Los insultos han sido parte del vocablo humano desde tiempos remotos. Aunque su aparición exacta es imposible de precisar, su uso está profundamente arraigado en la historia, la cultura y el lenguaje. En esta sección te contamos todos los detalles.
Los insultos han sido parte del vocablo humano desde tiempos remotos. Aunque su aparición exacta es imposible de precisar, su uso está profundamente arraigado en la historia, la cultura y el lenguaje. En esta sección te contamos todos los detalles.
¿Se sabe realmente lo que se está llamando a alguien cuando es insultado? ¿Se han parado a pensar de dónde proceden las palabras despectivas? El insulto cumple una de las funciones principales y necesarias dentro de la comunicación.
Los humanos en ocasiones tienen la necesidad de insultar, y puede hacerse de diversas maneras, sutilmente, disfrazadas, apoyándose exclusivamente en el tono de la voz o usando palabras especializadas en lastimar a las personas, es decir, haciendo uso de las llamadas "malas palabras" o groserías.
Los insultos nacieron como expresiones figurativas, religiosas, médicas o descriptivas, pero su carga emocional les permitió transformarse en armas verbales. Su evolución refleja el cambio social y lingüístico, cumpliendo roles culturales diversos: desde humillar y marcar diferencias, hasta liberar emociones o consolidar la identidad grupal.
Los insultos ya se usaban en la Antigua Grecia y Roma, tanto en la vida cotidiana como en el teatro. Por ejemplo, el griego "idiótes" originalmente designaba al ciudadano que no participaba en asuntos públicos, derivado de idios, que significa "propio" o "personal" etimología vinculada también a la palabra "idioma".
Además, las palabras como idiota o imbécil tenían orígenes técnicos o personales, pero con el tiempo adquirieron una carga despectiva: Imbécil proviene del latín imbecillus, que significaba "débil" o "frágil", que en el siglo XVIII ya se usaba como insulto, consolidándose en el siglo XVIII-XIX con el creciente estigma hacia la discapacidad.
En este sentido, algunas palabrotas tienen raíces que se conectan con el cuerpo, la sexualidad u objetos cotidianos, pero se convirtieron en insultos por su efecto emocional o social, tal como el caso de la palabra "carajo". Este fue originalmente el término para miembro viril, común en siglos XVI–XVII en castellano y en la lírica profana, hasta que la Contrarreforma lo relegó al ámbito obsceno.
El insulto no solo ofende, también desempeña otros roles sociales y psicológicos. Por ejemplo, en España el insulto más común hoy es gilipollas, una palabra que, aunque es bastante ofensiva, se usa con frecuencia y tiene equivalentes en otros idiomas, al igual que "hijo de puta" excluyendo a los de naturaleza machista.
¿Sabías que el uso de insultos activa la amígdala cerebral (el centro de alerta emocional) otorgándoles poder expresivo inmediato? Por eso, más allá de su carga ofensiva, pueden ser herramientas catárticas, humorísticas o de liberación emocional, dependiendo del contexto, claro.