Uno de los vacíos más significativos en la larga tradición de los textos sagrados es el referido a la evolución del joven Jesús.
Uno de los vacíos más significativos en la larga tradición de los textos sagrados es el referido a la evolución del joven Jesús.
¿Qué pasó entre su incipiente adolescencia y su ingreso, a paso firme, al tramo definitorio de su magisterio? ¿Por dónde anduvo? ¿Qué pruebas tuvo que sortear? ¿Qué mano lo fue guiando por los escarpados laberintos su vida?
Marcelo Caruso, formado en Letras e Historia de las Artes, se introdujo, para llenar ese espacio en blanco, con un título que lo dice todo: Los años perdidos.
Ante la ausencia de documentos y referencias históricas, su herramienta ha sido la ficción. Anima esta novela, entonces, un Jesús en su completa dimensión humana. De una humanidad física y psicológica, pero, a la vez, atormentada por el destino de trascendencia al que todo su entorno parece empujarlo sin respiro.
Jesús sufre el trayecto. Como lo sufren, tanto como él, su madre María, su padrastro José y sus hermanos reducidos a un papel menor.
Es un camino muy rico en símbolos e implicancias.
Sirve para valorarlo, por ejemplo, la opinión del arzobispo de Mendoza, Marcelo Colombo, quien, tras escuchar la entrevista, señaló: “Creo que es muy interesante que un escritor, que se confiesa no creyente, tome la figura de Jesús y trate de sumergirse en su humanidad”.
Reconoce, también, que “desde los primeros siglos existe literatura de diverso género que trata de reconstruir esos años perdidos de Jesús, que nosotros llamamos vida oculta”.
Monseñor Colombo entiende, por otra parte, que “los cristianos siempre hemos tratado de asomarnos a esa etapa de la vida de Jesús, pero con mucha discreción y humildad, renunciando a certificar como exactas las reconstrucciones. Cosa que el autor dice hacer en su libro”.
Caruso (Buenos Aires, 1958) dialoga con el programa La Conversación de Radio Nihuil.
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-Marcelo, buen día. ¿Desde dónde nos estás hablando?
-Yo vivo en Carapachay, que es un pequeño barrio del partido de Vicente López, en la provincia de Buenos Aires.
-Contanos cómo es tu lugar. No lo tenemos demasiado registrado.
-Es un pueblito, bastante pequeño; todavía tranquilo, todavía con algunas características de pueblo, afortunadamente. Con casas bajas, de jardines. No tenemos prácticamente edificios de departamentos. Y todavía hay mucha gente que conozco desde que era niño. Eso es lindo, también.
-Sobre Jesús y los textos sagrados se ha escrito y se seguirá escribiendo profusamente hasta el fin de los tiempos. Vos le has dado al tema un enfoque muy original, muy propio. ¿Por qué? ¿Cómo se te ocurrió?
-Para empezar, debo hacer una declaración de principios y es que esto es total y absoluta ficción. Si cualquier persona va a buscar verdades evangélicas en el libro, se va a encontrar con un problema.
-Parece claro de entrada.
-Digamos, es una categoría distinta. No se puede salir a mirar este libro y buscar verdad de religión. Sí creo que se puede encontrar otro tipo de verdades que son humanas.
-¿Por qué?
-Porque es el derrotero de este Jesús de veinticuatro años que sale al mundo a tratar de ver quién es y quién debe ser, confrontado con lo que le dicen que va a ser o que debe ser, y lo que él mismo quisiera ser. Eso es algo que le pasa a todo ser humano.
-¿Cómo entendés esto último?
-Todos, cuando crecemos, tenemos algo así como mandatos de nuestro hogar que a veces colisionan con el deseo profundo de cada uno. Nos dicen, todo el tiempo, qué esperan de nosotros y eso, muchas veces, colisiona con lo que nosotros mismos esperamos de nosotros.
-¿Cómo enfocamos esto en Jesús, entonces?
-En ese sentido, el derrotero de Jesús es un derrotero humano. Es un camino de autoconocimiento para él. Y lo lleva a revelaciones que, después, si querés, podés entroncar con los Evangelios. Pero, en el fondo, es profundamente humana la problemática que se plantea.
