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Andrés Neuman posa su amor por las palabras en María Moliner, excepcional "maestra" del diccionario de español

Poeta y filólogo, Andrés Neuman publicó la novela que ilumina la vida de María Moliner, la autora del Diccionario de uso del español

Para Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977), poeta, filólogo, exprofesor, “la lengua es un placer”.

Ese mismo placer lo condujo, directamente, hacia una figura descomunal de nuestra lengua, María Moliner, la autora del Diccionario de uso del español. Un monumento intelectual desde 1966 hasta hoy. Un templo donde el idioma se atesora vivo.

En Hasta que empieza a brillar, Neuman ilumina la vida de Moliner, su titánica tarea en pos del diccionario, sus dudas, pasiones y tormentos, y la difícil época que le tocó atravesar, marcada por el advenimiento del franquismo, que no la quería, todo lo cual conforma una instructiva aventura humana.

Su novela exhibe un cabal -y apasionado- conocimiento de la materia. Humor e ironía, como marca de origen. Pericia de dramaturgo para sembrar la historia de diálogos que airean los graves entresijos de la Real Academia Española, la magna institución que nunca le franqueó el ingreso a Moliner, primera mujer en intentarlo oficialmente.

Un libro, en fin, de este argentino que se crió en Granada, hilvanado con todo el garbo que su heroína merecía.

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Hasta que empieza a brillar, de Andrés Neuman.

Hasta que empieza a brillar, de Andrés Neuman.

Desde la Feria del Libro de Madrid, aprovechando un paréntesis en la firma de ejemplares, Andrés Neuman habla, con el brío que dicha historia le inspira, con el programa La Conversación de Radio Nihuil.

-Andrés, buen día. Estamos preocupados. Hace tres semanas, hablamos con Corina Oproae, premio Tusquets, filóloga. El sábado pasado, con María Dueñas, superventas, también filóloga. Y hoy nos toca con vos, tercer filólogo al hilo que, encima, hizo un libro sobre una célebre lexicógrafa, María Moliner. ¡La filología ha tomado este programa!

-Estamos ocupando secretamente la realidad. Vamos a tardar bastante tiempo en reemplazar lo que hay por la filología. Pasito a pasito. Lo que pasa es que ustedes nos han delatado. No sabemos cómo llevar a cabo nuestra conspiración. Veníamos hasta ahora bien y la descubrieron (risas).

-Teniendo en cuenta esto, te repetimos la pregunta que le hicimos a María Dueñas. ¿Qué le ha dado la filología a tu trayectoria de escritor y, sobre todo, de poeta? El poeta mide milimétricamente cada palabra.

-Es cierto. A mí no me gusta mitificar la importancia de la formación académica porque la historia nos demuestra que se puede ser, yo qué sé, Federico García Lorca y no tener estudios; que los tuvo, universitarios, pero los hizo forzados. Estudió Derecho porque su papá medio que lo obligó, pero no le interesaba. E iba probando como podía.

-No sólo a Federico le pasó esto.

-Sabemos que Borges no hizo ninguna carrera, pero tuvo una especie de universidad en su casa. Y también hay poetas más intuitivos que no necesitan haber pasado por un aula. Entonces, haciendo esa salvedad de que me parece que la poesía, igual que a Roma, se llega por todos los caminos, tiene más que ver con una vocación y una inclinación que con una formación.

-¿Y cómo fue tu camino?

-En mi caso, la filología, más que ayudarme a escribir, me ayudó a ordenar mis lecturas. Me parece que influyó más en mi manera de leer que en mi manera de escribir. Es como que de algún modo le dio sentido a mi biblioteca. Como ir abriendo caminitos, surcos de un libro a otro para tratar de entender cómo se comunican secretamente.

-Lo cual no te hace necesariamente poeta.

-Me parece que se puede escribir desde un taller mecánico o desde una cátedra de sintaxis funcional. Me parece que no pasa por ahí el deseo, la necesidad y la costumbre de escribir. Es bastante universal y transversal.

-Lo que pasa es que, quieras o no, ustedes, los filólogos, tienen una conciencia extrema sobre la palabra.

-Es cierto, también. Y eso puede ser una ventaja o una rémora.

-¿Por qué esto último?

-Porque la autoconciencia puede ser castradora también. Y, de hecho, les confieso que, en una época de mi vida, dimití de la universidad. De hecho, sigo en ese feliz estado.

-¿Cómo fue el itinerario hasta ahí?

-Yo estudié Filología, hice el doctorado, fui profesor unos años y me desvinculé de la universidad. Siento que haber tenido esa formación fue importante. Y poder prescindir de ella fue la otra parte de la relación de amor con las palabras.

