El incuestionable prestigio de la cordobesa María Teresa Andruetto como maestra de la lengua se fue forjando pacientemente, a través de los años, en el ejercicio de su oficio.
El incuestionable prestigio de la cordobesa María Teresa Andruetto como maestra de la lengua se fue forjando pacientemente, a través de los años, en el ejercicio de su oficio.
Su nuevo título es Aldao, una novela enmarcada entre los inicios de la última dictadura y la reciente pandemia, que protagoniza una legión de perdedores, de “personas rotas” resistiendo en los bordes de la vida y la sociedad.
Cobran especial relevancia allí las mujeres con sus diversas cargas a cuestas: la militancia política, el exilio interno, el abandono, la locura, el aborto, las penurias de cualquier tipo, las mareas ácidos del amor, la soledad, la carga y recarga familiar…
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El amplio bagaje de Andruetto se compone de poemas, cuentos, novelas, crónicas, ensayos, además de una muy importante producción para el público juvenil que le valió en 2012 el Premio Hans Christian Andersen, considerado el Nobel de la categoría.
Con alma eterna de docente y amante de los pueblos chicos, habla, precisamente, desde las sierras de Córdoba, donde vive, soltando una permanente sonrisa que le aligera y embellece el ánimo, con el programa La Conversación de Radio Nihuil.
-Siendo mendocinos nos vemos en la obligación de aclarar que el título de tu novela no tiene nada que ver con el Gaucho Aldao, ¿no?
-Muchos me lo han preguntado, pero nada que ver. Es un sitio ficcional.
-¿Y por qué le pusiste ese nombre a tu pueblo inventado?
-No sé. Se me ocurrió en algún momento. Tiene unas letras parecidas a las del pueblo donde me crié.
-De todos modos, en tu provincia hay referencias concretas a ese apellido.
-Acá hay un pueblo que se llama Camilo Aldao. Pero en ese momento no era un nombre que estuviera en el tapete como ahora, en que han salido varias cosas en relación a esos pueblos y a esas personas. Están el cura Félix Aldao y Camilo Aldao, que fue un político de la Generación del '80.
-Leyendo algo de tu vida, son muy parecidas tus peripecias con las que les suceden a las protagonistas de la novela.
-(Ríe) Bueno… no es tal cual, para nada. Pero el imaginario, como dijo Sartre, es un vuelo bajo; nunca se aleja del todo de la realidad.
-La historia empieza a desarrollarse en plena época de la dictadura, en un hotelito urbano de mala muerte. Por los personajes que recibe, ese hotelito parece un verdadero manual de perdedores.
-Algo así. Sí.
-Toda esa gente pasa necesidades, la va yugando o está escondida por algo, teniendo en cuenta que hay un régimen dictatorial.
-Así es. Y metí en ese hotel a imaginarios que conocí a lo largo de la vida, en distintos contextos, en distintos lugares; algunos relacionados conmigo y otros vistos, pero con un ojo muy dispuesto a ver a las personas rotas, a los perdedores.
-Personas rotas, qué bien dicho. Pero, a su vez, hay hacia ellas un enorme esfuerzo de comprensión y de ternura.
-Sí. Sí. Porque es lo que me ha pasado en realidad siempre. He conocido a muchas personas y he vivido en contextos así, como en los bordes, en algunos momentos de mi vida. Y siempre vi esa luz, ese resplandor de lo humano aun en las personas más rotas.
-Uno puede encontrar personas rotas en las grandes ciudades, como los clochards de París. Pero, en tu caso, se trata de gente que habita en la periferia del paisaje urbano, en barrios humildes o en pueblos de provincia. Esa es casi toda tu atmósfera.
-Sí. Es la zona que yo más conozco porque, si bien después la vida me ha llevado por ciudades, por capitales y demás, de acá o de afuera, yo me crié en un pueblo. Y vivimos ahora en un pequeño pueblo. Bueno… con Navidad de barrio (ríe).
-Que es la vida que te gusta, ¿no?
