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Álvaro Abós recupera la masacre de Tandil, en 1872: "Esos crímenes se repiten hoy. No lo hemos resuelto"

Capilla Ardiente es el nuevo libro de Álvaro Abós, periodista, escritor y abogado argentino. Suma en su rica trayectoria ensayos, biografías y narraciones

La trayectoria intelectual de Álvaro Abós (Buenos Aires, 1941) es imposible de resumir y hacerle justicia en pocas líneas.

Como abogado laboralista se especializó tempranamente en temas sindicales, lo cual lo llevó al exilio, en España, por cuestiones políticas.

A partir de 1983 publicó ensayos, biografías y narraciones que forjaron el sólido escritor que es hoy.

En su nuevo libro, Capilla ardiente, donde recupera una masacre producida en 1872 por gauchos “malos” en Tandil contra inmigrantes y masones, se conjugan varias de sus pasiones como autor: la trama policial, la indagación histórica y sociológica, la estampa costumbrista y hasta los devaneos del corazón.

Todo dentro de un periodo fundamental de la historia argentina, en torno a Juan Manuel de Rosas, cuando la sangre se vertía a raudales por nuestra geografía.

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Capilla Ardiente, último libro de Álvaro Abós.

Capilla Ardiente, último libro de Álvaro Abós.

Desde Buenos Aires, dialoga con el programa La Conversación de Radio Nihuil.

-Hola, Álvaro, buen día. ¿Cómo estamos?

-Muy bien, muy bien, acá, con una mañana fría, en la ciudad de Buenos Aires, con un sol que se ha retirado ya, después de una breve participación.

-Antes de entrar en tu libro, queremos aprovecharte para reflexionar sobre un tema local. En Mendoza se celebra el Día del Padre el 24 de agosto, en homenaje a San Martín, porque ese día nació su hija Mercedita.

-Sí, claro.

-Pues bien, un colega, Oscar Pinco, dice no estar de acuerdo con este homenaje por cuanto, según él, San Martín, si bien fue un gran estratega militar y libertó tres naciones, fue un padre ausente. ¿Qué opinión te merece?

-No, no estoy de acuerdo con eso. San Martín, para mí, fue un padre excelente, extraordinario. Lógicamente, era un militar. Tuvo sus años de batalla y no se podía ocupar de eso. Pero en su largo exilio, la presencia con su hija Mercedes, su comunicación, era impresionante.

-Eso consta, ciertamente.

-Incluso le escribía, además de acompañarla. Y la vida de San Martín, en esos años, en realidad giraba en torno a su hija.

-Fue un momento muy particular para él, ¿no?

-Él vivió un tiempo en Londres, un tiempo en París y después en otras ciudades de Francia, buscando donde su Mercedes podía estar mejor. Son muy hermosas las palabras que le dedicó a su hija en las cartas.

-Entremos a tu libro, que rescata una historia no muy bien registrada, la masacre de Tandil de 1872. Se trata, por otra parte, de un momento crucial de la historia argentina. Es la época de Rosas, de Sarmiento, de Urquiza, de Mitre, etcétera.

-Estás hablando de Capilla ardiente, esta novela que he publicado. Trata, como decías, sobre un episodio ocurrido el 1 de enero de 1872, en Tandil, que tenía entonces una población de sólo cinco mil habitantes, en el sur de la provincia de Buenos Aires, cerca de la frontera con los indios. Y ahí se produjo un asesinato masivo.

-Un hecho de características muy peculiares y cruentas.

-Un grupo de gauchos asesinó a una columna de inmigrantes. Un terrible episodio que desencadenó, a su vez, otros episodios de violencia.

-¿Dentro de qué contexto histórico ocurrió esto?

-Era un momento en donde el Estado prácticamente no existía. El presidente era Sarmiento. Ese mismo año, 1872, José Hernández publica el Martín Fierro, que es una epopeya del gaucho perseguido. Y estos gauchos que protagonizaron esta rebelión sangrienta, son como una derivación. Son Martín Fierro. Son personajes apartados de la sociedad, ¿verdad?

-¿Qué les molestaba de esa coyuntura?

