Corina Oproae (Transilvania, Rumania, 1973), filóloga, nació en Rumania y, sin embargo, ha escrito prácticamente la totalidad de su obra en español.
Corina Oproae (Transilvania, Rumania, 1973), filóloga, nació en Rumania y, sin embargo, ha escrito prácticamente la totalidad de su obra en español.
Se estableció en Cataluña, en 1998 y afirma, con total convicción, de que no cambiaría Barcelona por ninguna ciudad del mundo.
Su prestigio literario lo fue consolidando como poeta. Y apenas dio el paso hacia la prosa, ganó la más reciente edición del Premio Tusquets Editores de Novela con La casa limón.
Su protagonista es una niña que se arma, en esa vivienda de tintes amarillos, un castillo de libros que le ayuden a ir entendiendo el mundo y a relacionarse con sus mayores. Sobre todo, con la figura de un padre ausente, cuyo vacío nunca deja de pesarle.
La realidad circundante es la Rumania de los últimos días del dictador Ceauescu. Días opresivos, grises, en donde hasta evocar a Dios era un problema grave.
Desde la comarca de Cardedeu, muy cerca de Barcelona, donde vive actualmente, Corina habla con el programa La Conversación de Radio Nihuil.
-Hola Corina, buen día. ¿Hace cuánto que estás en España?
-Hola, buenos días. Hola, Andrés. Yo llegué a España en el '97 y en el '98 me establecí en Cardedeu. Es decir, que llevo como veintiocho años. Llevo más de media vida viviendo aquí.
-Últimamente hemos entrevistado a varios escritores que se han establecido en Barcelona. ¿Que tiene la ciudad que los atrae tanto?
-Sí, es cierto. Barcelona es que tiene este mar, es una ciudad muy literaria, muy acogedora. Yo, la verdad, no me gustaría cambiar Barcelona por ninguna ciudad en el mundo.
-¿Y no te atosiga, no te abruma, como a muchos catalanes, el turismo intenso que pasa por ahí?
-Pues mira, yo vivo en una población como a treinta kilómetros de Barcelona. Es un lugar muy tranquilo, con mucha naturaleza. Tengo el tren a unos minutos de mi casa y voy a Barcelona cuando quiero. Llego en media hora. Entonces intento escaparme un poco y no estar necesariamente siempre en el barrullo.
-Vos, Corina, sos originaria de un lugar que no nombrás en tu novela, Transilvania, que tiene también connotaciones míticas por cuestiones obvias. Es la tierra del conde Drácula.
-(Ríe) Eres el primer periodista de allí que alude a ello. Aquí en España ya no me lo dicen.
-No hay manera de eludirlo. Recuerdo que alguna vez le saqué el tema a un filósofo argentino, Tomás Abraham, de origen rumano, y no le cayó muy simpático el tema. ¿A vos cómo te pega ser de la misma tierra que el vampiro?
-A ver... Han cambiado las cosas. Cuando yo llegué a España, en el '97, en un banco me preguntaron si él realmente existía de verdad. Por lo tanto, ya tengo una relación. Lo acepto, lo acepto (sonríe). Pero también es muy literario todo esto de los vampiros y del conde Drácula.
-Sí, pero ha dado hermosos relatos, no sólo en las novelas sino también en el cine. La última versión de Nosferatu es una estupenda película, ¿no?
-Sí, sí, decididamente.
-¿Cómo es tu tierra de Transilvania, en resumidas cuentas? Debido a toda esta imaginería de la que veníamos hablando, uno la intuye como una comarca misteriosa, de luna llena y aullidos en la noche. Pero en tu novela todo este ambiente no está. Es muy realista La casa limón.
-Yo no sé si es una novela muy realista. Creo que tiene muchísimo de esa parte mágica ancestral que viene de Transilvania. El relato pendula, oscila entre la ciudad, que es cierto que no se nombra, y el pueblo de los abuelos de la niña.
-Que tiene un protagonismo muy particular.