-Un poco la que me tocó y después terminó siendo la que me gusta.
-Entre los numerosos detalles que ilustran tus escenas, hay uno que nos encanta descubrir como mendocinos. Es cuando uno tus “perdedores” se lleva a la habitación del hotel cajas de su Zumuva, un vino dulce muy popular por aquel entonces, para emborracharse tranquilo.
-(Ríe) ¡Los vinos baratos de mi época!
-La novela se extiende entre los años de la dictadura y la última pandemia. ¿Por qué elegiste ese arco de tiempo?
-Lo de la dictadura, porque aparece mucho en mi obra el tema del exilio interno. Hay que pensar que yo tenía 21 años cuando el golpe de Estado.
-¿De qué manera te impactó eso?
-Entre los 20 y los 30 años fue atravesada por la dictadura una edad en la que uno habitualmente arma su vida, arma parejas, a veces tiene hijos o hace una casa o se construye un mundo laboral. Pues bien, esa fue una década en la que yo no pude hacer casi nada de eso; y como yo, muchos otros.
-La dictadura, entonces, atraviesa esa etapa de tu vida. ¿Cómo lo fuiste elaborando?
-Mi interés es qué hizo la sociedad, qué hizo la gente común en esa época. No me refiero a las grandes figuras, a los militantes, a los represores, sino a ese lugar de abajo de la sociedad.
-¿Y por qué hasta la pandemia?
-Porque yo ya tenía empezada la novela, pero la terminé de escribir en diciembre del 2020. Entonces, ese primer año de la pandemia, cuando todavía no sabíamos de las vacunas ni qué iba a pasar ni por cuánto tiempo, entró en la novela.
-¿De qué modo?
-Cuando uno escribe está lo que uno imagina, lo que va sucediendo. Hay como una apertura del oído y de la de la vista y del imaginario. Todo se aprovecha en ese camino, en lo que va sucediendo, lo que va trayendo la vida misma.
-El hotelucho de Aldao podría ser el reflejo de la vida misma. Los dueños del establecimiento son tres hermanos: Juan, que es el más importante, Mary y Antonio. ¿En quién o en quiénes te inspiraste para desarrollar esos personajes?
-En un Juan verdadero. Ellos tres son, de algún modo, verdaderos, con las variantes de la ficción. Yo ya había hecho hace muchos años un poema que se llama “Los hermanos García”. Acá son gringos, pero en la realidad eran tres gallegos. No todo lo que pasa ahí me ha pasado a mí, para nada, pero ellos son tres hermanos que me ayudaron mucho en tiempos muy duros.
-Digamos que vos también la pasaste duro, en forma parecida.
-Un poco, claro (ríe). Y “Los hermanos García” es un homenaje a Juan. La gente lo puede encontrar en Internet. Ahí aparece ese núcleo que, en realidad, fue un núcleo que muchos años después me dio pie a la novela, porque el poema es de 2008.
-De todos modos, los personajes centrales del relato son las mujeres, ¿no?
-Sí, sí.
-Entre tantas cosas fuertes que van sucediendo en la novela, hay una escena particularmente recordable. La madre, que es el centro de la primera parte, se aloja en un cuarto miserable de la terraza del hotel. En un momento se siente indispuesta, sale a la escalera y está sangrando entre las piernas. ¿A vos te pasó?
-(Ríe) Algunas cosas me han pasado.
-Te lo digo por haberlo estado leyendo un sitio, Continuidad de los Libros, que cuenta tu historia. Y la escena es casi la misma.
-(Sigue riendo) Bueno… yo les presto algunas cosas a mis personajes. No sucedió exactamente como está contando, pero sí, tuve un cáncer de cuello de útero en algún momento de esa década.
-Claro. Se pueden adivinar algunos de tus rastros.
-Hay una frase de Wallace Stevens, el gran poeta norteamericano. Dice que todo escritor, pero podríamos decir toda persona, tiene un arco de sensibilidad fuera del cual nada existe. Y ahora sigo yo. Ese arco de sensibilidad está dado por la experiencia.