-Se les revolucionaba el mundo porque llegaban los inmigrantes. Y el campo argentino, que era solamente para cría de ganado, pasaba a ser un campo agrícola. El mundo se les venía abajo y sucedió este episodio de violencia que yo he tratado, primero, de reconstruir; de narrarlo, explicarlo, comprenderlo.

-Como vos decís, cuando ocurre la masacre está surgiendo al mismo tiempo la obra cumbre de Hernández, mientras Sarmiento gobierna el país. Ahí tenemos un núcleo muy poderoso del país, el de Martín Fierro contra Facundo. Ahí está el nudo de civilización y barbarie, porque el protagonismo del indio, a su vez, está muy bien registrado en tu relato.

-Yo creo que, básicamente, es como una narración sobre la violencia. Y luego, además de este escenario, el núcleo de la novela, de la historia, es la presencia de un fotógrafo.

-Sí, fundamental. Es tu personaje central. Contanos.

-Resulta que en Tandil había un fotógrafo. Estaba entre los pioneros de la fotografía, que ya existía. Y toda esta dedicación que yo me he tomado al narrar este episodio, al reconstruirlo, proviene de una fotografía que encontré en viejos archivos, donde están retratados algunos de los asesinos que luego fueron apresados y fusilados.

-¿Cómo te impactó este hallazgo?

-Esas fotos, con todo lo que están impregnadas de tiempo, de época. Y la fotografía, a la vez, era una personificación. Para mí fue como tener a esos seres, a esos asesinos, delante. Bueno, el fotógrafo mismo está envuelto en ese episodio de violencia.

-¿Cómo lo insertaste en la trama?

-Yo intenté reflejar esas incógnitas, la aventura humana que significaba para este hombre que quería retratar la realidad. Quería apresar, a través de su cámara, esa violencia.

-Ahora bien, vos mencionás a un fotógrafo pionero, maestro de tu personaje, un tal Severo Aubanel. ¿Se trata de una persona real o es un nombre ficticio?

-Es un nombre ficticio. Pero yo investigué el tema y encontré que había fotógrafos en Tandil. Por supuesto, la novela permite estas libertades. Básicamente, yo tengo las fotografías. Incluso se van a exhibir próximamente en Buenos Aires, en el Centro Recoleta. O sea que, en definitiva, las fotografías están, existen.

-¿Bajo qué nombre se exhibirán esas fotos?

-No sé si con el nombre de ese fotógrafo o con otro, porque todas las pruebas han sido destruidas. En la Argentina es muy difícil documentar el pasado porque, con tantas idas y vueltas, con tantas catástrofes que suceden, la documentación se extingue.

-Luego aparecen, en algún momento, unos hermanos los irlandeses, dos colorados, George y William Bate, que también cultivan el arte fotográfico. ¿Son otro invento tuyo?

-No, no, no. También son reales. También hay una mujer que participó en la Comuna de París.

-Que es la coprotagonista del relato, novia o amante del fotógrafo.

-Claro. Es una mujer con la cual se relaciona en medio de esa vorágine, de esos sucesos. Eso también es real. Yo lo perseguí, lo documenté.

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Imágenes recreadas de la masacre de Tandil.

Imágenes recreadas de la masacre de Tandil.

-Es cuando te relato se pasea por Francia.

-Hubo perseguidos de la Comuna de París, que fue un movimiento revolucionario que hubo allí, sucedido, a su vez, por una represión terrible. Y hubo exilados de la Comuna y hubo gente que vino, franceses que llegaron a Tandil en esa época.

-Digamos, de paso, que tu protagonista femenina lleva por nombre Simone Boyer.

-Sí. Esos personajes son semblanzas, trasuntos de seres reales. Por supuesto que el narrador tiene la facultad de inventar, porque hay que dar cuerpo a la historia; hay que contar, diríamos, un cuento.

-Esa ventaja que tienen ustedes de dar cuerpo a la historia y de apelar a la ficción es lo que pone a celosos a los historiadores. Dicho de otra manera, ustedes, los narradores, disponen de una libertad que el historiador no tiene.

-Claro, sí, sí. Has tocado ahí un punto sensible. Yo creo, francamente, que la literatura es una forma de la historia.

