Análisis y Opinión

Afirmar que "el kirchnerismo se termina el año que viene" es un preocupante disparate

Va a haber kirchnerismo residual por bastante tiempo. Sobre todo porque el peronismo no kirchnerista sigue sin capacidad de reacción

Causan gracia algunas afirmaciones de dirigentes del PRO, como Diego Santilli, acerca de que "el kirchnerismo se termina el año que viene" cuando volvamos a votar en las presidenciales. Puede ser que el kirchnerismo no gane -lo afirman la mayoría de las encuestas- y deba volver al llano, pero de ahí a que vaya a desaparecer hay un trecho largo y, casi seguro, arduo.

Si se da, el proceso de desgaste del kirchnerismo va a ser lento y debería expresarse a través de fenómenos que provengan desde afuera de ese espectro político.

Es decir que si el próximo gobierno nacional es de Juntos por el Cambio, esa coalición, hoy opositora, tendrá que hacer una gestión muy buena (que le permita, por ejemplo, ser reelegido en 2027) para que la realidad comience, desde afuera, a desdibujar ese relato-madre del kirchnerismo que, como un karma, han esparcido sobre el país Néstor Kirchner, Cristina Kirchner y el Frente de Todos.

En conjunto han sido quince años de gobiernos "nacionales y populares" de los cuales, por lo menos once años han dejado estancamiento, atraso y desconexión con el mundo que avanza.

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Será casi imposible que el deterioro del kirchnerismo se vaya a generar desde su propio seno, es decir de adentro hacia afuera. El kirchnerismo no va a implosionar. Está fatigado de demasiada carga ideológica, de excesiva militancia acrítica. Funciona con las leyes de un culto.

Nos tenemos que hacer a la idea de que va a haber kirchnerismo residual por bastante tiempo. Sobre todo porque el peronismo no kirchnerista sigue sin capacidad de reacción, no genera liderazgos alternativos y semeja un estado de cosas que mezcla autismo partidario con temores reverenciales hacia la figura de Cristina.

Experiencia religiosa

El cristi-kirchnerismo es casi una religión pagana que para echarse a andar se obliga a tener siempre enfrente a un enemigo, un diablo, algo o alguien al que se debe vencer, todos los días. El objetivo no es sanear la economía y volver a ser ese "país en serio" que pregonaba Néstor Kirchner en sus primeros meses de gobierno en 2003.

Lo malo es que ese enemigo no fue -ni es- la pobreza, ni el atraso, ni la desconexión con los países que avanzan, ni el Estado que gasta más de lo que recauda, ni la inflación desatada, ni la loca emisión de pesos sin respaldo alguno de dólares en el Banco Central, ni todas esas medidas que ya han fracasado y que el populismo vuelve a probar, con un frenesí incomprensible, para seguir fracasando.

El kirchnerismo no cultiva la cultura del acuerdo, no está en su ADN, no sabe ceder para que gane el país. Sabe cultivar, en cambio, el miedo a una figura todopoderosa. Hoy la energía política de sus militantes está puesta al servicio de salvar a su jefa de los procesos judiciales.

Pero en algo el kirchnerismo ha triunfado: ha colonizado con su catecismo político a sectores vitales, como la educación. El avance del kirchnerismo en la educación terciaria que forma a maestras y profesores es cada vez más evidente.

Moderados, abstenerse

Al kirchnerismo puro y duro nunca le han alcanzado los votos para ser Gobierno. En 2019 hubo que inventar el Frente de Todos con Alberto Fernández. Solos, Cristina y La Cámpora no tienen chances. Pero ya se sabe que ella es especialista en pergeñar alquimias electorales para que todo el peronismo y algunos socios circunstanciales vuelvan a acompañarla en sus aventuras electorales.Será difícil apostar por una nueva oferta de la dama después del triste espectáculo de peleas y disgustos que ha brindado el poder bifronte del gobierno nacional.

Todo indica que el kirchnerismo dejará una sociedad más crispada, más alterada, pero sobre todo más pobre. En La Cámpora pregonan que se acabó el tiempo de los moderados. ¿Alguien puede creer que la Argentina puede ser gobernada por radicalizados? Una agenda ultra no está en la mente del 95% de los argentinos.

La cultura del conflicto permanente repugna al común de los habitantes de este país. Ese brebaje amargo ya lo probamos en los años ´70 y fue espantoso. Cincuenta años después estamos sufriendo todavía los vestigios de aquel drama.

El sueño de Alberto Fernández de una gran PASO en el peronismo para democratizar las candidaturas, se esfumó. El Presidente se ha diluído, y ya no tiene posibilidad alguna de plantear un escenario donde él sea candidato para la reelección. Cristina nunca va a transferir liderazgo.

En concreto: es la propia realidad la que se va encargar de pasar facturas al kirchnerismo. Pero eso de ninguna manera va a significar la muerte del kirchnerismo. Como decía el ínclito Carlos Menem, "nadie se muere en las vísperas".

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