Cuando Xita Rubert (Barcelona, 1996) publicó Mis días con los Kopp, en 2022, se la consideró de inmediato como una gran promesa de las letras españolas.
Cuando Xita Rubert (Barcelona, 1996) publicó Mis días con los Kopp, en 2022, se la consideró de inmediato como una gran promesa de las letras españolas.
La promesa no tardó en convertirse en realidad. Con Los hechos de Key Biscayne, su segundo libro, fue distinguida con el prestigioso Premio Herralde de Novela, en 2024.
Causó una verdadera sorpresa, una campanada, por cuanto Rubert, con tan solo veintiocho años, daba muestras de un estilo maduro y original, al mismo tiempo que exhibía, en su relato, con notable autoridad, los entresijos de una disputa matrimonial.
¿Cómo hizo para manejarse diestramente en un terreno impropio para su edad?, es la pregunta.
Xita ríe ante estas repercusiones. Pero las acepta. Las entiende.
La novela, narrada por una adolescente, cuenta la historia de un padre intelectual que, tras hacerse cargo de la cuota presencial que le corresponde, se traslada con sus dos hijos a Key Biscayne, una variopinta isla en las inmediaciones de Miami. Todo allí se muestra dislocado, paradójico, ambiguo.
Aunque Rubert se resiste a que la encuadren dentro de la literatura del yo, tenía la mesa servida. Es hija, nada menos, que del filósofo Xavier Rubert de Ventós y de la escritora Luisa Castro. Y tiene un hermano menor. El mismo esquema de la novela.
“Pido perdón a mi familia”, admite riendo. Siempre riendo.
Lo hace todo el tiempo en esta entrevista que brinda, en “un día muy frío, pero muy soleado”, desde Nueva York, donde vive mientras completa su doctorado en la Universidad de Princeton, con el programa La Conversación de Radio Nihuil.
-Hola, Xita, buen día.
-Hola. Estoy encantada de que me recibáis en el programa hoy.
-Lo mismo nosotros de haber podido leerte y ahora charlar a la distancia. Estás instalada en Nueva York actualmente, ¿no?
-Sí, sí, estoy viviendo aquí. Voy bastante a España y también a Latinoamérica cuando puedo.
-Andás por esos rumbos por razones de estudio, entendemos.
-Estoy terminando el doctorado. Entonces estoy viendo quién sabe dónde estaré el próximo año.
-En las distintas reseñas periodísticas, incluyendo las del diario El País, todos se muestran sorprendidos por tu premio Herralde, lo mismo que por la madurez y la creatividad de tus libros, siendo tan joven.
-(Ríe).
-Sin conocer tus datos biográficos, cuesta entender que, a los veintiocho años, tengás tanta solidez como para escribir lo que escribiste. ¿Cuál es el secreto?
-Yo creo que el secreto es la lectura. Y esto de la edad biológica, a veces no se corresponde con la edad, no sé cómo llamarla, literaria.
-¿Por qué?
-Porque si a mí lo que me gusta leer es un tipo de libro, un tipo de historias o un tipo de frases, no es que reflexionen sobre temas de adolescencia. O a veces sí, pero otras veces reflexionan sobre la vejez, sobre la muerte; quiero decir, sobre temas que se consideran, entre comillas, más maduros.
-Claro. No es algo que ocurra de cajón.
-No importa, como decíais, que sea veinteañera. Las emociones y las ideas y las imágenes que uno va creando en su propia escritura no tienen edad. Y cada escritor aspira a que esas ideas y esos pensamientos estén fuera del tiempo.
-Ok, pero vos tenés dos novelas publicadas, Mis días con los Kopp y Los hechos de Key Biscayne, en donde describís relaciones parentales. En la segunda, sobre todo, la dinámica pasa por la pelea matrimonial de los padres de la narradora. Y lo describís con un conocimiento de ese tipo de conflictos propio de alguien con mucha experiencia.
