Para definir su espíritu y su trabajo, el mendocino José Bahamonde, dueño de la agencia Arena Bahamonde, especializada en la elaboración de etiquetas de vino, camina al revés. Primero se para en la vereda de lo que no es, pero podría haber sido: no es chef, no es escritor, no es decorador, no es diseñador, no es enólogo, no es bailarín de flamenco. Pero sí subió alguna vez cada uno de esos peldaños.
Si quisiera, podría definirse a partir de lo que es: publicista, desarrollador de marcas de vino, diseñador de etiquetas, experto en marketing creativo, poeta por intuición, amante de la buena mesa y de la sobremesa, anfitrión por excelencia y buen padre. Un ecléctico sibarita, hijo de un empresario español que llevaba a su familia a cenar afuera todos los días de su vida, y que le inculcó a José el gusto por la buena comida y por mezclar, inventar y pensar en el lado poético de la cocina.
No cabe duda de que Bahamonde se divierte en su mundo divino, donde pasan los equilibristas haciendo malabares con los taninos y las musas se sientan a beber cerveza artesanal con los enólogos más famosos del mundo, mientras escriben y bailan flamenco. Ni una película de Federico Fellini se animaría a tanto. Tengan la seguridad de que Bahamonde lo logra.
-¿Cuáles son las bodegas más importantes con las que trabaja tu agencia?
-Con Natalia Arenas, mi socia, les trabajamos a los enólogos más conocidos e importantes del mundo: al Ale Vigil, al Marce Pelleriti, al Roberto De La Mota con los vinos de Revancha y ahora estamos haciendo un rediseño de Mendel. Al Santiago Achaval le hicimos el laburo de MaterVini, que son los vinos que hace en sociedad con Roberto Cipreso. Al Héctor Durigutti hace poco le hicimos un gran trabajo con un enólogo poco conocido, Juan Ubaldini. Le diseñamos la marca El Equilibrista, que fue un éxito. Hemos tenido la suerte de que elijan parte de nuestros laburos para salir en publicaciones internacionales.
-¿Cómo es la mecánica, les llevan una idea para desarrollar o directamente ellos confían en lo que ustedes proponen?
-A esta altura de la profesión nos dan mucha libertad para trabajar. Lo primero que hacemos es analizar el proyecto y lo que necesita. Algunos que tienen un enólogo muy de peso, sostienen la idea del vino desde el nombre del profesional. Mientras que otros, que no cuentan con esta ventaja, tienen que sustentarse en una idea fuerte.
-¿Sentís que podés dejar tu impronta en el trabajo que hacés?
-Cuando sos más grande, te vienen a buscar para que propongas cosas. Mientras más joven, más tenés que probar tu capacidad. Tenemos muchos clientes internacionales.
-¿Cómo llegan a ustedes?
-Por etiquetas que se ven en las góndolas del mundo, y otros por recomendaciones
-En lo personal, ¿cómo comenzaste con esta actividad?
-En realidad yo siempre he tenido como mucha vocación por expresarme, siempre he tenido hormigas en el culo. Estudié dos años la carrera de Derecho y obviamente me di cuenta de que eso no era lo mío. Me fui a vivir a Chile, estudié 5 años Publicidad y Marketing. Hice una maestría en Marketing de Servicios.
-Entonces te volviste a Mendoza.
-Volví, y como me gustaba mucho cocinar, me dediqué a la gastronomía.
-¿Te cambiaste de rubro?
-No, seguí con la publicidad, pero me di cuenta de grande por qué me gustaba tanto la gastronomía. Fue porque a mi papá, que murió cuando yo apenas tenía 17 años, no le gustaba cenar en mi casa. De lunes a domingo cenábamos afuera, no tengo registros en mi vida de haber cenado en mi casa.
-Tu padre era un sibarita...
-Era una costumbre tan natural que nunca la pensé como algo extraño. Por eso generé un talento para la gastronomía. Viajábamos mucho con mi viejo, y era que estábamos en España, Francia o Estados Unidos, y recorríamos lugares para comer, y a mí también me gustaba el tema de la decoración de los lugares.
-Podrías haberte dedicado a la arquitectura.
- Sí, claro, me gustaba todo ese tema. Volviendo a mi padre, él era muy humanista. Tenía zapatería -Calzados Bahamonde- pero a él le gustaba mucho leer, era un filósofo. Lo bonito de él era eso. Creo que me influyó bastante en mi forma de ser.
-¿Creés que heredaste eso?
-De él me quedó el amor por la buena charla, por la buena mesa, por esa mirada filosófica hacia la gente, un tipo super humano. Uno se va haciendo en la vida el camino en ese sentido que te marcan.
-¿Es cierto que también te gusta escribir?
-Sí, claro. Escribo desde muy chiquito, poesía.
-¿Tenés algún libro publicado?
-No, la verdad es que nunca he publicado, tengo mucho pudor para eso. Lo expreso en mi trabajo y a través de las redes sociales tengo un perfil literario y poético, desde el lugar que a mi me gusta la literatura, aplicada a las cosas de los seres humanos.
-¿Con qué autor te identificarías?
-Creo que más con Alejandro Dolina que con alguien como Vargas Llosa. Me gusta mucho lo cotidiano y humano iluminado desde la literatura.
-¿Volcaste esto en tu trabajo?
