La noticia le llegó un día cualquiera, en medio de una rutina que todavía estaba aprendiendo a habitar. Lucio Pérez Sardi, ingeniero, de 24 años, estaba en Neuquén realizando un programa de jóvenes profesionales para Halliburton cuando un correo electrónico cambió la tonalidad de ese día -y de alguna manera-, selló un cierre simbólico para una etapa de su vida.
La historia del joven de San Rafael que sorprendió a la Academia Nacional de Ingeniería
Lucio Pérez Sardi fue distinguido con el prestigioso premio Isidoro Marín por su desempeño académico. Comparte el recorrido que lo llevó a este logro nacional
El mail anunciaba que había sido seleccionado por la Academia Nacional de Ingeniería para recibir el premio Ingeniero Isidoro Marín, uno de los reconocimientos más importantes del país para graduados destacados. Para él, que nunca persiguió un promedio perfecto ni vivió obsesionado con las notas, fue una mezcla de sorpresa, emoción y confirmación.
“Fue algo inesperado. En ese momento estaba realizando una pasantía en Neuquén, y un día me llegó el correo notificándome de este premio, que obviamente fue una alegría enorme para mí y un momento muy conmovedor”, cuenta Lucio.
La Facultad Regional San Rafael de la UTN, donde cursó la carrera desde el primer día, publicó enseguida la imagen con la felicitación: su nombre formaba parte del grupo de 21 graduados jóvenes de la UTN distinguidos a nivel nacional en esta edición 2025.
Un premio que representa mucho más que el recorrido académico
Para Lucio, nacido el 16 de agosto de 2001 en La Plata, hijo de Melina Sardi y hermano de Filippo, el premio representa algo más profundo que una medalla académica. “Para mí es un reconocimiento a la disciplina y la constancia que requiere la carrera de Ingeniería desde el preuniversitario. Yo ya me visualizaba terminando la carrera cumpliendo con este objetivo y también teniendo la meta de terminarla en tiempo y forma”, dice.
Y agrega: “Mirando para atrás, esto significa valorar todo el proceso que tuve que hacer para llegar hasta este punto. Me hizo evolucionar muchísimo, no solo a nivel profesional sino también como persona”.
Es una frase que lo define: evolución. Porque aunque se reconoce aplicado y comprometido, asegura que su foco nunca estuvo puesto en acumular calificaciones. “Nunca fui alguien muy enfocado en el promedio, sino en hacer las cosas bien en el día a día y en ir aprendiendo en todos los aspectos de la vida, un poco de todo”, reflexiona. Ese espíritu, sumado a la constancia, el acompañamiento de su entorno y la influencia de personas clave en el camino, fue moldeando el rendimiento que hoy lo coloca entre los mejores ingenieros jóvenes del país.
Un mentor que le cambió la mirada en el mundo de la ingeniería
Entre los momentos decisivos de su formación, hay uno que destaca sin dudar. Fue cuando se encontraba realizando un proyecto de investigación con la intención de aplicar a un intercambio en Alemania. Ese proceso, dice, fue determinante no por el intercambio en sí, sino por la persona que apareció en su camino: Luis Bocassini, docente de la UTN San Rafael y hoy uno de sus grandes amigos.
“Mientras realizaba ese proyecto tuve un mentor, que fue Luis Bocassini. Aprendí muchísimo de él. Me ayudó a cambiar la forma en la que veía las cosas, me abrió la cabeza con muchísimas de sus enseñanzas, experiencias y consejos”, recuerda. Esa influencia fue tan profunda que terminó reorientando su plan. Aunque estaba preparando todo para ir a Alemania, terminó optando por no hacer el intercambio.
“Fue un factor determinante para que me diera cuenta de cuáles eran mis metas. Decidí terminar la carrera en tiempo y forma para seguir uno de mis objtetivos principales, que es desarrollarme a nivel profesional. También creo que fue una decisión muy acertada porque me permitió terminar la carrera con mis amigos, mis compañeros desde el primer día de facultad, y eso me terminó dando uno de los mejores años de mi vida, que fue el último año de ingeniería”, señala.
Ese vínculo con sus compañeros y profesores, la vida universitaria en San Rafael, los años de crecimiento personal y académico, son parte de lo que hoy reivindica como esencial.
A quien está estudiando Ingeniería, les deja un consejo: “No solo se cierren en los libros. Cuiden a su entorno, manténganse cercanos a sus amigos, valoren a la gente que está a su alrededor y sobre todo aprovechen a los profesores, que son mucho más que una clase o un examen. Cuando uno genera un vínculo real, aparecen consejos, experiencias y perspectivas que terminan siendo incluso más valiosas que la materia en sí”.
