Marta Barrio (New Haven, 1986) tiene una nítida conciencia de su rol profesional: “Lo que a veces hacemos los escritores es contar historias que quedan silenciadas”, dice en esta entrevista desde Madrid, la ciudad donde vive.
Marta Barrio (New Haven, 1986) tiene una nítida conciencia de su rol profesional: “Lo que a veces hacemos los escritores es contar historias que quedan silenciadas”, dice en esta entrevista desde Madrid, la ciudad donde vive.
Esa misión testimonial fue la fuente energética de Leña menuda, su segundo libro, que ganó el Premio Tusquets de Novela 2021 con una historia cruda, pero conmovedora: la de una madre que, además de atravesar los miedos y los sueños inherentes al embarazo, se entera de que su bebé nacerá con una grave afección. Tan grave que, a partir de ahí, se disparan en ella todas las dudas sobre la conveniencia del alumbramiento.
Con este peso lacerante en la conciencia, fruto de una historia verídica, Barrio va tejiendo su novela con una pericia extrema. Su talento narrativo le permite emocionar, pero sin golpes bajos ni amarillismo; reflexionar, pero sin ínfulas intelectuales; ser intensamente empática, pero sin dispersarse en sentimentalismos a la carta.
Reconoce que su trabajo ayudó a poner en evidencia incontables historias sobrecogedoras y asimilables a las de su protagonista. Y refuta, con énfasis, “el mito de la embarazada feliz”, el lugar común que dibuja ese proceso como un cuento de hadas. Son, por el contrario, nueves meses “de terror”, admite, en primerísima persona, aunque aclara que, luego, la maternidad justifica cada uno de los pesares.
Leña menuda fue definida por Antonio Orejudo como “una pesadilla sobrecogedora y traumática narrada con serenidad, humor y dulzura”. Su aparición ha abierto una huella. Gracias a las lecturas y a los testimonios que provoca, sus ondas concéntricas se siguen expandiendo con el tiempo.
-La canción Tom’s Diner de Suzanne Vega atraviesa todo tu relato como una especie de bálsamo o de mantra. ¿A qué obedece? ¿Tiene una relación tuya muy personal?
-Eso tiene un cariz más biográfico porque con mi prima hacíamos trapecio de pequeñas. Y tuvimos un espectáculo con esa canción, tal como sale en la novela. Pero también habla de la soledad de una mujer en la gran ciudad. Una mujer que se mira en un escaparate y cree que la están saludando del otro lado. Pero solo estaban mirándola. Miraban a la chica del reflejo. Entonces, esta cuestión de los reflejos, del anonimato en la gran ciudad y la lluvia, me parecía que acompañaba muy bien el libro.
-Vos y tu prima han tenido la experiencia del trapecio, lo mismo que la protagonista de la novela; y la tapa del libro está ilustrada, justamente, con una chica colgada de la barra. ¿La eligió la editorial o la propusiste vos?
-La propuse yo. Ellos pusieron la cuerda del trapecio que está punto de deshilacharse.
-¿Y por qué ese trapecio en la portada?
-Porque me parecía una metáfora muy buena de cómo la protagonista se columpiaba al borde al abismo.
-Supongo que muchos lectores comunes te habrán preguntado -y te seguirán preguntando- si se trata de una novela autobiográfica.
-No. No lo es. Como todas las novelas, no sale de la nada. Efectivamente, hay una serie de miedos y de sueños que, por haberlo hablado con mis amigas, he llegado a la conclusión de que son compartidos; son universales a todas las mujeres que hemos pensado en la maternidad o que hemos sido madres.
-¿Cómo qué?
-Como el temor de no ver qué es lo que hay dentro de tu tripa, qué es lo que se está gestando y que todavía no tiene forma porque se va convirtiendo en otra cosa. El temor, también, obvio, de perder al niño. O el temor de que tenga algún problema. Esos son como miedos casi universales.
-Pero la historia tiene una base real, ¿no?
