A María Teresa Andruetto (Arroyo Cabral, 1954) la curiosidad la mantiene erguida sobre una vivacidad envidiable.
A María Teresa Andruetto (Arroyo Cabral, 1954) la curiosidad la mantiene erguida sobre una vivacidad envidiable.
Nada del mundo le es ajeno. Todo lo mira con ojos penetrantes y, fundamentalmente, solidarios. Con el acento puesto en los desvalidos y en las gestas colectivas; en los que necesitan ser rescatados mediante la palabra. Porque ese es su oficio principal: escribir.
María Teresa, en efecto, tiene en su haber novelas, cuentos, poemas, ensayos, para grandes y para chicos. La han distinguido con premios como el Hans Christian Andersen, el Konex de Platino y el de Trayectoria del Fondo Nacional de las Artes.
Y en su nuevo libro, Como si fuesen fábulas, pareciera condensar la sabiduría que le han deparado los distintos caminos. Son más de cincuenta crónicas donde se mezclan geografías y tiempos, ficción e historia, personajes célebres con los olvidados de la tierra, problemáticas actuales con otras de raíz ancestral, primigenia.
Desde su rinconcito de Sierras Chicas, a cinco kilómetros de Unquillo y a cuarenta de Córdoba capital, Andruetto, maestra de la vida, vuelve a dialogar, como otras veces, con su sonrisa más amplia, con el programa La Conversación de Radio Nihuil.
-Hola, María Teresa. Para anunciar esta nota en X aludíamos a tu milagrosa erudición. ¿Cómo hacés para encontrar tantos temas diversos e hilvanarlos?
-(Ríe) Es la infinita curiosidad. Es lo único de mí que no he envejecido.
-Otro aspecto a destacar es tu prosa cristalina. Se entiende la razón. Los textos de Como si fuesen fábulas los has leído previamente en la radio. Eso te lleva a ser didáctica, ¿no?
-Claro, sí. Desde hace nueve años. Es todo un trabajo. Después están, a su vez, retrabajados. Pero el origen es radial. Yo los escribo y los grabo para la radio. Y como el público es muy diverso, también cuido muchísimo de no agobiar con citas y todo eso.
-Es toda una artesanía adicional.
-Lo leo yo conmigo, en soledad, y veo cómo suena el texto, cómo me sonaría a mí si escuchara la radio. Después hay un tope también. Es lo que considero como lo máximo que me puede soportar la audiencia.
-Se entiende perfectamente. Reflexionando en estos días en que competíamos por el Martín Fierro, llegamos a la conclusión de que tenemos una extendida audiencia porque no hacemos un programa culturoso. Presentamos temas y autores como si fuera un audiolibro. Algo de eso es lo que hacés vos también, ¿no?
-(Ríe) Así es. A mí me encanta este modo de comunicación. ¿Viste que la radio es, de todos los medios, el que menos envejece? Sí, me gusta mucho.
-Como un ejercicio habitual en este programa, le preguntamos a un par de inteligencias artificiales sobre vos. Grok dice, en el último punto, al que llama vida arraigada: "Vive en las sierras cordobesas, y su conexión con la naturaleza y su historia personal nutre su escritura. Andruetto es una voz esencial, marcada por su sensibilidad, compromiso social y capacidad para unir lo local con lo universal". ¿Viste qué bien te sacó la ficha?
-¡Mirá qué bien!, porque te digo que la inteligencia artificial es de desconfiar.
-¿Por qué? ¿Qué experiencia tuviste?
-Una amiga puso Walsh y le respondió la inteligencia artificial que Rodolfo Walsh y María Elena Walsh eran matrimonio y tenían un hijo (risas).
-Por su parte, Perplexity dice, respecto de vos: "Su obra aborda con sensibilidad la memoria colectiva". Y es algo clave en tu literatura. Es más, cerrás el libro con eso.
-Sí, sí, lo colectivo. Cuando elegimos el orden de los textos con la editora, yo enseguida sentí que el final era ese poema de João Cabral de Melo Neto que dice "un gallo solo no teje una mañana".