-(Ríe) Tal vez me equivoque, pero también es cierto que sorprendió. El libro se acaba de publicar y varias personas me dijeron que es increíble cómo estos conflictos de pareja, estos conflictos de custodia, estos conflictos de separación, aparecen retratados con un diálogo muy verosímil.
-Es lo que decía.
-Yo creo que sorprende porque es un tema que no hemos visto tan tratado en la literatura. Hay una novela del escritor estadounidense Henry James, What Maisie Knew, que sí narra, casi desde el punto de vista de la hija, una pelea entre padres, una separación. Pero yo no sé qué otras novelas existen donde el punto de vista sea el de los hijos observando a los padres en puro conflicto. Tal vez es eso.
-Pero no solo juegan aquí los antecedentes literarios, sino también la madurez en el tratamiento del tema.
-Es que, por otro lado, yo escribo siempre desde los desajustes y desde el momento en que las cosas no van como deberían. Y, como tú dices, a lo largo de toda esta novela, por un lado, el escenario es paradisíaco y hermoso y hay momentos de belleza, pero lo que está por debajo es duro.
-¿Lo buscaste así desde el principio?
-Mi intención era escribir una novela con un estilo amable e incluso divertido, pero los temas de fondo son oscuros y son difíciles.
-¿Cuánto conocés, de primera mano, de Key Biscane y de toda la zona de Miami?
-Cuando tenía más o menos la edad de la protagonista, pasé unos meses en esa isla y, claro, yo también crecí con padres separados. De algún modo, la vida siempre acaba informando la ficción.
-¿Se le puede aplicar, entonces, la categoría de relato autobiográfico?
-No es en absoluto una novela autobiográfica, pero hay unas percepciones, hay un conocimiento de causa que yo, en este caso, sí que tengo, tanto sobre la zona geográfica de Key Biscayne, Miami y Florida, como sobre estos conflictos, sobre las custodias de los hijos.
-A veces te ha incomodado que te incluyan dentro del género de la autoficción, pero, por lo que venimos hablando, inevitablemente saltan algunas preguntas personales.
-(Ríe).
-¿Vos, por ejemplo, vivís en pareja o sola?
-Yo no tengo pareja.
-Por eso, justamente, sorprende más que conozcás tanto sobre la dinámica de las reyertas maritales. Además, el padre de la primera novela es un intelectual, lo mismo que el de tu segunda novela, profesor de filosofía, para más datos. ¡Y vos sos hija de Xavier Rubert de Ventós! No hay manera de escaparle a esa asociación.
-(Ríe) Claro. Seguro que hay elementos de mi propio padre, de alguien que se dedica a cuestiones intelectuales, en ese personaje. Pero lo que me interesaba con la novela era la exageración, que es algo que también en mi primera novela me sirvió para mostrar lo que en la vida queda medio soterrado y que uno se queda medio sospechando cuando alguien dice o hace algo que parece un poco extraño.
-Un recurso muy comprensible, esto de la exageración.
-A mí, en la ficción, me gusta llevarlo al límite. Y si este padre, como tú dices, es medio extraño, medio extravagante, yo quería llevar eso al límite y ver cuáles pueden ser las consecuencias de algo que en la vida cotidiana tal vez no llegamos a ver.
-¿Por qué?
-Porque pasa de puertas adentro o en espacios privados. Y en esta novela, si te fijas, hay escenas públicas, como grandes fiestas en Miami; y después, escenas domésticas; incluso escenas en las camas y en los cuartos. Ese es el contraste que me interesaba.
-Escenas que son muy potentes. A su vez, la mamá de los chicos en la novela es una escritora que vive en España. Y vos sos hija de Luisa Castro. O sea, te movés en tu ambiente.
-Sí.
-Una pregunta, a partir de tus vivencias. ¿Las peleas matrimoniales, de pareja, entre gente intelectual, son distintas o son iguales a las de la gente común y corriente?
-¡No! Yo creo que son iguales (risas).