-Buen punto. ¿Cómo lo explicamos?

-Por ejemplo, para entender el siglo XX, uno puede leer miles y miles de estudios y análisis; estudios históricos, metafísicos y filosóficos. Pero si uno lee a Kafka, entiende el siglo XX. Sin leer a Kafka no se puede entender lo que fue el siglo, el holocausto, toda la violencia.

-Tampoco se entiende este tipo de novelas o de historias noveladas, sin haber leído a Truman Capote. Vos te pusiste a releer obsesivamente A sangre fría mientras hacías este trabajo.

-Ah, sí, sí, sí (ríe). Bueno, estuve releyendo A sangre fría porque se van a cumplir cien años del nacimiento de Capote, en septiembre, y yo voy a dar una charla en una librería de Buenos Aires sobre él y Rodolfo Walsh. Sobre lo que se llama non-fiction.

-Dos faros, en todo esto.

-Bueno, Capote hace algo que no es nuevo tampoco. En realidad, Rodolfo Walsh le ganó de mano porque hizo unos años antes, en 1957, Operación masacre. A sangre fría es de 1966. Es contar la realidad, de manera que sea otra cosa y a la vez la verdadera realidad, las dos cosas.

-¿Viste una serie reciente, Feud 2, donde se cuenta el proceso que llevó a Capote a escribir Plegarias atendidas?

-No, la verdad que no. He visto, sí, las biografías cinematográficas de Capote, que fueron varias. El personaje es muy extraño a su obra maestra. Capote era un hombre frívolo, que vivía en medio de un mundo artificial, pero cuando le tocó narrar un crimen, lo hizo de una manera casi ascética. No parecía el escritor adecuado para contar esa historia, pero, bueno, lo hizo.

-Volviendo un poco al azar sobre el contenido de tu libro, contás en el capítulo de los fotógrafos que uno de ellos retrataba corridas de toros en Misiones. ¿Había corridas de toros en el campo argentino!

-Sí, claro que sí. Eran rezagos de las viejas corridas que había en la Plaza del Retiro, la Plaza de Toros de La Merced, qué sé yo...

-Pero el fotógrafo principal de tu relato, Javier López, venía de experiencias más extremas.

-Lo que pasa es que él fotografiaba la realidad. Era un fotógrafo de guerra. O sea, había estado en la Guerra del Paraguay, unos años antes, en 1869.

-Una tarea que, ya en ese momento, no era muy excepcional.

-Hubo fotógrafos de guerra, claro. Y bastante antes, incluso, en la Guerra de Crimea, en 1855. Y esto un poco es la obsesión de este hombre: en medio de la violencia, ¿cómo reproducirla?

-Algo de eso se te contagió...

-Un poco yo me siento reflejado en esto porque, también, al escribir novela, narrativa, cuentos o a veces historia, hago lo mismo. Trato de reproducir esos hechos.

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"Todos los episodios tienen su explicación", dice Álvaro. Foto: Página 12.

"Todos los episodios tienen su explicación", dice Álvaro. Foto: Página 12.

-En el prólogo de Osvaldo Aguirre, dice que vos encontraste en tu historia una clave en la conformación de la sociedad urbana argentina: la inscripción del crimen y del robo como piedras angulares de la civilización. ¡Cómo nos matábamos, en aquella época, los seres humanos!

-Sí. El siglo XIX en la Argentina es terrible. Es una escuela de violencia. Lo pongo en el comienzo del libro como cita: "La historia es un archivo de crímenes", de un sociólogo húngaro, György Konrad.

-Un reguero de sangre, es cierto.

-¡No olvidemos además cómo se mataba! La forma de matar era degollar.

- Y decapitar.

-Se decapitaba y las cabezas se ponían en una pica y se dejaban durante muchos días. Y bueno, todo nuestro siglo XIX está totalmente atravesado por la violencia, por el crimen político de Dorrego hasta Urquiza y tantos otros episodios.

-O el itinerario del cadáver de Lavalle, que relató Sábato en Sobre héroes y tumbas.

-Sí, claro. Y toda la época de Rosas, con los fusilamientos, etcétera.

