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Ariana Harwicz, contracultural y rebelde: "Arreglo mis cuentas mafiosas con la vida en la escritura"

Ariana Harwicz es una reconocida escritora argentina. En Perder el Juicio aborda temas que la obsesionan, como la crisis conyugal y la hpocresía

A Ariana Harwicz le sientan bien la provocación y una literatura de alto voltaje, siempre a la ofensiva. En rebeldía. Contracultural.

Ya su con primera novela, Matate, amor (2012), despertó el interés de Martin Scorsese, que la está llevando al cine como productor.

Con sucesivos títulos obtuvo distinciones como ser finalista del premio Man Booker International, ha sido traducida a veinte lenguas y adaptada al teatro.

Con su más reciente título, Perder el juicio, ahonda en temas que sigue con cierta obsesión: la crisis conyugal, la hipocresía y la cobardía de las relaciones humanas, la fuerza destructora del corazón humano, la rarísima característica del amor filial, la cuestión judía.

Pero quizá lo que, en el fondo, resulte más relevante, es que su novela cuenta la historia de una madre tan desesperada por recuperar a sus hijos, que la lleva, lisa y llanamente, a raptarlos. Ella ve allí una alegoría muy directa de dos casos reales que han impactado al país, el de Sofía Troszynski y el del chico Loan Danilo Peña.

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Perder el Juicio, de Ariana Harwicz.

Perder el Juicio, de Ariana Harwicz.

Harwicz vive desde hace años en la Francia rural, pero, de paso en Buenos Aires para difundir su trabajo, dialoga con el programa La Conversación de Radio Nihuil.

-Hola, Ariana. Es un gusto conocerte porque, además de tu obra en general, muy potente, muy picante, tu figura tiene un peso paralelo al de tu escritura.

-Eso es cierto en el sentido de que es verdad, ¿no? Hay autores que son transgresores, que son, como vos decís, picantes o terribles; que dan miedo en la escritura y después uno los conoce y son carmelitas descalzas, son como corderitos.

-Tal cual. Un baño de realidad que puede resultar decepcionante.

-Entonces, uno dice ¿y dónde están todo el arrojo, la transgresión? Y viceversa. Hay obras que son muy clásicas, muy tranquilas, muy medidas y uno conoce al autor y es una bestia. Por lo tanto, como siempre, obra y vida van separadas o no.

-¿Qué te llevó a Francia hace tanto tiempo y a afincarte en aquel país?

-Aunque no parezca, lo tengo un poco borroso en mi biografía, o por lo menos no del todo claro.

-Suele suceder.

-¿Viste que hacia afuera uno lee las biografías, cuando el autor está vivo o muerto, y parece un cuento cerrado? O sea, cierra que se fue allá, estuvo en la guerra, se divorció, volvió, se enfermó, cambió de país. Pero uno, mientras lo va viviendo, es más borroso, es menos entendible.

-Contanos, entonces, lo que vayás entendiendo de tu trayecto.

-Yo era profesora de pasaje de la literatura al cine. Ahí estaba un poco toda la clave. Y no sé por qué me fui. O sea, me fui a estudiar afuera, a Francia, a aprender otra lengua. Pero no tenía una necesidad de irme ni fue por una crisis ni nada.

-¿Y te fuiste sola?

-Sí, sí. En su momento tenía un novio francés. Entonces fui con él. Quizás no sé si lo hubiera hecho sola, porque es tan difícil, tan difícil, si no sabés la lengua. No tenés nada allá. Es empezar realmente tu vida otra vez, a los treinta años.

-¿Por qué recalaste en la zona rural? Digo, porque todos los argentinos, por lo menos quienes éramos lectores de Cortázar, siempre hemos añorado ir a París y buscar a la Maga.

