Cuando bajó, lo vio: impecablemente vestido, nada que ver con el uniforme de trabajo. Con amabilidad y cierta timidez, les advirtió que tuvieran cuidado en la ciudad, que había gente que estafaba cambiando dinero, y que si necesitaban algo, él les dejaba su teléfono. Incluso propuso ir a tomar un helado. Pero no hubo cita, ni helado ni nada. “Volvimos a Santiago, y yo le digo a mi mamá: ‘Esta vez no nos vamos en Aerolíneas, compramos pasaje por Ladeco. Así no lo vemos más al muchacho’”.
"Vamos para otro lado así no lo vemos más", dijo Laura
Pero el destino, caprichoso como siempre, tenía otros planes.
“¿Podés creer que bajo del avión de Ladeco… y me lo encuentro de nuevo? Estaba estacionando, haciendo maniobras. ¡Nada que ver con su trabajo anterior! Le digo a mi madre: ‘¡Ni lo mires! Es el mismo muchacho de la vez pasada’. Ya era coincidencia mal”, sigue.
Y así, entre coincidencias, vuelos, flores enviadas de un país a otro y visitas inesperadas, el amor empezó a tomar forma. “Él sabía que nosotros teníamos negocio en Chile, entonces aprovechaba y me mandaba flores. Les decía a los muchachos: ‘Mándenle un ramo a tal lugar’. Y así, de a poco, comenzó nuestra historia”.
Daniel y Laura González, historia de amor.jpg
Daniel y Laura, una historia de amor que nació en el aeropuerto. Ella es chilena y argentina por adopción.
Gentileza
Fueron ocho meses de idas y vueltas, literalmente. “Nosotros íbamos, veníamos, seguíamos con nuestro trabajo. Él se aparecía en Santiago de sorpresa. Hasta que un día, decidimos casarnos. Cortita: él agarró su traje, se fue a casar conmigo a Chile, y al otro día, nos vinimos a vivir a Mendoza”.
Pero la historia tenía, como dice Laura entre carcajadas, “su trasfondo”.
Laura era viuda y tenía dos hijos cuando conoció a Daniel
“Yo era viuda y tenía dos hijos cuando lo conocí: Mauricio y Marcelo. Y él era nueve años menor que yo. ¡Imaginate!”, suelta ella con picardía.
A pesar de eso, o quizás gracias a eso, construyeron una familia amplia y sólida. “Después tuvimos dos hijos varones más, Alejandro y Guillermo, y hoy tengo tres nietos: Jenaro y Nicolás, que viven en Europa, y una nieta adolescente, Morela Azul”.
La historia no termina allí. Su hijo mayor, Mauricio, falleció y ambos se hicieron cargo de su nieto, que tampoco tenía mamá.
Desde marzo de 1983 hasta hoy, nunca más se separaron
Lo cierto es que, desde marzo de 1983, cuando se casaron, no se separaron más. Él ya está jubilado, pero siguen siendo “comerciantes y luchadores”, como se define Laura. “La vida nos llevó por todos lados, pero siempre juntos, siempre remándola”.
“A mí me costó al principio adaptarme, obviamente. Pero siempre respetando al país en el cual uno vive”, dice con serenidad.
Con el tiempo, Laura entendió que muchas cosas eran distintas. La idiosincrasia, los modismos, la política. “Nuestra historia se ha basado en el afecto, en el cariño, en entendernos. En la enseñanza que uno le puede dar a los hijos, en respetar ciertas normas. Porque sí, somos distintos. Y está bien”.
Uno de los choques más grandes, confiesa, fue el fútbol. “Yo la sufrí. Mi esposo es el típico argentino, tiene esa esencia futbolera. Cuando jugaba Chile contra Venezuela, por ejemplo, ¡él hinchaba por Venezuela! Siempre fue así. Y yo no lo entendía, ni lo entiendo todavía”.
Esa rivalidad futbolera se instaló también en los hijos, que heredaron un fuerte nacionalismo… argentino. “Ellos son muy del país. Todo lo asocian a lo futbolístico. Y yo, nada que ver. Pero bueno, hemos llevado la familia adelante. Se han criado bien, hemos luchado juntos”.
A lo largo de más de cuatro décadas, Laura y su esposo han sorteado las diferencias y se han sostenido en las coincidencias: el amor, el compromiso y la construcción diaria. “La inestabilidad de este país es algo a lo que todavía no me acostumbro. Me cuesta. Pero me amoldo, porque también me considero afortunada: tengo una linda familia, tengo nietos. Tengo una nieta argentina”.
La historia de Laura es, como ella misma dice, simple. Pero detrás de esa sencillez hay una narrativa poderosa: la de dos personas de países diferentes, criadas bajo culturas distintas, que decidieron compartir la vida. Sin planearlo, sin apps, sin expectativas.