Cuando el hombre adquirió en la antigüedad la postura erguida, comenzó a caminar sobre dos piernas y luego a abandonar los climas cálidos y dispersarse por el planeta, se vio en la necesidad de proteger sus pies contra la irregularidad del suelo y el frío. Ahí nació uno de los oficios emblemáticos entre la clase media: el zapatero, un oficio casi olvidado en el mundo, excepto en países como Argentina, el país de las eternas crisis económicas.
"Acá hay pobreza siempre, y se tiene que reparar todo, me dijeron cuando aprendí este oficio e indagué sobre si tenía futuro", confesó Ariel, un zapatero dueño de una de las historias de vida más singulares, y muy conocido en la zona de La Cieneguita, que comprende los barrios Cementista, Obras Sanitarias, y otros que están entre las calles Boulogne Sur Mer y Mitre, y el zanjón de Los Ciruelos y calle Roca, en Las Heras.
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La era industrial le quitó protagonismo a estos artesanos y los desplazó a la función de reparadores de los calzados que ahora se fabricaban en serie en las factorías mecanizadas. Un sentimiento de conciencia ecológica, que recomienda el reciclado, y un poderoso factor económico, ha vuelto a revalorizar el trabajo del zapatero.
Existen actualmente en Mendoza exponentes de estos artesanos zapateros, tanto en los barrios, como en la misma ciudad. Ariel Teruel es uno de ellos, de la escuela más moderna, y desde su talleres ofrecen diversas soluciones en lo que se refiere a calzados a reparar o modificar.
Un oficio elegido a conciencia
El lasherino Teruel, con sus 49 años, es de otra generación del rubro zapatería. Sin embargo, él mismo dice que "está entre medio de los viejos y nuevos zapateros". Tiene su taller cerca del barrio Cementista y lleva más de 20 años brindando soluciones en la zona. Tiene tres hijos con su esposa Laura Ruiz: Adrián, Matías (ambos conocedores del oficio) y Giuliana.
"La verdad es que me encontré casi por casualidad con este oficio. Yo era soldador especializado en máquinas agroindustriales y trabajaba viajando mucho a Italia, donde pasaba seis meses allá, y luego tenía licencia de 15 días y me mandaban a hacer mantenimientos y reparaciones en bodegas de todo el país. Estaba recién casado, y tuve que elegir: o ganaba plata, o me separaba", relató risueño Ariel.
"Un par de amigos chilenos, padre e hijo, me enseñaron el oficio de zapatero, y me metí de lleno con eso. Como gracias a Dios siempre he tenido habilidad para trabajar en cosas manuales, fue una decisión mía seguir con esto, donde no hacés una fortuna, pero vivís tranquilo y cerca de tu familia, sos tu propio patrón y manejás tus tiempos", confesó Teruel.
Ariel tiene un afinado instinto comercial, y pronto su taller estaba trabajando a pleno. "Gracias a Dios me fue bien, en la zona no había zapateros, salvo don Alberto Vega en la Jorge A. Calle -a varias cuadras, en Sexta Sección-. Siempre traté de sumar servicios e ir innovando con cosas nuevas, al agregarle venta de marroquinería, accesorios, plantillas, cordones y esas cosas. Modifiqué la zapatería, y en vez de ver paredes manchadas y zapatos arrumbrados, te encontrás con un saloncito de venta. Yo trabajo atrás y el taller no se ve, porque siempre hay lío ahí".
Cambios tecnológicos
En los tiempos de los viejos talleres de mediados del siglo XX a esta parte, muchas cosas han cambiado en el mundo de la zapatería. "En estos tiempos ha habido mejoras en cuanto a la tecnología, que han facilitado el trabajo. El trabajo artesanal antiguo, que yo llegué a conocer en sus últimos tiempos, ya no está. Antes, todo se hacían con suelas (cuero) y viras; y ahora todo son bases de TR, PVC o de goma, que vienen completas. Sacás de arriba la capellada y ponés la nueva base abajo", expuso Teruel.
"De esta forma queda mucho mejor el trabajo, salvás un calzado, y lo que antes te llevaba todo un día o día y medio de trabajo, ahora, entre desarmar y armar, te lleva tres horas. Antiguamente había que mojar la suela, dejarla secar para pegar, en fin, era un lío", completó.