-Eso es cierto. Primero llegué a París. Estudié dos o tres años allí. Con toda esa cosmovisión o ese imaginario, más bien, que uno tiene, por supuesto, de la Maga y de tantas otras cosas, como los puentes. Y uno va buscando a Simone de Beauvoir y a Sartre y a Rimbaud. A todos los poetas de ahí yo los iba buscando... a Proust y a Balzac...

-Claro, el legado de los grandes.

-Al principio viví un tiempo largo en esa especie de tiempo literario que no existe más, ¿no? Porque la Francia que uno lee y que uno añora, o incluso la Francia del siglo XX, no existe más.

-¿Cómo diste la vuelta, entonces?

-Después me adapté a la Francia que sí existe y me fui al campo para poder escribir.

-En tu estupenda cuenta de la red X tenés un posteo que dice: "Sigue hoy el campo de la cultura y los artistas, el mismo razonamiento ideológico de los años 60/70 donde preferían equivocarse con Sartre a tener razón con Aron. Los artistas deberían ser juzgados como criminales, decía Nietzsche". A lo mejor hubiera sido preferible tener razón con Camus, ¿no?

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-Sí, Camus, totalmente. Totalmente. Camus, Aron y algún otro que ahora no recuerdo, en los años cincuenta, más o menos, ya empezaron a alertar del peligro absoluto del comunismo. Y estaban mal vistos. Les boicoteaban los libros.

-Las refriegas tan medulares de aquella época.

-Camus había sido comunista, así que él sabía de lo que hablaba. Es lo mismo que uno alerte sobre alguien golpeador habiendo estado en pareja con alguien golpeador. O sea, vos ya sabés.

-Un vicio permanente de los debates, eso de no dar el brazo a torcer.

-Es que esa misma idea de tener razón con el que está equivocado por una cuestión ideológica sigue hoy. Es muy necio. ¡Ay, quiero tener razón! Pero está matando al pueblo. No importa, quiero estar con el que mata al pueblo, pero por otras ideas, ¿viste? No sea cosa que le demos razón al otro.

-En fin...

-Y bueno. Sigue siendo ese mismo el razonamiento hoy en el campo del arte, sí, estoy de acuerdo.

-Preguntaba más arriba porqué finalmente habías terminado en la zona rural de Francia pues ese es el ámbito, precisamente, donde se desarrolla tu novela. Lo cual hace muy difícil disociar tu historia personal de la de la protagonista de Perder el juicio.

-Sí. Tenés razón en todo lo que decís. Yo tampoco quiero ser disociada, porque si bien escribir, de verdad, no por chamullo intelectual; si bien escribir siempre es escribir un otro, siempre es hacer un salto a algo que es otra cosa que la realidad, es una invención; siempre escribir es exagerar y es mentir, porque la exageración es una forma de mentira. También escribir es una forma absoluta de decir la verdad.

-Entonces, sos vos esa mujer, ¿pero hasta dónde?

-Yo soy y no soy ese personaje, pero acepto ser amalgamada. Por supuesto, yo no pasé al acto. No estoy ilegal, no estoy clandestina, no secuestré a mi hijo. Pero podría haberlo hecho. Entonces es verdad.

-Porque, además, vos misma tuviste bastantes quilombos con una pareja tuya.

-Claro, claro. Por eso te digo, la novela es todo lo que yo no hice. Con sinceridad lo digo, porque, si no, hubiera salido por ahí en el diario.

-O sea, es algo que no hiciste, pero, que, a lo mejor, tenías ganas de hacer.

-Siempre, en realidad, es la misma hipótesis en todas las novelas, ahora que lo pienso. Yo quiero hacer algo. No lo hago y lo escribo, y lo vivo en la escritura y me descargo ahí y saldo mis cuentas. Arreglo mis cuentas mafiosas con la vida en la escritura.

-¿Y cómo te fue en el divorcio, ya que estamos?

-Tuve un juicio largo, como tienen millones de parejas. Problemático. Sobre todo, por la diferencia cultural.

-¿En qué sentido eso fue problemático?

