que ha sido digitalizado para atender a todas las solicitudes por desaparecidos o presos o personas que sufrieron alguna situación de violencia. Nosotros tuvimos acceso a ese archivo de la Secretaría de Estado, no al actual. Es decir, hasta fines del '82, principios del '83.

-Mirando la historia en perspectiva, uno toma nota de la grieta en la política argentina. Pero también había una grieta muy profunda en la Iglesia. Estaban, por ejemplo, los curas que apoyaron fervientemente a los militares, como los capellanes castrenses. Y había otros que apoyaron abiertamente a la guerrilla, con la opción por los pobres, etcétera. ¿Estas distintas miradas se notaron también en los grupos de trabajo cuando abordaron la obra?

-No. No porque estos dos volúmenes no son interpretativos. Para los dos primeros volúmenes que han salido la consigna era hacer una historia, narrar una historia. Y todo lo que narrábamos tenía que estar documentado. Por eso tú verás que al pie de las páginas hay miles de citas.

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Portada del tomo 2 de La Verdad los Hará Libres.

Portada del tomo 2 de La Verdad los Hará Libres.

-¿Y después de narrar la historia cómo sigue la cosa?

-En estos dos primeros tomos se narra la historia. En el tercer tomo, que si Dios quiere terminaremos este mes, ahí sí va a haber interpretaciones de esta historia. Digamos. Pero en los dos tomos que han salido, era prohibido interpretar. Había que narrar historia. Todo documentado.

-Con una documentación muy rigurosa, según salta a primera vista.

-Para que te des una idea, el primer tomo tiene 2.500 citas a pie de página. Y el segundo tiene más de 4.100.

-Hay un capítulo muy significativo, el 8 del primer tomo, titulado “El clero, los regímenes militares y la violación de los derechos humanos” donde dice que “la diversidad de catolicismos reflejaba la complejidad social de las ideas que aquí ofrecemos en su dramática interacción”. Lo cual demuestra que estaban muy agitadas las aguas también dentro de la Iglesia, ¿no?

-Sí, obviamente. Siempre lo he dicho en todas las entrevistas. La Iglesia no puede estar aparte de la historia. Si la Iglesia está en la historia y se encarna en ella, existe. Si no se hace eso, no se encarna.

-Un concepto clave que no se repite lo suficiente.

-O sea, no se le puede pedir a la Iglesia que sea ahistórica o aséptica a la historia. En ese periodo, en ese contexto del sesenta, del setenta, con todos los cambios a nivel mundial, a nivel latino, a nivel argentino, la Iglesia vivió los claroscuros de la violencia que vivíamos, sea laico, sea cura, sea obispo, sea religioso o religiosa.

-Estamos hablando de los años sesenta. Los curas que se pusieron más cerca de los militares se fundamentaban en el concepto de la nación católica, del mundo occidental y cristiano en contraposición al marxismo. ¿Qué quedó de todo eso?

-Esa ha sido una de las interpretaciones, una de las maneras de leer la historia que, ciertamente, en el contexto que se vivía del sesenta, setenta, perduraba, Hay que tener en cuenta que, a partir del Concilio Vaticano II, ha comenzado una nueva manera de presentarnos como Iglesia en este mundo.

-¿De qué manera influyó el Concilio?

-El Concilio atraviesa el tomo uno, el tomo dos y también el tomo tres, porque es un antes y un después para nosotros como Iglesia, ¿no?

-Siguiendo el laberinto que presenta esa gran selva de dos mil páginas que constituye su trabajo, uno cae en la cuenta de que la Iglesia ha estado ligada profundamente al peronismo desde el mismo año '45, desde su comienzo. La relación con otros partidos o ideologías ha sido mucho más difusa. ¿Cómo podemos entender esto?

-Decir la Iglesia es una palabra un poco grande y hasta abstracta. No es “la” Iglesia. Habrán sido sectores o habrán sido personas o grupos u organizaciones. Pero “la” no existe, es un abstracto.

-Le recuerdo que cuando habla de Perón y de su acceso el poder, el libro dice que, entre otras cosas, contó con el apoyo de las Fuerzas Armadas y de la Iglesia. Está en los textos.

-Sí, eso está en la parte histórica que introduce al volumen uno. Era la parte de la historia que correspondía. Estamos hablando del cuarenta y pico. Hay que pensar que hubo otros vínculos siempre de la jerarquía de la Iglesia con otros gobiernos, no solamente con Perón.

-Sí, pero, de ahí en adelante, el peronismo fue un tema que, a favor o en contra, como problema o como inspiración, recorrió todo el periodo del cual estamos hablando.

-Sí, obviamente. Es así porque es parte del proceso de nuestra historia argentina.