-Retomemos el asunto, empezando por el principio. ¿Vos sos un tipo creyente, Marcelo?
-Mmmm… No (ríe).
-Por lo tanto, ¿acá primó más el escritor o el profe de historia, el estudioso de la historia?
-No es que primó más. En realidad, la figura de Jesús es verdaderamente extraordinaria. Siempre me fascinó porque asumir semejante destino, en un ser humano de carne y hueso, está muy fuera de lo común.
-¿Cómo lo focalizás a él, entonces?
-Yo no es que descrea de la existencia de Jesús. Pero, insisto, esto es ficción.
-¿Qué te dio él, en definitiva, como tema?
-Tomé la figura de Jesús porque, francamente, me parece la cúspide de uno, una manera de asumir un destino. No hay nada que pueda parecerse, ni en destino individual y ni siquiera en ciertos destinos colectivos.
-Lo que pasa es que, en este caso, se trata de un destino de redención.
-Siempre se mezcla con la teología porque en los primeros siglos, después de la muerte de Jesús, la verdad que nadie sabía quién era. Se la pasaban pensándolo y discutiéndolo. Pero hagamos un esfuerzo y pensemos e imaginemos a un Jesús, no como nos dicen San Juan o la teología, o sea, un Jesús inengendrado, preexistente a la concepción. Pensemos en un Jesús humano.
-¿Humano cómo?
-Un ser humano nacido de mujer que, finalmente, asume y acepta un destino absolutamente solidario, de piedad. Esto es lo que, más o menos, a mí me llevó a pensar en un Jesús yo mismo lleno de piedad. Nos estamos olvidando, también, que Jesús era un cuerpo, un dolor. Era ciertas esperanzas. Era un montón de pensamientos y de angustias que se ven a lo largo de los Evangelios. No se le puede restar valor a eso porque un hombre enfrentado a un sacrificio semejante es digno de muchísima atención y muchísimo honor.
-Hasta tal punto crece la figura humana de Jesús que, para el Islam, él es un profeta importante y Nazareth un lugar de peregrinaciones.
-Sí, sí, claro.
-Además de los personajes que pueblan tu novela, es muy importante el lugar, el paisaje, porque Jesús va peregrinando por pueblos, montes, desiertos; se hunde en cuevas, en templos, en mercados, en el mar, etcétera. ¿Cuál es tu conocimiento de todo eso? ¿Has estado en Tierra Santa?
-No. Yo conozco Carapachay, nada más (ríe).
-¿Cómo hiciste para imbuirte del ambiente?
-Siempre doy el mismo ejemplo. Claude Debussy escribió un poema sinfónico maravilloso que se llama “El mar”. Y jamás lo había visto.
-¿Entonces?
-Es imaginación. Cierto grado de información. Es el oficio del artista haciendo lo suyo. Pero, no. No conozco Tierra Santa. Me encantaría conocerla. Quizás vaya, en algún momento, cuando dejen de asesinar palestinos.
-Los lugares por donde deambula tu protagonista, como Belén, Nazareth, Cafarnaúm, el mar de Galilea, Magdala, etcétera, aunque no los hayamos visto, son parajes míticos, están inscriptos en el ADN de la humanidad. ¿Has tenido algún retorno, alguna vuelta de parte de la gente?
-Hay creyentes, no creyentes, agnósticos, pero lo que a mí me satisface, francamente, es que todo el mundo cree verosímil que Jesús pudiera hablar como habla, en primera persona.
-¿Recordás alguna opinión en concreto?
-Yo tengo un muy buen amigo, muy católico; un católico militante, para decirlo de algún modo, con muchísima actividad. Y, bueno, yo le hablé de mi libro con muchas prevenciones. Le dije: Mirá, esto está fuera del canon cristiano, católico; por ahí te vas a encontrar con escenas que te resulten chocantes. Yo lo previne.
-¿Y cómo reaccionó tu amigo?