-Se idealizan las parejas de diferentes culturas como si todo fuese la propaganda de Benetton. Y después es mentira que no sea complejo. La pareja siempre es complicada, aunque ambos sean del mismo barrio. Pero con diferencia cultural, mucho peor.

-Digamos, por lo tanto, que usaste la novela para sacarte las ganas de pegarle un piedrazo en la cabeza a tu ex.

-Y las ganas de secuestrar a mi hijo también, más que nada.

-En otro momento decís en X que la escritura de una novela es siempre el resultado de un odio mortal contra sí mismo, por eso toda novela es narcisista. ¿Qué odiás de vos misma, Ariana?

-Totalmente. Suscribo a cada una de mis palabras. Mirá lo narcisista que soy que me vuelvo a dar la razón otra vez (risas). Y me gusta que te guste mi Twitter, aunque no publico seguido, porque lo uso como un carnet de notas literarias. Puede ser un libro, en el sentido de que son observaciones literarias y políticas, más que nada. No hay otra cosa.

-Por eso mismo, tu cuenta es un libro de aforismos hecho y derecho, tranquilamente.

-Es que justamente eso es El ruido de una época, editado por Marciana.

-Nos lo imaginábamos. Pero no tuvimos acceso a ese libro, hasta aquí.

-El ruido de una época tiene algunas traducciones. Toda la primera parte es una selección de los tuits. Algunos son nuevos y los otros están corregidos, por supuesto. Son, como decías, observaciones aforísticas de la literatura.

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En su cuenta de X Ariana deja fuertes reflexiones. Foto Instagram.

En su cuenta de X Ariana deja fuertes reflexiones. Foto Instagram.

-Quedó una pregunta pendiente...

-Sí. Me preguntaste qué odiaba de mí misma. Y bueno, en principio supongo que debería odiar mi narcisismo.

-¿Lo suponés o lo odiás verdaderamente?

-Pasa que soy tan narcisista que no lo odio (risas). Pero un escritor es alguien insoportable, siempre. Quizás un pianista también. O los directores, etcétera. No es lo único.

-¿Y a qué responde?

-Es un poco pesado porque uno está muy sobre sí mismo, para escucharse, para escribir. A la vez, uno no puede no ser narcisista si tenés que escribir, porque le tenés que dar importancia a tu visión de las cosas.

-Ahora bien, si un escritor es narcisista, vos sos narcisista, ¿cómo hace la gente para estar a tu lado, para seguirte al tren, para armar una historia con vos si sos tan jodida?

-No, no soy jodida. ¡Pará, pará, pará! Vos me dijiste qué odias de vos misma y no voy a decir que odio que soy bondadosa. Supongo que ese rasgo de exageración, ese rasgo de intensidad, no es porque sea jodida, pero sí que uno necesita, para escribir, armarse una vida para la escritura. Por eso yo me fui al campo, por eso me aislé. Me aislé.

-¿Cómo es tu aislamiento?

-Yo, en la semana, no veo a nadie. No hay gente con la cual conversar. Ese es un rasgo que encontré para escribir. Pero ¿qué odio de mí también? Hay que preguntarles a los demás. Eso sería otro programa (risas).

-Tu novela, sobre todo para quien tiene hijos chicos, se sigue con el corazón en la boca. Vas tirando frases que sacuden. Decís, por ejemplo, cerca de la conclusión: "Existe en el corazón humano un deseo de destruir tan grande, tan alto, tan convencido que nada lo detiene". Hay una fuerza destructora que mueve a tu protagonista.

-Sí, hay una fuerza destructora en el corazón humano tan grande, sí, tal cual. Sí, es eso, porque yo lo escribí en Europa. Acá, en Argentina, podría ser también posible. Pero lo escribí allá con tantos casos, rodeada de tanto sadismo, ¡tanto sadismo! No es solo violencia. Violencia es La Naranja Mecánica, las guerras, la dictadura.

-¿A qué tipo de sadismo te referís?