-¿Qué experiencia?
-La experiencia, es decir, no lo que sucede solamente, sino lo que, sucediendo, nos atraviesa y nos transforma. Yo creo que la escritura se alimenta de eso, más allá de que uno derive, mezcle personajes, agregue otras cosas; les haga vivir a otros cosas que a uno le prestan, en realidad.
-¿De qué manera vas metiendo lo tuyo, entonces?
-No es que me interese a mí contar mi propia vida. Lo que me interesa es, con algunas cosas vividas y otras vistas y otras imaginadas, contar vidas posibles; en este caso, de personas que han sufrido mucho.
-Pero tus personajes no solo han sufrido. Hay algo más ahí.
-Han sufrido, pero, a la vez, intentan vivir. La pobreza, la miseria, el dolor, si uno los ve de afuera, imagina que son solo eso. Mirá, mi papá vivió la guerra en Italia, después se unió al movimiento partisano y demás. Cuando él contaba cosas de la guerra, a veces eran lindas, como el haber conocido una mujer, haber tenido alguna historia con ella, etcétera. Y a mí me parecía extraño que, en medio de la guerra, sucedieran también cosas de la vida, del amor, de la amistad.
-¿Y él qué te decía? ¿Cómo lo interpretaba?
-Me decía: bueno, era la guerra, pero también era la vida, también éramos jóvenes, también era nuestra vida.
-Eso vos lo graficás muy bien cuando Diana está encerrada, sola, desesperada, durante la pandemia. Y ahí se reflexiona que, en la guerra, por lo menos la gente se podía abrazar o podía tener sexo en medio de los bombardeos, pero durante el confinamiento no, absolutamente no.
-(Ríe) Exacto. Parece más duro todavía. En algún aspecto, por lo menos en el aislamiento, en la falta de contacto físico. Yo creo que todavía estamos viviendo las consecuencias de ese tiempo de no contacto; sobre todo las personas a las que la pandemia encontró solas en una casa.
-Volviendo a tus personajes, decías que los hermanos García, dueños del hotel, tienen un antecedente real. Y otros, tan ricos, tan significativos, como, por ejemplo, el señor Zack con su novia borracha o Don Terio, el homosexual atormentando, ¿también cuentan con referentes de carne y hueso?
-Conocí a varios. Don Terio está armado como de varios retazos de gente que yo conocí, porque yo me crié en un pueblo donde había un asilo de enfermos mentales que, cuando yo era chica, tenía 7.000 pacientes.
-¿Cuál es el nombre de ese establecimiento?
-Es el asilo de Oliva, que en realidad se llama Dr. Emilio Vidal Abal.
-El tuyo no lleva ese nombre.
-Es un lugar imaginario, pero alimentado por eso que sería el Asilo de Alienados de Aldao en la novela. O sea, el lugar imaginario es un hotel de paso que me permitió a mí meter ahí gentes diversas; gente que conocí, pero gente de otros lugares también.
-Todo un acierto haber elegido el hotel como lugar de encuentro.
-Un hotelucho puede ser un Aleph por donde pasa mucha gente. Es distinto que una casa. Eso me sirvió mucho. Respecto de tu pregunta, conocí a una persona que se llamaba Terio, que no tenía estas características para nada.
-¿De qué manera lo enriqueciste a ese Terio primigenio?
-Le metí a ese personaje cosas que conocí de muchas personas relacionadas con el asilo y de otras personas que uno puede decir “están rayadas”. También mi hija trabaja en cuestiones de salud mental. Digamos, conozco a mucha gente... rara.
-Te comento, como lector, que la introducción del Asilo de Alienados de Aldao es un hallazgo notable, lo mismo que el manifiesto antipsiquiátrico del doctor Antonio Canessa. Remite directamente a los famosos antipsiquiatras Laing y Cooper que leíamos hace algunos años.