-Se llama Guillermo Pancrazzi y me dijo una cosa bellísima: Jesús le habla a la humanidad de maneras extrañas. Les puede hablar también a los hombres a través de gente no creyente. Y en cierto modo me quitó la preocupación.
-Ya sin esa preocupación encima, ¿cuál es tu propósito de base?
-Espero francamente que se perciba a un Jesús profundamente humano. En el sentido humanista de la palabra humano, ¿no?
-¿Cómo sería eso?
-Un Jesús que escucha, que trata de comprender, que trata de ver cuál es su posición en el mundo. O sea, insisto, un Jesús que ya está elaborando en su espíritu la grandiosa idea del perdón. Se trata del atributo de alguien superlativo, pero que alcanza también a todo ser humano, creyente o no creyente, de cualquier religión: esta idea de la comprensión, la empatía y el perdón.
-Como sea, tanto a Jesús como a María los tenemos registrados a través de todas las historias y los textos bíblicos que han estado a nuestro alcance. Sin embargo, la figura de José está más desdibujada, envuelta, casi, en el misterio. Vos le prestás mucha atención, como un padrastro silencioso, frío, distante. ¿Cómo lo construiste?
-Imaginate que a vos de chico te dicen que tu padre no es tu padre; que no tiene ningún tipo de autoridad sobre vos porque tu padre es otro. Eso establece una especie de grieta tremenda en tu vida de niño. Y a mí siempre me pareció eso.
-¿Qué te pareció, puntualmente?
-Yo también he recibido el Evangelio edulcorado que les dan a los niños. Pero, desde bastante cachorro, me preguntaba: ¿cómo puede ser este hombre lo que dio? ¿Dónde está la idea de padre? ¡Pobre Jesús, en todo caso! En los Evangelios apócrifos es donde más profusamente aparece esto de la infancia de Jesús. Está claro que debe haber sido alguien muy especial.
-¿Y a vos por qué te pegaba tanto este asunto?
-Yo soy un muchacho huérfano. Quedé huérfano a los once años y siempre sentí muchísimo la ausencia de padre. Y siempre busqué sucedáneos de padre en gente grande, en hombres que, de alguna u otra manera, oficiaron como pequeños padres sustitutos. Por lo tanto, esto es algo que no me resultaba extraño.
-Claro, es muy comprensible tu interés por ese punto de vista.
-Ahora bien, ¿qué le pueda pasar a alguien al que todo el tiempo le dicen que ese no es su padre? ¿Y qué le puede pasar a ese hombre, ese hombre José, a quien se le niega la paternidad de su hijo? En ese sentido, la ficción se armó de una manera en que, según creo, se siente natural el conflicto que hay ahí, entre los dos, y la tristeza que a los dos los invade.
-Hay otro plano llamativo y es el de una María muy sufriente, llena de alucinaciones perturbadoras. En cuanto a su inmaculada concepción, el tema queda como en una nebulosa en tu novela. Todos sus dolores se trasladan a los hermanos de Jesús. ¿Cómo es tu María? ¿Cómo la elaboraste internamente?
-Yo creo que uno puede acceder a lo sagrado a través de símbolos. Y en toda la historia de todas las religiones, la presencia directa de lo sagrado genera un desastre humano.
-¿Cómo es eso?
-Es decir, a Jehová no se lo puede ver. A Elohim, su medio antecesor en la montaña de los dioses, tampoco se lo puede ver. Cuando algún mortal puede ver a Zeus, queda reducido a cenizas porque la fuerza y el esplendor de esa imagen directamente te calcina. La madre de Dionisio concibe, pero muere; entonces Zeus toma a ese niño, se lo pone en el muslo y de ahí nace.
-¿Adónde nos lleva esto respecto de María?
-El tema de lo sagrado en la gestación de María es algo prohibido, es algo que altera de semejante manera la percepción de lo real, que genera este tipo de trastornos.
-Jesús hasta duda de su salud mental.
-María no es que sea loca. A María le llegó una voz, le llegó una presencia, la tocó algo. Ella misma lo dice: es como si me hubiera mordido la eternidad.
-¿Qué le pasa, en definitiva?