-Cuando volví a Mendoza pude lograr eso. Me puse una agencia de publicidad. En el 2001 la achiqué mucho y puse una pequeña agencia creativa. Pero lo de la gastronomía llegó en medio de todo esto. Yo bailaba flamenco, y me gustaba ir a un lugar que se llamaba Mil Brujas, en la calle Belgrano, casi Emilio Civit de Ciudad. Un día pasé y el lugar estaba para alquilar. Me volví loco por alquilarlo, tenía plata en el bolsillo y se la dejé a la dueña y lo reservé. En ese momento nació La Sal, mi emprendimiento gastronómico.
-¿Eras el dueño de La Sal? Lo conocí, era un lugar muy bello...
-Si, lo ambienté y lo decoré yo. Siempre he necesitado expresarme creativamente. El concepto, el nombre de los platos, todo fue pensado e ideado por mí.
-¿Cuánto tiempo lo tuviste?
-La Sal existió durante seis años, fue la primera vez que expresé todo lo que quería. No cocinaba, pero armaba los platos con el cocinero. Pude expresarme decorando, ambientando y dirigiendo la cocina. Fue cuando comenzó todo el boom de la vitivinicultura y en Mendoza no habían alternativas en restoranes. Estaban Francis Mallman y La Sal.
-¿Eso te posicionó en el mundo de los vinos?
-Tuve esa suerte, me hice amigo de todos los enólogos más importantes. Michelle Roland, el francés, venía a todos los eventos vitivinícolas y después se iba a tomar cerveza artesanal conmigo al restorán. Los tres popes del mundo de la enología que son Roland, Paul Hobbs y Alberto Antonini eran superclientes del restorán y amigos míos.
-¿Se generó cierta mística en torno de La Sal?
-Se generó ese rumor de que La Sal era el restorán de los bodegueros. Sí, tenía un halo de misticismo en ese sentido. Allí empecé a mostrarme. Sos la misma persona, pero cuando hacés algo exitoso la gente te valida desde otro lado.
-¿Por qué lo cerraste?
-Porque me cansé, yo no soy gastronómico. A mí me decían gastronómico y miraba para el costado. Ese tipo de vida no tenía nada que ver con mis expectativas. Además en esa época fui papá y tenía las nenas -Lola, de 11, y Mora, de 9- y quería estar mucho con ellas. Por eso lo vendí.
-Pero continuaste con otros proyectos...
-No, porque todo lo que yo hago es por la vocación irrefrenable de crear, que es lo que me desvela todos los días de la vida.
-¿Cómo hacés para que la literatura ocupe también un espacio en ese universo creativo tuyo?
-Lo hago desde espacios no formales. A mí me parece que en esta época la literatura tiene que romper con la lógica del libro, el libro ha pasado a ser parte del ego de los escritores. A mí me pasa que como siempre estoy haciendo ciento treinta y cinco mil cosas al mismo tiempo, digo que las musas te revelan secretos cuando vos te comprometés con algo, con una idea o una iniciativa. Yo nunca he dicho "me voy a dedicar tres meses a escribir". Siempre escribo poesías, canciones, frases. Pero no formalmente.
-¿Y nunca se te ocurrió plasmarlo en algún formato?
-Sí, de hecho tengo un blog que se llama Mi Mundo Divino (www.mimundodivino.wordpres.com). Allí está lo que produzco y también notas mías que han salido en revistas gastronómicas. Así puedo mostrar mi noción del universo con notas relacionadas al mundo del vino.
-¿Podés trasladar lo literario a las etiquetas?
- Sí, porque tiene que ver con una lectura sensible de lo que uno hace. Me pasó con un chico que era el segundo enólogo de Pelleriti, Juan Ubaldini. No era conocido, y vivía de un sueldo. No podía desarrollar una marca. Me vino a buscar y me dijo qué era lo que quería hacer, y que quería que se lo hiciera yo. A Juan le creamos la marca El Equilibrista.
-Era ese trabajo al que te referiste al principio como muy exitoso
-Las etiquetas fueron un bombazo, porque la idea tenía que ser muy fuerte ya que el enólogo no era muy conocido. Creamos una saga de personajes: el joven, equilibrista, el gran equilibrista, y el sensacional equilibrista. Esto es una lectura poética del trabajo que estaba haciendo este pibe. En el mundo del vino, el equilibrio es fundamental, y lo elaboramos por medio de este personaje circense. Las presentaciones eran en formato de circo antiguo.
-¿Si te tuvieras que definir con alguna de todas estas líneas creativas que te componen, cómo lo harías?
-Más bien me puedo definir con lo que no soy. A mí hay gente que me ha conocido en distintas etapas de la vida y me dice: "ah, vos sos cocinero" y no, no soy cocinero. Y también me preguntan si soy decorador de interiores, escritor, periodista -tengo un programa de radio y otro de TV-, bueno, todas cosas que no soy. Pero sí hay dos cosas que sé que soy: rebelde y curioso. Con la rebeldía intento tocarle el culo a la sociedad tan conservadora mendocina. Y la curiosidad me ha servido para alimentar la creatividad. Soy un obsesivo de poder expresarme creativamente.
Perfil
Ecléctico. Publicista especializado en creatividad y marketing. Título de honor de la International Advertising Association. Tiene un posgrado en la Universidad Adolfo Ibáñez de Chile. Fue bailarín de flamenco, creador de restoranes (La Sal), formó alumnos en carreras de grado y posgrado. Afirma que: "Escribo para vivir, saco fotos y pinto". Socio de Arena Bahamonde Creatividad Argentina.
Papá de Lola y Mora Bahamonde.