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María Moliner, lingüista increíble.

María Moliner, lingüista increíble.

-Ese amor por las palabras es el mundo de tu protagonista.

-Doña María Moliner, paradójicamente, no fue filóloga, porque no estudió Filología. Pero fue una lingüista increíble, una lexicógrafa eminente.

-Contá porqué no fue filóloga.

-Porque cuando entró en la Universidad de Zaragoza, donde vivía por entonces, y fue una de las primeras mujeres en hacerlo, no se ofrecía Filología. No estaba esa opción ese año en la universidad. Y eligió Historia.

-¿Con qué consecuencias, para vos?

-Está bueno pensar cómo una persona, que tuvo una formación diferente, terminó teniendo un concepto heterodoxo del lenguaje. Entonces, creo que más bien se trata de qué hacemos con lo que tenemos o con lo que recibimos, ¿no? No hay una formación obligatoria, sino una especie de intuición para manejar nuestros legados y nuestras lagunas, que todos tenemos. Y María Moliner fue una gran maestra en manejar sus conocimientos, pero también las adversidades y huecos que había en su vida.

-Cabe acá una hacer una relación, porque, cuando vos trabajás, como María Moliner o Joan Corominas, en la etimología de las palabras, estás siguiendo su historia. También sos historiador, de alguna manera, ¿no?

-Exacto, exacto. Del mismo modo que la historia pasa por cómo las sociedades se narran y nombran los sucesos, la lingüística pasa por una especie de memoria histórica del camino que hacen las palabras. Hay un ejemplo precioso y para mí muy representativo en el hermoso diccionario de María Moliner, que alguna vez se llamó Diccionario de uso del español, pero que conocemos con toda justicia como “el Moliner” o “el María Moliner”.

-¿Cuál ejemplo decías?

-El del verbo cuidar, que es uno de los verbos más importantes de nuestra vida en general y de la vida de doña María en particular. Y ella a cuidar lo define como pensar. Lo hace apoyándose en la etimología, precisamente, de cuidar, que es cogitare en latín. Como el célebre "cogito ergo sum" de Descartes, pienso, por lo tanto, existo.

-¿Cómo fue ese trayecto de la palabra?

-Ella nos recordaba que cogitare fue evolucionando en su fonética y fue dando coitare, cuitar, cuidar. Y al decir que cuidar es pensar, nos está recordando algo verdaderamente profundo a nivel emocional, no lingüístico; y es la relación entre la inteligencia y los cuidados. Cuidar el pensamiento, pensar en los cuidados. Y que lo más inteligente que podemos hacer como comunidad es cuidar y cuidarnos.

-Estupendo. Un concepto, en términos humanos, amplio, abarcador.

-Ahí, en recordar el camino que recorre el sentido de una palabra, podemos ir recuperando conceptos importantes que se quedaron por el camino. Por ejemplo, los vínculos secretos entre el pensamiento, que es algo supuestamente abstracto, y los cuidados, que son tareas presuntamente afectivas. Pero hay vínculos entre lo afectivo y lo intelectual. Y María Moliner es un ejemplo glorioso de eso.

-Hace rato que en este programa venimos haciendo el ejercicio de pedirle a la inteligencia artificial una semblanza del escritor de nuestra entrevista, lo cual ha sorprendido, pese a sus reticencias, a figuras como Rosa Montero, María Dueñas o María Teresa Andruetto.

-Sí (sonríe).

-Al consultarle por vos, en su tercera entrada dice, justamente, hablando del cuidado: "Neuman otorga gran valor a la vulnerabilidad, tanto en la vida como en la literatura. En obras como Umbilical, explora la paternidad desde un lugar de cuidado, devoción y temor, mostrando la importancia de asumir la propia fragilidad y la de los demás". Fijate cómo te sacó la ficha.

-Es cierto, pero, a ver. Del mismo modo que hay que poner en valor los cuidados, vamos a desmitificar la inteligencia de la inteligencia artificial. Esa es una especie de paráfrasis y de refrito de notas en prensa y de entrevistas que habrá dado, en este caso, el autor, que soy yo. Pero no es una opinión que emite la inteligencia artificial. De hecho, yo he leído cada barbaridad en los resúmenes muy graciosos.

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"Vamos a desmitificar la inteligencia de la inteligencia artificial", reflexiona Andrés.

-Sí, a veces pasa.

-Hoy estuve firmando en la Feria del Libro de Madrid, al lado de Elvira Lindo, que es una escritora española, con la cual, según la inteligencia artificial, estamos casados hace muchos años (risas).