-¡Claro, claro! En los setenta hemos tenido esas lecturas. Había toda esa lucha por la antipsiquiatría. Entonces, bueno, se me ocurrió que, si el psiquiatra de Don Terio se moría, tal vez podía haber tenido que ver con la dictadura porque estábamos en esa época. La cabeza va haciendo lo suyo.
-En esa postura contestaria del libro se le echa toda la culpa al capitalismo, aludiendo al gran negocio de la psiquiatría, que sirve, también, para condicionar voluntades, para confinar a la gente molesta.
-Y, sí. Eso sí lo vi desde chica. Luego, con las cuestiones políticas, ideológicas y demás en los setenta. Todas las formas que tiene el aislamiento.
-Contanos un poco más de tu experiencia de cuando eras chica.
-Cuando alguien iba al pueblo a visitarnos, lo llevábamos al asilo a pasear porque era como lo único raro que teníamos. También tenía madres de amigas que trabajaban ahí. Por lo tanto, he ido varias veces. De niña, me refiero. Y ya me impactaban las mujeres. Las villas de mujeres. Recuerdo que en algún momento le pregunté a la madre de una amiga, que era jefa de una de esas villas, acerca de una mujer que no se me ha olvidado.
-¿Por qué? ¿Qué tenía de particular esa mujer?
-Se llamaba Raquel y era medio parecida a la Vanessa Redgrave. Alta, muy elegante, pero con un vestido de loca. Uno de esos vestidos de brin que les ponían. Y había un piano, llevado por su familia, en un lugar de la villa. Ella lo tocaba. Entonces yo le pregunté a la madre de mi amiga por qué estaba ahí Raquel.
-¿Qué te contó?
-Que en un ataque de locura le había destruido el laboratorio a su marido. Bueno, yo era niña y pensé que ese era un ataque de locura, pero de grande pensé qué le habrá hecho el marido para que ella le rompa el laboratorio (risas).
-Al hotel que vos describís uno se lo tiene que imaginar. Pero del asilo vos ponés un par de fotos. ¿A que instalaciones corresponden? ¿Al asilo cordobés?
-¡Ah! Buscamos fotos que no fueran las de ese asilo. Me las pasó la editorial. Una es de Inglaterra y otra creo que es de La Borde. Yo también he leído de La Borde a Guattari, Deleuze, sobre ese proyecto de desmanicomialización. Me interesa mucho ese tema.
-Está buenísimo ese tema, con Foucault y compañía.
-Claro. Lo que pasa es que en la escritura de ficción todo eso que uno sabe o lee o escucha y demás, tiene que entrar de un modo que no resulte como que le estés dando una clase a nadie. Ese es el juego.
-Bajarse del pedestal, digamos.
-Y que resulte creíble como una historia; como si alguien nos contara algo al oído.
-Dado que tus libros se mueven entre la ficción y tu propia realidad, ¿te ha pasado que alguien te contara una historia que te quedó en la cabeza, para después usarla? Esto teniendo en cuenta que vos has reconocido tener mucha memoria.
-¿Vos sabés que tengo algo que no sé bien qué es?
-¿Qué?
-Todos me cuentan cosas. ¡Todos! ¡Todo el mundo! Pero no solo los que saben que soy escritora. Lo más interesante son quienes me cuentan cosas sin saber que yo escribo.
-¡Sos un confesionario viviente y andante!
-(Ríe) Te cuento la última. Estuve hace unos días en Bogotá, en la Feria del Libro. Tomé un Uber para ir al aeropuerto y la persona que me llevaba, que se llama Jaime, me contó la historia de su salida de la adicción a las drogas. Y a mitad de camino se largó a llorar. Paró el auto y yo también me largué a llorar. Cosas así me pasan.
-¡Qué bárbaro! Tenés ahí una nueva historia.
-(Ríe) Sí, me conté a mí misma en una grabación, en el aeropuerto, algunas cosas que me había dicho Jaime. No sé si eso entrará en una historia o no, pero tengo la cabeza llena de cosas que me ha contado gente a la que vi, a lo mejor, una sola vez.
