La trayectoria literaria de Ana María Shua (Buenos Aires, 1951) se nutre de casi todos los géneros posibles. Una versatilidad que goza de reconocimiento general, tanto por sus libros para adultos como para el público infantil. La más reciente de las distinciones fue el doctorado honoris causa que le otorgó la Universidad Nacional de Cuyo a través de su Facultad de Filosofía y Letras.
Dentro de esa pródiga vida dedicada a la tarea de escribir, hubo un rubro en el que alcanzó el título de soberana. Fue un colega español, precisamente, quien, al entrevistarla en radio, la bautizó como “la reina del microrrelato”.
Sin necesidad, a esta altura, de ampararse en una falsa modestia, ella acepta encantada la investidura, incluyendo el cetro y la corona. La divierte y la motiva. Sobre todo porque esa tendencia a la brevedad la acompaña desde su juventud y la puso en práctica trabajando en publicidad, durante quince años, como redactora creativa.
Su majestad Shua, gracias a la reedición de Todos los universos posibles, que reúne su producción de microficciones, en donde campea su asombrosa erudición y su particularísimo sentido del humor, vuelve a dialogar, un año y medio después, para el programa La Conversación de Radio Nihuil.
-Hola, Ana María. Con esta compilación de tus microrrelatos, de casi quinientas páginas, uno toma cabal conciencia del volumen de tu obra.
-Bueno, cada uno de los microrrelatos es cortito. Pero son muchos, muchos, los que escribí en mi vida, claro. Son muchos libros.
-¿Te molesta o te gusta que te digan "la reina del microrrelato", por lo menos en lengua española?
-¡Ah! Me encanta. Me divierte. Me lo inventaron en España. Un periodista, en una radio, fue el me que dijo: "Tú eres la reina del microrrelato".
-¿Y acá qué?
-Si hubiera sido en Argentina, queda mejor hacerse la modesta. Yo hubiera respondido en fin, no, no es para tanto. Pero en España son muy literales, así que cuando me largaron eso, les dije: ¡Por supuesto! Ahora quiero mi cetro y mi corona (risas). Y me quedó el apodo.
-Este libro del que estamos hablando ahora es una reedición ampliada. ¿Por qué le pusiste Todos los universos posibles, teniendo en cuenta que sos tan minuciosa con las palabras, con la elección de los adjetivos?
-Lo pensé en función de lo que significa un alfabeto, en la posibilidad de la escritura. Es un conjunto limitado de signos que es capaz de contener todos los universos posibles. La escritura es capaz de contener todos los universos posibles. En español es así. En otros idiomas serán más o serán menos, pero en español son unas veintidós letras que pueden contener todos los universos posibles.
-Lo tuyo sería un Aleph, digamos.
-Es que lo es. El alfabeto es un Aleph, sí. Al menos en potencialidad, ¿verdad?, todas las posibilidades están allí. Y después se van desarrollando a lo largo de la historia de la humanidad.
-Mencionaba el Aleph porque, además, muchos de los que interpretan tu obra te asocian a Borges. O a Cortázar.
-¡Qué lindo! No tenía muy claro eso. Lo que pasa es que todos nuestros grandes maestros del cuento han escrito microficción o microrrelato, como lo quieras llamar. Tanto Borges como Cortázar, Denevi, Silvina Ocampo, Blainsten, todos ellos han escrito microrrelato. Entonces, lógicamente, yo formo parte de esa tradición muy argentina.
-Hay una cita que reafirma esto. Al trazar una semblanza sobre vos, Gemini dice, refiriéndose a lo fantástico y a lo absurdo cotidiano: "Se percibe una continuidad con la tradición de Kafka, Borges y Cortázar, pero con un humor más doméstico y contemporáneo". Está bueno eso.
-(Ríe) ¡Nada menos! Es maravilloso. ¡Mirá en qué listas me pusieron!
-Justamente.
-Para mí, el más grande de los microrrelatistas del siglo XX es sin duda Kafka. Están Kafka, Italo Calvino con Las ciudades invisibles y Henri Michaux, un escritor belga que escribió en francés y que tiene un libro que se llama Viaje a la Gran Garabaña (Voyage en Grande Garabagne). Y la verdad es que Henri Michaux ha tenido mucha influencia en lo que yo escribo. Por supuesto, Borges y Cortázar ni hablemos.
-Marcas indelebles de nuestra literatura.
-Yo pienso que un escritor de mi generación es hijo réprobo de Borges y hermano menor de Cortázar (risas).
-Qué bonito. De todos modos, cabe mencionar, con justicia, a Augusto Monterroso, ¿no?