-Se trata de un pueblo situado en esa Transilvania arcaica, donde se conserva todo eso. Europa ha perdido un poco estas raíces, esta magia. Pero sí es cierto que no hay el aura que podría haber en los cuentos de vampiros, esa especie de gótico fantástico.
-Estamos hablando de tu primera novela, pero vos venís de la poesía. Gracias a esta entrevista, hemos leído algunos de esos escritos. Sinceramente, como dicen en España, sos una poeta de la hostia.
-(Ríe) Gracias. Da un poco de vergüenza, de rubor, decir yo soy poeta. Eso no se dice, ¿no? Pero sí que es cierto que es el terreno donde yo me encuentro más a gusto. Y es lo que hice con esta novela. Me llevé la poesía a la novela para poder escribirla. De hecho, había momentos en que tenía que frenar para que el texto no se pasara de poético. No sé si eso se nota en la lectura.
-No. No hay ningún exceso al respecto. No has incurrido, como otros, en una saturación de la prosa poética. Tu escritura es muy limpia.
-Bueno...
-Podemos tomar, para ilustrar, un poema tuyo, breve y cargado de sabiduría. Se llama "Arquelogía" y dice: "Las palabras/contienen todos los siglos.// Si escarbase un poco,/ debajo de una cualquiera/ encontraría alas de dinosaurio./ Y con un poco de suerte,/ alas de ángel/ para sobrevolar todos los muros/ alzados por la historia". Hermoso.
-(Sonríe) Este poema lo escribí cuando pasó todo aquello de la frontera con México, del muro que pretendían levantar. Como yo casi tengo alergia a los muros, después de mi vivencia personal en la Europa del Este, este poema viene de ahí. Es un poema esperanzado, digamos.
-Tu novela empieza con una niña encerrada en su castillo de libros, armado debajo de una mesa. Y en algún momento, ella dice: "Mi castillo de libros es de hecho nuestra casa limón". Entre esos dos ejes se mueve toda la historia, ¿no?
-Sí, efectivamente. Empieza con la imagen de la niña debajo de la mesa del comedor familiar.
-¿De dónde te viene esa primera imagen?
-Yo pasé mi infancia en Rumania, hasta que mi familia emigró a Canadá cuando tendría dieciocho o diecinueve años. Yo seguí haciendo filología ahí, pero lo que a mí me ha marcado mucho es la infancia que tuve en mi país. Y esta novela tiene algunos elementos autobiográficos, evidentemente.
-¿Como cuáles?
-Uno de ellos era este. Es decir, teníamos en el pasillo de la casa una biblioteca. En la parte de abajo podía llegar, siendo pequeña, y tenía la obsesión de sacar todos los libros y hacerme ahí una casa.
-¿Algo parecido a lo de tu protagonista?
-Hay una variación. Mis padres me hacían devolver los libros cada noche. Pero la ficción te permite esto, crear un castillo de libros que te permanezca durante una vida.
-Esas atmósferas interiores son otros elementos a tener en cuenta en tu novela.
-Ciertamente, las casas son muy presentes. Hay diversas casas, muchas cosas pasan en las casas. La casa limón, la casa en el piso, que es la caja de cerillas donde luego la protagonista se muda con sus padres. Esos pisos de estética soviética, todos iguales. La casa a medio hacer del pueblo de los abuelos, la casa de los abuelos. Hay mucha simbología.
-Una simbología clave.
-Es un no lugar, en el fondo, porque, como tú bien dices, en ningún momento se menciona el nombre del pueblo, de la ciudad. Pero la casa es como una especie de anclaje y por ahí se puede interpretar la novela.
-Sí, los ámbitos por donde pasa la niña le van dando toda la atmósfera al relato. Siempre están las casas, pero a veces la acción se traslada al campo o a un tren que queda varado en medio de la nieve. Algo así como un tren argentino.
-Eso se podía dar, literalmente, en la Rumanía comunista. Pero no sé si ahora. Ahora se está dando sin la nieve en Barcelona y tenemos un servicio de tren tremendo últimamente (ríe).