-Nació de una amiga a la que le ocurrió. Me lo contó como una confidencia. Y, por eso, de hecho, juego en la novela con el anonimato, como si no tuvieran nombre los personajes, por este guiño a la confidencia.
-Aun así, Marta, sabiendo que no es un texto autobiográfico, cuesta separarlo de la autora, porque está escrito como poniendo todo ahí, desde la profundidad de la psiquis, del raciocinio, pero también desde la profundidad del cuerpo, de las entrañas.
-Yo quería que tuviera esa cosa catártica, casi. Y también es una reflexión muy personal y muy propia. Una reflexión sobre lo que significa transformarse en madre. Hay una mirada a la naturaleza como una forma de romper los tabúes.
-¿Por qué?
-Porque, al mirar a la naturaleza, uno se plantea que nosotros también somos animales. Entonces, se trata de ver como diferentes sucesos del mundo animal y ponerlos sobre la mesa. Así es como se desdramatiza, de algún modo, lo que le sucede a la protagonista.
-Correcto. Porque, además de una serie de referencias culturales, vas relatando situaciones relacionadas con arañas, monos, ratas; con las gatas que se comen a sus crías…
-Claro, porque nosotros somos animales y se nos ha olvidado. Entonces, la protagonista busca en otras novelas, en otros libros, pero también se busca en la naturaleza. Y se encuentra. También me interesaba hacer una mirada hacia los mitos clásicos, como la figura de Casandra, la mujer que vaticina el futuro, pero que sus pronósticos no serán escuchados. Me parecía muy propio de una generación en la que estamos mirando el futuro con temor, pero nadie lo toma en serio.
-Hablás, en efecto, de la historia triste de Casandra con Apolo, pero tu mito preferido, central, es la criatura de Frankenstein. Es Mary Shelley. Lo citás varias veces a lo largo de la novela. Efectuás la reflexión sobre el monstruo y hay, además, un catálogo de monstruos.
-Claro, porque Mary Shelley estaba embarazada cuando escribió Frankenstein. Y es perfecto como el mito de los miedos. Miedos a que tu criatura sea una criatura monstruosa o que te mate. Mary Shelley, al nacer, su madre murió. Entonces la crítica literaria ha dicho tradicionalmente que era una novela que trataba también de la culpa de haber matado a la madre en el parto. Y luego, precisamente, la propia autora tuvo un aborto espontáneo que casi acaba con su vida. No se detuvo la hemorragia hasta que ella no se sentó en la nieve. Me pareció, por lo tanto, una metáfora perfecta que acompañaba muy bien la novela.
-¿Adónde apuntaba la novela desde un principio?
-Quería que fuera una novela abierta. Una novela tributo a todo lo que ha venido antes. Porque, cuando mi amiga me contó su historia, yo pensé: no he leído esta novela. Yo trabajo como editora, leo muchísimos manuscritos y es como que muchas veces se repiten los planteamientos. Pero, en este caso, pensé que esto no había sido tratado tanto.
-¿Qué pasó a partir de esa primera impresión de encontrar un camino tan poco transitado?
-Fui reflexionando, haciendo un compendio de lecturas y pensé: “¡Hombre! Esto Federico García Lorca ya lo había entendido”. O sea, aunque no fueran exactamente las mismas circunstancias, la maternidad frustrada ya estaba en Lorca, en Mary Shelley y, de algún modo, en muchos otros autores.
-García Lorca en Yerma, ¿no?
-Sí, en Yerma. Mi novela no sale de la nada y, como te decía, me interesaba hacer un muestrario, un tributo a los que han precedido en este camino.
-Otro de los citados es Lovecraft, prolífico padre de los monstruos viscosos.
-Sí, él también está.
-Hay dos relatos, a modo de referencia, que sacuden: uno de Guy de Maupassant y otro de Gorki, La madre del monstruo.
-Justo los relatos de Guy de Maupassant y de Maksim Gorki hablan de las madres de los monstruos, de cómo sufren viendo el rechazo que producen sus hijos en la sociedad. Pero es una búsqueda que hace la narradora de genealogías. Una búsqueda de sentido. Yo creo que, en definitiva, toda novela es una búsqueda de sentido.