-Porque "siempre va a necesitar a otros gallos".
-Así es, así es. Hay una frase que yo escucho seguido y que no me gusta, que dice: yo me hice solo, yo no le debo a nadie, porque este país... o por lo que fuere. Pero todos les debemos a muchos. Estamos hechos por muchos.
-En este artículo vos apuntás a "esta especie de suicidio social que atravesamos". Digamos que tu mirada es bastante sombría respecto de lo que estamos atravesando.
-Sí, a pesar de que yo soy una persona, en algún punto, esperanzada, optimista, en el sentido de que esto no va a durar para siempre. Pero yo siento, primero, que hay un retroceso de derechos muy grande.
-¿Como qué, por ejemplo?
-Cuando vemos todo lo más que va a tener que trabajar una persona de la generación de mis hijos para poder jubilarse, los que puedan jubilarse; o la pérdida de riquezas nuestras. ¿Cuánta riqueza ha de tener este país para que la mitad de los préstamos del FMI estén dedicados a la Argentina? ¿Cuánto hay ahí para tomar, para apropiarse?
-¿A qué tipo de riquezas te referís?
-Hablo tanto de riquezas naturales, agrícolas, mineras, de la tierra, como de riquezas humanas. Porque este es un país donde hay un nivel importante de formación en la población.
-¿Esto hace una gran diferencia?
-Yo conozco otros países de Latinoamérica, el nivel medio de su población, la cantidad de librerías.
-¿Y cuál es el contraste?
-Nuestro país tiene aún, con todas las dificultades, la mayor cantidad de librerías por habitante, una proporción de lectores más alta, una cantidad de programas culturales, radiales, revistas culturales; una cantidad de editoriales muy superior a la de otros países. Y todo eso se ha hecho con programas de educación, con la educación pública, con las bibliotecas populares, con una cantidad de proyectos que anudan lo estatal con los emprendimientos sociales, colectivos.
-¿Cómo ves ese patrimonio?
-Mucho de eso, no digo que se va a perder totalmente, porque hay una creatividad muy alta que permite, aun con las mayores carencias, hacer grandes obras. Se ve en el teatro, se ve en la música, se ve en la poesía. Pero, claro, todo con un costo mucho más alto, un costo individual de vida, de horas de trabajo.
-El texto al que aludimos comienza diciendo que "la conciencia de lo colectivo ha ido mutando tristemente hacia resentimientos individuales". La pregunta de base es por qué pasa esto. Pareciera un proceso indetenible en este mundo virtual, digital y de redes.
-Y más individual también. Una pérdida de conciencia. Yo tampoco tengo recetas. Pero me parece que algo de lo que hacemos y, sobre todo, de lo que hacen los maestros y profesores, ayuda a tejer, a restaurar un poco el tejido social tan dañado.
-Es una punta, sí.
-Nuestra sociedad es compleja porque, por un lado, es solidaria cuando hay una desgracia, como inundaciones, incendios. Hay una tendencia a ayudar, desde lo individual, para la emergencia.
-¿Entonces?
-Lo que me parece que perdemos o que hemos ido perdiendo o estamos perdiendo, es la posibilidad de una construcción colectiva que exceda el momento de la tragedia.
-¿Hubo un tiempo mejor?
-Mirá, yo tengo muchos años y cuando era chica, en el pueblo donde me crié y en todos los pueblos de la Pampa gringa, había cooperativas, había teatros armados por la sociedad italiana, la sociedad española, la sociedad sirio-libanesa. Digamos, los que habían venido o los que estaban aquí, sabían que, si ellos no hacían algo, nada iba a llegar a esos pueblos.
-¿Y qué pasó, según vos?