-¡Con toda justicia! Porque a mediados del siglo XX, mientras Borges y Bioy Casares estaban trabajando con el microrrelato en Argentina y fueron los primeros en publicar una antología del género, los Cuentos breves y extraordinarios, simultáneamente, en México, Arreola y Monterroso estaban trabajando en el mismo sentido.
-Poderosos nombres también.
-Y de Monterroso qué decir. Si yo soy la reina, él es el emperador del microrrelato.
-Con total autoridad.
-Además no escribía otra cosa. Su cuento más largo es de siete páginas. Y tiene la desdicha, Monterroso, de haber escrito el microrrelato más famoso del mundo. Es ese que dice: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí".
-Citado, siempre, hasta el infinito.
-Lo que pasa es que apareció el dinosaurio y se comió todo el resto de la obra de Monterroso.
-Claro, porque es imposible escapar de esa línea.
-Y nadie se acuerda del resto. Él tiene una obra interesantísima.
-Por el contrario, a vos te valoran la obra integral. En los microrrelatos abordás infinidad de temas. Coleccionás monstruos y criaturas de todo tipo extraídos del folclore, de la mitología clásica, de los cuentos de hadas, etcétera. ¿Cómo hacés para ir encontrando tus perlas en un mundo tan vasto?
-Lo que pasa es que yo trabajo desde hace muchos, muchos años. Vos sabés que también escribo cuentos, novelas, etcétera y mucha literatura infantil.
-Una rama en la que has tenido muy buena aceptación también.
-En literatura infantil trabajo mucho con adaptaciones; con cuentos populares, leyendas y mitos de distintos pueblos y culturas. Entonces, desde hace, qué sé yo, treinta o cuarenta años, porque ya soy bastante vieja (ríe), que estoy constantemente leyendo sobre esos temas.
-Te aporta una singular riqueza ese paseo tuyo por el mundo.
-Consulto mucho material en inglés, porque en español hay muy poco publicado sobre algunos lugares y algunos pueblos. Pero en inglés hay de todo. Ese es todo el secreto. Hago el trabajo de adaptación para los libros infantiles y me quedo también con esas ideas extraordinarias que voy descubriendo para mis microrrelatos.
-¿Y qué es más difícil de atrapar, un niño o un adulto, literariamente hablando?
-Según desde qué punto de vista lo mires. Si tomás en cuenta groseramente las ventas, los niños son mucho más fáciles de atrapar, porque leen por obligación.
-En la escuela.
-¡Claro!, porque les hacen comprar libros. Por lo demás, yo creo que es más o menos igual. Los dos públicos son igualmente difíciles y complejos.
-¿Y cómo es tu propia percepción?
-Sí sé que muchísimos chicos leen mis libros. No sé a cuántos realmente les gustan o si los hubieran comprado sin consejo o pedido de la maestra.
-Vos hace mucho que escribís y, por lo tanto, has podido asistir en vivo y en directo al ascenso vertiginoso del mundo digital. ¿Qué significa para una escritora profesional este cúmulo de redes, pantallas, streamings, etcétera? ¿Es un amigo o un enemigo?
-Es un amigo. Todo lo que sea Internet, tecnología, es amigo. Al menos por el momento, porque, por suerte, la gente, incluso los jóvenes, a la hora de leer, sigue prefiriendo el libro en papel al e-book.
-Contra todos los pronósticos.
-O sea, hace veinte años, cuando apareció el e-book, en Estados Unidos, rápidamente llegó a tener el 25% del mercado y se suponía que iba a dominar todo. Pero ahí retrocedió. Y en español nunca pasó del 2,5% del mercado.
-¿Y en cuanto al resto del entorno digital?
-Lo que nos permite hoy Internet es tener a nuestra disposición toda la información que una puede llegar a necesitar.
-¿De qué manera te servís de eso?
-A mí siempre, por ejemplo, me fascinó la mitología griega. Cuando adolescente, me acuerdo, yo quería leer la Teogonía de Hesíodo. Pero no lo conseguía por ningún lado. Era imposible. Y hace unos quince años, cuando me encargaron escribir de dioses y héroes de la mitología griega, hice clic en la computadora y me aparecieron todas las traducciones que a una se le ocurran.
-Claro, eso es un tesoro para una buscadora como vos.
-Realmente hoy uno tiene a su alcance todo. Puede leer todo lo que se le dé la gana y tiene toda la información que necesita.
-Le podríamos aplicar a este conjunto el título de tu libro: todos los universos posibles están ahí.
-(Ríe) Todos los universos posibles. Tal cual, sí, sí, sí. Es una locura. Es maravilloso.