-¿Y en este caso?
-Esta es una búsqueda de sentido en una odisea… digamos, en busca de una salida de emergencia que es, al final, el turismo abortivo.
-Vos sos madre, ¿no?
-Sí.
-Pues bien, ¿cuánto de tu propio cuerpo está puesto en el relato? Hay muchas descripciones al respecto desde el principio. Por ejemplo, ya en la página 20 dice: “Mientras se gesta una vida en esa madriguera que es mi cuerpo mutante”. O, entre muchas otras citas, en la página 33 dice “me dio por soñar que alumbraba un tritón, un pez prehistórico… Mi mente era fecunda y turbia”. Etcétera.
-Eso es así, sí. Y mi mente es fecunda y turbia con todas esas cosas.
-¿Es así tu mente? ¿De verdad? ¿Fecunda y turbia como la de la protagonista de la historia?
-Sí, tal cual.
-¡Hay que animarse a estar a tu lado, entonces!
-(Ríe con ganas) Bueno…
-En otro momento, la protagonista expresa su deseo de descifrar los detalles que distinguen a una buena madre. ¿Qué es ser buena madre? ¿Y por qué las personas suelen tener una opinión formada sobre la maternidad y tienen que criticar o juzgar algún aspecto?
-Porque es un deporte muy divertido criticar a los demás y no plantearse lo que esas personas están sufriendo o sintiendo. De hecho, al final de la novela la protagonista juzga menos a los demás y es más generosa en ese sentido. Y, efectivamente, lo de ser buena madre es como una aspiración de algún modo inalcanzable ante todas las otras aspiraciones o metas que tenemos ahora mismo las mujeres jóvenes.
-El tema de tu novela es duro, doloroso por momentos, pero lo vas llevando con mucha sutileza, sin golpes bajos. Pero si la lectura logra conmover a un hombre, ¿cuánto más debe ocurrir con las mujeres? ¿Qué te han dicho? ¿Cuáles han sido las reacciones?
-Eso ha sido muy bonito. Siempre digo que ahora, después de haber hecho el libro, podría escribir tres más sobre el tema porque estoy recibiendo muchísimos testimonios de mujeres que han pasado por algo parecido y que han leído la novela en una clave que yo no esperaba.
-¿Cuál?
-Una clave que les ha ayudado desde un punto de vista casi terapéutico.
-En un par de momentos, se plantea la posición del hombre frente a lo que está padeciendo la mujer. Ella dice, por ejemplo, que odió a su pareja “por no entenderme, y por no tener que pasar él por esta experiencia macabra”. Es que se trata de una experiencia intransferible, ¿no?
-Por eso, precisamente, el primer lector o metalector de la novela es el marido, porque es el que salva el cuaderno en el que ella escribe su diario. Ella lo va a tirar al fuego y él lo salva porque lo quiere leer.
-El cuaderno de tapas amarillas…
-Sí. Entonces, lo que yo espero es que el testimonio llegue también a los hombres. Que haya lectores varones de este libro y que abran un poquito la sensibilidad.
-¿Por qué? ¿Cuál es tu percepción?
-Me decía el otro día un periodista de Navarra algo así como: “Bueno, al principio, tu libro, te lo debo confesar, me daba pereza. Pero, luego, me ha encantado porque lo tratas con mucha delicadeza y es una visión de la maternidad y del embarazo que yo, que he tenido cuatro hijos, no me había planteado nunca”. ¡Hombre, has tenido cuatro hijos! ¡Podrías haberte enterado, por una parte! (ríe). Pero, por la otra, digo, por lo menos te enteras ahora. Es la belleza de la literatura, también, que nos permite ver el mundo desde otros ojos.
-Exacto. Cambiar el punto de referencia.
-Las mujeres estamos muy acostumbradas a leer novelas sobre hombres de cincuenta años que se divorcian y que tienen la crisis de la mediana edad. ¿Y por qué un hombre no va leer sobre los problemas que tenemos las mujeres?
