“Mi mamá es todo para mí. No me imagino la vida sin ella. Es la personita que siempre está para todos, siempre dispuesta a ayudar. Y si no la dejás ayudar, se enoja”, dice entre sonrisas Magdalena Peralta, una mujer de 49 años que conoce bien el valor de tener a su madre al lado. Una hermosa historia en este Día de la Madre.
Chiquita, la mamá que a los 79 amasa y vende tortitas para ayudar a Magdalena, su hija enferma
En San Martín, una madre de 79 años y su hija se levantan de madrugada para hornear tortitas y venderlas en Ciudad. Así, Magdalena puede sostener su tratamiento de diálisis
Su mamá es Magdalena “Chiquita” Scanio, tiene 79 años y un corazón enorme. Vive en San Martín, y dos veces por semana se levanta antes del amanecer para amasar tortitas, budines y pastafrolas. Luego carga un carrito con todo lo preparado, viaja más de 40 kilómetros hasta Ciudad y se instala, junto a su hija, en la esquina de Acceso Este y Arenales, Guaymallén, para ofrecer lo que cocinaron con tanto esfuerzo.
Detrás de ese ritual hay una razón poderosa: Chiquita lo hace para ayudar a su hija, que padece insuficiencia renal crónica y debe someterse a diálisis tres veces por semana. “La admiro y le agradezco, especialmente por lo que hizo estos días —cuenta Magdalena hija—. Me dolía mucho un brazo por la diálisis y ella amasó todo sola. No descansa nunca”.
En los alrededores del Acceso Este y Arenales, en Guaymallén, madre e hija se instalan con su carrito y una sonrisa. Allí venden sus tortitas caseras a los que pasan. “A veces, la gente compra para ayudarnos. Otras veces simplemente nos saluda. Pero cada encuentro cuenta”, dice Magdalena.
Dos mujeres, una cocina y una causa
Los miércoles y sábados, el día empieza de madrugada. A esa hora, en la cocina de la casa de Magdalena hija, se mezclan los olores a masa, azúcar y cariño. “Tenemos un fuentón grande —cuenta— y ahí hacemos la masa entre las dos. Ella me pasa los ingredientes y yo los mezclo. Después, mientras yo me voy a diálisis, ella se queda cocinando. Así lo hacemos todas las semanas. Y cuando vuelvo, salimos juntas a vender”.
El menú varía según la época: tortitas, budines, pastafrolas, bombones, roscas de Pascua o pan dulces. Todo hecho con las manos, sin máquinas ni descanso, pero con el ingrediente que no se compra: amor.
“Lo que recaudamos nos sirve para los medicamentos, los traslados, los gastos de todos los días. La enfermedad no perdona, pero nosotras tampoco nos rendimos”, dice Magdalena.
Hace poco, un video de TikTok publicado por @jkarim14 mostró el esfuerzo de Chiquita y su hija. En pocas horas, se viralizó y miles de personas se conmovieron. Gracias a la ayuda recibida pudieron comprar insumos, un nuevo fuentón y algunos utensilios. “La solidaridad fue increíble —agradece Magdalena—, pero nada alcanza. Seguimos trabajando y seguimos necesitando ayuda”.
Una lucha hereditaria
Magdalena padece insuficiencia renal crónica por una enfermedad hereditaria llamada poliquistosis renal, que también afectó a su padre. “Me dializo desde el 27 de noviembre de 2021. Además, tengo una placa con tornillos en la pierna izquierda y ya tuve dos trombosis. Me trato en la Clínica del Riñón, en la calle Gutiérrez de San Martín. Ahí mismo se dializó mi papá durante 14 años”, cuenta.
El próximo paso será hacerse los estudios para ingresar en la lista de espera para un trasplante. “Es un paso más en esta lucha. Y mi mamá es mi sostén, mi motor. Ella está en todo”, dice con emoción.
La enfermedad no solo condiciona su salud, también limita la posibilidad de trabajar en un empleo estable. Por eso, la venta de productos caseros es su forma de sostenerse. Pero para Chiquita, ese trabajo tiene un sentido mucho más profundo. “Ella no lo hace solo por dinero —asegura su hija—, lo hace porque quiere estar conmigo. Es su manera de acompañarme, como siempre lo hizo.”
Una madre inagotable
A los 79 años, Chiquita es pura energía. “Tiene una vitalidad que asombra. Le cuesta quedarse quieta. Si no está amasando, está limpiando o cocinando algo. Y si no la dejás ayudarte, se enoja”, cuenta.
Esa fortaleza se forjó a lo largo de una vida de trabajo y pérdidas. “Hace un año falleció mi hermano, el único hijo varón que tenía mi mamá. Fue un golpe terrible. Quedamos solas. Pero eso nos unió más que nunca. Ella se repuso, como siempre. No hay nada que la tire abajo”.
En medio de los días de diálisis, los viajes y las ventas, madre e hija se sostienen una a otra. “Ella me cuida y yo la cuido. A veces pienso que la fuerza que tengo me la da ella. Es mi ejemplo, mi todo”, confiesa Magdalena.
Una esquina, una historia y una esperanza
Si uno pasa rápido por Arenales y Acceso Este, quizás solo vea a una mujer mayor con un carrito. Pero si se detiene, verá mucho más: verá una madre que se niega a rendirse, una hija que lucha por vivir y una historia de amor.
Allí están, bajo el sol o la lluvia, compartiendo mate entre venta y venta. “La gente que nos conoce nos saluda, nos pregunta cómo estamos. Algunos se emocionan. Otros nos compran una tortita y se van contentos”, dice Magdalena.
Cuando se le pregunta qué siente por su mamá, su voz se quiebra: “Ella es la mujer más maravillosa del mundo. La elegiría diez millones de veces más. Si supieran el aguante que tiene, no lo podrían creer. Siempre me cuidó, siempre estuvo”.
Un mensaje para el Día de la Madre
La historia de Chiquita y su hija se volvió viral porque, en un país donde las crisis cambian de rostro cada día, su amor permanece intacto. Una madre que amasa tortitas para salvar a su hija no necesita más definición: es el ejemplo más puro del amor incondicional.
“Hay días que cuesta, que duele todo —dice Magdalena—. Pero cuando la veo a ella levantarse, sonreír, poner la pava y decir ‘vamos a empezar’, se me pasa todo. Si mi mamá puede, yo también puedo”.
En este Día de la Madre, su historia es una caricia y una lección.
Cómo ayudar a Chiquita y Magdalena
Quienes deseen colaborar con ellas pueden hacerlo a través del alias de Mercado Pago magy.23.cuenta. Cada aporte suma y ayuda a sostener el tratamiento de Magdalena, mientras esperan el tan ansiado trasplante de riñón.