SociedLuciana De Luca (Buenos Aires, 1978) integra una activa y destacada corriente de la literatura latinoamericana que cada vez alcanza mayor preponderancia en estos tiempos.
SociedLuciana De Luca (Buenos Aires, 1978) integra una activa y destacada corriente de la literatura latinoamericana que cada vez alcanza mayor preponderancia en estos tiempos.
Dentro de esta ola, como ella misma subraya a continuación, estamos asistiendo a un “explosivo y muy hermoso” momento de las escritoras argentinas.
Cada una de ellas destaca por cualidades muy singulares. Las de Luciana son el estilo cuidado y minucioso, el estudio de los vínculos siniestros que atan a las personas y los lugares, la contundencia de sus descripciones, la intensidad.
Eso y mucho más tiene El amor es un monstruo de Dios, una novela breve, pero de una contundencia aplastante en torno a una mujer gigante y deforme, hundida en las miserias de un pueblo periférico, bajo la sombra de una madre terrible y con una sed de amor, de ternura, que todo lo tiñe.
Una novela con moscas, con personajes antológicos, con dioses ingratos, con porciones endiabladamente administradas de crueldad.
Aunque creció en el Litoral, Luciana ahora está en Núñez, Buenos Aires. Dice no tener onda, “en absoluto”, con el fútbol, pero sí para charlar de su oficio con el programa La Conversación de Radio Nihuil.
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-Luciana, sos parte de un colectivo muy grande de autoras que han sentado presencia en el panorama literario actual. ¿Cómo te sentís ahí, considerando que a algunas de ellas no les gusta, a esta altura, quedar señaladas dentro de una producción de género en particular?
-Un poco coincido con que es literatura, porque realmente decir si está escrita por una mujer o un hombre o lo que sea, me parece que no interesa. Por lo menos yo, que soy lectora antes que escritora, en general no me fijo en eso.
-¿En qué te fijás?
-Sí creo que eso influye en los temas, en las historias, en las maneras de contar. Y sí creo que estamos viviendo un momento muy floreciente, muy explosivo y muy hermoso de literatura escrita por mujeres en Argentina, ya desde hace un tiempo, porque hay varias autoras como Selva Almada o Mariana Enríquez.
-Sí, la lista es larga.
-Y si vamos para atrás, ahora se están recuperando libros de un montón de autoras como Venturini o Demitrópulos. Ahí hay un panorama riquísimo con escritoras muy, muy talentosas. Y en Latinoamérica también.
-¿Quiénes de Latinoamérica?
-Yo trato de leer muchas autoras contemporáneas latinoamericanas: mexicanas, colombianas, etcétera. Tengo una cantidad de favoritas a las que sigo y les voy comprando o me recomiendan. Voy a muchas librerías y reviso. Sí, es un gran momento.
-Decime una de tus favoritas. Algo espontáneo, que te salte de repente.
-Justo ayer me escribí un poquito con Lorena Salazar Masso, que escribió Esa herida llena de peces. Es un libro precioso, precioso. Daniela Tarazona, que es mexicana. Marina Closs, de acá. Me encanta su cuento “Pombero” de su último libro. Es una de las cosas más hermosas que he leído en años.
-¿Por qué? Contanos.
-Es un cuento perfecto y alucinante, sobre un personaje, además, apreciado por toda la gente que tiene cierto recorrido por el Litoral. El Pombero es algo que estaba en todas nuestras fiestas y en nuestras pesadillas. ¡Miles!
-¿Y de otro género?
-Poetas, como Laura Wittner. Bueno, no sé… seguramente me voy a olvidar de muchos y después me voy a enojar porque me olvidé. Pero, como te decía, leo a muchas mujeres, como María Sonia Cristoff, que me gusta muchísimo; a Leila Guerriero o a María Lobo, la escritora tucumana, que es brillante. Soy muy fan de mis contemporáneas -y contemporáneos- y me encanta hacérselos saber.
-Mirá qué curioso. El sábado próximo, justamente, vamos a hablar con María Sonia Cristoff sobre su libro Derroche.
-¡Ah!, ese libro es una locura. Le escribí también después de leerlo porque quedé fascinada. Ganó el premio Sara Gallardo y me pareció muy atinado, si bien había un montón de autoras muy buenas nominadas. Me puso muy feliz. Lo festejamos en casa como si hubiese sido un gol.
-Nos dejás servida la mesa para la nota.