-Más allá de evolucionar en cuanto al punto de vista, tu relato también da cuenta de cómo los hombres, al madurar, consiguen superar el llanto, no pueden entristecerse.
-Una de las cuestiones es cómo exteriorizamos nuestros miedos y nuestros sentimientos. Nosotras, a veces, lo hacemos más a través del llanto y ellos lo hacen a través de la rabia. Efectivamente, puede ser un concepto cultural, pero hay que replanteárselo.
-Además de ilustrar situaciones con el mundo animal o con referencias mitológicas, las protagonistas comparten algunas referencias con películas o series de televisión como Fleabag, Westworld, Ricky y Morty, María Antonieta de Sofia Coppola o La guerra de las galaxias. Está muy lleno de esos contenidos.
-Es como una cotidianidad que quería transmitir. Cada uno no existe en la nada sino dentro de un contexto cultural. Y, además, hay paralelismos todo el rato, como pensamientos que llevan a otros lugares.
-Otro aspecto que destaca en la novela es la parte religiosa. ¿Cómo es la cuestión de la Iglesia en España, en general y en relación al aborto?
-Ahora mismo, en España está habiendo un proceso de destapar abusos de pederastas en la Iglesia y en escuelas católicas. Hay un gran revuelo porque no están secundando la investigación como deberían por parte de la Iglesia, sino que la están minimizando, sin darle la importancia necesaria. Y yo creo que hay un cierto hartazgo, ya.
-Una de las problemáticas que afronta la narradora es el proceso de apostasía, o sea, el abandono del credo cristiano. ¿Por qué efectuarlo de esta manera formal en vez de retirarse simplemente de su práctica?
-Esto nace de una noticia argentina a raíz de una protesta que realizaron las mujeres cuando la Iglesia hizo un lobby para tratar de impedir la ley del aborto. Hacían apostasías colectivas. Entonces, transformaban un acto individual de renuncia a una fe en un acto frontal de rechazo a una institución que dominaba sus vidas. Es decir, se trata de una cuestión formal de denuncia a un pensamiento arcaico que no acompaña a las mujeres.
-Tu historia cuenta cómo la protagonista necesita vender lo que tiene para costearse los diez mil dólares que le sale un aborto en Bélgica. ¿Está muy difundida esta situación?
-Este es uno de los puntos ciegos de la ley. Hay casos que no ampara, aunque el resultado vaya a salir fatal, aunque vaya a tener muchísimos problemas el niño por nacer, una calidad de vida terrible, si es que vive. Pero, cuando se pasan las veintidós semanas de embarazo, en muchas circunstancias sí que tienen que viajar las mujeres. Lo que pasa es que se trata de un tráfico callado, un tráfico silente, que no queda reflejado en las estadísticas.
-Por eso es valioso tu trabajo.
-Yo me he encontrado con una serie de esos casos e hice una gran investigación para este libro. De hecho, incluyo testimonios directos y también una serie de instrucciones de una clínica que son tal cual las mismas que reciben las mujeres. Hay un proceso de documentación muy importante. Y, al final, lo que me pareció como la guinda del pastel, es que esas mujeres reciben una encuesta de satisfacción. Es el colmo, ¿no? ¡Como si te fueras a comprar un móvil! Pero, bueno, así funciona este mundo.
-En la novela, tu protagonista contesta de manera muy satisfactoria esa encuesta.
-Sí, sí, la contesta y está muy satisfecha. Pero lo que ella necesita en ese momento es un abrazo, no una encuesta de satisfacción.
-Vos te ha metido de lleno, aquí, en un tema muy polémico en todo el mundo, como es el del aborto. ¿Has sentido, tras la publicación de tu libro, la presión del colectivo provida?
-Para nada. Sí tuve un hater en Twitter una vez, pero ha sido más bien lo contrario. Ha sido una cuestión de mujeres que han pasado por eso que me han escrito, como te decía antes. Creo que está habiendo una sensibilidad muy especial hacia cierto tipo de relatos y se los está demandando. Pasó, sí, que ha habido medios que no reseñaron la novela o que no le han hecho caso.