-Hay como un placer en el destruir al otro tan grande. Me refiero a tantos casos que veía alrededor mío, ya sea en Medio Oriente o a media cuadra, en Francia. Digo, tanto sadismo en el hecho de generarle sufrimiento al otro. Eso. En el corazón hay tanto deseo de destruir al otro. Eso es atemporal, ¿no? Pasarán los siglos y seguirá.

-Te metés muy en la entraña de las relaciones conyugales. En un momento ponés sobre el tape "cómo cambian las expresiones de los esposos cuando están solos".

-¡Ah! Eso me apasiona.

-¿Por qué?

-Supongo que todos lo sabemos si hemos estado o estamos en pareja, en matrimonio. Me fascinan las parejas. Siempre las observo con una lupa, con una especie de deseo de laboratorio, de mirarlas por un lente que agrande, porque todos cambiamos nuestro comportamiento. Imaginate cuando estás con alguien y luego estás solo.

-¿Qué pasa ahí? ¿Qué cambia?

-Hasta el rictus, hasta la corporalidad, los gestos, la mente, lo que uno piensa. Cómo se mueve. Todo cambia como si, finalmente, estar en pareja, a pesar de que uno esté súper bien y durante muchos años, no deja de ser un acto de teatralidad. Aun estando enamorado, ¿eh? No estoy diciendo parejas en decadencia o en La guerra de los Rose.

-¿Cómo es eso, según tu lente?

-Hay una teatralidad porque hay un otro que te mira. Hay una teatralidad y una puesta en escena. Y después, cuando estás solo, esa puesta en escena se diluye. Eso se ve en las cámaras de seguridad de, no sé, asesinos que se quedan solos almorzando. Y se diluye todo. Uno cuando está solo es otro. Y eso lo observo mucho para las novelas.

-Hablando de eso, la novela se inicia con un retrato de los asesinos seriales en circunstancias similares.

-Totalmente. Si seguís algunos casos, digamos, cinco, seis casos, bien, bien, bien, con minuciosidad, encontrás, por ejemplo, que hay un hombre en Francia que mató a toda su familia y está desaparecido. Nunca jamás lo encontraron. No se sabe si está vivo o muerto o está en un casino en Mónaco tomando sol. Y cuando él termina de matar, lo ves almorzando en un restaurante. Está tranquilo, tiene hambre, pide más. Es una cosa relajada. No hay monstruosidad. Hay humanidad en el asesinato.

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"Hay humanidad en el asesinato", dice la escritora.

-Te consulto, ya que sos una escritora ligada al cine, ¿por qué nos fascinan tanto a los espectadores las películas o las series de asesinos seriales? ¿Qué mueven en nosotros?

-¿Por qué nos apasionan?

-Claro.

-A mí me apasionan también. Porque hay una transgresión de la ley, porque hay una transgresión erótica. O sea, se pasa al acto de matar, de poseer a otros. Se pasan todos los límites; todo lo que nosotros no hacemos. Yo calculo que vos no lo hacés. Yo no lo hago.

-Ejercen un extraño atractivo.

-Porque son humanos, son mortales, tienen el mismo cuerpo que nosotros, hacen todo lo mismo que nosotros. Pero son otra cosa, porque matan en serie. Que no se entienda mal, pero es como si tuvieran superpoderes.

-Se entiende perfectamente, en esos términos.

-Es una aberración en términos morales, pero digo que tienen superpoderes, porque yo jamás haría eso. Si lo pensás bien, es algo increíble. Una persona que se apropia de la vida de otra persona y la sustrae de este mundo. Es rarísimo.

-En resumidas cuentas, eso nos fascina porque no nos sentimos capaces de hacerlo por nosotros mismos.

-Bueno, la novela plantea lo contrario. Yo pienso que no lo haría nunca. Pero la novela dice que si te cambian las condiciones... porque vos y yo no somos capaces ahora; pero si te roban un hijo y te meten en un calabozo, hay que ver, ¿no?