-Es bueno saberlo.
-Yo creo que los intelectuales y los artistas no son más nobles, no están por encima de las pasiones más bajas y más humanas. Tampoco hay que juzgar. Estos conflictos, en fin, lo colocan a uno en situaciones de decir y hacer cosas en las que uno no se ve a sí mismo como un miserable y, sin embargo, lo puede terminar siendo.
-Estás corriendo un velo.
-Es un prejuicio y es una idea preconcebida que las personas tal vez en una posición social o cultural respetada, de puertas adentro, actúen de manera respetable también.
-Por otra parte, tu novela se desarrolla en Key Biscayne, una isla a la que también llaman Key Spain porque está llena de hispanos y donde se nota, entre otras cosas, el inevitable racismo que hay al confrontar con una sociedad como la norteamericana.
-Sí, sí, sí. Algo me divirtió mucho, algo que a mí misma me intrigaba cuando yo estaba creando estas escenas, recordando Key Biscayne y también investigando un poco más allá. Y es tamaña mezcla lingüística, cultural, de clases sociales, unos choques a veces un poco siniestros, entre los superricos y los que están al servicio de esos superricos en esta isla en concreto, pero me parece que en Miami en general.
-¿No habías tenido ningún de advertencia al respecto?
-Yo tampoco había visto en la literatura -tal vez en el cine un poco más- retratadas estas paradojas y estas contradicciones de clase; y, como dices, el racismo que hay implícito en personas que tal vez se consideran a sí mismas por encima del bien y del mal, por encima de prejuicios raciales y de clase.
-Es difícil, a veces, verse a sí mismo, ¿no?
-Y, sin embargo, eso es lo que permite la literatura. Tú armas una escena que retrata a un personaje, aun si él mismo no se está viendo retratado. El lector, sí. El lector está por encima de todos los personajes y puede opinar y puede juzgar.
-Hablando de las paradojas, vos llamás al padre de tu novela "el hombre paradójico". Pero todo el ambiente es paradójico. Key Biscayne lo es, sus habitantes también, cohabitan intelectuales y narcos, gente linda y gente fea... más o menos como es en la vida, ¿no?
-Sí, sí, sí. Me encanta que digas eso porque creo que la paradoja y, como decía, el choque de la supuesta alta y la supuesta baja cultura, eso es lo que me interesaba; o sea, colocar en una fiesta a señores que no se sabe muy bien a qué se dedican, parece que a las drogas, a veces, y señores diplomáticos que están ahí con sus cócteles y de los que tenemos una imagen más respetable.
-Una fauna muy colorida y rara, es verdad.
-Pero yo creo que, por encima de todo, es una novela sobre las apariencias. Estas imágenes que nos hacemos sobre las personas, como decíamos, por su género, por su posición o por su profesión, hay que observarlas para ver quiénes son.
-¿Observarlas cómo?
-No hay mejor vehículo que la ficción para acabar de desgranar la psicología, el comportamiento, cómo patinan y cómo patinamos todos. Y, como tú dices, todos somos paradójicos. Creemos que somos una cosa y al minuto siguiente estamos en una situación inesperada y actuamos de otro modo.
-Hay algo que resultó paradójico, previo a la lectura de tu libro. Un detalle nimio. Se trata de la ambigua y engañosa reseña que figura, incluso, en la contratapa de la edición de Anagrama, cuando anticipa que el padre se transforma cada vez más en un caimán. Pero, al final, no tiene nada que ver con un caimán o un cocodrilo sino, simbólicamente, con otro animal.
-¿Y cuál sería ese animal?
-Está muy claramente referenciado en el relato. El animal que mejor representa al padre es la tortuga de Galápagos, que tiene un costado amarillo y otro negro. Ahí mismo está la paradoja.
-¡Tienes razón! Y me encanta que te hayas fijado en eso, sí, sí, sí. A mí la portada del libro me parece muy limpia. Pero siempre es algo un poco engañoso, uno nunca se acaba encontrando exactamente lo que espera.