-Directamente.
-Directamente, claro. No es que se hayan opuesto. Sí me sucedió que hubo un crítico que me hizo una crítica que era más ideológica que literaria, pero no una oposición como tal.
-Que un crítico español de un Premio Tusquets de Novela ponga el acento en lo ideológico, parece un despropósito. Hay que empezar por saber si tu novela está bien o mal escrita, ¿no?
-Sí, pero, bueno… hombres enfadados hay en todos lados.
-Y mujeres enfadadas, también.
-También.
-Estamos todos enfadados, de alguna manera.
-Sí, eso sí. Estamos todos enfadados. En eso tienes razón.
-En alguna nota has hablado sobre el “duelo gestacional”. ¿Has investigado sobre el tema para, tal vez, continuar el libro por ese lado?
-Creo que este libro está cerrado porque cierra con una esperanza. Cierra con la luz, digamos. Cierra con una sanación. Yo he tratado, sí, mucho el tema del duelo gestacional. Cuando hablábamos antes de que estamos todos enfadados, pues el duelo gestacional es muy complicado y lidia mucho con el enfado, porque lidia con esa fase del duelo que es la ira.
-¿Cómo afrontaste otro tema delicado, el de la acondrogénesis, que es la deficiencia que padece el bebé en gestación?
-No fue una elección mía. Es exactamente lo que le sucedió a mi amiga. Fue la historia que me contaron. La parte bonita es que este año ella pudo ser madre finalmente. Tuvo mucho miedo, porque se trataba de un niño otra vez y esta mutación está ligada al gen Y, no al X. Si hubiese sido una niña, con dos X, no habría habido problema. Pero al ser Y, existía una posibilidad de recurrencia, o sea, de que volviera a suceder.
-Es decir que volvió a pasar por otra etapa de gran zozobra.
-La pobre pasó un embarazo terrible, terrible, teniendo un miedo tremendo. Pero, luego, cuando nació el niño y lo tuvo en brazos, ya fue como el bálsamo para todo aquello que había padecido. Entonces me dijo que este era un año de felicidad porque a mí me habían dado el premio por esta novela y ella había tenido su hijo sano. Como que, efectivamente, hemos tenido un final feliz tanto en la parte de la literatura como en la parte de la vida.
-Esta amiga que te contó su historia ¿qué balance ha hecho de tu relato, una vez que lo leyó?
-Ella está feliz porque es como si le hubiéramos quitado el fardo del peso del silencio, pues esto no se lo ha contado a casi nadie. Entonces yo siento como que ella se calla y que yo me paso la vida contándoles su historia a los lectores. Pero, al final, eso es lo que a veces hacemos los escritores: contar historias que quedan silenciadas.
-¿Te hizo algún apunte? ¿Hubiera añadido o corregido algo ella?
-Yo escuché mucho su versión y a partir de ahí ya realicé la mía. Pero ella estuvo muy cerca del proceso.
-Ahora bien, ¿cuánto hay aquí de tus sentimientos, de tus propios miedos, de tus sensaciones? ¿Se refleja algo de eso en el libro también?
-Sí, por supuesto. En mi embarazo tuve mucho, mucho miedo todo el rato. Era un embarazo de riesgo y hasta que no fue el parto, salió la niña y todo eso, no me quedé tranquila. Y, efectivamente, yo estaba un poco enfadada también con el mito de la embarazada feliz. Siempre te dicen: “¡Disfrútalo!”. Pero ¿cómo lo voy a disfrutar si me encuentro fatal? ¡Basta! Basta de tener que estar felices todo el rato.
-Es cierto. Se trata de un lugar común.
-Estoy en contra de ese positivismo impuesto en donde parece que las cosas malas suceden porque no te has enfrentado con una sonrisa a ellas.
-Claro, el mito pareciera decir que las embarazadas están más allá de los padecimientos de cualquier mortal, pero es un proceso que cuesta, que hay que sobrellevarlo no solo en lo psíquico sino también en lo físico.