-¿Por qué te puso ahí?

-Porque, en algún punto, me confundieron con Antonio Muñoz Molina. Entonces contaba mi vida como marido de Elvira Lindo, a la que no había visto nunca en mi vida. O sea, narraba mi vida como si fuera la de otra persona. Y esto es muy literario, pero también muy inquietante, porque si el manejo de fuentes es esa...

-Pero en este caso que te cité no te confundió con Muñoz Molina.

-Debo decir que esto de la vulnerabilidad es cierto, que me parece que está bueno trabajar con eso, nombrarlo y también entender que la lengua es una materia precaria, no solamente porque necesita cuidados, sino porque su sentido está siempre en disputa. No podemos dar por sentado qué significa una palabra.

-Tema central en tu libro.

-María Moliner fue una verdadera maestra en replantearse el mundo palabra por palabra. De hecho, la novela que escribí sobre su vida empieza con dos citas. Y una de ellas es del propio diccionario de María: su definición del verbo contestar.

-Otro verbo clave para ella.

-El verbo contestar, en el diccionario académico de la época en que María Moliner trabajó, en los años cincuenta y sesenta, no recogía el sentido, no incluía el sentido contestatario obvio del verbo contestar, es decir, la acepción rebelde de contestar en tanto oponerse a un mandato o una autoridad.

-¿Cómo salva esa ausencia?

-Ella lo recoge, señala que la Academia se olvidó de incluir ese sentido y pone un ejemplo de uso verdaderamente irónico, que es: "Haz lo que te dicen y no contestes". Y ella estuvo contestando toda su vida a las autoridades lingüísticas.

-María Moliner de cuerpo entero.

-La otra cita tiene mucho que ver con esa vulnerabilidad de la lengua y también con su capacidad de maravillarse si la cuidamos y le prestamos atención. Pertenece a Emily Dickinson: "A veces escribo una palabra y me quedo mirándola hasta que empieza a brillar". Pero no brilla si no te quedás mirándola. No te revela su sentido si no le das la ofrenda de tu atención. Esto ocurre con las palabras y también con los seres queridos. Y creo que las palabras son seres queridos.

-Volvemos a otra segunda cita de la larga lista que hizo la inteligencia artificial sobre vos. Está al comienzo. Cierta o no, suena encantadora. Dice: "Neuman combina el vitalismo y el desencanto, el optimismo de la voluntad y el pesimismo de la razón, en una síntesis que recuerda a grandes escritores como Cortázar".

-Bueno, entonces vamos a comprarle la teoría a la inteligencia artificial. Ahí ya me gustó. Ya le compro todo.

-Era inevitable.

-Hablando en serio, me parece que está bueno eso del pesimismo, del entendimiento y del optimismo de la voluntad. Porque si el pesimismo se convierte en una dejación de la iniciativa, en un nihilismo, atenta contra la vida. Pero si el optimismo es lo único que sostiene nuestro conocimiento del mundo, vamos a sufrir muchísimas desilusiones.

-Tal cual, si lo sabremos.

-Entonces, en ese equilibrio precario y de nuevo vulnerable, entre darnos cuenta de las adversidades y, al mismo tiempo, tener deseos de navegarlas, me parece que ahí hay un equilibrio del que la literatura puede hablar con mucha precisión, con mucha riqueza.

-Buena definición.

-Y de nuevo, perdonen mi obsesión por María Moliner, pero es como mi heroína. En la vida de ella eso está muy claro. Tuvo un enorme deseo, una gran vocación, una gran capacidad de sobreponerse, pero, al mismo tiempo, una vida difícil, áspera, llena de pérdidas, desde el abandono de su papá, que por cierto huyó a Buenos Aires cuando ella tenía 12 años, hasta la pérdida de su primera hija; una sanción durísima que sufrió en la dictadura franquista y que la inhabilitó para trabajar y la degradó en su puesto laboral. Tuvo una vida complicada y, sin embargo, es una vida llena de deseo, precisamente por esa conciencia de la precariedad, incluso de la propia plenitud.

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Andrés Neuman describió a María Moliner como su heroína.

Andrés Neuman describió a María Moliner como su heroína.

-Tu libro cuenta la historia de María Moliner, sí, pero todos los capítulos se inauguran con un diálogo, que se llama "La visita", entre María Moliner y Dámaso Alonso. ¿Fue por un propósito expreso o tu oficio hizo que, inconscientemente, pusieras a un poeta en diálogo inaugural con María Moliner?