-¿Cómo es tu interpretación de la tapa?
-La gracia, para mí, del símbolo del caimán o el cocodrilo es que tiene un punto infantil y también un punto peligroso. Realmente es un animal que te agarra y te come. Pero también es el animal que les hace gracia y que les da miedo a los niños.
-Otra mezcla paradójica.
-A ver, ¿son Key Biscayne y este padre algo divertido y extravagante o algo oscuro y peligroso? Esa línea, esa ambigüedad me interesaba.
-Pero ese bicho, el caimán, se menciona muy al pasar. En cambio, la tortuga está descrita muy detalle, empezando por el guía de una resera natural hasta desembocar en Darwin y Melville, quien la describe como una criatura de aguante infinito, perpetuo. Todo esto rodea mucho mejor al padre en cuestión.
-Claro, claro, tienes toda la razón. Para mí la introducción de ese animal del que habla Melville, efectivamente, en las Galápagos, era para hacer la analogía con el padre. O sea, una persona que de pronto parece negra y de pronto es amarilla. Puede ser tan luminosa como oscura.
-Puesto que este autor está entre tus preferidos, ¿qué Melville te gusta más, el de la ballena o el de Bartleby?
-Me gustan todos los Melvilles. Me gustan esos cuentos largos o novelas cortas, como Bartleby y como este libro que menciona el hijo, que parece que es un niño un poco nerd, The Enchanted Isles, Las Encantadas, sobre las Galápagos.
-¿Vos sos hija única o tenés algún hermano?
-Yo tengo un hermano.
-Exactamente como la chica de la novela. Está toda tu familia puesta ahí, disculpame.
-(Ríe) Está todo, está todo. Pido perdón a mi familia.
-¿Tu mamá te lee? ¿Y qué dice a respecto?
-Sí, mi mamá leyó mi primera novela. Me dio una gran satisfacción porque le gustó mucho, ¿sabes? Yo, la verdad, cuando escribo, no suelo compartir el trabajo hasta que esté bastante avanzado con mis lectores más de confianza. Ella después también leyó la segunda cuando ya estaba terminada. Me hubiera gustado que mi papá pudiese llegar a leerme, pero desafortunadamente no fue así.
-¿Cómo imaginás que podría haber sido esa lectura?
-Creo, también, que le hubiera gustado. Era una persona con mucho sentido del humor y, como estamos diciendo, también un poco paradójica. Creo que le harían gracia los ambientes y las historias que acabo retratando (ríe).
-Yo si fuera tu papá estaría preocupado por el perfil que le das en tu relato.
-¡No!
-¿No?
-Todo es ficción.
-Yo me preguntaría ¿cuánto de mí hay en la novela, según mi hija? Una duda inexcusable.
-Mira, tienes razón porque hay un librero de Buenos Aires justamente que me escribió. Me dijo: acabo de leer tu novela y estoy en shock porque yo soy papá.
-¿Viste!
-Yo pensaba, seguía diciendo él, ¿cómo me observan mis hijos?, ¿cómo me ven?, ¿quién soy?, desde la perspectiva de ellos. Estoy preocupado, me decía (ríe).
-Es que, precisamente, al principio de la novela, en la página 32, exponés un concepto iluminador. Decís: "Quizás la pregunta no es si los hijos llegan a conocer, algún día, a sus padres, sino si los padres llegan, algún día, a imaginarse lo que perciben y guardan para siempre sus hijos". ¡Tremendo! Muy sabio.
-Es cierto, ¿no? En la literatura y también en las conversaciones sobre la familia aparece mucho la idea de que los padres son un enigma. Sobre todo, cuando crecemos realmente. ¿De dónde vengo? ¿Quién era mi padre? ¿Quiénes eran mis padres?
-Y sin embargo...
-Y sin embargo (ríe) ¿quiénes son los hijos, verdad? No sé si un padre llega a conocer realmente a sus hijos.