-Y ahí, cuando está la mamá con sus dos hijas en el tren varado, muertas de frío, se van a pasar la noche a otra vivienda, que es la casa del cura del pueblo, quien les da una mano.
-La casa del cura, efectivamente, que es donde la niña tiene una terrible noticia sobre el padre.
-Justamente, el padre es otro personaje centralísimo, porque la niña se pasa extrañándolo de principio a fin de la novela.
-De hecho, es un personaje vertebrador de la historia. Pero se hace presente a través de cierta ausencia a lo largo de la novela.
-Los tiempos de la historia se van alternando, pero giran sobre la nostalgia por el papá.
-Sí, es uno de los ejes de la novela. Y como tú bien dices, está organizada en tres partes que no tienen una estructura convencional. Una primera parte breve, que es una especie de presentación de la protagonista, pero solamente como personaje de ficción. No hay tintes, digamos, biográficos aquí.
-Claro, luego empieza a tomar cuerpo otro aspecto.
-Hay una segunda parte que es donde se desarrolla la novela, en secuencias, como tú bien dices, que no siguen un orden cronológico lineal, sino que marcan de alguna forma el proceso de ampliación de la conciencia de la niña protagonista. Y ahí entra todo, la madre, el padre, la familia; los temas, digamos, las obsesiones, que yo siempre he tenido, que tengo en mi literatura, en los poemas.
-Obsesiones muy marcadas.
-La muerte, la ausencia, la pérdida, que llevan el timón de cómo avanzan los hilos narrativos.
-Ya al final, cambia la propia protagonista.
-La última parte es como una especie de coda de madurez. Después de haberse desarrollado toda la historia, ella hace lo opuesto a lo que hace en la primera parte, que es devolver la ficción a la biografía, que, en el fondo, es la biografía lo que genera la novela.
-Teniendo en cuenta, como decís, que La casa limón tiene rasgos autobiográficos, ¿cómo fue tu historia y el recuerdo emotivo de tu papá y de tu mamá? ¿Cómo fue la relación con ellos?
-Hay cierta similitud, evidentemente. Hay un poema de Nazim Hikmet que dice: "Todo lo que he escrito sobre nosotros es mentira/ todo lo que he escrito sobre nosotros es verdad". Pues eso es lo que pasa con mi novela, exactamente lo mismo (ríe).
-Con los riesgos que eso implica.
-Si alguien de mi familia, como mi hermana, lee la novela, diría ¡ostras! ¡Pero qué cosas has inventado! ¡Eso no fue así! (risas). Incluso puede ser que en mi recuerdo sí que las cosas sean así.
-Una ambivalencia inevitable, por otra parte.
-El recuerdo siempre es así, pero en la infancia más. El recuerdo solamente trabaja a través de la percepción y puede que las cosas te hayan pasado a ti o puede que no te hayan pasado a ti, pero la percepción lo hace tuyo. Hay mucho de eso.
-¿Cuánto coincide todo esto con tus propias percepciones?
-Es una familia que se parece de alguna forma a la mía. Es cierto que mi madre era enfermera y que yo casi me crié en un hospital, porque ella trabajaba en urgencias y en ambulancias. Por lo tanto, tengo mucho conocimiento de ese ámbito. Y que mi padre tuvo una enfermedad neurológica y degenerativa. Entonces, hay algún conocimiento muy profundo de este tipo de pérdida.
-Hemos tocado en otras entrevistas el asunto de que varios de ustedes, los escritores, tienen a su padre como motivo importante del argumento. Fue el caso, reciente, de Xita Rubert, hija el filósofo Xavier Rubert de Ventós y premio Herralde. O de Jorge Fernández Díaz, que ganó el premio Nadal escribiendo sobre su papá, un inmigrante asturiano.