-Qué linda esa teoría porque Dámaso Alonso, aparte de ser un gran poeta, fue miembro de la Generación del '27, amigo de Lorca, de Alberti. Fue un gran filólogo que llegó a dirigir la Real Academia Española sustituyendo a Menéndez Pidal, que era una especie de divinidad de la lingüística. Así que tenía las dos vertientes.

-Tenía todo, Dámaso.

-Por un lado, tenía la autoridad lingüística discutiendo con María Moliner o, mejor dicho, siendo discutida por María Moliner. Pero, al mismo tiempo, también la comprensión poética del proyecto tan genial que tuvo ella de cuestionarse la lengua materna palabra por palabra. Así que creo que está discutiendo con el académico y entendiéndose con el poeta. Así podríamos definir esa conversación.

-Hay un punto crucial en su itinerario y es cuando ella toma conciencia de que el diccionario, el mamotreto de la Real Academia es una cosa, no digamos muerta, pero sí anquilosada, cuando el lenguaje, por el contrario, es algo vivo. Es cuando ella empieza a ponerse firmemente en contra del purismo.

-Así es.

-Y vos tenés una frase muy buena que dice: "Los aduaneros verbales se escandalizaban de que control, test o récord viajaran de boca en boca". Esto de los aduaneros verbales es un hallazgo.

-(Ríe) Sí, a mí me interesa mucho esa cuestión de por qué, por ejemplo, sancionamos un vocablo de origen presuntamente extranjero con una cursiva, como si quisiéramos señalarla con el dedo. Lo digo porque todo vocablo es extranjero y nómada. No hay ninguna palabra que haya nacido y muerto en el mismo lugar. Las palabras son viajeras y simplemente cuando las usamos las estamos capturando en un momento y un lugar de su recorrido. Pero son dinámicas históricas, materialmente dinámicas. Ya ni hablemos en su estructura, en su sonido.

-Es lo que ella vio con toda claridad.

-María Moliner, por lo mismo de que no tuvo una formación ortodoxa, no dio nada por sentado. Tuvo una gran formación intelectual y una gran carrera profesional. No digo que fuese una persona sólo entregada a la intuición. Pero al no haber estudiado Filología, como decía, no dio nada por sentado. No dio ni siquiera por sentado el orden alfabético, que es una cosa genial.

-Para escándalo de varios.

-Ella fue la que eliminó la che y la elle. ¿Vieron que la doble L y la che, cuando éramos chicos, existían como lo que se llamaba un dígrafo? Y era una letra, ¿no?: a, b, c, ch, d. Eso desapareció del diccionario en un momento dado. Y la primera que lo sacó de ahí en el siglo XX fue María Moliner.

-¿Por qué lo hizo?

-Por una razón práctica muy razonable. Muy sensata. Y es que ella fue una gran bibliotecaria y archivera. Entonces se daba cuenta de que incluir letras del abecedario que no existían en otros idiomas impedía la unificación del castellano con otras lenguas en las bibliotecas y en los catálogos y que no había porqué.

-Elemental.

-Cuestionó eso. Cuestionó también, por ejemplo, qué ejemplos de uso se dan de las palabras. La Academia tendía, en esa línea anquilosada que vos mencionabas, a utilizar solamente citas célebres del pabellón de las grandes plumas de la lengua. Pero no había ejemplos tomados de la vida real o cotidiana.

-Estaban como en la torre de marfil.

-Entonces doña María construye un diccionario entero. Estamos hablando de ochenta mil palabras, con varios ejemplos por palabra. Así que podemos estar hablando que, de medio millón de ejemplos de uso, se los inventó ella o los tomó de la calle, de la familia, del mercado. Es decir, por un lado, tomó la lengua viva, como observadora y oyente de su lengua materna presente, pero sobre todo reclamó los derechos de cada hablante para hacer un uso personal de la lengua.

-Eso es central.

-Entonces había como una dimensión colectiva, generosa y una dimensión libérrima, personal, de decir, bueno, esta es mi lengua y es así como la escucho. Es un enorme desafío a la autoridad.

-Vos destacás, precisamente, que, al hacer el diccionario, ella se preguntaba si tenía sentido que le perteneciera la lengua a un comité de especialistas antes que al oído colectivo.

-¡Total! Claro. Es que hay una especie de lucha por la posesión o por la pertenencia de la lengua que tiene muchos aspectos. Uno es el de clase, pongamos. O sea, la gente lo suficientemente educada o formada como para reivindicar para sí la verdad de la lengua. Está el factor, en el caso de María Moliner, de género, por supuesto, porque, en su época, la Real Academia tenía implícitamente vetado el ingreso a las mujeres.