-¿Y las redes? ¿Qué pasa con eso?
-Eso es otro tema. Las redes van y vienen. Vamos a ver qué pasa con ellas dentro de unos años. En este momento pesan mucho. Pero también van cambiando mucho. Todo el universo de lo tecnológico va cambiando constantemente. Lo que no cambia es el hecho de la información que uno tiene disponible.
-¿Qué estás leyendo en estos días?
-Estoy leyendo un libro que me gusta muchísimo, La montaña del alma, que es del primer Premio Nobel chino, Gao Xingjian.
-¿Y conocés al nuevo Nobel, el húngaro László Krasznahorkai?
-No, no lo conozco. Nunca lo había leído. Pero no me extraña que esté publicado en Argentina, porque, bueno, nuestros editores independientes tienen ese olfato.
-Informándonos sobre su estilo, uno tiende a pensar que Krasznahorkai es el anti-Shua total. Vos escribís microrrelatos y él suele escribir a lo mejor una sola frase que le lleva más de una página.
-Sí, pero yo tengo novelas en las que también trabajo con frases largas.
-Sin embargo, no es lo que te caracteriza a vos, en cambio al húngaro sí. Es su marca.
-No es mi característica, claro. Pero eso no hace para nada a la calidad ni al placer de la lectura. Es una elección del escritor absolutamente válida. Si a él le gusta escribir con frases largas, pues bien, las disfrutaremos.
-De eso se trata. Ahora bien, causa mayor asombro la capacidad de condensación que tienen muy pocos escritores, eso de poder decir todo en apenas unas líneas. ¿Cómo lo lograste? ¿Te nació naturalmente o lo fuiste trabajando con los años, te empeñaste en afinar el recurso?
-Creo que tengo una tendencia natural. Yo trabajé quince años en publicidad como redactora creativa. Mucha gente me dice: ¡ah!, vos escribís microrrelato porque trabajaste todos esos años en publicidad y entonces te acostumbraste a escribir cortito.
-¿Y no fue así?
-No. Es al revés. Yo fui buena redactora creativa en las agencias de publicidad porque tenía esa tendencia a la brevedad. Era una tendencia natural. Nunca me tuvieron que acortar un texto o redondear un título. Eso era lo mío.
-Ser breve y elocuente es un don. Para muestra, mejor que tus microrrelatos, incluso, están tus haikus. Por ejemplo, hay uno que dice:
"El mar entero
morirá con mis ojos.
Qué breve mundo".
-Mirá qué lindo, gracias. Qué lindo que te guste, quiero decir. Quizás salió de un aforismo de Macedonio Fernández que dice: "Morimos. No. Es que el mundo dura poco" (risas).
-Vos decís también:
"Una hoja seca
nos recuerda cruel
que hubo verano".
-Sí. Claro... Bueno, yo no me puedo alabar a mí misma, pero me salieron bastante bien.
-En tu vida personal, no en tu literatura, ¿sos graciosa, sos jodona, te gustan las bromas?
-(Ríe) Se dice por ahí que tengo mucho sentido del humor. Y en realidad, sí. El humor es una parte consustancial de mi personalidad.
-La consulta viene a cuento de que eso se nota mucho en tus microrrelatos. En una captura al azar dentro de tus quinientas páginas, hay uno, inspirado en los cuentos de hadas, que se titula "Los enanos son mineros". Está la reina mala, como corresponde, pero lo que llama la atención es que el príncipe de rigor resulta que había tenido relación con las dos, con Blancanieves y con Cenicienta. ¡Nunca se nos hubiera ocurrido!
-(Ríe) ¿Viste que el príncipe no cambia?
-Por eso.
-Yo tengo un libro para chicos que se llama El valiente y la bella donde voy mostrando, a través de muchos relatos, cómo las protagonistas siempre son diferentes. En cambio, los príncipes, en los cuentos populares, son todos muy parecidos uno a otros. Y quizás sean el mismo, ¿por qué no?
-Claro, no solo las princesas, las Blancanieves, van cambiando. También con las malas como Cruella de Vil, Maléfica, etcétera ocurre lo mismo.
-Sí, sí, las mujeres protagonistas van cambiando mucho su papel. Pasa con ellas en distintos pueblos, culturas y demás. Unas colaboran con el héroe, otras son malas y tratan de impedírselo, otras son solamente el premio y están ahí sentadas en el trono esperando que el héroe venza los obstáculos.
-Y el muchacho de la película, mientras tanto, es de una sola pieza.
-El héroe no cambia. Siempre es valiente, es buen mozo y se conduce más o menos de la misma manera. Por eso se me ocurrió.