-Sí, es cierto, hay muchísimas novelas escritas de diversas formas, como falsas novelas de autoficción o novelas más tradicionales. Hay como un boom. Yo, ahora, por ejemplo, estoy trabajando en un libro que tiene que ver con la vida de mi madre antes de tenerme a mí, una vida de la que yo no sabía absolutamente nada.
-Menuda sorpresa.
-Yo pensaba que en mi familia no podía haber nada más que no supiera. Pero la vida te sorprende tanto y más en estos países donde ha habido esta necesidad de recurrir a los silencios y a los tabús, y a no contar. Creo que hemos estado durante mucho tiempo sin contar ciertas historias. Entonces tal vez de ahí venga.
-Vos viviste tu infancia en la Rumania comunista. ¿Qué te parece eso ahora?
-¡Ostras! Esta es una pregunta complicada. Es decir, ¿cómo veo esa parte del mundo? Pues bien, creo que esa parte del mundo todavía está sufriendo las consecuencias. Puedo hablar de lo que está sucediendo ahora mismo en Rumania. Hubo unas elecciones que se desarrollaron por segunda vez, con una especie de ultraderecha que quiere llegar al poder.
-Algo similar a lo que ocurre en otros países.
-Creo que no se puede entender lo que está sucediendo en Europa del Este ahora sin saber todo lo que pasó durante los cincuenta años de comunismo.
-Un comunismo, hoy, puesto bajo la lupa.
-De hecho, pues eso no fue un comunismo, no fue la utopía en sí, sino una especie de degeneración de las ideas. No sé si por nuestra propia condición humana o por qué, pero tuvimos la prueba de que aquello no era posible. Entonces, es muy importante no olvidar, mirar, aprender de las lecciones de la historia para no repetirlas.
-¿Y qué marcas de ha dejado en la actualidad todo esto?
-Hay cosas que me marcaron de forma negativa y hay cosas que me marcaron de forma positiva.
-¿Cómo es eso?
-Por ejemplo, vivir en un país donde solamente hay una cadena de televisión durante toda la infancia, sólo hay un programa de televisión de 8 a 10 de la noche, donde casi no tienes nada viéndolo, solamente puedes recorrer a los libros. Entonces, yo creo que allí gané algo para toda la vida, algo que, si hubiese nacido en esta sociedad en la que viven, por ejemplo, mis hijos ahora, con acceso a tantas cosas electrónicas y a tanto estímulo, tal vez no se hubiese dado.
-¿Y lo malo?
-Pues luego también hay otras cosas, como vivir con falta de libertad, vivir con el miedo de que tu propio vecino pudiera delatar algo que se supone que no tendrías que haber hecho. Todo eso marca. Marca de por vida y crea ciertos mecanismos que se despiertan cuando menos te lo esperas. Pero podría pensar en muchísimas cosas porque es una pregunta que tiene muchas respuestas en el fondo.
-Ha habido una cantidad importante de escritores rumanos que dejaron su país y terminaron escribiendo en otros idiomas. Hay nombres notables como el de Cioran o el de Ionesco, también están Mircea Eliade, Herta Müller, Norman Manea, etcétera. ¿Cuánto de su exilio tuvo que ver con la situación política de Rumania o, simplemente, en otros casos, quisieron cambiar de aires?
-Estamos hablando de épocas diferentes en el caso de Cioran, Ionesco, Eliade. Ionesco, además, es nacido de madre francesa. Marcha por estas razones y el francés es su lengua nativa.
-¿Y Eliade?
-Yo creo que Eliade no hubiera sido Eliade si no marcha a Francia y a Estados Unidos. Pero, luego, Herta Müller, ella escribe en alemán. Es de un pueblo de Transilvania muy cercano a donde comenzó la revolución rumana en el '89, de una comunidad suava, alemana. Ella sí que se marcha por razones políticas durante el comunismo. Norman Manea es la misma situación. Un grandísimo escritor, sobreviviente del holocausto.
-La lista es larga, como vemos.
-Están también Matei Viniec, que es un autor fantástico, o Dinu Flamand, que marcha también a París y trabaja en Radio France Internacional.