-Que los descendientes, las generaciones posteriores, dejaron perder, por ejemplo, todas esas cooperativas. Casi todas las cooperativas se perdieron, se cerraron. Se perdió ese espíritu, esa idea. Lo mismo ha pasado en lugares de la Patagonia, como Río Negro. Yo veía cooperativas de acopio de frutas y, bueno, de pronto aparece una empresa, paga un poquito más, se desarman las cooperativas y después los productores quedan prisioneros.
-Es mucho lo que se pierde.
-Lo que se pierde es esa posibilidad de luchar en común con el otro... porque un gallo solo no hace una mañana (sonríe).
-Vamos hilvanando historias. El sábado pasado hablamos con Jorge Fernández Díaz, que en su nueva novela cuenta la historia de su padre inmigrante muy ligado al Centro Asturiano. Es decir, esa era la manera de todos los que iban llegando de rehacer su vida en la Argentina.
-¡Claro! Para ayudarse con el otro en conseguir trabajo, en los modos de vivir, en los modos de divertirse. ¡Hacían teatros!
-Todo un legado esos teatros de pueblo.
-Los he visto, en algunos casos reconstruidos, en otros restaurados y en otros puramente destruidos, convertidos en galpones. Teatros que son pequeños Colones en miniatura, con una gran acústica. A veces llegaba alguna compañía o el teatro lo hacía la gente de la misma región o escuchaban música. Muchas de esas cosas son las que se han perdido.
-De ahí el valor de recordarlo.
-Porque la memoria es muchas cosas. La memoria es también conservar lo que han logrado otros.
-De todos modos, hay cosas que se van perdiendo irremediablemente. Vos rescatás varias de ellas. Por ejemplo, tenés varios artículos relacionados con las lenguas ancestrales.
-Sí, con las lenguas, porque cuando una lengua muere, también muere un modo de mirar el mundo, de concebir el mundo; y muere una tradición, muere un modo de decir, un modo de pensar, porque, bueno, en lo que decimos se modela nuestro pensamiento también.
-Lo cual hace doblemente meritorio el esfuerzo de preservarlas.
-Como la lengua chaná, que se creyó perdida y sin embargo apareció un hablante, lo cual permitió recuperarla. Es lo mismo que con las especies animales o las especies vegetales, ¿no?
-Todo vale, en esa línea.
-Digamos, no tirar por la borda lo que hicieron los que estuvieron antes. Pararnos sobre esos hombros y poder hacer un poquito más, porque, claro, las vidas son una serie de eslabones donde uno apenas, en el mejor de los casos, agrega algo a lo que ya está, si es que no lo destruye.
-En este sentido, hay un artículo tuyo que es centralísimo en tu libro, "La bolsa de la ficción", donde decís, en el segundo párrafo, que "desde el comienzo de los tiempos, donde nace una comunidad nace un relato". O sea, nosotros somos relato, si no, ¿cómo nos ubicamos en un lugar y en un tiempo?
-Claro, claro. Eso es a partir de una idea de la gran Ursula Le Guin.
-Maravillosa.
-Ella piensa que también podemos relatar a través de la bolsa de relatos y de la bolsa de semillas, y no solo a partir de las guerras; porque casi todos los relatos históricos lo que hacen es hablar de las guerras, lo cual es decir hablar de muerte, de destrucción.
-Una idea germinal.
-Sin relato no somos nada, ni como comunidad, ni como individuos, porque cada uno de nosotros construye un relato de sí a partir de lo que nos contaron, de lo que vivimos y eso le va dando forma a nuestra identidad. Porque también vamos eligiendo unas cosas por sobre otras para armar el relato de nuestras vidas.
-Lo que pasa es que ¿cómo no vas a contar la cosa a través de las guerras si vos, en otro texto fundamental, recordás que la historia de la humanidad empieza con un crimen? Es la historia de Caín y de Abel. El crimen está inscrito en nuestro ADN.
-Así es.
-Y desde entonces vamos contando historias de soldados, de lanzas y de flechas, no de bolsas de semillas.
