De Arbues a Giménez Jáuregui en la carta 52
El caso
Aquella noche, Arbues y Giménez Jáuregui llegaron a la guardia del Hospital Español. Ella tenía una crisis de nervios fenomenal. Él sangraba por una herida de arma blanca en el pecho. Arriba. En el costado derecho.
"¡Nos asaltaron!", repitió ella. "Estábamos con mi esposo, ¿dónde estás Avelino?", imploró.
"Los tres íbamos en el auto por la calle Las Cañas. Volvíamos de una reunión. Yo manejaba. Más allá de donde termina la luz había algo tirado en la calle y tuve que parar. Ahí dos personas se nos vinieron encima y forcejearon con mi marido y con Rodolfo, el padrino del nene. Los atacaron. Lucharon. Y huyeron por los cañaverales. Después, Rodolfo y yo pudimos escapar. Y llegamos hasta acá".
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La investigación se centró en una superficie reducida y oscura. Hubo policías, linternas, balizas encendidas y perros de rastreo. Los animales perfectamente entrenados y eficaces contradecían la versión de Arbues porque seguían un rastro que se perdía ahí. ¿No era que los atacantes habían escapado?
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La prensa local daba en su edición del día posterior la primera versión de los hechos. Mientras las rotativas imprimían diarios, la investigación dio un vuelco inesperado.
A esa altura, un policía instalaba una duda: ¿Por qué una mujer abandonaría a su esposo donde fueron asaltados?
"Vi todo desde el auto; nunca bajé", había dicho Arbues. Sin embargo, uno de sus zapatos fue hallado cerca de una hijuela sobre la calle Las Cañas. Junto a un álamo que todavía existe. Ese calzado estaba junto con otros elementos. Como una cajita de fósforos de cera marca 70 y los anteojos destrozados del profesor Avelino Maure, entre otros.
Del otro lado de la calle, en otra hijuela de riego, en medio del barro, la policía halló el cadáver de Avelino Maure. Estaba cubierto con su propio saco. De cara al cielo.
Había sido acuchillado por la espalda y rematado a golpes de piedra; piedra que también fue hallada en la escena del crimen.
El hombre que vio todo
Vicente Fabriani, un agricultor que no sabía leer ni escribir, declaró que esa noche, mientras escuchaba radio en el patio de la finca que daba a la calle Las Cañas, escuchó los gritos desesperados de un hombre.
¿Qué decía ese hombre? -le preguntó un policía.
¡¡No me peguen más!! ¡¡No me peguen más!! -eso gritaba.
Amparado por los cañaverales, Fabriani vio que la víctima era atacada por un hombre grandote y una mujer bajita. Y nadie más. También vio que la víctima fue arrojada a la hijuela cuando dejó de gritar. Y que el hombre y la mujer se fueron en el auto que manejaba ella.
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Fabriani fue uno de los personajes más famosos de la historia. Así contaba lo ocurrido para los diarios de la época.
Culpables
Susana Arbues y Giménez Jáuregui fueron condenados el 31 de agosto de 1971 por un tribunal que presidió el juez Luis Cherubini Lima.
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Roberto Lavado, recordado maestro de varias generaciones de penalistas mendocinos, expone durante la etapa de alegatos. Corría 1971 y el caso comenzaba a definirse.
"Cadena perpetua para la pareja diabólica", tituló la revista porteña ASI, creación del fundador del canal Crónica TV y dedicada a tratar casos policiales de todo el país, el 3 de septiembre posterior. Los diarios, canales de televisión y radios de Mendoza dedicaron generosos espacios.
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Poco después del fallo, la revista porteña ASI dedicó la tapa al caso Maure con fotos de los culpables y del momento del desenlace.
El juicio empujó a la sociedad a los tribunales con la misma voracidad con que el crimen los había atraído hasta la mismísima calle Las Cañas. Todos habían querido pisar la misma huella que el profesor asesinado. Dos años después, la sociedad pugnaba por ser testigo de la sentencia a los homicidas.
A esa altura, Maure ya era una especie de semidiós a quien los estudiantes le rogaban auxilio intelectual al momento de un examen.Le prendían velas, le rezaban y le dejaban carpetas y objetos personales en una ermita que fue levantada en la escena del crimen, y que desapareció en los ´90.
Las condenas a los asesinos de Maure fueron notablemente rebajadas según consta en tres decretos del Gobierno de Mendoza emitidos en los ´70 y ´80. El último, durante la gobernación de Felipe Llaver.
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En los artículos 1 y 3 de este decreto de 1981 aparecen la penúltima quita de pena a Arbues y Giménez Jáuregui.
El libro
Es la primera obra publicada por la Facultad de Periodismo de la UMaza y recoge testimonios actuales de Arbues y de Giménez Jáuregui.
Además, entrevistas a los hijos del matrimonio Maure Arbues, quienes en 1969 tenían 4 y 3 años respectivamente y comenzaron a vivir una vida completamente nueva. Lejos de Mendoza. En Buenos Aires, a cargo de parientes que hicieron de tutores y los criaron.
"Al momento de elegir una carrera profesional me decidí por abogacía. Quería entender. No comprendía por qué el derecho penal es tan injusto. Por qué no se cumplen las condenas, por qué “prisión perpetua” era lo mismo que sólo 17 años en la cárcel", dice la hija del profesor Maure al autor.
Maure hijo también habla del dolor. Del reencuentro y del perdón. Pero también de una decepción profunda, que sabe a definitiva. Y confirma que en los ´80 la madre trabajó para Guillermo Vilas en Buenos Aires.
Hay fotos de época y la nómina de profesionales del Derecho que intervinieron en la pesquisa y el debate. Todo ayuda a entender por qué el caso sigue atrapando medio siglo después.
El análisis de las pruebas de cargo contra los asesinos también contribuye a entender los motivos del crimen.
El otro Avelino Maure
El profesor asesinado era miembro de una familia de educadores. Muchos mendocinos se capacitaron en las aulas de la Academia Maure, donde la víctima pasó las últimas horas de su vida, en Mitre 800 de Ciudad.
La dinastía Maure había sido iniciada por el abuelo del profesor asesinado en 1969. Otros nietos y también sus hijos fueron parte de la academia.
Don Avelino Bonifacio Maure había nacido en San Luis y llegó a ser director general de escuelas de Mendoza. A él deben su nombre tres calles del Gran Mendoza y la escuela que funciona en Godoy Cruz.
"Los Maure fuimos gente de educación y conocimiento, no de empresas", dijo a este cronista María Eugenia Maure, prima hermana del docente asesinado y una de las últimas personas que lo vio con vida.
"Recuerdo perfectamente ese momento. Salimos de la academia después de una reunión, y Avelino y la esposa se subieron al auto. Giménez Jáuregui ya estaba sentado atrás. Me ofrecieron llevarme a casa pero yo tenía mi propio auto. Lo que pasó después fue espantoso. Nos atravesó como familia". "Recuerdo perfectamente ese momento. Salimos de la academia después de una reunión, y Avelino y la esposa se subieron al auto. Giménez Jáuregui ya estaba sentado atrás. Me ofrecieron llevarme a casa pero yo tenía mi propio auto. Lo que pasó después fue espantoso. Nos atravesó como familia".