-Lo que ella tiene es un enorme desorden porque la eternidad, para nosotros, es prácticamente inconcebible. Nosotros podemos entender el presente, el pasado y el futuro. La eternidad es todo eso junto, en una unidad. Y en ella se da ese desorden.
-¿Por qué le ocurre?
-Porque, después de esa presencia, tiene esas visiones que hacen que presente, pasado y futuro coexistan en completo desorden, en completo caos. Por eso es capaz de decirle al propio Jesús: tengo miedo de que nazcas. Ese fue un poco el modo en que yo concibo una experiencia mística así, de tensión, en la misma idea.
-Tu Jesús afronta tentaciones bastante humanas porque conoce a una mujer, Efrona, pasa una noche con ella y luego sueña con formar un hogar juntos, tener hijos, etcétera, una instancia que recuerda, por ejemplo, a La última tentación de Cristo de Kazantzakis. Tal vez ofenda a algunos creyentes ortodoxos.
-Sí, sí. Espero que eso no sea ofensivo porque, además, tuve el propósito de que este Jesús fuera un Jesús, cómo te diría, preadámico.
-¿De qué modo?
-Un hombre fuera del pecado. Un hombre absolutamente puro que afronta las cosas de la vida incluso con la rusticidad de cierta pureza.
-Sí, en cierto estado de primitivismo.
-Francamente nos cuesta mucho pensar en un individuo como él viviendo en las letrinas, por ejemplo. Jesús tiene que haber participado de todas las funciones que tenemos nosotros.
-Es cierto. Se trata de un emblema muy alambicado.
-Cuesta. Cuesta un poco pensarlo porque la figura de Jesús, a lo largo de los siglos, se fue ideologizando paulatinamente y adquiriendo ya directamente la estatura y el estatus de la divinidad. Al principio, no fue tan así. Muchos obispos de iglesias antiguas creían en teorías como, por ejemplo, la del adopcionismo. Para ellos, Jesús era un ser humano común y corriente adoptado por Dios porque era el más puro cumplidor de la ley exacta.
-Hasta tal punto se fue estilizando la figura de Jesús a través del tiempo que ahora la tenemos representado con el rostro cinematográfico de Robert Powell, ¿no?
-(Ríe) Sí, un Jesús sajón, ni parecido. Es una cosa medio extraña. Pero, bueno, la imagen ha sido muy atractiva, sobre todo para los occidentales. Buscamos de occidentalizar todo.
-¿Cuál es la fundamentación del título de tu libro?
-Hay una cosa que es interesante ahí. Vos fíjate que se les denomina “los años perdidos” a estos dieciocho años de la vida de Jesús, que van desde los doce a los treinta. No se sabe nada de él.
-El enorme paréntesis a llenar…
-Entre el Jesús de la infancia, que te marcan los Evangelios, que termina asombrando a los doctores en el templo y el Jesús que administra su ministerio, ¿qué pasó? ¿Qué hubo? Más allá no sabemos. Es un hermoso campo para la imaginación.
-¿Imaginar qué, por ejemplo?
-Cómo ese niño llega a asumir el papel mesiánico y ministerial que tiene a partir de los treinta años.
-Pero no te quedás en eso, solamente.
-También es una hermosa aventura del espíritu tratar de comprender y de recrear a un posible Jesús que llegue finalmente a esa conclusión, que llegue finalmente a asumir este papel que muchos le habían vaticinado y que decida ir a ver a Juan en el Jordán.
-¿Cómo se hace todo esto?
-Estamos hablando de literatura, ¿no?
-Ya que estamos en terreno literario, una de las cumbres sobre esta temática es El Evangelio según Jesucristo de Saramago. ¿Coincidís?
-Extraordinario libro, sí. Lo que me dejó un cierto sabor amargo son las conclusiones del propio Dios.
-¿Qué te dejó con gusto a poco?
-Las razones de Dios me han parecido un poquito débiles. De todas maneras, la reconstrucción de esta vida de Jesús es verdaderamente extraordinaria. El libro salió en la década de los noventa , fascinó a todo el mundo y generó bastante incomodidad en el seno de la Iglesia. Pero desde el punto de vista literario es lindísimo.
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