-Es una gran escritora, increíble. La verdad es que para mí es un orgullo compartir escena literaria con colegas tan talentosas.
-Vos estás en una línea de chicas oscuras, siniestras, dicho esto como un elogio.
-(Ríe)
-Ahí ubicamos, por ejemplo, a Mariana Enríquez o Agustín Bazterrica, cuyo Cadáver exquisito fue muy impactante.
-¡Sí!
-Pues bien, la oscuridad de Agustina ejerce una fascinación especial. Vos tenés algo de eso con el pueblo lúgubre donde se desarrolla El amor es un monstruo de Dios. ¿Cómo te metés en esa atmósfera?
-Con Agustina tenemos una buena relación. Somos amigas literarias. Y a Mariana Enríquez la he leído un montón. Ellas quizás están como más orientadas al terror.
-¿Y vos?
-Yo, en general, no es que escribo de terror, pero sí hay algo bastante siniestro que atraviesa toda la escritura. Creo que lo mío está más en los vínculos siniestros. Voy a cometer un desastre psicoanalítico, pero en ese pueblo hay como una especie de sublimación de todas esas escenas, de imágenes, de personajes que vi durante mi vida, durante mi infancia y todo lo que uno después le va poniendo arriba, ¿no?
-¿Cómo es eso, en tu caso?
-Es esta cosa de la creación. Agarrás un poco de tierra, la soplás y aparece un personaje. Y un personaje monstruoso, depende de cuántos soples, es más o menos monstruoso.
-¿Qué rédito personal le sacás a este acto creativo?
-Creo que ahí la belleza, por lo menos para mí, de la escritura y de ponerme a escribir y de tener ese tiempo para armar una historia, una novela, es jugar con esa plasticidad. Es tener a mano toda esa plasticidad para hacer lo que yo quiera. Es realmente alucinante.
-Llama la atención, por otra parte, un título del colombiano Mario Mendoza que bien podría explicar tu novela: La melancolía de los feos. La gran diferencia es que el protagonista de su historia es un enano jorobado, mientras que, en tu caso, contrariamente, se trata de una mujer gigante y deforme. Pero ambos padecen la mirada torva de su entorno.
-No lo leí. Lo voy a buscar, sin dudas. Lo voy a pedir a la editorial. Pero eso me recuerda a una película que me gustaba mucho, La fiesta de las feas, donde trabaja River Phoenix y habla de esto, de la fealdad como interponiéndose, de alguna manera, en los vínculos sociales.
-Un conflicto permanente.
-Es que vivimos en una sociedad que está muy regida por los patrones estéticos y todo eso. Pero, más allá de la fealdad, a lo que más apunto es a lo desencajado, a lo que no va, a lo que no entra en el formato y al sentirse desencajado.
-Sentirse en otro lado…
-Qué pasa cuando uno se siente fuera de lugar y no hay forma. Y los demás también nos leen así, como desencajados, deformes, aunque no haya una deformidad evidente. Digo, la deformidad también puede estar adentro y ser autopercibida.
-Ahora bien, más allá de la conciencia de la protagonista sobre su fealdad, llama la atención el resto de los personajes. No hay ninguno liviano: una madre terrible, un padre inútil, etcétera. Con potentes descripciones: “Mi madre nos miraba con ojos de barro, la oscuridad le convertía la cara, soltaba el odio que se le iba armando adentro igual que se arman las tormentas que traen agua y destrucción y la basura de otra gente”.
-Muchas gracias. Sí, es la manera de escribir también. Yo no publico tanto, pero escribo hace muchos, muchos años. Fue un camino y un recorrido hasta encontrar esta voz en la que me siento cómoda y siento la libertad de poder escribir como quiero.
-¿De qué manera fuiste llevando ese proceso largo?
-Siempre fui un poco rebelde y un poco anárquica. Decía: yo voy a escribir lo que quiera y voy a hacer lo que quiera y soy muy así, con todo. Y creo que en este libro se soltaron un poco las amarras.
-¿En qué sentido se soltaron?
-En que pude eso, profundizar, como vos decís, en esta intensidad; como dejarme llevar por esta intensidad. Entendiendo que, a veces, la intensidad puede ser algo pesado, difícil, ¿no? Es, a la vez, algo bueno y malo, la intensidad.
-Lo que pasa es que los capítulos de tu novela son cortos y vas cambiando permanentemente el desarrollo de la trama. Entonces, así la intensidad no te pesa, vas desatando los nudos que se te hacen en el estómago.