-Así es. Es la destrucción del otro, en el afán de tener yo lo mío y lo del otro. Bueno, eso es el liberalismo también: tener, tener más, no saciarse nunca. Un cierto sector. No saciarse nunca en ese tener, no encontrar un límite. Y esa acumulación necesariamente produce el deterioro, la pérdida, en otro sector de la sociedad.
-Un afán muy humano, por cierto.
-Y acá uno se pregunta: tanta ambición ¿para qué, cuando lo esencial de lo humano es la finitud? Por más que se tenga, las vidas se terminan.
-¿Por qué esto, entonces?
-Los seres humanos somos únicos en esto. Los animales no tienen esa fuerza por la acumulación. Es sólo la acumulación necesaria para no morir. Pero los seres humanos tenemos ese deseo de acumular más allá de la propia vida.
-Bueno, eso somos.
-Sí, sí, sí.
-Ahora, vos, que sos contadora de historias, y contadora de historias para niños, sabés bien que las guerras y los combates fascinan mucho más; atrae mucho más la aventura de un soldado que el oficio de un agricultor.
-Claro, exacto. Eso es también, sí. Existe esa fascinación porque debe tocar algo de lo humano que hace que el otro desaparezca con mis armas, ¿no? La destrucción del otro parece que está en el origen mismo de nuestra humana condición.
-Por eso mismo...
-Pensaba también que el modo en que eso está contado hace a su atractivo. Siempre recuerdo la pasión de los varones de mi edad, cuando éramos chicos, por las películas de cowboys. No sé si hoy todavía tienen ese atractivo.
-El género ya no es tan popular en estos días.
-¿Y qué eran esas películas? ¿Quiénes eran los cowboys? Eran los que avanzaban sobre los territorios indígenas. Digamos, se estaba contra los indios; los indios eran los malos. Pero, en realidad, eran los habitantes originarios. Esa educación sentimental, película tras película, con John Wayne, etcétera, también formó un modo de avanzar sobre los otros.
-Pero no había manera de hacer atractivos los relatos por otra vía. Veamos la literatura fundacional argentina. Sigue el mismo rumbo. Son westerns criollos La cautiva, el Facundo, el Martín Fierro, etcétera.
-Así es, claro. Habría que mirar también otras cosas, ¿no? Hay ahí un desafío para la escritura. Hay escrituras sobre otras cosas.
-¿Como qué?
-Lo que pasa es que, si una toma lo que se cuenta, digamos, en las batallas, en el avance de la Conquista del Desierto o en los relatos sobre las cautivas, vemos, por ejemplo, que son siempre cautivas blancas, porque también hubo cautivas indígenas en manos de los blancos, pero no están contadas.
-Es una deuda de aquellos tiempos.
-Ahora bien, también hay otros relatos sobre ese mismo mundo. Por ejemplo, El país del humo, de Sara Gallardo, o Los que llegamos más lejos, de Leopoldo Brizuela, cuentan otras cosas de ese mundo, otros dolores, otras luchas, otras subjetividades.
-A Sara Gallardo la destacás de manera expresa en el artículo "El país del humo", justamente.
-Sí. Me encanta ella. Es muy interesante porque viene del mundo de esos conquistadores. Ella es Gallardo Drago Mitre, tataranieta de Bartolomé Mitre y de todas sus luchas, sus campañas y sus guerras. Pero ella es una desclasada.
-Las vueltas de la vida.
-Eso también es lo humano, ¿no? Por algo alguien que viene de un determinado sector puede encontrar empatía en otras zonas. Ella pasa largas temporadas en unos campos de (Ángel) Gallardo, que era su abuelo, un botánico, un biólogo, un estudioso de la naturaleza.
-Toda una estirpe detrás de ella.
-Vos sabés que casi todas las personas procedentes de los sectores de la élite de la sociedad y que se han desclasado, que han encontrado una afinidad grande con los sectores más pobres y que han podido hablar de esa sensibilidad, de esa subjetividad, es porque han sido criados por criadas pobres en el mundo de los ricos.
