La historia de una pareja que decidió incluir a sus cinco perros adoptados como parte central de su casamiento volvió a poner en agenda un tema que en los últimos años viene creciendo en Mendoza: el reconocimiento afectivo y social de los animales dentro de los hogares.
El sábado, en una finca ubicada en los alrededores de San Rafael, Darío Hernández (57) y Nicolás Da Col (38) concretaron una ceremonia civil en la que, además de familiares y amigos, participaron sus cinco perros rescatados, quienes fueron incorporados como testigos honoríficos mediante un permiso oficial otorgado por el Registro Civil. "Estuvo hermoso y lloramos todos", dijo Darío a Diario UNO, rato después de la boda.
El episodio —que no modificó el acta legal, pero sí habilitó un registro simbólico paralelo con las huellas de los animales— se convirtió en una situación inédita en la provincia y posiblemente en el país. Aunque parezca anecdótico, derivó en una serie de preguntas sobre las transformaciones en los vínculos afectivos, el lugar de las mascotas en la vida cotidiana y la evolución de las normativas relacionadas al bienestar animal.
El pedido que sorprendió al Registro Civil: que los perros sean testigos
La iniciativa comenzó meses atrás, cuando la pareja elevó una solicitud formal al Registro Civil de Mendoza. El planteo, poco habitual, consistía en obtener autorización para que los cinco perros del hogar pudieran participar de la ceremonia de manera protocolar y dejar estampada su huella en un documento no oficial que acompañara el acta matrimonial.
Según fuentes del organismo, el pedido generó un intercambio interno para definir si existía algún impedimento legal. La evaluación se hizo bajo un criterio que viene cobrando fuerza en los marcos normativos provinciales, nacionales e internacionales: considerar a los animales como seres sintientes. Este enfoque, que implica reconocer capacidad de sufrimiento, emociones y vínculos, fue clave para que la propuesta pudiera avanzar.
Tras el análisis jurídico, se resolvió autorizar la participación bajo dos condiciones: la firma oficial debía mantenerse dentro de los parámetros exigidos por la ley, incluyendo los testigos humanos que establece el Código Civil; y la intervención de los perros debía quedar enmarcada en un documento accesorio, sin validez jurídica pero con valor simbólico.
La autorización se comunicó a la pareja en octubre y marcó un precedente. Es la primera vez que el Registro Civil mendocino aprueba una solicitud de este tipo, lo que podría abrir la puerta a futuros pedidos similares.
Un casamiento con identidad propia y cinco animales
La ceremonia se realizó en una finca rodeada de viñedos. Desde temprano se percibía que no sería una boda convencional: los anfitriones habían organizado el espacio de manera que los perros circularan libremente, sin estrés y en contacto con los invitados. Máxima, Kibou, Coco, Atilio y Rafael —así se llaman los cinco animales— se movieron entre las sillas y la gente con una naturalidad que llamó la atención incluso de quienes no los conocían.
Los novios habían trabajado en los detalles logísticos para que los animales estuvieran tranquilos. No querían una escena forzada, sino una ceremonia acorde con la vida que comparten desde hace más de una década, donde los animales juegan un papel central.
Uno de los momentos más llamativos fue la llegada de los anillos. Dos de los perros, Atilio y Rafael, caminaron hacia el altar con pequeñas bolsas sujetas al lomo. El gesto provocó una mezcla de sonrisas, emoción y sorpresa entre los presentes. Hubo también un instante íntimo que muchos no esperaban: las alianzas habían sido confeccionadas con oro proveniente de objetos pertenecientes a los hermanos fallecidos de ambos novios, un detalle que dotó de un carácter profundamente personal el intercambio.
La historia detrás de cada perro
Para entender por qué la pareja decidió poner a los animales en un rol tan destacado, basta conocer su historia previa. Darío y Nicolás se conocieron hace 13 años, vinculados al trabajo voluntario en refugios de animales. Nicolás, que durante años colaboró en El Campito, un conocido refugio del sur bonaerense, acostumbraba llevarse a casa algunos animales en tránsito. Darío comenzó a acompañarlo en esas tareas hasta convertirlas en parte estable de su rutina.
Ambos relatan que han pasado por su hogar decenas de animales lastimados, enfermos o directamente abandonados. Muchos fueron rehabilitados y dados en adopción, pero algunos quedaron para siempre.
El primero en llegar fue Kibou, cuyo nombre en japonés significa “esperanza”. Luego se sumó Máxima, la mayor del grupo, rescatada durante la pandemia; después Coco, un perro con una enfermedad dermatológica que recordaba físicamente a otro animal que había sido parte de la familia. Atilio llegó en condiciones críticas: con el cráneo expuesto y lesiones graves, sobrevivió gracias a tratamientos diarios y a un cuidado intensivo que duró más de un mes. Su recuperación fue inesperada y lo transformó en uno de los símbolos más fuertes de la historia familiar. Finalmente, Rafael apareció como cachorro, sobreviviente de una camada que había sido atropellada y no había recibido atención.