-¿Y lo tuyo cómo fue?
-Mi caso es diferente. Yo elijo marchar de Rumania. Es decir, elijo porque tengo una beca de doctorado en la Complutense de Madrid. Pero la cambio por Barcelona por amor. Digamos que es un exilio voluntario, es diferente.
-¿Y en cuanto al idioma?
-Y, desde muy pronto llego al español, casi por casualidad, con dieciocho años. Estudio filología hispánica, me enamoro tremendamente de la literatura hispanoamericana. Yo hice una tesis sobre el manierismo en Borges, por ejemplo. Nunca he estado en Argentina, tengo que solucionar esto algún día (ríe).
-Imperdonable. Hay que salvar esa falla.
-Ojalá, porque cuando un libro sale en un país así de lejano, una tampoco tiene seguridad de que existe. Todo lo que no se ve no existe.
-Tu literatura es en español, ¿no?
-Yo empiezo a escribir en español por fascinación. Yo no escribo en rumano. De hecho, no tengo ningún libro publicado jamás en rumano. Solo publiqué unos poemas en el '93 o '94, tal vez. He escrito un libro en catalán, pero tampoco ha sido por elección. Creo que he tenido la suerte de que las lenguas me han acogido y me escriben ellas, de alguna forma.
-Otra de tus obsesiones tienen como blanco a Dios. En un momento la nena está en la casa de la abuela esperando con ansiedad a su madre. Y si llega, dice, "tendré que creer en Dios porque ya no me quedará más remedio". O, cuando se han bajado del tren, dice "estoy en esta casa de montaña que pertenece a un cura que lo justifica todo con los caminos infinitos de Dios". El asunto está presente todo el tiempo, como duda.
-Como duda, sí. Hay una gran tradición. Los rumanos siempre dudan en la literatura. Son muy creyentes. No es mi caso. Yo creo que hay como un resurgimiento, después de la caída del comunismo, de la religión ortodoxa.
-¿Cómo es tu caso, entonces?
-No me considero creyente. Pero sí que de niña siempre he tenido como una especie de búsqueda de la espiritualidad, de lo que es verdad. Por ejemplo, siempre he pensado que Eliade, que ha estudiado tanto, para mí ha sido también una fascinación desde este punto de vista. ¿Cuál es la religión que es verdadera? ¿Qué es lo que es cierto? Era una de mis preocupaciones en esas edades de la protagonista.
-Una preocupación que a ella no la abandona.
-Cuadra muy bien con ese mundo donde yo quería que se viera que, en esta parte de Transilvania, durante el comunismo, la religión estaba prohibida. Pero la gente recurría a ella y en los pueblos había cierta libertad. También lo quería dejar entrever en la novela.
-Muy propia de los pueblos esta conducta.
-Y hay, asimismo, una especie de pensamiento mágico de la niña. Ella piensa, por ejemplo, si cuento hasta tres, algo va a pasar o soy capaz de hacer que alguien muera. Soy capaz de crear la realidad. La niña tiene esa sensación de creadora de realidad, esta magia.
-Podemos abordar aquí otras de sus obsesiones centrales, que es el tema de la muerte.
-Sí. Hay quien dice que cada poeta tiene que escribir alguna vez sobre la muerte. Yo lo que tengo que hacer es no escribir alguna vez sobre la muerte.
-¿A qué obedece ese impulso?
-He tenido muertes cercanas muy pronto en la vida y eso realmente me ha marcado muchísimo. Yo soy una persona muy alegre en el día a día, pero en la escritura se destila todo. Y sobre todo estas obsesiones. De todas maneras, lo que hago es intentar acercarme desde otros ángulos. En todos los libros están, pero, repito, lo que me gusta es cómo trabajarlo formalmente desde otro punto, ver otra cosa en esta búsqueda.
-¿Alguna vez podrán aflojar estos imperativos?