-La masacre de tu novela está ambientada en esa violenta época de Rosas. A su vez, el fotógrafo López viene de la Guerra del Paraguay, que fue una carnicería. Y la chica proveniente de Francia acaba de padecer la carnicería contra los rebeldes de la Comuna. Es decir, había masacres a diestra y siniestra.

-Y todos los episodios tienen su explicación. Yo parto de narrar este episodio terrible del primero de año, donde los gauchos están como enloquecidos por la prédica de Solané, Tata Dios, un hombre que decía que había que destruir todo para construir un mundo nuevo.

-Una especie de Charles Manson de la época, ¿no?

-No tanto. Yo tenía muy presente, mientras escribía y reconstruía este Tandil, un episodio que sucedió veinte años después, en el noreste de Brasil, donde un tal Antonio Conselheiro produjo, como Tata Dios, un grupo que lo seguía. Eran milenaristas. Decían que venía un nuevo milenio y crearon una república en Brasil.

-¿Fue debidamente registrado este suceso?

-Ese episodio en Brasil originó dos grandes libros. Uno, de Euclides da Cunha (Los sertones), que es un clásico de la literatura brasileña. Y muchos años después, La guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa. Eran rebeliones populares que querían y creían en la creación de mundos nuevos. Pero las utopías resultan en violencia.

-¿Con qué magnitud de daño?

-Llegaron a provocar sesenta mil muertos, en 1892, porque el ejército de Brasil, que se había convertido en república hacía poco, envió trece oleadas. No los podían contener a Conselheiro y sus seguidores.

-¿Y acá como fue la cosa?

-En Tandil fue un poco menos. En Brasil sucede todo más grande, ¿no?

-Hay un aspecto que llama la atención, porque los gauchos malos, alzados, se rebelen contra los gringos inmigrantes y contra los masones. Pero resulta que nuestros próceres de la época, como San Martín, Alvear, Sarmiento, etcétera, tenían lazos fuertes con la masonería.

-Absolutamente, porque en gran medida, o todos, eran porteños. Todos los porteños, toda la dirigencia política histórica argentina era de la masonería. Era una marca de época.

-Está bien enfatizar el fenómeno porteño de este asunto.

-Es que, en gran medida, también, la gran lucha histórica del siglo XIX y la formación de la Argentina, es el interior contra Buenos Aires. Y cuando suceden estos hechos de 1872, esas luchas habían de alguna manera terminado. O no. Hacía veinte años que se había desplazado a Rosas, pero el país siguió en guerra civil hasta por lo menos el '80. Y quizás un poco más, porque después vienen Varela y el Chacho.

-¿Por qué, entonces, los gauchos iban contra los masones?

-Era como una rémora de los viejos lemas de las guerras anteriores. En 1872 ya el Estado estaba establecido. En fin, estos episodios causaron mucho escándalo en Buenos Aires. La prensa le dedicó mucho tiempo.

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Abós definió como una novela a Capilla Ardiente.

Abós definió como una novela a Capilla Ardiente.

-Vos cultivás muchos géneros a la hora de escribir. ¿En cuál de todos ellos pondrías Capilla ardiente? ¿Es historia, novela, comedia, policial?

-Es una novela. Una novela, absolutamente…

-¿Pero con qué matiz? Hay muchos tipos de novelas.

-No lo pondría en ningún género, porque no creo en eso. Me gusta romper los géneros. Los géneros son límites que el escritor viene bien que los rompa. Es decir, es una novela histórica. A mí me gusta mucho el género policial.

-Sí, una de tus preferencias.

-El género policial lo llama el thriller. La palabra thriller es una palabra que viene del inglés thrill. Es un verbo que significa estremecer. Una editora me decía que la traducción de thrill podría ser chucho.

-Es decir, miedo.

-Algo que te haga temblar. El libro, entonces, trata de ser la narración de un crimen. En este caso, de un crimen masivo.

-Tu libro es, a su vez, muchas cosas. Podría ser, como decías, una narración histórica; pero, también, un relato policial, una novela costumbrista tipo El Matadero o Una excursión a los indios ranqueles, en un momento hasta se transforma en una aventura de piratas, etcétera. Son muchos los ingredientes que lo sazonan.