-¿Podemos intentar analizar el verdadero rol de la Iglesia o qué pudo hacer mejor y qué pudo hacer peor en esta complicada época del país?

-Intentamos hacer una evaluación en el tomo dos. Cuando ya nos centramos en el cuerpo episcopal, no en las personas. Es decir, cuando hablamos de la Conferencia Episcopal Argentina, que es el cuerpo que reúne a todos los obispos de del país.

-¿Cómo lo abordaron?

-Ahí hemos hecho con mi colega Federico Tavelli algunas aproximaciones que no quieren ser ni absolutas ni exhaustivas. Pero sí ciertamente ahí lo hemos plasmado como cuerpo, no como individuos, porque no hemos entrado en ningún momento a juzgar a los obispos en persona sino cómo actuaron en la Conferencia.

-¿Qué sacaron a partir de ese enfoque?

-Ahí sí hemos podido observar, por ejemplo, que han optado por el diálogo personal con los gobernantes de turno. O sea, hemos relevado reuniones y reuniones y reuniones. Pero nunca quisieron hacer algo público. Eso aparece siempre en todas las asambleas plenarias, en la reunión de la Comisión Permanente, en la misma reunión Ejecutiva.

-Es decir que se hizo un minucioso seguimiento.

-Otras opciones que tomaron los obispos era no aproximarse a organismos de derechos humanos, lo que hubiera sido sumamente favorable.

-¿Qué sucedió?

-Siempre estaba el miedo de la politización de tal organismo o de tal otro, cuando algunos obispos después participaban en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos.

-Como De Nevares.

-Jaime de Nevares, concretamente. O el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos que tuvo a Jorge Novak. Y Esteban Hesayne, que andaba a mitad de caballo con todas estas cosas. Otra cosa que hemos notado, por ejemplo, es que no recurrieron a constitucionalistas, a jueces. Teniendo una Universidad Católica, no recurrieron a los profesionales para asesorarse o para dialogar.

-Lo que hubiese sido una salida intelectual.

-Claro. Pero hubo un temor a caer en políticas más sectarias. Eso se nota en el tomo dos. Ahí se puede leer todo lo que hemos sintetizado de los debates en las Plenarias, las Permanentes, la Ejecutiva. Siempre estuvo ese temor. Fue una acción un poco solitaria de los obispos, que asumieron el tema.

-Lo cual ya es bastante.

-Lo asumieron, pero sin toda esta apoyatura de laicos o profesionales o de otras instituciones o incluso de otras iglesias. Esto es con el diario del lunes, desde ya, ¿no? En fin… como dijo más de uno, había que estar en esa época…

-Así y todo, se desprende una suerte de autocrítica en el libro cuando se reconoce que la Iglesia argentina podría haber hecho algo más, como sí hizo la Iglesia chilena, teniendo en cuenta que a ambos lados de la cordillera había dos dictaduras bastante parecidas.

-Sí. Sí, sí, sí, sí. Es un débito grande, siempre como organismo colegiado, reitero, no respecto de lo que hicieron como individuos. Por ejemplo, nunca quisieron recibir ni a las Madres, que fueron, inclusive, a las puertas de las asambleas y, lamentablemente, por una votación negativa, casi casi ganaban la mayoría. Pero no.

-¿Cuál fue la otra cara?

-Esas actitudes que tuvo la iglesia de Chile. Por ejemplo, haber atendido más a los familiares de las víctimas. Ese es un débito que ha quedado.

-¿Cómo fue la conducta acá, en este punto?

-Se atendió a las demandas, a los pedidos, vía carta, vía correspondencia. Pero faltó el contacto cara a cara.

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Todos los que participaron en el libro La Verdad los Hará Libres.

Todos los que participaron en el libro La Verdad los Hará Libres.

-Mártires de la Iglesia hubo muchos, que cayeron a manos de la dictadura o de la violencia de la época. Por ejemplo, nuestro arzobispo, Marcelo Colombo, se ocupó del caso de monseñor Angelelli en La Rioja. De todo ellos, ¿cuál sería el más significativo, por alguna razón importante, como símbolo?

-Justo estamos terminando con un colega, Enrique Bianchi, un artículo que es un capítulo que vamos a publicar en el tercer tomo sobre este tema: los mártires de la violencia en la Argentina. Y un tema que vamos a abordar es, no sólo los que murieron, sino todos los que quedaron marcados por haber estado presos, por haber sido torturados. También la familia que quedó viva, pero perdió a su ser querido. Y quedó en banda. Hasta quedaba marcada, rotulada como “algo habrán hecho”.

-¿Por qué hicieron este encuadre?

-Hemos abordado con mi colega Enrique este aspecto porque también nombramos a los mártires, ciertamente, pero en nuestra sociedad creo que todo este tema ha quedado relegado. Y al día de hoy, cuando tú haces una entrevista con algún familiar, con algún ex preso, todo esto ha quedado fuertemente olvidado.