-Una turbulencia que recorre todo el libro.

-De hecho, en casi tres siglos no ingresó ninguna mujer en la Real Academia. Ahora sí hay, no muchas, pero hay. María Moliner fue la primera candidata oficial a ingresar en la Academia y perdió la votación. Pero también está la cuestión nacional que afecta de lleno a nuestra historia.

-Sí, ese es otro ítem.

- A mí, como niño nacido en Argentina y criado en España, siempre me importó mucho este tema.

-¿Cómo lo ves, desde ese ángulo?

-Se trata, un poco, de señalar el intento de patrimonializar la lengua que ha tenido tradicionalmente la Academia Española, algo tan absurdo como si Gran Bretaña pretendiese que el inglés es más suyo que de Estados Unidos, pongamos. Evidentemente, aun con muchas diferencias económicas y políticas, lo que quiero decir es que hay un cierto centralismo y un cierto colonialismo que queda como rémora histórica que se notaba mucho en el diccionario de la Academia.

-Algo que, a pesar de todo, perdura.

-Se sigue notando hoy en el propio concepto "americanismo", que para mí es hilarante porque el noventa por ciento de los hablantes de nuestra lengua vive en Latinoamérica. Entonces, americanismo es casi cualquier palabra que se pronuncie en español. En todo caso, habría que hablar de iberismo, que sería como una excepción.

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"Americanismo es casi cualquier palabra que se pronuncie en español", define Andrés Neuman.

-Muchos puntos para poner en cuestionamiento.

-Está el factor nacional, está el factor cultural y todas esas jerarquías quedan desafiadas con mucha naturalidad y mucha sensatez en el diccionario de María Moliner, que está escrito desde otros puntos de partida y por eso lo sentimos tan cercano y casi una fuente de consulta familiar. El Moliner funciona como una especie de abuela; una abuela esfinge o una esfinge abuela que nos cuenta otra verdad sobre las palabras. Eso a mí me parece hermoso.

-Como metáfora de tu libro, uno imagina a los doctores de la lengua en una habitación cerrada y entonces ella va y abre las puertas y las ventanas hacia la calle. Vos lo expresás de esta manera: "Encontraba manjares en la calle o en la juventud, esa misma que, desde que el mundo había abierto la boca, jamás hablaba como se debía". Ahí está la cuestión.

-Sí, por supuesto. Con ese criterio, se sigue diciendo que, en el libro, sólo Adán y Eva hablaron bien. Todo lo demás fue una perversión del idioma.

-Muy bueno. ¿Bajo qué circunstancias María fue esbozando todo esto?

-María Moliner no tenía un cuarto propio, como decía Virginia Woolf. El despacho que había en la casa era, en la época, para su marido, un hombre interesantísimo, por otra parte, catedrático de física y muy buen compañero. Es decir que ella estaba en un lugar de transición, en el living, diríamos nosotros, en el comedor o en el salón, se diría en España.

-¿Con qué consecuencias prácticas?

-El hecho de que ella estuviera en ese lugar de paso, hacía que otras presencias y otras palabras pudieran aparecer. También, fíjense qué lindo que lo digamos ahora, era alguien que escuchaba la radio y tomaba nota de los medios de comunicación.

-Tenía la atención abierta en todas direcciones.

-Esto es, hoy, algo obvio que la lengua se disputa también en los medios. Pero a mediados del siglo XX, en la España franquista, era revolucionario que ella tomase nota no solamente de los libros que leía, y que leía con mucha atención, sino que la tomase también del uso público y de los medios hasta el punto, incluso, de que palabras que, en su momento, eran como del argot juvenil y de los medios más modernos, como biquini, entraron en el diccionario gracias a ella.

-Biquini es una de las tantas palabras a las que vos les prestás especial atención en los recuadros.

-Ella se dio cuenta de que la prenda llamada bikini estaba, por supuesto, prohibida por el régimen en esa época, pero también ausente no casualmente del diccionario de la Academia.

-Y ella rescata el término de una manera muy particular.

-Ella lo introduce en el diccionario porque sabía que su hija usaba o quería usar biquini. Entonces lo planta en el diccionario como un gesto de modernidad, pero también de capacidad de observación de la realidad. Este objeto existe, está en boca de la gente, está en los cuerpos de las chicas jóvenes, ¿cómo va a estar ausente del repertorio léxico de la lengua? ¿Qué clase de vestimenta tiene el idioma?

-Irrefutable.