Infancia en Italia, raíces diversas y hoy... ingeniero
Lucio tiene un recorrido vital poco habitual para un joven ingeniero mendocino. Aunque nació en La Plata, vivió desde su primer año de vida en Italia, donde hizo su escolaridad completa en alemán. “Viví en distintos lugares, pero donde más tiempo estuve en un pueblo italiano donde hablaban principalmente alemán”, cuenta.
Además del español, habla italiano, alemán e inglés, una herramienta que siente que amplió su forma de pensar y su adaptación a nuevos entornos.
Esa adaptación es un tema recurrente en su vida. A los 15 años, su familia se mudó a San Rafael, donde terminó asentándose y trazando un nuevo mapa personal. La UTN se convirtió en su espacio, su grupo de amigos en su soporte y la ciudad en un punto de inflexión.
“Hoy estoy de nuevo en un momento de muchos cambios, pero lo enfrento como un proceso que ya pasé múltiples veces. Sé que es cuestión de tiempo hasta que uno se establezca”, asegura.
Y añade una reflexión que revela su madurez: “Creo que es muy importante no tener miedo de cambiar el lugar donde uno está. La gente tampoco se pierde cuando uno se mueve. Yo mantengo la mayoría de mis vínculos, y eso ayuda a que uno pueda crecer en todo sentido”.
Del aula al mundo laboral: un ingeniero distinguido que valora su recorrido
Si hay un desafío que lo marcó en este año de transición, fue el ingreso al mundo laboral. Su incorporación al programa de jóvenes profesionales de Halliburton, una de las compañías de servicios petroleros más grandes del mundo, significó un aceleramiento brusco de exigencias y responsabilidades.
“El principal desafío lo tuve al insertarme al mundo profesional. Fue muy intenso el programa y me exigió muchísimo, muchísimo más de lo que tal vez había pasado a nivel académico”, reconoce. Ese período de 4 meses en Neuquén lo empujó a nuevos límites y lo obligó a replantear habilidades, ritmos, decisiones y conductas.
Pero también fue un trampolín. “Aprendí un montón. Me ayudó a dar un salto más en mi carrera y hoy sigo buscando oportunidades que me permitan seguir desarrollándome en el ámbito laboral”, remarca.
El Sur aparece, una vez más, como un destino posible. En su proyección profesional imagina que probablemente termine viviendo allí. “En los 4 meses que estuve me sentí bien, me adapté rápidamente, conocí mucha gente. Uno rápidamente se adapta y vuelve a formar sus vínculos y entornos”, afirma.
La ingeniería como disciplina de vida
Cuando Lucio habla de la carrera, deja claro que para él la ingeniería fue tanto un aprendizaje intelectual como una escuela de carácter. La define como una disciplina exigente, dura, que requiere responsabilidad y constancia, pero también como un entrenamiento profundo de pensamiento.
“La ingeniería te obliga a desarrollar un criterio sólido, a pensar con claridad frente a problemas complejos y a tomar decisiones bien fundamentadas”, asegura. Y añade algo que considera clave y que va más allá de lo técnico: "También te forma como persona. Te disciplina, te hace más consistente en tu entorno y te enseña a aprender todo el tiempo, incluso fuera de lo estrictamente analítico”.
Otra enseñanza que destaca es la tolerancia a la frustración. “La carrera te enseña a avanzar incluso cuando las cosas no salen como uno espera, a seguir enfocado y mantener la disciplina más allá del estado de ánimo”, explica. Para él, ese aprendizaje vale tanto como cualquier contenido teórico y es, según dice, “lo que en la vida hace que uno siempre siga para adelante”.
Un presente en movimiento y un premio que lo marcó
Hoy, Lucio vive un presente atravesado por cambios, ajustes y crecimiento. Todavía está encontrando su lugar definitivo en el mundo profesional, experimentando, aprendiendo y tomando decisiones que lo proyectan hacia el futuro.
La distinción de la Academia Nacional de Ingeniería llega justo en ese momento: un reconocimiento que no solo celebra su rendimiento académico, sino la construcción de un camino coherente, sólido y honesto.
No se olvida de quienes lo acompañaron: “Lo que más valoro es la gente que me acompañó en todo este proceso, la gente de mi entorno cercano, que me apoyó en todas mis decisiones. A medida que iba avanzando fui conociendo personas que marcaron una gran diferencia en mi trayectoria, y creo que eso fue lo que me hizo alcanzar este gran resultado final”.
En esa mezcla de esfuerzo personal, vínculos fuertes y oportunidades aprovechadas, se dibuja la figura de un joven que, sin buscarlo como meta, logró ser uno de los ingenieros distinguidos del país. Su historia es la de alguien que no se deja intimidar por los cambios, que concibe el aprendizaje como un movimiento constante y que mira hacia adelante con una claridad que impresiona.
Un reconocimiento nacional puede ser, para muchos, un punto de llegada. Para Lucio, apenas parece ser un punto de partida.