-(Ríe) Claro, se trata de dar un respiro. Hay algo también en eso de los capítulos cortos y que sean de alguna manera conclusivos y que den espacio para tomar un poco de aire, porque yo también necesito aire cuando escribo y cuando pienso.
-¿Por qué? ¿Qué te pasa?
-Esa cosa como arrebatada y como si estuviera agitada cuando escribo, yo la siento de verdad.
-Por si esto fuera poco, hacés descripciones como si estuvieras filmando. Por ejemplo, este otro retrato de la madre: “Ella toda, entera, era una máquina que me tragaba y me hacía salir por la otra punta, en pedacitos, picada, molida: pelos, ojos, uñas, carne; y después me tomaba un tiempo infinito juntarme, pegando parte con parte. No quedaba nunca igual”…
-Es la transmisión de esta idea. Una manera de ver el mundo también. Cómo explicar las heridas del amor materno de este personaje, cómo se ofrece a su madre para que ella una y otra vez la destruya; o sea, muchas veces se acerca buscando algo, buscando amor, y la destruye. Y esta destrucción se vuelve como la moneda de cambio de esa familia.
-Un clima general del relato.
-Hay ahí como una cosa muy de trance, de dejarse llevar por esta música y por este ritmo y por esta intensidad. Un poco responde a eso.
-Algo notable que hemos comprobado este año es que muchas de las autoras que hemos entrevistado tienen, en sus historias, un rollo tremendo con la madre. ¿Qué está pasando con las madres?
-(Ríe) Quizás es un tema ya histórico, ¿no? En realidad, lo que viene pasando es que son los vínculos primarios que a veces salen bien y a veces salen mal. El tema es que cuando salen mal, salen muy mal.
-Se nota a la legua.
-Justamente, mi marido también es escritor y estábamos hablando de libros, como casi todo el tiempo en nuestra vida. Resulta que yo ya estoy escribiendo otra cosa y él me decía: “Fijate que en la primera novela y en la segunda y en la tercera, la relación con la madre es central. Y no te podés salir de eso”.
-¿Viste! ¿Qué le respondiste?
-Claro, le dije. Evidentemente no. Será el tema. Igual, hay un montón de autores que dicen eso de que hay varios temas universales sobre los que vamos escribiendo: sobre el amor, sobre las relaciones filiales; sobre las relaciones paternas, maternas, los hijos. Y, bueno, cada uno los va recorriendo desde la perspectiva que puede y que tiene ganas.
-De la madre, que es tremebunda, pasamos al padre, que es la nada misma y lee sobre la Revolución Francesa. Lo pintás así: “Mi padre se escondió atrás de todo lo que diera sombra. Y así pasó de hombre a sombra, y de sombra a desesperado, de desesperado a suicida, y de suicida a fantasma”. Soberbio.
-(Sonríe) Está buenísimo. No había pensado así lo de la Revolución Francesa. Cómo él lee las revoluciones para nosotros y no puede hacer la suya propia. Una revolución diminuta y muy fundamental, y no la puede hacer. Entonces es un hombre que se disuelve en las revoluciones ajenas.
-A todo esto, hay otra coincidencia llamativa. El sábado pasado entrevistamos a Patricio Pron a propósito de La naturaleza secreta de las cosas de este mundo, un precioso libro.
-Lo he leído a Pron y me encanta. A ese justo todavía no lo leí.
-Él arma su historia en torno a dos personajes, Olivia, que perdió a su padre, y Edward, que es el padre desaparecido en extrañas circunstancias. En tu libro pasa algo similar: el padre de la narradora se esfuma, no se sabe bien porqué y hasta se ponen a llenar de piedras el ataúd para que tenga un peso conveniente en el velorio.
-(Ríe) Menos mal que aquella historia salió después porque si no me iba a preocupar. Es como te digo. Hay temas universales. Pero sí, justo me entrevistó una periodista y hablamos del cajón y de toda una experiencia personal y fuerte con eso. Son esas experiencias que te marcan.
-Regresando al asunto de la fealdad de tu mujer gigante, ¿pensás que están desapareciendo poco a poco los estereotipos de belleza? ¿La lindura y lo bonito están desregulados o sigue siendo una parte fundamental cómo te ven a la hora de entablar una relación?