-Y resulta constante esa experiencia, ¿no?
-Me pasa mucho eso. Mi marido dice que es porque pregunto. Cuando me empiezan a contar, pregunto.
-Es inevitable, en estas profesiones, que nos llamen la atención las historias de vida.
-Eso es muy fuerte para mí. Algunas veces anoto algo, pero en general se me quedan; se quedan, y cuando estoy escribiendo, me aparecen.
-Además de esta novela para adultos, de la cual estamos hablando, vos tenés también una importante producción destinada al público infantil. ¿Cómo estás viendo lo del fomento de la lectura en la escuela, sobre todo con la fuerte irrupción de la conexión digital, la inteligencia artificial y el ChatGPT?
-Una cosa es la red, otra cosa es lo de la inteligencia artificial, que es más nuevo. Yo he estado leyendo algunas notas, entre ellas una muy interesante de Chomsky. Claro, primero hay como una fascinación y como un temor. Parece que ese chat y la inteligencia artificial pudieran resolverlo todo.
-¿Entonces?
-Lo que sería hasta el momento es un gran banco de datos, pero depende de quién ponga esos datos y de qué datos ponga, etcétera. Entonces otra vez estamos hablando de instrumentos.
-¿Cómo lo aplicamos a este tema que nos ocupa?
-Lo que la literatura ofrece, más allá de que sea en libro o en un soporte virtual, es una posibilidad de ir hacia nosotros mismos, de reposo, de pensamiento, de imaginar otros posibles, de relacionar. También la posibilidad de un tiempo más lento, más moroso. No un atragantamiento de información, sino una posibilidad de encuentro con uno mismo, para verse a uno en relación con el mundo en el que vive. Por el momento es eso.
-¿Y qué sacaste de Chomsky?
-Chomsky dice que la verdadera inteligencia es poder relacionar unas cosas que sabemos con otras que desconocemos y que para eso necesitamos imaginación y creatividad, algo que, todavía, la inteligencia artificial, al menos, no puede hacer. Eso me gustó (ríe).
-Alguna vez dijiste que la escuela es un lugar igualador, un lugar de acceso al libro y la cultura escrita, un lugar de intercambio entre otras personas. Eso es rigurosamente cierto, pero también la escuela te puede expulsar para siempre de la lectura si te toca un mal maestro o docente.
-Por supuesto. Ahí está lo humano, otra vez; la importancia de quién es la persona, que no es una máquina ni una cuestión automática. Para construirse uno como lector necesita libros, soportes o lo que fuere, que sean de calidad, con diversidad. Si uno es un niño, digamos, alguien tiene que seleccionar, acercar, mostrar, abrir ese camino.
-¿Y qué más necesitamos?
-Un espacio-tiempo donde eso suceda, no una vez, eventualmente, sino con una cierta continuidad. Y necesitamos, sobre todo, esto que vos decís: una persona sensible.
-¿Quién sería la persona sensible adecuada?
-Pensamos en un maestro, en un profesor, en un bibliotecario, en un coordinador de taller. Una persona sensible que sea un lector, que haya transitado ya por muchos libros y que, digamos, abra puertas y tenga una escucha suficiente como para ver cómo va la relación entre los libros y esos chicos con los que está.
-¿Cómo se consigue eso? No es fácil.
-Nadie se hace lector solo. Siempre hay alguien, aunque a veces ese alguien no se vea, porque un niño puede vivir en una casa que está llena de libros y entonces tomarlos. Puede suceder eso, pero hubo alguien que compró los libros, que le interesó leer y demás.
-¿Y si no dispone de esa suerte?
-Para quien no tiene eso está la escuela. Es verdad que, justamente, para eso, hacen falta maestros lectores. Y ahí entramos en una problemática muy compleja. Hay muchos buenos maestros lectores.
-Lo decís por experiencia propia, suponemos.
-Yo tengo una experiencia muy vasta de ir a escuelas, primero como formadora y después como escritora. Pero también hay quienes no lo son. No todo maestro puede ser un gran lector.