-Además lo define de un modo verdaderamente ingenioso porque no solamente el Moliner tenía que ser más cálido, más claro y más cercano, como lo es, sino que tenía que decir las cosas conflictivas de un modo en el cual pudiese eludir el castigo de la censura. Y es hilarante el modo en que María Moliner describió la pieza inferior del bikini.

-Muy ingeniosa. Muy hábil, también.

-Dijo que cubría la unión de las piernas con el cuerpo, así que conseguía, incluso, parodiar a la censura mientras se adentraba en caminos prohibidos. Así que es un diccionario, también, de mucha inteligencia y mucha astucia a la hora de manejar las palabras.

-Y una manera de quitarle empaque a la lengua era, según Moliner, prestarle atención a la jerga de los chicos, contra los cuales solemos despotricar por cómo se expresan. Vos lo decís así: "Pese a su mala prensa, ella simpatizaba con los neologismos juveniles: le parecían la prueba de que el idioma bailaba". ¡Qué bonito!

-Eso lo aprendió del estudio de filología de Aragón, muy a principios del siglo XX. Ella tuvo un maestro que se llamó Juan Moneva, que era miembro correspondiente de la Real Academia. Es decir, no era miembro estable, pero sí asociado. Y tenía un criterio que a mí me parece hasta el día de hoy muy válido: no subestimar ninguna de las dos fuentes lingüísticas.

-¿Cuáles dos?

-La fuente de los ancianos de la tribu, que tienen recuerdos del léxico de más profundidad, que recuerdan los cambios de la ortografía gramática. Tomar ese patrimonio como valioso y complementarlo con la renovación lingüística de las generaciones siguientes. Y él buscaba un equilibrio entre los dos saberes. No es uno de los dos, es el acorde sensato que se produce cuando se está atendiendo a esas dos velocidades, a esas dos honduras de lengua.

-Y ella honró ese principio, ¿no?

-María Moliner siempre cumplió con ese principio de su maestro muchos años después cuando escribió el diccionario porque era muy conocedora de la historia de la lengua. Le encantaba la etimología, usaba el diccionario de Corominas todo el tiempo. No hay nadie que haya leído el diccionario de la Academia más atentamente que María Moliner, porque lo discutió entero, página por página. Y, sin embargo, no tenía tantos prejuicios, porque el suyo es un diccionario escrito en el siglo XX por una mujer atrevida y valiente.

-Tu libro cuenta cómo ella escuchaba a los jóvenes, a sus hijos, a sus nietos, a los pibes en la calle, para recolectar neologismos. Cabe preguntarse, ¿cómo se hubiera manejado hoy? Porque hay jergas juveniles inclasificables como los emojis, las abreviaturas en el teléfono, los distintos códigos en las redes.

-Está muy buena esa cuestión. En primer lugar, me gustaría decir que no me siento con derecho a hablar en nombre de María Moliner desde el futuro, porque la quiero y admiro demasiado como para utilizarla en favor de mi propia opinión.

-Es atendible.

-Entonces reconozcamos que no podemos saber qué hubiera dicho.

-Se trata simplemente un ejercicio contrafáctico.

-Exacto. Ahora bien, sí podemos pensar qué hizo ella en su diccionario y qué enseñanza se podría obtener. Me imagino que, por un lado, ella daría cuenta del uso contemporáneo juvenil porque el suyo era un diccionario de uso, así que le tomaba la temperatura al presente de la lengua aparte de la memoria de sus orígenes.

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Andrés Neuman.

Andrés Neuman.

-¿Y en cuanto a las formas más novedosas?

-En cuanto a los emojis o los emoticones o todo lo que tiene que ver con la parte visual pictográfica de la lengua, es posible que mereciera, o bien un diccionario aparte que fuera como ideográfico, lingüístico y visual, o bien incorporarlo. Se podría hacer. María Moliner incorporó contenidos gramaticales y enciclopédicos a su diccionario y la criticaron mucho por eso.

-¿Por qué?

-Porque no era un diccionario puro tampoco en eso, gracias al cielo. Entonces, puede ser que una maniobra Moliner fuese, dentro de las entradas sobre las palabras, por ejemplo, en caso de poner alegría o emoción o esos conceptos que parecen tener un emoticón claro, introducir una traducción clara. Se podría analizar su origen, su genealogía visual.

-Has aportado una estupenda idea.

-Así que un diccionario que fuera verbal y también ideográfico o pictórico, creo que se podría hacer y sería un diccionario de uso que incluyese lo verbal y lo visual. Sería muy interesante. O, quizás, un diccionario específico.

-Puesto que el lenguaje se va actualizando permanentemente, ¿no sería Wikipedia el sueño de Moliner?