-Y viceversa. El otro día, hablando aquí con Santiago Roncagliolo, decía que nosotros nos vivimos quejando de nuestros padres y les criticamos todo, pero, después, cuando pasan los años, nos damos cuenta de que terminamos copiando muchas de las cosas que hacían ellos.
-Por supuesto. Por supuesto, por supuesto. Mi papá murió hace justo ahora dos años. Y hace cuatro o cinco años, en que yo era un poco más joven, pasó lo que nos pasa a todos: nos distanciamos de lo que no nos gusta de nuestros padres.
-¿Y ahora?
-Ahora, años después, digo: ¡pero si soy mi padre en carne y hueso!
-Elemental...
-Según qué reacciones y según qué cosas hago, me avergüenzo de lo parecida que soy a él. ¡Es increíble! Es como una reencarnación.
-Tu mamá ha sido directora del Instituto Cervantes de Burdeos y ahora ocupa ese mismo cargo en Dublín. ¿Qué significa que te lea una madre con tantos pergaminos? Digamos, debe pesar mucho más que una madre cualquiera leyendo a su hija o a su hijo, ¿no?
-Para mí es una suerte enorme y un honor enorme. Mi mamá es escritora y es poeta. Es una persona culta. Mi papá también lo era. Pero primero que nada es mi mamá. Entonces no te creas que tenemos una relación, digamos, de intelectual a intelectual.
-¿Cómo es?
-Tenemos una relación de madre e hija y nos queremos mucho. Sobre todo, prima el afecto y lo familiar. En eso también siento que he tenido mucha suerte. Siento una gran afinidad con ella, pero también tiene que ver con la literatura, ¿verdad? Y ella, cuando me lee, siempre es con cariño y también desde la neutralidad de quien sabe lo que es un poema, un cuento o una novela.
-Algunos cronistas han destacado la fuerza de algunas frases tuyas, que impactan como aforismos. Pero, además, tenés como un don para mirar la realidad desde el otro lado del espejo, desde el revés de la trama, como la Alicia del cuento.
-¿Cómo es eso?
-Te doy un ejemplo. Hablando de la verdad y la mentira, decís que "el único modo de enseñarle algo a alguien es mintiéndole. No se accede a la verdad desde la verdad. Al oasis se llega, si se llega, porque uno ha descubierto el espejismo".
-Claro. Pero eso es cierto. Si yo ahora me paro a pensar en esa frase, eso sucede. O sea, solo aprendemos cuando nos hemos equivocado y cuando pensábamos que algo era un oasis, pero era un espejismo. Y entonces avanzas.
-¿Cómo se llega a todo esto?
-Cómo llego yo a los aforismos, me parece una pregunta muy interesante porque es muy difícil. Pero es de una manera muy técnica. Yo trabajo durante mucho tiempo en las historias. Y es solo reescribiendo, editando, reescribiendo, que llego a estas ideas que se van cristalizando. Hay como una o dos en cada capítulo.
-¿Qué tipo de ideas bullen en tu cabeza?
-Ideas como lo que has leído antes sobre padres e hijos, ideas sobre verdad y mentira, ideas sobre qué es amor y que es manipulación, ideas sobre la inocencia y la perversidad.
-¿Y cómo sobrellevás el itinerario?
-Lo que es importante para mí son los momentos de placer de la escritura, momentos también de mucha dificultad y de mucha ambición.
-¿Cómo es ese placer?
-Lo que me da mucho placer es llegar a presentar esa idea al lector que, como dices, es una idea compleja y como que da la vuelta. Es como una perspectiva del revés, del otro lado del espejo, pero expresada de un modo como quien estuviese escribiendo un poema, expresada de un modo en que se lea fácil, porque no estamos escribiendo un tratado de filosofía del siglo XVII. No.
-Ora frase tuya: "Hay quienes actúan antes de que las cosas sucedan aun si, depende de cómo se mire, ya han sucedido". Parece un pasaje de Alicia en el país de las maravillas.