Un negocio en baja pero aún redituable
Respecto al rendimiento económico, el lasherino y papá de tres hijos mayores de edad destacó: "Eso sí, esta nueva forma de trabajar te demanda más inversión en capital, para comprar los materiales. Antes era más grande el margen de ganancia porque todo era mano de obra y artesanal".
Cuando Ariel preguntó en sus inicios sobre la proyección económica, ya que en antiguo empleo como operario calificado sus ingresos eran muy buenos, el entrevistado destacó: "Cuando comencé en este rubro, me fueron totalmente sinceros. Como la Argentina es pobre... el taller de calzados siempre va a funcionar. Cuando trabajaba (como metalúrgico) en Europa, las zapatería eran negocios sólo para comprar calzado. Acá hay pobreza siempre, y se tiene que reparar todo, me dijeron."
Hablando de altibajos, el lasherino recordó: "Antes, cuando estaba más estable la economía, la gente viajaba a Chile y se traía tres pares de zapatos, entonces el trabajo nos bajaba. Hoy hay zapatillas de hasta $130.000 pesos, superan un sueldo común.... entonces están volviendo al taller de reparación".
Cuantitativamente, Teruel detalló: "Cuando empecé, se hacían entre 60 y 80 tapas y medias suelas en la semana. Hoy en día hago dos medias suelas cada 15 días. Esto es porque ahora está directamente el cambio de base, que se hacen unos cuatro o cinco al mes, y lo demás son trabajos de remiendo
Respecto a los márgenes gananciales del taller, el mendocino aclaró: "Con la inflación y los aumentos de precios de materiales, tengo el problema de que no puedo trasladar ese costo al precio de la reparación, la gente se te queja. Esto me afecta en que tengo que bajar el precio de mi mano de obra por hora, al de una empleada doméstica. Sin desmerecer a nadie, pero nuestro trabajo es de alta artesanía y complicación".
Monetariamente traducido, el costo de un trabajo es el siguiente: "Un cambio de base te puede costar entre $11.000 y $12.000. El que gana bien, no se queja mucho, pero al trabajador común, al que no le alcanza ni para comer, se le hace casi imposible pagarlo".
Una situación cada vez más común, y que retrata la actual crisis económica es la siguiente: "Me parte el alma ver a muchas personas que te traen zapatillas de $5.000 pesos compradas en los persas, y están destruidas. Tengo que decirles que no puedo arreglarlas, ya que el trabajo supera por mucho el valor de un par nuevo de esa misma calidad. El tema es que no lo tienen al dinero, y sí la necesidad de recuperar el calzado", confesó Teruel.
Para cerrar el tema, el zapatero lasherino dijo: "Se gana menos, pero la clientela que tengo me permite vivir tranquilo, para mí y también para mi hijo, que trabaja conmigo y algún día va a seguir él con este negocio".
Cambio cultural: zapatillas o zapatos
Es muy evidente el cambio cultural en la indumentaria que ha experimentado nuestra sociedad en las últimas décadas, donde es más común el uso de zapatillas, en distintas variantes, que los zapatos. No es sólo por una cuestión de dinero, ya que el calzado deportivo de alta gama supera en costo a un zapato de gama media, que siempre luce más formal para ciertos ámbitos laborales.
"La zapatilla es lo más común, por la comodidad del día a día, el deporte o la actividad de caminar. Pero en mi taller entra mucho calzado para reparación de taloneras, capellada o el cambio de base. Depende mucho de la zona. Donde estoy yo, tengo muchos clientes que trabajan en el Poder Judicial o Casa de Gobierno, así que hay más reparación de zapatos que de zapatillas" analizó Ariel.
Luego sumó: "En la zona céntrica, la gente usa más el zapato, en cambio en los barrios, hay más uso de zapatillas, a lo que se le suma la reparación de mochilas y carteras en nuestro trabajo".
Marcando una diferencia entre la zapatería de la ciudad y la del barrio, el zapatero señaló: "En el centro, hay más de los llamados 'arreglos al paso' donde, por ejemplo vas caminando y te puede pasar que se te salga la lengüeta. Entonces te la cosen en el momento y te vas tranquilo".
Para finalizar, Ariel Teruel indicó otro factor negativo del negocio, que le genera importantes pérdidas. "El tema de la gente que no vuelve a buscar más los trabajos terminados es muy común. Llegas a estar entre seis u ocho por semanas, lo que a fin de año son centenas de miles de pesos entre material y mano de obra que constituyen una pérdida".