-¿Qué hacemos, entonces?
-Ahí es importante que las gestiones escolares, si no tienen tantos maestros lectores, elijan al mejor de ellos y que, en lugar de que cada uno trabaje la construcción de lectores en su aula, se elija un espacio por el que los niños de todos los grados pasen por ese maestro lector al que la escuela le pone sus fichas, lo capacita, le paga cursos o lo deja que vaya a formarse. Eso puede ser interesante cuando no hay tantos recursos.
-Es toda una decisión institucional.
-Aquí entramos en otra problemática, que es la educación en general. O sea, entramos en los sueldos de los maestros, si un maestro puede pagarse capacitaciones externas, si puede comprarse muchos libros.
-¿Y el Estado?
-El Estado compra, las escuelas a veces también compran, pero no siempre alcanza. Yo conozco a muchos maestros que tienen que trabajar dos turnos. Y si, además, tienen más de una hora de viaje para ir y para regresar, no tienen tiempo por fuera de la escuela: no tienen tiempo de ver una obra de teatro, de ver una buena película, de leer un buen libro. Muchas de ellos son maestras. Muchas son jefas de hogar, incluso. Hay que ver eso también.
-Sagaz punto de vista.
-En resumen, lo que he visto hacer en varias instituciones y lo he sugerido en muchas otras, es que la gestión de una escuela elija a alguien que quiera ser el maestro lector. Y a ese maestro darle el tiempo para que se capacite, darle aporte, sostenerlo, para que se sostenga el proyecto lector.
-Volviendo al asunto del fomento de la lectura en la escuela, a la hora de iniciar a los chicos, ¿conviene apelar a autores contemporáneos, como vos, Pablo De Santis, etcétera, o a los clásicos?
-Me parece que es muy importante la diversidad de géneros, de autores. La diversidad en todos los órdenes de la vida me parece interesante. Y en la lectura también. Sobre todo, en la primaria, para ver hacia dónde van los intereses de los chicos. En la secundaria, haría una mixtura.
-¿Cómo te fue, en este sentido?
-Yo sido muchos años profesora de secundaria y también de profesorado. De hecho, me he jubilado como docente. Y en la secundaria me parece interesante lo de los autores contemporáneos, pero articularía algunas de esas cosas con algunos clásicos.
-¿Qué clásicos?
-Algunos clásicos, quizás, de la literatura nacional, sobre todo. Me parece importante que alguien que pasa por la enseñanza secundaria se lleve algo de eso. A lo mejor son cinco o seis libros a lo largo de toda la escuela que uno no debiera dejar de leer.
-¿Leerlos cómo?
-Esos libros sí me parece que hay que leerlos acompañados con el profesor.
-¿Por ejemplo?
-Por ejemplo, si uno lee el Facundo o el Martín Fierro o alguno de esos libros muy emblemáticos nuestros, para no pasar sin conocerlos, a lo mejor cada uno de ellos se puede vincular con otra cosa.
-¿Cómo lo harías hoy?
-Si hoy diera clase de Martín Fierro en el secundario, lo vincularía con Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara, por ejemplo, donde toma a la mujer de Fierro y hace como la otra parte de la historia. Ahí tendría, entonces, una obra contemporánea y un clásico juntos.
-Sí. Hay que ser imaginativos.
-Hay muchas posibilidades y, por supuesto, no hay recetas. Un buen maestro, un buen profesor, ensaya y apuesta. A veces sale mejor y a veces no, pero la búsqueda es importante también; no quedarse siempre con los mismos libros cada año, durante décadas, anestesiarse uno como profesor y hacer pura repetición con los alumnos.
-Maravillosa, charla, Teresa. Quedaron muchos temas que nos hubiera encantando abordar, pero, dados los tiempos radiales, será para otra oportunidad.
-Ay, gracias. Yo lo que quiero es agradecerles mucho la profunda lectura que hicieron del libro. No es habitual en las entrevistas.
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