-Hablando de la fascinación general por las armas, la otra vez reflexionábamos con María Victoria Baratta acerca de Juan Bautista Alberdi, el único prócer que no tiene un feriado. Eso cuenta solo para los que fueron soldados. En cambio, Alberdi fue solo un abogado. Se ve que no resulta atrayente.
-Sí. Lo mismo pasa con los santos de la Iglesia. Casi todos son religiosos. Yo digo que hay gente santa por ahí, en la vida rural y sin embargo nadie los consagra (risas).
-Como mendocinos, nos encanta que los citaras a Damián Sánchez y al grupo Los Trovadores al final del artículo “Cronistas”. Por lo mismo celebramos "Ese cuchillero legendario" dedicado a Leonardo Favio.
-¡Ay, es que lo adoro! Favio es único. Lo que él logra plasmar en el cine no tiene parangón.
-¿Qué te gusta de él?
-Me encanta cuando dice que hay que aprender a hacer un desvío en el encargo, porque, para ir por donde uno quiere, hay que desobedecer al que paga. Pero esa sensibilidad, ese mundo que él conoce de la orfandad de la niñez, de la orfandad del pobre o de los héroes caídos, es una maravilla.
-Su "Chiquillada", por ejemplo.
-¡Ah! Tremendo. Además, él nos enseña algo que en la creación es fundamental: que no es solo oficio, que los grandes son los que pueden ir más allá en la sensibilidad de lo que quieren transmitir. Y él logra algo ahí muy conmovedor.
-¿Cómo elegís tus personajes? Porque vos pasás de Ursula Le Guin, de Da Vinci, de Camus a una cantidad de personajes singulares de todo tipo y de todas épocas de la historia. Por ejemplo, es muy atractiva tu nota sobre Cabral, el soldado heroico. ¿Cómo vas cayendo en cada uno?
-Y... no sé, porque tengo como una especie de atención flotante que, cuando leo en libros o navego, porque leo mucho, a veces me aparecen cosas curiosas, nuevas o que recuerdo, y me las mando a una carpeta.
-¿Y qué hacés con el material acumulado?
-A partir de ese dato voy escarbando. Por ejemplo, lo de Cabral ¿cómo fue? En una oportunidad, fui a Corrientes y alguien contó que San Martín sería hijo de una mujer indígena, Rosa Guarú, con un Alvear.
-¿Cómo te llevó ese dato hacia Juan Bautista Cabral?
-Encontré una frase de San Martín donde dice, en una carta, "este hermano de la patria". ¿Y si fueran hermanos de verdad?, me imaginé. Porque los dos son hijos de india. Ahí empiezo a ver, a escarbar. Descubro que él, de verdad, era hijo de este (José Jacinto) Cabral con una de las indias que estaban en su campo (ña Carmen) y que no lo reconoce. Pero cuando se hace heroico, en la muerte, ahí sí dice que él es su hijo. Es esa cosa también de la paternidad.
-Vicisitudes muy propias de la época.
-Hay cosas que también me interesan mucho como los soldados mapuches en Malvinas. Digamos, de qué está hecha la patria; cómo se expulsa a una cantidad de sectores sociales que han hecho patria más que nadie.
-Pregunta de base.
-Vengo de escuchar una entrevista al juez Ramos Padilla sobre un libro que hizo sobre Malvinas (Recuperar Malvinas). Él averiguó la identidad de los soldados NN que estaban enterrados en las islas y dice: para eso me fui y busqué un poder de las familias de Corrientes, de Chaco y de Formosa, porque cuando se trata de mandar a morir y se trata de guerra, esas son las provincias donde más se recluta. O sea, ¡los pobres!
-Muy bien, María Teresa. Tu libro es un anecdotario infinito y nuestra charla podría ser infinita también, pero vos conocés que los tiempos de la radio son otros. Nos guardamos temas para otro momento, ¿te parece?
-(Ríe) Gracias, muchas gracias. Sobre todo, a ustedes, que son tan respetuosos con el entrevistado en el verdadero sentido del respeto, que es haberlo leído.