Con estos antecedentes, la decisión de incluir a los animales en la ceremonia civil no fue un gesto aislado, sino una forma de representar la estructura familiar tal como ellos la viven.
Un fenómeno en crecimiento: animales como parte de la familia
Aunque en Mendoza nunca se había visto una situación similar con autorización oficial, especialistas en bienestar animal destacan que el fenómeno forma parte de un proceso global. Diversas investigaciones muestran que, especialmente en entornos urbanos, los animales domésticos han pasado a ocupar un lugar central en la dinámica emocional de muchas personas. Esto incluye celebraciones, ritos de pasaje y eventos familiares.
En ciudades de Estados Unidos —como Nueva York, Los Ángeles o San Francisco— es habitual que las parejas incluyan a sus mascotas en bodas civiles o ceremonias simbólicas. En algunos casos, los propios municipios ofrecen servicios destinados a facilitar este tipo de intervenciones, como espacios para fotografías, permisos especiales o coordinadores de evento para animales.
En países europeos, particularmente en España, Francia y Países Bajos, la participación de animales en casamientos se ha vuelto frecuente, aunque generalmente limitada al ingreso de los anillos o a la presencia durante la ceremonia. Lo ocurrido en San Rafael sigue esa línea, pero incorpora un elemento adicional: la existencia de autorización formal para dejar una huella en un documento paralelo.
Para organizaciones dedicadas al bienestar animal, este tipo de hechos puede ayudar a visibilizar el valor afectivo que muchas familias otorgan a sus mascotas y, al mismo tiempo, impulsar políticas públicas vinculadas a la protección, el control poblacional y la promoción de adopciones responsables.
El impacto emocional de la ceremonia con perros
Durante la boda, los momentos de mayor carga afectiva surgieron cuando los perros participaron sin indicación previa, como cuando Máxima se sentó junto a Darío mientras el juez hablaba, o cuando Kibou se quedó inmóvil frente a los fotógrafos, generando una especie de retrato familiar espontáneo.
La firma simbólica también dejó imágenes particulares. Los cinco perros fueron guiados para apoyar sus patas sobre hojas gruesas preparadas con tinta especial. Luego las huellas se secaron y quedaron como registro en un folio artesanal encuadernado para la ocasión. Ese documento, que la pareja se llevó a su casa, se transformará en una pieza única de la ceremonia, destinada a ocupar un lugar relevante en su vida cotidiana.
Uno de los detalles que más llamó la atención fue la canción elegida para ese momento: “Quédate”, una composición creada por un músico español en homenaje a su propio perro adoptado. La letra está centrada en la idea de acompañamiento mutuo y la relación entre un animal rescatado y su cuidador, lo que reforzó el mensaje que la pareja quiso transmitir.
Una decisión que también es parte de una historia de vida
Si bien llevaban más de trece años juntos, la pareja nunca había priorizado la idea del matrimonio. Darío, sobre todo, se mostraba reticente y lo explicaba con una frase que repetía con humor: “Que nada nos junte para que nada nos separe”. Nicolás, en cambio, tenía una visión más tradicional respecto de la formalización.
La definición llegó tras una reflexión que Darío escuchó en una entrevista a la cantante Sandra Mihanovich, cuando la artista explicó que se casó “para honrar la posibilidad”. Esa idea, según relataron, fue la que terminó de inclinar la balanza hacia el sí. Consideraron que la posibilidad de acceder a un derecho que no siempre estuvo garantizado para todas las parejas debía ser valorada y celebrada.
Dentro de esa lógica, la inclusión de los perros se convirtió en una extensión de la misma premisa: honrar la vida que construyeron y a los seres que formaron parte decisiva de sus procesos de sanación, compañía y crecimiento.
Un precedente que podría impulsar nuevos debates
Desde el Registro Civil señalaron que el permiso otorgado no cambia la naturaleza del matrimonio ni modifica los requisitos legales. Sin embargo, abre un camino posible para abordar futuras solicitudes vinculadas a distintos tipos de configuraciones familiares.
La resolución también se inscribe en un contexto provincial donde las políticas de protección animal han ido tomando mayor relevancia, desde campañas masivas de castración y vacunación hasta debates sobre la responsabilidad ciudadana en el trato hacia los animales. La participación simbólica en actos civiles podría sumar una nueva capa a esa discusión.
Un cierre cargado de emoción
La jornada culminó con una escena que sintetizó la esencia del evento: mientras los invitados sonreían y los novios firmaban los últimos papeles simbólicos, los perros se acomodaban entre las sillas, cansados después de la tarde. Algunos se recostaron a los pies de la pareja, otros dormían al costado de las mesas, como parte natural de cualquier celebración familiar.
Uno de los presentes afirmó al final de la ceremonia: “Nunca había visto que los testigos se movieran tanto y a la vez transmitieran tanta ternura”. La frase se volvió una especie de comentario colectivo para resumir una boda que, más allá de lo llamativa, dejó planteada una discusión mayor: cómo se reconfiguran hoy los vínculos afectivos en una sociedad que empieza a considerar a los animales no solo como mascotas, sino como miembros plenos del hogar.