-Claro. Y eso, en realidad, está hablando de en qué momento suceden las cosas. Hay quien percibe antes que los demás. Y en una novela como esta, protagonizada por un grupo familiar, padre, madre, hijo, hija, cada uno tiene su perspectiva sobre un hecho.
-Más ambigüedades, entonces...
-El título es irónico. Como decías antes, da una entrada engañosa a la historia porque no es una novela de hechos.
-¿Es una novela de qué, pues?
-Los hechos de Key Biscayne es una novela en la que el lector mismo tiene que decidir cuáles son los hechos y cada personaje tiene su versión de lo que ha sucedido o está por suceder; y sus tempos, sus ritmos.
-Más que de hechos, se diría que es una novela de situaciones, de climas.
-De atmósferas, sí, sí.
-¿Te divertís escribiendo o lo sufrís? ¿París los libros?
-Para mí el dolor y el placer son la misma cosa (risas).
-Medio sadomasoquista lo tuyo (más risas).
-A mí el placer me lo da haber escrito y haber llegado a algunas de esas frases que tú has leído; y a algunas descripciones que, yo las leo, y digo: aquí es donde quería llegar, aquí no he llegado antes, esto es lo que estaba persiguiendo.
-Pero nada es gratis.
-El camino es arduo y no hace falta dramatizar ni romantizar, que a veces es lo mismo. Pero el camino es estar sentada muchas horas trabajando tanto lo que quieres contar como el cómo lo quieres contar. Para mí es muy importante ocultar información porque creo que mi lector es siempre un adulto o, aun cuando me lee gente joven, es importante confiar en la inteligencia del lector.
-¿Cómo es tal ida y vuelta, según vos?
-La comunicación entre escritor y lector no está exactamente en las palabras. Está como en una especie de cosa subterránea de emociones, de sensaciones, como tú dices, de situaciones, en que no hace falta decir exactamente qué está sucediendo porque el lector sabe, el lector ha vivido y, si no ha vivido todavía, porque es muy joven, sabrá y recordará la novela.
-Sos buena lectora. ¿Has tenido esa experiencia?
-A mí esto me pasa. A mis veintiocho años, si leí algún texto de Dostoievski o de Kafka cuando tenía diecisiete, lo recuerdo ahora porque me vienen frases que, en ese momento, como yo era demasiado inmadura para entender lo que escondían, ahora, que lo he vivido, digo: ¡no me lo puedo creer, esto yo ya lo había leído y lo estoy viviendo ahora!
-Cuando vos escribís ¿tenés un lector modelo en la cabeza o está difuminado ese eventual receptor? Digamos, cuando estás armando un párrafo, vos, que sos provocativa, ¿te ponés a pensar en una posible reacción? ¿Cómo es tu mecánica interna?
-Provocativa (ríe). No, no tengo un lector particular en mente. Pero sí tiendo a escribir lo que a mí me parece misterioso. Es más, ahí mismo persigo que yo, al releerme, diga: ¡uy!, pero ¿qué es esto?; esto no lo preveía o esto no lo acabo de entender.
-¿Un misterio introducido de qué forma?
-Me gusta trabajar con frases, por ejemplo, que pueden tener tres significados distintos. Pero eso tiene que ver también con los escritores que me gustan. O sea, antes hablábamos de Melville y toda su gracia es que, dentro de cada frase, según quien esté leyendo, se interpreta una cosa distinta. Y de ahí viene la complejidad y la belleza de algunos párrafos de Melville.
-El tuyo es o debería ser un lector activo.
-Para mí el lector ideal es el que esté dispuesto a encontrarse eso mismo en un libro, que no busque algo más simple que la propia vida, que es compleja.
-Por eso mismo, en libros como el tuyo, que te comprometen afectivamente, es clave el perfil del lector. Por ejemplo, no es lo mismo el librero de Buenos Aires, que te lee, como padre, con el corazón en la boca, que una chica joven como vos que lo va a leer como hija. Son dos lecturas diametralmente opuestas.
