La tragedia de Avelino Maure
El maestro cae cerca del auto y de uno de los tantos carolinos que hoy custodian un centro comercial. Grita de dolor y de impotencia. Agoniza. Sus anteojos han ido a parar a la escena de un crimen en desarrollo. De pronto, el motor del Fiat 1500 se enciende: es Susana. Coartada (casi) perfecta.
No me peguen más, implora Avelino Maure una vez. Dos veces lo hace, aunque se escucha como en sordina porque el ruido del motor amortigua el clamor. No habrá tercer reclamo de parte de Maure: Giménez Jáuregui acaba de asestarle un piedrazo fenomenal en la cabeza. La tragedia, claramente planificada con antelación, se ha consumado.
Sin embargo, alguien había escuchado esos gritos desgarradores. Un testigo clave. Vicente Fabriani, agricultor que escuchaba radio justo del otro lado de la calle. Y de una cortina de cañaverales. Sin ser visto.
Testigo crimen Avelino Maure
El testigo clave del crimen de Avelino Maure en diarios de la época.
El pacto criminal
Susana y Rodolfo avanzan con el pacto criminal. Él muerde un pañuelo para tragarse el dolor que ella le provoca cuando le hunde un cuchillo en una tetilla.
Nos asaltaron en la calle Las Cañas, cuando veníamos en el auto, declara Susana, más tarde, en el Hospital Español de Godoy Cruz mientras el herido es asistido de urgencia. Veníamos con mi esposo, dice la mujer, que rompe en llanto y grita el nombre de Avelino. Los delincuentes escaparon corriendo entre los cañaverales, agrega.
Una patrulla recorre la zona del "atraco" y no ve nada. El jefe policial a cargo ordena llevar a los perros de rastreo, que descubren el cadáver del maestro asesinado cubierto con su propio saco. Y los anteojos recetados. Y una cajita de fósforos de cera. Y su inseparable birome.
El trabajo de los perros es clave. No se mueven ni un metro. No hay rastro que seguir. ¿Hubo delincuentes?, se preguntan los investigadores.
A esa hora, pasadas las 22, la Lepra juega en su cancha un amistoso contra un equipo chileno de fútbol por el día de la independencia de ese país. En el centro, la música y la comida típicamente trasandinas son la excusa perfecta para el paseo obligado de mendocinos y foráneos.
En la comisaría 25 de San José se arma como una pueblada de modo espontáneo. La noticia del crimen de Avelino Maure se ha conocido por la radio y los vecinos repugnan la tragedia del maestro y exigen justicia.
Mi esposo Avelino, por Dios, grita Susana Arbués y en cada grito se le va la vida. O eso parece.
El interrogatorio policial avanza. Entonces, la sospecha crece sobre ella y Giménez Jáuregui. Como una sombra.
El jefe policial acaba de recibir un dato clave. Otro más. Alguien llamó por teléfono.
Han matado a un hombre, dijo la voz.
He visto todo, agregó.
Fueron un hombre y una mujer, precisó.
No, no había nadie más, soltó.
Arrancaron el auto para tapar los gritos del hombre, declaró.
Se fueron juntos y lo dejaron tirado, cerró.
El fin de la coartada por el crimen del maestro
Susana Arbués y Rodolfo Giménez Jáuregui fueron detenidos aquella noche aciaga. Los condenaron a la cárcel en 1971 y quedaron libres antes de lo fijado por la Justicia gracias a las rebajas y conmutaciones de penas de prisión a cargo de gobernadores de distintas épocas.
Durante el juicio se ventilaron cartas de amor que ella le escribía pero eran sólo instrumentos de manipulación, para que Giménez Jáuregui se hiciera cargo del asesinato.
El caso tuvo amplia repercusión local y nacional a través de la prensa.
Crimen Avelino Maure
La tapa del semanario porteño Así, que cubrió el juicio por el crimen de Avelino Maure.
Cuando fueron liberados, cada uno siguió su camino. Ella se casó con un cerrajero al que conoció en la cárcel porque había matado a la esposa a tiros en Dorrego. Se mudaron a San Juan. Él se casó con la novia de la juventud, luego enviudó y en julio de 2022 murió solo en su casa de Guaymallén. Lo encontraron varios días después.