-Mirá, Umberto Eco dijo alguna vez, un poco en broma, que Borges había inventado internet en la medida de esta especie de capacidad hiperasociativa y de que todo tiene que ver con todo y de que hay una especie de lectura infinita del infinito libro de la realidad. Y puede ser que María Moliner se hubiese quedado absolutamente maravillada de la reescritura sin fin de un libro, porque es un libro, como la Wikipedia.

-Por eso mismo.

-Fíjense qué lección de vida tan hermosa. María Moliner empezó su diccionario a los cincuenta años. No tenía ninguna garantía de terminarlo y de hecho es una empresa casi imposible. No por casualidad escribía desde la calle Don Quijote número 1, porque hay que ser muy quijotesca para proponerse una misión así. Y cuando la termina, estoicamente, casi a los setenta años, lo que ella declara, en una de las pocas entrevistas que quiso dar en su vida, dijo, textualmente: si Dios me da salud, espero pasarme los próximos quince años corrigiendo la segunda edición.

-La historia sin fin...

-Es decir, cuando, por fin, terminó su libro interminable, de ningún modo creyó que su trabajo estaba concluido. ¡Empezó de vuelta! Como hace la lengua todos los días. Entonces se puede decir que María Moliner no solamente trabajó con la lengua. ¡María Moliner era la lengua! Encarnaba la lengua misma.

-¿Cómo ves que ahora la Real Academia Española acepte algunas palabras como almóndiga o güiski? Por ahí choca como una deformación demasiado grosera del idioma.

-Ahí ya entra mi opinión personal, más allá de la maestra Moliner. Y es que a veces la Academia tiene criterios difícilmente compatibles entre sí. O sea, a veces actúa como guardiana de la tradición, lo cual cumple una función. Otras veces se apresura a incluir neologismos que no sabemos si van a perdurar. A veces se resiste de manera poco práctica a escrituras o mejor dicho ortografías, por ejemplo, anglófilas, que son las que usamos y las más naturales.

-Y que aumentan todo el tiempo.

-Se acordarán de este empeño de la Academia porque whisky se escribiera güisqui, como nadie nunca lo ha escrito. Entonces, a veces se afana en castellanizar lo que vive naturalmente en su ortografía inglesa. Y otras veces intenta inventar híbridos que no parecen del todo necesarios. Pero, claro, no se olviden de que la Academia, a diferencia de María Moliner, para bien y para mal, no es una persona. Es un coro. Y es un coro que no canta la misma partitura. El de la Academia es un diccionario colectivo e históricamente rescrito, con lo cual conviven muchos puntos de vista y muchas ideas acerca de un mismo fenómeno.

-Y esi le da su particularidad.

-Eso es fascinante, por un lado, porque la Academia, en ese sentido, representa las fricciones que hay para cada hablante. No hay más que pensar hoy, por ejemplo, qué entendemos por la palabra libertad.

-Otro término clave, ¿no?

-El ejemplo de uso que ponía la Academia de libertad era: a los jóvenes les pierde la libertad (risas). Ni siquiera el libertinaje. La libertad misma ya era un problema. Pero hay que definir qué es libertad, ¿no? Y el amor, por ejemplo.

-Más clave aún.

-María Moliner decía una cosa absolutamente genial y es que el orden alfabético en un diccionario era práctico, pero también un problema porque tenés que definir amar antes de definir amor. Amar aparece antes de amor. ¿Pero cómo vas a decir qué es la acción de amar si no nos ponemos de acuerdo en qué es el amor?

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Andrés recordó como hermosa la definición de la palabra amor por parte de Moliner.

Andrés recordó como hermosa la definición de la palabra amor por parte de Moliner.

-¿Qué es, entonces?

-La definición de amor de María Moliner es preciosa. Es el sentimiento que experimenta una persona hacia otra, dice ella, y que se manifiesta en tres cosas: en desear la compañía de alguien, en alegrarse con lo que es bueno para esa persona y en sufrir con lo que es malo para esa persona. Es una definición, digamos, empática del amor.

-Un oyente, Carlos, te pide otra opinión personal. ¿Qué pensás del lenguaje inclusivo?

-(Ríe) El lenguaje inclusivo creo que hay que verlo desde dos puntos de vista que son complementarios. Uno es el histórico, el de la evolución de la propia lengua. Y otro el político social.

-De acuerdo. Vamos por parte.

-Lo primero que hay que decir es que esas dos vertientes siempre se comunican. Desde el lado más etimológico, más lingüístico, hay palabras, por ejemplo, que han tenido dos géneros, un género vacilante; por ejemplo, puente.