-Eso es muy interesante y tienes toda la razón. Te doy un ejemplo. Cuando el libro salió en España y en Latinoamérica, hubo dos lecturas opuestas. A Enrique Vila-Matas, que presentó la novela en Barcelona, le parecía una novela cómica, divertida. La dinámica entre el papá y la hija, lo partía de la risa, como si fuera una especie de historia de Chaplin.
-¿Y enfrente quién quedó?
-Marta Sanz, que es la escritora española que estaba en el jurado del premio Herralde. Resulta que unos días antes me habían mandado la lectura de todos los miembros del jurado. Fue algo muy bonito para mí.
-¿Qué decía Marta?
-La interpretación de Marta Sanz fue la siguiente: es una novela oscura, es una novela de vampiros; es una novela de manipulación, no de amor. Ella decía que es una novela sobre la violencia vicaria.
-¿Qué quería significar con eso?
-Este término creo que es, más o menos, una especie de neologismo, una nueva expresión que denota cómo un progenitor trata de herir al otro progenitor a través de los hijos. Se trata de algo muy complejo, pero que sucede.
-En fin, lecturas opuestas, pero complementarias, ¿no?
-Cada uno lee, como decimos, a veces desde su género, desde su generación, desde ser papá o ser hijo.
-Puede resultar muy divertida la trama hasta que, en un momento, uno como hombre y como padre, lee esto que dice la hija sobre el final: “Hay un día en que se mira al padre por primera vez, un día en que los ojos son cuatro y no dos, y suele corresponder al instante en que los ojos adultos se revelan infantiles. Ridículos”. Es el desapego inapelable. Ahí se entristece la cosa.
-Claro. Tal vez para ti se entristece como padre. Pero si lo lee un hijo es distinto. Yo he vivido ese momento. Y no es un momento triste.
-¿Cómo es?
-Desde mi punto de vista, es un momento de descubrimiento, de afectación. Y tal vez es ahí donde empieza el amor, fíjate. O, donde empieza el desapego, empieza otro tipo de apego que es más profundo que el anterior (ríe). Esa es mi propuesta.
-Para ir cerrando, una pregunta que no se puede pasar por alto. Explicanos el sentido de esta reflexión de la chica cuando dice: “Hoy reconozco que también hay algo ruin, masculino, en mi manera de seducir. Sé que lo contraje de mi padre”. ¿Cómo es esa ruindad que tenemos los hombres para seducir, Xita?
-(Ríe a carcajadas).
-Viste que también clavás tus espadas.
-Y tú las recoges cada vez y me las devuelves. Mira, yo creo que es medio un tabú. También en la literatura. Hay muchos lugares que no se tratan porque socialmente son un tabú.
-¿Cuál sería en este caso?
-Uno de ellos es que todos los hijos observamos la vida sexual de nuestros papás. En concreto, todas las hijas nos acabamos fijando en el comportamiento sexual y afectivo de nuestros papás. Para una niña, el papá es el modelo masculino. Eso es así, por mucho que uno no sea consciente.
-¿En qué quedamos, pues?
-Yo no creo que la manera de seducir masculina sea siempre ruin. Lo que pasa es que en esta novela hay momentos muy ruines y miserables, por cómo actúa el papá con las mujeres. También son muy divertidos. Depende de en qué momento de tu vida la estés leyendo (sonríe).
-O sea que tu momento en la vida, sobre este asunto, fue muy particular.
-Yo contraje eso. Yo también observé a mi padre y no tenía la edad suficiente para tener una distancia crítica, de modo que lo copié.
-¿Pero a tu papá lo rodeaban también esas mujeres gato, las mujeres serpiente, las mujeres mariposa que revoloteaban alrededor del padre de tu novela?
-Bueno… eso… eso no tiene nada que ver con la novela (ríe). Ahí te voy a dejar en suspense.