-Sí, porque, a partir del núcleo inicial, que son, en realidad, esas cuarenta y ocho horas en Tandil que se abren con la masacre, sigue la persecución de los gauchos y luego el asesinato en la cárcel de Tata Dios. Es un episodio que reproduce o, mejor dicho, se anticipa cien años.

-¿Qué ocurrió cien años después?

-Pasó lo mismo en Dallas. O sea, el asesino del presidente estaba en la cárcel y apareció alguien que le pegó tres tiros, con lo cual la historia se complicó mil veces.

-Claro, un paralelo con Lee Harvey Oswald.

-Acá también, al inspirador de la masacre de Tandil, este hombre Solané, lo llevaron preso. Raramente, por casualidad, quedó una ventanita abierta de la celda y alguien le pegó tres tiros y lo mató, con lo cual toda la historia se complica mucho más.

-Es curioso, pero venimos de entrevistar hace poco a dos escritores disímiles, Daniel Guebel y Michel Nieva, que ponen su acento en un periodo similar de la historia argentina y puntualmente en la Campaña del Desierto. Se ve que, para ustedes, los escritores, sigue siendo un fuerte imán ese tiempo.

-La elección y la dirección de la mirada hacia episodios del siglo XIX habla de que necesitamos encontrar todavía explicaciones. Porque cuando una novela narra el siglo XIX es, de alguna manera, como narrar la Edad Media. Que entre Tandil y Buenos Aires se tardara treinta días para hacer ese viaje, nos habla de que es algo remoto.

-Remoto, pero también actual, como decías.

-Porque, al mismo tiempo, esta historia habla de la justicia, del crimen, de la culpa, de cómo se construye una sociedad, de cómo los seres humanos pueden vivir en una sociedad sin matarse. ¡Y esas son cosas que nos suceden hoy, todos los días! No lo hemos resuelto.

-¿Fuiste a Tandil? ¿Qué te han dicho allí por haber recuperado esta historia que a lo mejor ellos quieren olvidar?

-Sí, yo fui muchas veces buscando escenarios. Por supuesto, Tandil no tiene nada que ver con aquel Tandil. Hoy es la capital del salame, una ciudad de ciento cincuenta mil habitantes, moderna.

-¿Y de aquel viejo Tandil qué queda?

-Hay algunos restos, hay un viejo museo, está el poncho de Tata Dios con los balazos. Y estaba Hugo Nario, ese historiador extraordinario al cual yo le debo haber podido escribir una novela, porque él lo investigó. Lamentablemente falleció.

-Y habrás de volver, ahora, con el nuevo material en la mano, ¿no?

-Sí, voy a ir próximamente a presentar la novela, con todo gusto. Y bueno, a lo mejor a alguno no le gusta, porque hay algunas miradas localistas. Qué sé yo. No hay problema.

-Siempre puede suceder.

-Pero de esta historia vieja, en el Tandil de hoy no hay nada. Aunque, ¿dónde sí está? En las sierras. Tandil es un poco como un escenario, rodeado de esas colinas verdosas. Y ahí está esta historia, Capilla ardiente.

-Muchos oyentes, muchos lectores tuyos también, han estado transmitiéndote mensajes afectuosos.

-Yo también estoy muy contento de poder tener este contacto con Mendoza, que me ha dado tantos recuerdos de Antonio Di Benedetto y de otros escritores.

-El reconocimiento del maestro, cómo no.

-Y ya que tengo la oportunidad, quiero hacer un recuerdo especial de un escritor mendocino, quizás olvidado, que para mí fue muy importante.

-¿Importante para vos en qué sentido?

-Cuando era chico, yo tenía dos libros de él. No me acuerdo si los leí o no. Pero de solamente ver esas historias, se puede construir un mundo. Se llamaba Alberto Rodríguez hijo.

-Sí, por supuesto. Muy valioso, lo mismo que su padre, del mismo nombre.

-No sé por allí, pero aquí en Buenos Aires está olvidado. Fue un narrador de los años cincuenta. Donde haya Dios y Matar la tierra son esas dos novelas. Las he perdido en tantas mudanzas. Pero espero recuperar esos ejemplares porque eran, un poco, mi pasaporte para llegar a ser escritor.

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