La Argentina invita a sus habitantes a redescubrir su diversidad en pausas que revitalizan el espíritu. Lejos de las rutas saturadas, los pueblos diminutos guardan esencias que evocan tiempos ancestrales y paisajes que desafían la imaginación. En la provincia de Salta, con solo 200 habitantes, se presenta como un remanso en los Valles Calchaquíes, atrayendo a turistas curiosos que buscan la fusión de historia indígena, viñedos silvestres y cielos estrellados.
Posicionado a lo largo de la Ruta Nacional 40, a aproximadamente 180 kilómetros de la capital salteña, Seclantás se acurruca entre cerros erosionados y quebradas secas, con el río Calchaquí como hilo conductor. No aspira a la fama global; su encanto reside en la simplicidad de sus adobe blanqueados y caminos polvorientos, reminiscentes de civilizaciones preincaicas. Fundado en el siglo XVI por exploradores españoles, el pueblo conserva petroglifos y ruinas que narran leyendas diaguitas, invitando a un viaje temporal sin multitudes.
El pueblo totalmente indígena
El corazón de Seclantás late en sus bodegas boutique y olivares centenarios, donde el turismo enológico se entrelaza con prácticas ancestrales. Los viñedos de torrontés y malbec, cultivados en suelos pedregosos, producen caldos que capturan el sol implacable de la región. Visitas guiadas revelan técnicas de cosecha manual, culminando en catas al aire libre con vistas a formaciones rocosas que cambian de tonalidad al ocaso.
Los senderistas encuentran en Seclantás un lienzo para aventuras moderadas: trekkings hacia cuevas con pinturas rupestres o paseos a caballo por vegas ocultas. En las noches, el cielo despejado se convierte en un domo astronómico, perfecto para observaciones con telescopios locales. Estas experiencias promueven un enfoque ecológico, con énfasis en el bajo impacto para salvaguardar la delicada flora desértica.
La oferta culinaria es un banquete austero pero profundo: cabrito asado en hornos de barro, humitas envueltas en choclo y aceites de oliva virgen que aderezan ensaladas silvestres. Los comensales se reúnen en patios sombreados, donde las conversaciones fluyen como el vino, enriquecidas por relatos de los habitantes sobre ciclos lunares y vendimias pasadas. Es una gastronomía de pueblo que une lo terrenal con lo ritual.
Seclantás, con su aura de eternidad, redefine el viaje como un acto de contemplación en los Valles Calchaquíes. Sus viñedos susurrantes, sus huellas precolombinas y su hospitalidad discreta lo erigen como un bálsamo para el alma, un pueblo que susurra secretos andinos a quienes se atreven a escuchar.