-¿Cómo es eso?

-Si leemos poesía clásica o barroca, vamos a ver que el puente a veces es la puente. Es decir, que hay más sustantivos de los que parecen que definieron su género bastante tarde y oscilaron. Y algunos siguen oscilando hasta el día de hoy.

-La cosa viva del lenguaje.

-Entonces, por un lado, está eso. Por el otro lado está el latín, que tenía pronombres masculinos, femeninos y neutros. Y en castellano no tenemos el neutro muy desarrollado, lo cual provoca necesidades de invención de algunos conceptos. Por otro lado, tenemos la “e” inclusiva, que a alguna gente le molesta mucho.

-¿Y a vos?

-Yo no la uso mucho en mi vida cotidiana, pero la respeto muchísimo. Esa “e” es etimológica. Esa “e” de femenino plural, por ejemplo, o de no binario, está en el italiano, está en el asturiano.

-Tal cual.

-Es decir, que algunas innovaciones que parecen como contra natura o escandalosamente violentas con respecto a la lengua, en realidad salen de la raíz misma de la lengua y buscan retomar un camino distinto del que se tomó. Después hay un fenómeno interesante en oficios que estaban muy feminizados, pongamos, por ejemplo, modista o azafata. Esa “a”, que no era de género y que viene del latín, como la de poeta, definía mujeres. Cuando empezaron a incorporarse hombres a esos oficios habitualmente ocupados por las mujeres, se masculinizó un sustantivo, como azafato o modisto, que no hubiera hecho falta etimológicamente.

-¿Por qué no hacía falta?

-Porque azafata no es una mujer, necesariamente. Esa “a” no es femenina, necesariamente.

-Pero no es algo fácil de asimilar.

-Tenemos otro ejemplo: capitana. Fíjense cómo cambian las cosas cuando hay afecto o compromiso emocional. Argentina tiene muy buenos equipos femeninos de algunos deportes como el hockey o yo qué sé. Bueno, no nos molesta para nada que Las Leonas tengan una capitana. Pero capitana viene de caput, capitis, que es neutro. La palabra capitana es neutra etimológicamente. No debería hacer falta feminizarla.

-¿Qué pasó, pues?

-Que los capitanes solían ser hombres. Entonces, cuando empieza a haber capitanas mujeres, se marca una cosa que no sale de la lengua. Yo no he visto a nadie ofenderse porque un equipo de hockey tengo una capitana. Pero cuando ese fenómeno se traslada a otros ámbitos que por ahí nos incomodan más o nos cuestionan más, de pronto nos enojamos.

-Una curiosidad, sobre el final. ¿Tu apellido se pronuncia "neuman" o "noiman"?

-Como vos quieras. ¿Sabés que es una historia divertida?

-¿Por?

-Porque mi bisabuelo, que se llamaba de otra manera, para huir de un servicio militar en Siberia, le robó el pasaporte a un soldado alemán, que se llamaba así, Neumann. Pero, en realidad, fue una identidad falsa con la que tuvo otra vida. Esto es como lo de la inteligencia artificial. ¿Vieron que soy un impostor, como se habrán dado cuenta? (risas) Entonces, no importa, porque no tengo antepasados alemanes, pero sí un apellido alemán robado.

-Digamos que, además, de la historia en sí de María Moliner y de su época, hay algo que se disfruta mucho en tu libro: los diálogos. Tenés un gran oído para eso. Y una afilada ironía, que recuerda a un Woody Allen o un Groucho Marx. ¿Será algo propio del humor judío?

-A mí me encanta esa lectura porque, además, me parece que el lenguaje puede ser muy divertido. A mí me gustó siempre mucho la tragicomedia. Creo que es el tono de la realidad.

-La realidad como tragicomedia. Otro acierto.

-Nada es todo el tiempo terrible ni todo el tiempo cómico, sino que hay una especie de claroscuro en la vida. Y un ejemplo de un diálogo de la novela es cuando después de que el papá abandone a la familia de María, su hermana menor, Matilde, le dice: "Ay, mamá no tuvo suerte en el amor." Y María le contesta: "Mamá, lo que no tuvo, es presupuesto en el amor”. No le faltó suerte. Le faltó presupuesto (risas).

-¿Viste? Ese era el tono. Todo dicho.

-Ese tipo de diálogos me parece que le meten un contrapunto a cuestiones que parecerían más serias o más abstractas, pero que a mí francamente me parecen divertidas. Así que no hace más que reflejar mi verdadera idea acerca de la lengua. Es una idea muy fresca y muy lúdica. Muy placentera. Para mí la lengua es un placer.

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