-Me parece que sí hay una regulación desde la calle hacia arriba. Me parece que todavía los medios, la moda y todas las industrias que regulan nuestro consumo de la belleza siguen bastante regidos, en un principio, por los estereotipos habituales. Sí me alegra infinitamente salir a la calle y ver gente con todo tipo de cuerpos, tamaños, formas e identidades luciendo sus bellezas como quieren y pueden. Me parece espectacular.
-Pero queda un largo camino por recorrer.
-Creo, igual, que sí, todavía seguimos muy atravesados por la mirada del otro. La mirada del otro es algo de lo que no sé si nos vamos a poder despojar en algún momento. Es el otro mirándonos y es el otro reconociéndonos y dándonos el lugar.
-¿Cómo funciona eso?
-El otro te mira y, de alguna manera, empezás a tener cierta existencia. Digo, más allá del amor propio y de lo que uno desarrolla en su vida propia, sin embargo el otro es el que te pone en un lugar; de alguna manera es el que te termina dando una identidad, para bien o para mal.
-Exacto, es una identidad ambivalente.
-Pueden ser el prejuicio, la desvalorización, la cancelación, hablando en términos actuales. O más en términos de reconocerte, de verte. Te veo, te miro y, a partir de ahí, te considero.
-Otra asociación libre en torno a tu novela. Al principio, las moscas toman posesión del pueblo, lo que aterra y preocupa a los lugareños. Se crea una tensión parecida a la película Los pájaros, de Hitchcock.
-(Ríe) Sí, sí, sí. Esa escena es aterradora. Creo que, desde que la vi, no la olvidé nunca más. Hay algo de eso, claro. Y te voy a decir algo muy ridículo y gracioso: en este momento tenemos una invasión de abejas en mi casa. ¡En pleno Núñez! No tiene ningún sentido, nunca había pasado.
-Increíble que te pase eso precisamente a vos.
-Y tenemos una invasión de abejas justo en el lugar donde escribo. Llamémoslo coincidencia, porque no me animo a pensar otra cosa más sobrenatural.
-¿Estás segura?
-Hay, sí, una cosa de la naturaleza invadiendo. Uno que es todo antropocéntrico y creyente en la ciencia, y de repente aparecen unos bichos chiquititos y la vida se trastorna para siempre.
-No podés quejarte. Al principio de tu novela, ante la invasión de moscas, ponés: “No sirven los mosquiteros. Ni las palmetas. Ni los espirales. Nada sirve cuando lo que tiene que pasar, pasa y viene con fuerza salvaje, juntando brío desde el horizonte, atropellando la voluntad”. ¡¡Vos llamaste a las abejas!!
-(Ríe) No sabés la cantidad de mensajes de amigos, conocidos, lectores y desconocidos que me dijeron: eso es tu libro. ¡Qué miedo! Voy a tratar de ver qué escribo ahora, porque ya no me está haciendo mucha gracia.
-Totalmente. Visto el resultado, hay que medir muy bien el próximo paso.
-Bueno, sí, esto es de alguna manera simbólico. Lo vivimos todos en la pandemia. Cuando tiene que pasar algo catastrófico, pasa y uno puede poner rejas, espirales, barbijos; puede tratar de modificar los efectos, pero… nada. De alguna manera el destino viene. Y atropella.
-¿Tenés algo de bruja, Luciana? La pregunta vale porque estás produciendo fenómenos en la naturaleza.
-Espero que no. Aunque estoy teniendo dudas. Además, soy muy de la ciencia, muy atea y cabeza dura, pero últimamente estoy empezando a tener miedo (ríe).
-Si lo leés a Mario Mendoza, te vas a dar cuenta de la fascinación que siente por las brujas, sobre todo en Akelarre.
-A mí me encantan, me encantan, sí, me encantan las brujas. Lo voy a leer a él, pero, por otra parte, hace poco leí Todos saben que tu madre es una bruja, de Rivka Galchen. Es la historia de la madre de Johannes Kleper. Un libro con mucho humor, precioso. Además, tengo escritos libros infantiles. Uno es Nunca vi una bruja, así que algo debe haber ahí que no estoy queriendo ver (sonríe).
-Volviendo a tu novela en cuestión, decís en un momento que “las moscas zumban y alumbran un do hondo, metálico”, mientras que el vuelo de los mosquitos es “un si que es ola que crece, ahoga”. ¿De dónde sacaste esto?
-Yo estudié muchos años de música. Estudié piano desde muy, muy chiquitita, teoría y solfeo, rendí en conservatorio. Era una pequeñita intérprete. Pero nunca fui compositora ni nada. Tengo un hermano músico que es muy bueno.