-Sí. Resultaba llamativo.

-Se trata del preso que fue vejado, que fue golpeado, que fue maltratado, al que no le dieron comida, que no le dejaban visita.

-¿Con ejemplos concretos?

-Vamos a transcribir un testimonio en el tomo tercero de un preso. Yo creo que un débito que tenemos y que todavía hay que seguir reflexionándolo, es esto: tanta gente que ha quedado dolorida, marcada por pérdidas, por la cárcel, por las torturas, por el “esto por algo habrá sido”. A la gente se la segregaba, ¿no?

-Cuando uno piensa en el cura cercano, cura de parroquia, se figura la moderación, la templanza que reconforta el espíritu, que lo apacigua. Por eso llama la atención las pasiones que se ventilaban en aquel momento, al punto de justificar la toma de las armas en cualquiera de los bandos. Por ejemplo, en el capítulo 11, donde se habla del martirio como mística y del Concilio Vaticano II, dice “¡Cómo ardía nuestro corazón!”. Y apunta el texto: “El apasionamiento no siempre fue buen consejero y facilitó las exageraciones e ingenuidades”. ¿Por qué esto, Luis?

-El grupo este que vos nombrás, que hizo lo de los consagrados, ha usado una imagen muy bella para escribirlo. Es el tema de la mística. Yo creo que es de las ideas más logradas que tenemos en esos capítulos porque, ciertamente, el Concilio creó, no solamente una letra, un documento; creó todo un espíritu nuevo de una Iglesia que salía y se encontraba con realidades de pobreza, de injusticia, de dolor. Y eso creó pasión, no solamente una obra.

-Ciertamente, es bueno tomar nota de lo que lo significó el Concilio.

-El Concilio, por lo menos aquí en la Argentina como algunos lo han recepcionado, no era solamente una acción y había que hacerlo. No. Primero estaba el reconocer lo del juicio final: me diste de comer, estaba desnudo, estaba preso.

-¿En que se tradujo, entonces?

-La lectura de lo que llamamos el juicio final de Mateo implicó una nueva manera, una nueva concepción de hacer las cosas. Y ello también llevó, ciertamente, a que algunos creyeran y optaran que eso de dar de comer o eso de dar alimento o lo que sea, tenía que ser en forma violenta. Y no solo por una pasión evangélica.

-Hicieron su interpretación particular.

-Bueno, esto es lo que sucede habitualmente con las interpretaciones, con las situaciones.

-Respecto de estas posturas, el Movimiento Sacerdotes para el Tercer Mundo tuvo un foco muy importante en Mendoza y en Córdoba. Figuran en el libro algunas citas muy ardorosas de Rolando Concatti, en aquel entonces.

-Lo que vivimos quienes estuvimos en la década del sesenta fue toda una pasión. Creíamos que el mundo le íbamos a cambiar en veinticuatro horas o en tres días (sonríe). La Revolución Francesa, Medellín para América Latina.

-Sí. Eran otras épocas.

-Hoy, vuelvo a decirlo, con el diario del lunes todo es más fácil. Pero en esta época, a mí, cuando era un adolescente, me iban tirando ideas, sugerencias, propuestas. El mundo lo cambiábamos al día siguiente.

-Carlos Abihaggle, que ha integrado el gabinete provincial y ha sido embajador en Chile, entre otros cargos, nos está escuchando y recuerda que, cuando fue detenido por los militares, cumplió un “rol importante y valiente” monseñor Maresma, lo mismo que monseñor Rey, el cura Gimeno y el padre Horn, capellán del Ejército, o sea, miembros de la Pastoral que atendieron personalmente a sus familiares. Hay cantidad de historias como esta, ¿no?

-Sí, sí. El otro día, por ejemplo, una señora que tiene dos hermanos desaparecidos me pidió opiniones. He recibido también llamados de otros curas, más mayores que yo, desde ya, dándome sus puntos de vista. La obra está creando esto que también queríamos.

-Es una obra en proceso continuo, entonces.

-Claro. Si hay otras informaciones, otros documentos, otros testimonios, dejamos abierta la puerta para que esto se siga investigando. Esto no pretende ser “la” historia. No, no, no. Es la que nosotros hemos logrado hacer con todo el trabajo, pero bienvenido todo lo que pueda continuarla, enriquecerla, etcétera.

-Luis, la charla podría estirarse al infinito porque el trabajo de ustedes tiende al infinito. Pero quedamos en contacto para cuando salga el tercer tomo, ¿le parece?

-Con todo gusto, con todo gusto.

-¿Para cuándo está prevista su aparición?

-Estamos calculando para septiembre, octubre, más o menos.

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