-Mi próximo libro va a salir en septiembre. Es un libro de poemas, editado también por Tusquets. Y ya desde el título, la obsesión es evidente (ríe). Pero el acercamiento es totalmente diferente al de los otros libros.
-Decís que en la escritura se destila todo. ¿Sirve de terapia también? ¿Te tranquiliza? Como dice la niña en los tramos finales, "leí en un libro que, si alguien las cuenta o las escribe, las historias se apaciguan como una tormenta, como un amor loco que se asienta y se vuelve tranquilo y seguro con el paso del tiempo".
-Esta cosa supuesta de un libro creo que me la inventé. Y no concibo necesariamente la literatura como terapia, aunque en cierto momento sí que se puede hacer cierto trabajo personal, mental. ¿Si me apacigua? Pues yo creo que no.
-¿Qué te pasa, entonces?
-Creo que si no escribiera sería mucho peor. Pero muchas veces es muy tormentoso también meterse en según qué historias quieres escribir.
-¿Cuánto disfrutás y cuánto sufrís haciendo una novela?
-Yo, si no tengo necesidad de escribir un libro, no lo escribo. No lo hago solo por el placer de hacer una novela. Mis libros salen de una profunda necesidad de trabajar con ello. Cuando me meto en una novela, estoy de muy mal humor si no puedo seguir trabajando en ella, por ejemplo (ríe). Entonces yo creo que sí, que hay más placer que sufrimiento, en el fondo.
-¿Cómo es tu situación ahora?
-Estoy con una nueva novela que me lleva a trabajar en las prisiones comunistas, por ejemplo, en todo lo que pasó durante el comunismo en las prisiones, en las torturas. Y leer ese tipo de información no es placentero. De ninguna manera. Pero escribir sí me resulta placentero. Es una mezcla de dicha y de desdicha, de dolor y de placer.
-¿Cuánto pesan los libros en tu vida? La niña está todo el tiempo en conexión con ellos. En el último tramo, cuando ya se ha despegado de su madre, vuelve al departamento, a la caja de cerillas donde vivían, y dice: "Siempre que puedo, vuelvo a ese piso, y releo alguno de los libros". ¿A vos te une también ese cordón umbilical?
-Totalmente. Si vieras... Yo soy como esos personajes que van mucho al bingo a los que a veces se les prohíbe entrar para evitar que jueguen. A mí me deberían prohibir entrar a una librería, porque, si lo hago, no puedo no salir de allí con no sé cuántos libros (ríe). Es como una obsesión.
-Nos pasa a todos los lectores.
-A veces, claro, no llegas a leerlos todos. Pero tengo la necesidad de tenerlos. Yo tengo una relación indestructible con los libros. No me la quiero imaginar, pero ni siquiera a través de la muerte se puede terminar (ríe).
-Y te pasará lo mismo que al resto de los obsesivos. Acumularás sobre la mesa de luz una pila de libros por leer.
-Sí. Además, el horizonte siempre está en el mismo lugar. Por mucho que hagas, siempre quedarán los mismos libros que jamás vas a poder leer (risas).
-No hay cura para eso. Tenías razón.
-Sí. Los libros lo son todo en mi vida, realmente. Todo lo que necesito saber está en los libros. Todo lo que he aprendido, incluso mi educación sentimental, todo está en los libros.
-¿Estás en pareja, Corina?
-(Ríe) Sí… Sí... Esto me ha dejado un poco descolocada (sigue riendo). Pero sí.
-¿Y tu pareja lee?
-Mi pareja también se dedica a la escritura. También es poeta y lee muchísimo. Y tiene casi una obsesión. No sé si me gana en la obsesión de tener libros.
-Preguntaba porque para una persona que es enferma de los libros debe ser complicado vivir con alguien que no lee o que no les da importancia.
-Es cierto. Eso sería algo realmente imposible en mi caso.
-Llama la atención de que la obsesión de la chica de La casa de limón -y de vos misma- sean los libros, pero se nombran muy pocos títulos en la novela.
-Solo uno.