-O sea que conocés el oficio entrañablemente.
-La música es súper importante en mi vida. Entonces, en esto de la cuestión de las notas y de la entonación musical, me puse a jugar con el piano que tenemos en casa y a probar cómo zumban las moscas. Y esa fue mi conclusión, que puede estar completamente equivocada. Pero, bueno, fue mía (ríe).
-Vos te definís como una “lectora desquiciada”, así, literalmente, y muy entusiasta también. Se supone que en tu mesa de luz debe haber una torre de libros por leer. ¿Qué, por ejemplo?
-Ahora hay abejas (risas).
-¡Abejas! ¿Solo eso?
-Sí, abejas. Pero en este momento estoy terminando Desintegración en una caja, de Sebastián Martínez Daniell, que acaba de publicar editorial Marciana. Es un libro espectacular, lo recomiendo muchísimo. Sebastián es docente en la Universidad Nacional de las Artes. Tiene otra novela, Dos sherpas, que fue traducida al inglés y es muy reconocida.
-¿Y hacia adelante qué hay?
-Para leer tengo Las niñas del naranjel, de Gabriela Cabezón Cámara que me gusta mucho, mucho, mucho. Estuve hace poco en una lectura de ella, en una librería muy linda de acá, Te Llamaré Viernes, de la editora Paola Lucantis.
-¿Qué más?
-Después tengo el Gran Sertón: Veredas y La Ilíada.
-O sea, das un salto a los clásicos.
-Sí. Siempre estoy tratando de leer clásicos y contemporáneos.
-¿Con qué frecuencia alternás?
-Algo así como dos a uno. Dos contemporáneos por un clásico. Voy y vengo a la biblioteca. Tenemos una biblioteca muy, muy grande en casa; muy linda y generosa, y muy cuidada.
-Se entiende, ambos dos son escritores.
-Sí, sí. La fuimos construyendo a través de los muchísimos años que estamos juntos. Ahora terminé una novela de Gorki. O sea, me gustan mucho los rusos. En la literatura, no necesariamente en todo lo que hacen, ¿no? (sonríe).
-El sábado próximo, como te decíamos, vamos a hablar con María Sonia Cristoff y un poco más adelante con Gabriela Larralde. ¿Has leído La pez?
-No la leí. Está en mi lista. Está en mi pila. La tengo porque la pedí especialmente. Nos cruzamos participando en un programa de radio. Me hablaron muy bien de ella. A mí el tema me encanta.
-¿Por qué? ¿Qué te atrae?
-Me hizo acordar, aunque no exactamente, por el estilo, a una novela de Marina Closs sobre el viaje de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, que es alucinante. También me hizo acordar un poquito, por lo que leí, a Río de las congojas, de Libertad Demitrópulos, que me encanta. Es una novela central para mí. Así que me la pienso llevar a mis vacaciones.
-Recién dijiste que eras atea, pero tu libro se llama El amor es un monstruo de Dios. ¿Cómo es eso? ¿Cómo aparece Dios por aquí?
-Que yo sea atea no quiere decir que Dios, como personaje que atraviesa toda la historia de la humanidad, no me parezca interesante. Además, es un dios un poco inventado.
-¿Desde qué punto de vista lo abordaste, entonces?
-Me interesa la religión como eso, como algo que atraviesa los hombres y a las mujeres y a la historia de la humanidad y todo. Pero sigo siendo atea y en mis planes sigue estar siéndolo (risas).
-Para el cierre, cabe poner en relieve tu estilo, tus frases tan cinceladas, tan despojadas de todo lo accesorio. Hacen acordar a otra autora con la cual hemos hablado ya varias veces, Mariana Travacio.
-¡Sí! Una gran amiga. Una persona muy buena y muy generosa.
-Usan, ustedes, expresiones afiladas, punzantes como estiletes. Obviamente es un recurso narrativo buscado expresamente, ¿no?
-Si, es así. Bueno, es mi manera de escribir. Yo, cuando escribo, no trabajo mucho con el “a propósito”. Estoy realmente buscando, casi diría, una satisfacción personal.
-¿Cómo es eso?
-Me tiene que gustar a mí, principalmente, primero. Y tengo que estar muy conforme y disfrutarlo mucho, cosa que a veces pasa y a veces no, entonces tengo que borrar, tachar y tirar. Pero, sí, Mariana es una gran escritora, así que está bien la comparación.
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