-Sí, sí. Para mí lo físico fue realmente duro. Y, claro, yo no podía entender a la gente que me decía: “¡Uy, pero si yo pensaba que era la época más feliz en la vida de una mujer!”.
-Y no.
-Pues no (ríe). ¡Ni de broma! ¡Vamos!
-Una oyente del programa nos cuenta que perdió a su cuarto hijo el día de su nacimiento. “Mis brazos quedarán vacíos eternamente”, agrega. Te habrán transmitido muchas historias como esta, ¿no?
-Sí, sí. Muchas. Muchas historias también familiares, que hasta que no me he puesto a escribir este libro no han salido a la luz. Y, luego también, muchas historias de gente cercana que, fíjate, no había tratado este tema y que, de repente, al leerme el libro, viene y me cuenta lo suyo. Y yo digo: “¡Dios mío! ¿Cómo puede ser posible que a lo mejor yo haya trabajado con esta persona diez años sin haber sabido esto que es tan importante de ella?”.
-Bueno, finalmente, felicitaciones por haber ganado el premio Tusquets. Se supone que distinciones calificadas como esta significan un hito en la carrera de cualquier escritor, ¿no?
-Hombre, desde luego es una gran felicidad. Yo tengo el mío en el salón y de vez en cuando, si tengo dudas sobre la escritura y todo eso, lo miro y lo toco, como algo tangible, porque además pesa. Me gusta mucho porque es como que me da fuerza o seguridad para poder pensar en otros proyectos.
-La protagonista de tu relato también se pregunta si la maternidad no afectará la calidad de su carrera literaria.
-Ella tiene miedo de que su individualidad quede diluida, que es lo que sucede. Pero yo en la maternidad encuentro una gran fuente de inspiración porque mi hija Claudia tiene cuatro años y creo que es poeta, directamente.
-¿Por qué?
-Porque es del tipo de personas que tienen como ese pensamiento mágico en el que hacen una serie de reflexiones muy puras. No son nada conformadas. Son muy inocentes y muy frescas. Unas asociaciones de ideas muy divertidas y, además, muy libres.
-El título de tu novela es una sutileza, Leña menuda, pero su sentido se descubre recién al final, pasando la página 290. ¿Por qué lo elegiste?
-En mi primera novela (Los gatos salvajes de Kerguelen) hablaba mucho del agua y ahora está muy presente la madera. Como la madera del ataúd del niño, pero también la madera que la protagonista aprende a cerrar. Y está eso de calentarse con el fuego que haces tú. Es como volver a usar las manos, esa cuestión sanadora o terapéutica que puede tener el fuego como un elemento ceremonial; pero también el fuego como el mar, que lo miras y no lo puedes dejar de mirar.
-Llegan otros mensajes. Mariela, por ejemplo, nos dice que tuvo un embarazo pésimo y sintió que era muy fuerte la presión social. Y María Alicia cuenta que le presagiaban un parto difícil porque el bebé era muy grande. “Todo lo que vive una mujer durante esos meses es de terror”, concluye.
-De terror, sí, sí, de terror. Lo mismo que el propio parto. A mí me pasó lo mismo. El bebé era muy grande para mí. Al final, se me tiró una mujer encima para ayudarme (ríe). Yo la llamo la técnica de la pasta de dientes: es como apretar de arriba a abajo. Eso me hicieron. Yo pensé que me moría.
-O sea que fue un parto natural. ¿Nunca te propusieron una cesárea?
-Estaban a punto. Pero al final salió sin cesárea.
-¿Y sufriste tanto como la chica de tu novela?
-Bueno, no… Su parto es mucho más suave (ríe). ¡El mío fue terrible! Mi experiencia del embarazo fue muy dura, pero, luego, mi experiencia de la maternidad es maravillosa. Entonces, compensa.
-Por lo tanto, como conclusión: vale la pena.
-Al final, vale la pena. Me gustaría no tener que poner yo el cuerpo…