-Eso nos remite a la charla que tuvimos el sábado pasado con Juan José Becerra.
-¡Sí! Es buenísimo Becerra.
-Hablando de sus dos nuevas novelas cortas, nos decía que, para él, era un embole hablar con sus amigos porque el registro masculino es muy previsible. Prefiere, en cambio, a las mujeres porque son mucho más sorpresivas y profundas. Como más enigmáticas, ¿no?
-¿Más enigmáticas? A mí no me parecen más enigmáticas las mujeres. A mí me parecen enigmáticos los hombres (ríe).
-Becerra dice que, ante la pregunta ¿qué hay adentro de una mujer?, nadie la puede responder. ¿Vos has descubierto cómo somos los hombres?
-No, no, no, porque hay hombres muy complicados, ¡por Dios!, sí, por favor (ríe). Hay hombres complicadísimos y absolutamente enigmáticos para nosotras. Quizás ustedes no lo ven así.
-¿Será que estamos destinados a no comprendernos? A lo mejor eso es la sal de la vida.
-Claro, a lo mejor eso es lo interesante, seguro. Pero después de cincuenta años de matrimonio que acabamos de cumplir, yo creo que a mi marido más o menos se la voy pescando.
-¿Recién ahora!
-Me llevó solo cincuenta años (risas).
-¿Cuál es el secreto de esa permanencia?
-No lo sé. Esa parte también es misteriosa. Esa parte es enigmática, vaya uno a saber. Pero duró. Se produjo. Y lo disfrutamos.
-Lo bueno es saber que resulta posible.
-Sí. Básicamente nos queremos mucho y cada uno está siempre cuidando al otro. Y de eso se trata.
-Hablando de estos cincuenta años, suele destacarse que una de tus obsesiones en tus relatos es la experiencia del tiempo. Quizás los microrrelatos tengan que ver con eso, con lo fugaz, con lo fragmentario. ¿Sos consciente de ese leitmotiv?
-El tiempo es un leitmotiv de la literatura en términos generales. Es el tema esencial que corre por debajo de cualquier libro o de cualquier cuento o cualquier historia que valga la pena. Así que sí, pienso que sí, que el tiempo está también muy presente en lo que yo escribo. Y, además, estaría presente de todas maneras, aunque tratara de evitarlo.
-¿Por qué lo decís?
-Porque el tema de la literatura es la fugacidad, la brevedad de la vida. Ese es el tema profundo también del arte en términos generales.
-¿Es nuestra obsesión, entonces?
-Si vos ves las historias de los mitos de los más diversos pueblos y culturas, el hombre siempre es creado para ser inmortal. Y después se produce algo, o un error o un pecado o una trampa o una estafa, digamos. Algo o alguien interviene y entonces, recién entonces, aparece la muerte, creada mucho después; aparece mucho después que el hombre.
-Es una aspiración que no prescribe la inmortalidad.
-Todos nosotros, hoy, vivimos como si fuéramos inmortales, porque no hay otra manera de vivir. No se puede vivir pensando constantemente en la brevedad de la vida. Y el arte está ahí, de alguna manera, para hacer las dos cosas. Tiene esa función paradójica.
-¿Cuáles dos cosas?
-Por un lado, para recordarnos que la vida es breve y que la muerte existe. Y, por otro lado, para hacernos sentir inmortales.
-La muerte, valga el oxímoron, está presente en cuerpo y alma en varios de tus microrrelatos.
-Sí, seguro que sí. Hay un cuento del Medio Oriente muy antiguo que dice que los gusanos se fueron a quejar al Señor porque los hombres, sabiendo que eran mortales, no tenían ánimo de vivir. No comían. Todo el tiempo se los veía tristes, melancólicos. Y como cuando los enterraban estaban flacos, los gusanos tampoco tenían qué comer.
-¡Qué mala gente!
-Entonces el Señor inventó el dinero y a partir de ahí los hombres piensan en el dinero y se olvidan de la muerte. Comen bien y los gusanos están felices (risas).
-Retomando la mención de Borges y el arte de lo sintético para escribir, ¿hay algún comienzo de cuento mejor que "Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche"?
-Bueno... podríamos buscar algún otro cuento de Borges. Todos tienen comienzos extraordinarios. Tenemos también: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo". Ese comienzo no está nada mal (risas).
-Sobre todo, tratándose de García Márquez.
-Hay muchos comienzos para recordar. La primera frase siempre es lo mejor. Después, claro, hay que sostener eso. Incluso hay libros malísimos que tienen una primera frase extraordinaria.