Cupido acecha

Laura, la chilena que se enamoró del hombre que le controlaba las valijas en el aeropuerto de Mendoza

Hace más de cuatro décadas, una joven chilena viajó a Mendoza con su madre y terminó encontrando el amor en el lugar más inesperado: el aeropuerto

Hace 43 años, Laura González (75) no imaginaba que un viaje más a Mendoza con su madre terminaría cambiándole la vida. Ella, chilena de Santiago, venía con frecuencia por temas comerciales. En aquellos años el cruce andino era habitual para quienes buscaban intercambios económicos entre Chile y Argentina. Lo que no era nada habitual era lo que estaba por ocurrir. Laura protagonizó una historia de amor de novela.

“En esa época veníamos con mi mamá a Mendoza. Hacíamos como una pequeña importación, por decirlo. Y él trabajaba en aerolíneas, en el aeropuerto. Siempre él nos atendía… controlaba los excesos de peso, conversaba con mi mamá. Pero a mí me daba cosa: siempre estaba observando, mirando”, recuerda Laura, entre risas, como si el tiempo no hubiese pasado. Él se llamaba -se llama- Daniel.

Laura González, chilena, Daniel y uno de los hijos que tuvo con él en Mendoza..jpg
Laura, Daniel y uno de los hijos que tuvo con él. "Me costó adaptarme a un país inestable, pero lo respeto. Hace 43 años que vivo en Mendoza", dijo Laura.

Laura, Daniel y uno de los hijos que tuvo con él. "Me costó adaptarme a un país inestable, pero lo respeto. Hace 43 años que vivo en Mendoza", dijo Laura.

Un día, tras uno de esos viajes de rutina, sonó el teléfono en la recepción del hotel. “Tipo siete, siete y media de la tarde. Nos llaman que había una persona que nos buscaba. No conocíamos a nadie, ¡a nadie! Mi mamá bajó primero. Y al rato sube y me dice: ‘Mira, está el pibe del aeropuerto. Dice que quería hablar con nosotras’. Yo no lo podía creer”.

Cuando bajó, lo vio: impecablemente vestido, nada que ver con el uniforme de trabajo. Con amabilidad y cierta timidez, les advirtió que tuvieran cuidado en la ciudad, que había gente que estafaba cambiando dinero, y que si necesitaban algo, él les dejaba su teléfono. Incluso propuso ir a tomar un helado. Pero no hubo cita, ni helado ni nada. “Volvimos a Santiago, y yo le digo a mi mamá: ‘Esta vez no nos vamos en Aerolíneas, compramos pasaje por Ladeco. Así no lo vemos más al muchacho’”.

"Vamos para otro lado así no lo vemos más", dijo Laura

Pero el destino, caprichoso como siempre, tenía otros planes.

“¿Podés creer que bajo del avión de Ladeco… y me lo encuentro de nuevo? Estaba estacionando, haciendo maniobras. ¡Nada que ver con su trabajo anterior! Le digo a mi madre: ‘¡Ni lo mires! Es el mismo muchacho de la vez pasada’. Ya era coincidencia mal”, sigue.

Y así, entre coincidencias, vuelos, flores enviadas de un país a otro y visitas inesperadas, el amor empezó a tomar forma. “Él sabía que nosotros teníamos negocio en Chile, entonces aprovechaba y me mandaba flores. Les decía a los muchachos: ‘Mándenle un ramo a tal lugar’. Y así, de a poco, comenzó nuestra historia”.

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Daniel y Laura, una historia de amor que nació en el aeropuerto. Ella es chilena y argentina por adopción.

Daniel y Laura, una historia de amor que nació en el aeropuerto. Ella es chilena y argentina por adopción.

Fueron ocho meses de idas y vueltas, literalmente. “Nosotros íbamos, veníamos, seguíamos con nuestro trabajo. Él se aparecía en Santiago de sorpresa. Hasta que un día, decidimos casarnos. Cortita: él agarró su traje, se fue a casar conmigo a Chile, y al otro día, nos vinimos a vivir a Mendoza”.

Pero la historia tenía, como dice Laura entre carcajadas, “su trasfondo”.

Laura era viuda y tenía dos hijos cuando conoció a Daniel

“Yo era viuda y tenía dos hijos cuando lo conocí: Mauricio y Marcelo. Y él era nueve años menor que yo. ¡Imaginate!”, suelta ella con picardía.

A pesar de eso, o quizás gracias a eso, construyeron una familia amplia y sólida. “Después tuvimos dos hijos varones más, Alejandro y Guillermo, y hoy tengo tres nietos: Jenaro y Nicolás, que viven en Europa, y una nieta adolescente, Morela Azul”.

La historia no termina allí. Su hijo mayor, Mauricio, falleció y ambos se hicieron cargo de su nieto, que tampoco tenía mamá.

Desde marzo de 1983 hasta hoy, nunca más se separaron

Lo cierto es que, desde marzo de 1983, cuando se casaron, no se separaron más. Él ya está jubilado, pero siguen siendo “comerciantes y luchadores”, como se define Laura. “La vida nos llevó por todos lados, pero siempre juntos, siempre remándola”.

“A mí me costó al principio adaptarme, obviamente. Pero siempre respetando al país en el cual uno vive”, dice con serenidad.

Con el tiempo, Laura entendió que muchas cosas eran distintas. La idiosincrasia, los modismos, la política. “Nuestra historia se ha basado en el afecto, en el cariño, en entendernos. En la enseñanza que uno le puede dar a los hijos, en respetar ciertas normas. Porque sí, somos distintos. Y está bien”.

Uno de los choques más grandes, confiesa, fue el fútbol. “Yo la sufrí. Mi esposo es el típico argentino, tiene esa esencia futbolera. Cuando jugaba Chile contra Venezuela, por ejemplo, ¡él hinchaba por Venezuela! Siempre fue así. Y yo no lo entendía, ni lo entiendo todavía”.

Esa rivalidad futbolera se instaló también en los hijos, que heredaron un fuerte nacionalismo… argentino. “Ellos son muy del país. Todo lo asocian a lo futbolístico. Y yo, nada que ver. Pero bueno, hemos llevado la familia adelante. Se han criado bien, hemos luchado juntos”.

A lo largo de más de cuatro décadas, Laura y su esposo han sorteado las diferencias y se han sostenido en las coincidencias: el amor, el compromiso y la construcción diaria. “La inestabilidad de este país es algo a lo que todavía no me acostumbro. Me cuesta. Pero me amoldo, porque también me considero afortunada: tengo una linda familia, tengo nietos. Tengo una nieta argentina”.

La historia de Laura es, como ella misma dice, simple. Pero detrás de esa sencillez hay una narrativa poderosa: la de dos personas de países diferentes, criadas bajo culturas distintas, que decidieron compartir la vida. Sin planearlo, sin apps, sin expectativas.