-Es cierto. ¿Qué pensás del amor? ¿Cómo lo sentís? ¿Cómo te cae el amor hoy?

-¿El amor en qué sentido?

-Aferrándonos a tu novela, podríamos ir por el amor conyugal o el amor a los hijos.

-Como habrá visto el que quizás me leyó desde Matate, amor hasta Perder el juicio, pasando por otras novelas también en el medio, como Degenerado, etcétera, en mi caso todo esto está muy inspirado en el amor por los hijos.

-¿Qué tipo de amor es para vos?

-Me parece un amor rarísimo. No lo entiendo y me encanta no entenderlo. No lo normalizo yo. No me parece algo costumbrista o normal. ¿Cómo normal? No me parece normal en absoluto. Entonces lo desnaturalizo.

-¿Qué significa, entonces?

-Tener un hijo, verlo crecer, que sea un adulto de repente, pero antes salió de uno... Todo ese amor filial me parece rarísimo, me parece alucinante y muy literario. Entonces de ahí también saco mucho para escribir. Como si hiciese un documental del amor por los hijos en mis novelas. De hecho, tengo fotos de ellos durmiendo. No sé, creo que no habría sido escritora si no hubiese tenido hijos.

-Y lo mirás desde otra perspectiva, también. En un momento decís algo así como que amar a una madre es como entrar a una secta.

-¡Ah! El amor entre madre e hijo tiene algo de secta. Sí, son exageraciones para la literatura, pero exageraciones que parten de una verdad. Eso quiero decir. La exageración es parte de una verdad.

-Pareciera inevitable, ¿no?

-Se exagera y se dice: llegó cuatro horas tarde, no media hora. Pero hay una verdad ahí. Bueno, me parece algo relacionado con una secta. Sobre todo, observo amores de madres e hijos un poco extremos, a veces enfermizos.

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Ariana Harwciz:

Ariana Harwciz: "Ya lo dijo Sartre, ser judío es un problema".

-Volviendo ahora a la relación de pareja, hay tres frases, sacadas un poco al azar, de un mismo párrafo, más o menos a mitad de tu libro. Dicen: "El amor es un estrago doloso". Luego, "el amor es un itinerario fatídico, una cara alterada genéticamente". Y, finalmente, "a nadie le alcanza con el amor convencional. El amor es la indefensión máxima". Tres chorros de lava al hilo.

-Ah, sí. Esas son las partes, digamos, entre comillas, "líricas", porque después hay otras mucho más coloquiales o sórdidas o de otro tipo de registro.

-¿Cómo te funciona esta parte?

-De repente yo lo siento como un envión lírico, como si eso pudiese ser cantado o dicho en voz alta como un monólogo. Es como que está inspirado el personaje. Y sí, pienso eso. Del amor pienso eso.

-En tu historia, además de los problemas conyugales y filiales, hay otro aspecto que acerca a la chica protagonista a vos misma, y es la cuestión judía. Ella tiene que convivir con unos suegros insoportables que le hacen notar todo el tiempo esa condición.

-La cuestión judía siempre fue un problema. Ya lo dijo Sartre, ser judío es un problema. Es algo conflictivo para los demás y para uno. Son razones antropológicas, culturales de siempre, desde el origen.

-¿Y cómo estás sintiendo vos, en carne propia, esta cuestión, más en una época tan delicada como la actual, sobre todo en Francia?

-Puntualmente, ahora hay una tensión muy grande. No es fácil en absoluto ser judío en Europa. Quizás esto se ve distorsionado desde América Latina. Por suerte, porque estamos lejos y se ve como algo folclórico el odio al judío de siempre. Algo rancio, algo clásico, ¿viste? Un clásico, pero que, sin embargo, no lo es. Hay una renovación. Como otros odios, también hay una renovación del odio al judío que se reinventa en el siglo XXI.