-Veamos, citás El elefante, de Aleksandr Kuprin, mencionás de pasada Momo y Ana Karenina, y muy poco más.
-Muy poquitos más, pero hay muchos que están presentes. Ya en ese inicio, en esa primera parte de la que hablábamos, Borges está muy presente. Y luego hay otras referencias varias a través de la novela.
-Claro, pero no son referencias explícitas.
-Siempre somos producto, aunque la palabra no me gusta porque está muy ligada al consumismo; somos el resultado de todo lo que ha sido antes. Al menos yo me concibo así. Es decir, esta novela es el resultado de tantas lecturas, de alguna forma.
-¿Y por qué elegiste esta manera de trasuntar el legado?
-Como todo está contado a través de los ojos de la de la niña, tal vez no había la necesidad de mencionar tantos otros libros.
-Hay otra curiosidad, que se la podemos deber al azar poético. La página 61 empieza así: "Me como la tierra". Y resulta que viene de hacerse problemático en nuestro país el libro Cometierra.
-Sí. Por el tema de la prohibición en Argentina. Lo leí hace poco, después de haber escrito el mío. Magnífico libro, por cierto. La autora es Dolores Reyes, ¿no?
-Sí, claro. Ahora bien, la chica del relato come tierra, después come hormigas, después pasta de dientes y sigue con jabón. ¿Cuánto tiene de vos esa práctica?
-(Ríe) Esta es una pregunta que también me hizo mi hija. Tenía miedo de que yo lo hubiera estando haciendo.
-¿Y no?
-Le he explicado que no, que esto es un tema literario. Además, eso está colocado en momentos muy puntuales. Por ejemplo, come jabón después de que se aluda a un tipo de abuso. Hay este tipo de temas, también, en el libro. Lo mismo cuando come tierra u hormigas. Sirve para expresar, sin que ella lo diga, el estado de ánimo de la protagonista.
-Pero hemos confirmado que todo esto no es autobiográfico.
-No recuerdo haber tenido este tipo de costumbres como niña (ríe). Pero sí que hay cosas que son ciertas. Por ejemplo, tenía gran obsesión de pequeña con los diccionarios.
-¿Cómo era esa predilección?
-Me leía diccionarios. Podía estar horas enteras leyendo diccionarios y haciendo listas de palabras. Y mira, es algo que creo que es genético porque a mi hija de pequeña, una vez la dejé en casa de una amiga. Ella me llama y me dice: "Oye, está diciendo que quiere leer el diccionario. ¡Nunca he visto algo así!” (risas).
-Y hay diccionarios preciosos, como el de María Moliner. Es como un libro de relato.
-Sí. Y justamente le están haciendo bastantes homenajes a María Moliner. Una figura impresionante.
-Para ir cerrando, ¿cómo te has sentido más cómoda, siendo novelista o poeta?
-No sé contestar eso. Yo no hago tanta diferencia entre una cosa o la otra. Evidentemente, los poemas tienen que llegar. Está muy mal visto hablar de inspiración hoy en día. Sí, pero es cierto que, si no hay un estado de gracia, digamos, ese estado especial, los poemas no llegan y puedes estar ahí sentado años.
-¿Y con la novela?
-Hay que trabajar día tras días porque, si no, se alarga muchísimo en el tiempo y no mantiene la misma atmósfera, la misma coherencia.
-Dos momentos creativos muy distintos, como se ve.
-Eh… respecto de la poesía, tengo siempre el miedo, de alguna forma, de que jamás voy a escribir otro poema. Siempre, desde el primer poema que he escrito, he tenido esta sensación de que es algo que se me concede y que tal vez algún día se me pudiera quitar.
-¿Con la novela no?
-Con una novela, creo que, si quiero hacerlo, como la que estoy escribiendo ahora, puedo hacerlo mejor, puedo hacerlo peor. Siempre está ahí la posibilidad. Pero voy a poder hacerlo. Mientras que la poesía es un don, que espero que no se me quite pronto.