No debe haber nada peor que la muerte de un bebé propio. O sí. Que te acusen de haber cometido ese crimen cuando en realidad sos inocente. Y eso ocurrió con una mujer en Australia que estuvo años presa injustamente.
Estuvo 3 años presa por el crimen de su bebé pero en realidad la había matado un animal
La mujer acusada del crimen terminó ganando una millonaria indemnización por el grave error
En 1980, Lindy Chamberlain, una madre de familia, fue acusada y condenada por el crimen de su hija de 9 semanas, Azaria, en un caso que conmocionó al país y reveló los peligros de los prejuicios, la presión mediática y las fallas en el sistema judicial.
Sin embargo, tal como había declarado la madre, en realidad la bebé murió víctima de un ataque animal. El tiempo le terminó dando la razón y por eso debieron cobrarle una millonaria indemnización.
El crimen que no fue
El 17 de agosto de 1980, la familia Chamberlain, estaba de campamento un lugar icónico en el centro de Australia. Durante la noche, reportó que un dingo, un perro salvaje australiano, había entrado en la carpa donde dormía la bebé y se la había llevado.
Desde el principio, la investigación policial y la opinión pública se volvieron en contra de la madre. Los prejuicios culturales jugaron un papel crucial: los Chamberlain eran miembros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, una religión poco conocida en Australia en ese momento, lo que generó sospechas y especulaciones sobre prácticas extrañas.
La evidencia forense presentada en el juicio de 1982 fue otro factor determinante en su condena. Los investigadores afirmaron haber encontrado sangre fetal en el auto de los Chamberlain, y un análisis de las manchas en la ropa de la bebé sugirió, según los expertos de la época, que había sido víctima de un crimen cometido con unas tijeras.
Esta evidencia, combinada con el testimonio de expertos que descartaban la posibilidad de que un dingo pudiera llevarse a un bebé, llevó a la condena de la madre por el crimen y a una sentencia de cadena perpetua.
La verdad sale a la luz
La verdad comenzó a emerger en 1986, cuando un hombre encontró una camperita de la bebé cerca de una madriguera de dingos. Este hallazgo fue un punto de inflexión, ya que respaldaba la versión de la madre condenada por el crimen.
Nuevas investigaciones revelaron que las pruebas forenses iniciales eran defectuosas: la supuesta “sangre fetal” en el auto era en realidad un compuesto químico usado en la fabricación del vehículo.
En 1988, la madre fue liberada después de pasar más de 3 años en prisión por un crimen que nunca cometió. Varias décadas después, esto le valió una indemnización que superó el millón de dólares.