-Lo cual queda reflejado en tu novela, como decíamos.

-Por eso puse el personaje con esa condición. Para mostrar cuán extranjera es. Como un plus más de su extranjería.

-Al preguntarle por vos a la inteligencia artificial, te tiene como una autora rebelde y provocativa. Gemini dice que vos cultivás un realismo sucio, en tanto que Meta señala que tu obra está influenciada por la literatura marginal y underground, lo que te da un tono rebelde y contracultural. ¿Te sentís identificada con estas semblanzas?

-Sí, ojalá. Lo de contracultural me encanta. Si la rebeldía es eso y no es una postura para una radio, para una revista y una foto; si de verdad eso es un deseo profundo de la escritura y del estilo y de la poética, sí, me sentiría identificada con lo contrapuntístico, lo contracultural.

-Te calza muy bien eso, hay que decirlo.

-Es que, si la escritura se pliega, no tiene mucho interés, me parece. Pasa, pasa.

-¿Y considerás que hacés realismo sucio, también, como dice la otra IA?

-Bueno, eso lo habré dicho yo, que a veces bebo de las aguas de los realistas que eran ubicados por la crítica en el realismo sucio como Bukowski o los americanos. A veces, un poco, en mi escritura algo de ellos hay, como también algo de Proust, en el sentido de cierto armado de las frases, cierta sordidez. No todo, porque de repente aparecen el lirismo y algo más barroco.

-Claro. Hemos hablado de cierto lirismo, recién.

-Pero también hay, a veces, sentencias de ese orden, algo así tan sucio, tan soez, tan realista, ¿no? Más de ese tipo de cuadros.

-¿Te han acusado de misoginia alguna vez?

-¿Misoginia, a mí!

-Sí. Sobre el final de tu perfil, Gemini dice que algunos han criticado tu violencia y misoginia.

-Qué extraño sería, ¿no? Pero todo puede ser en la viña del señor. O sea, todo insulto puede caber. Sí, estamos en un momento con las redes de fagocitación, de excitación del insulto al otro.

-Es parte del estado general de las cosas, hoy.

-Es muy excitante. Yo nunca lo hice, pero insultar al otro desde el anonimato es muy placentero. Muy cobarde también. Así que supongo que, dentro de la cobardía de la época, también otro rasgo de la cobardía es insultar desde el anonimato. Así que todo puede ser, ¿por qué no?

-Sobre el final de tu novela, llegando al país, la protagonista de la historia les dice a sus hijos: "Aunque no lo crean, ustedes son argentinos, acá estamos, acá no te encuentra nadie". Unas páginas más adelante, se reafirma la idea: "Argentina es muy grande, acá no te encuentran ni aunque busquen con agentes secretos". ¿Sos conscientes de que anticipaste el escenario que presenta hoy el impactante caso Loan?

-Sí, por supuesto. Está lo de Loan, pero yo estaba pensando en Sofía Troszynski, que está oculta, prófuga, clandestina en Argentina. Entonces, sí, se podría analizar ese final profético de la novela como un final muy político sobre Argentina, para bien y para mal.

-¿Por qué para bien y para mal?

-Argentina entendida como un lugar donde uno se puede ocultar, donde la ley no existe, para bien y para mal. O sea, la ley no existe para mal en Loan y la ley no existe para bien en Sofía Troszynski, que está prófuga y por suerte no la encuentran.

-Una fotografía tremenda, pero muy exacta del país.

-Es decir, Argentina como un exceso, un escándalo. Como un lugar donde la ley siempre está para ser transgredida.

-¿Estrenás el año que viene en el Colón, finalmente, la ópera de la cual sos guionista?

-Sí. Se estrena en abril de 2025 la ópera Demencia, con libreto original. Creo que es la primera vez que el Colón hace eso.

-Se llama Demencia y capaz que te va a ver Milei, fijate vos, un loco de la ópera.

-Y capaz que va al estreno, ¿quién te dice?

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