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Pilar Adón y sus cuentos crueles: "No quería autocensurarme. Si le tememos a la ficción, vamos muy mal"

La española Pilar Adón reunió 18 relatos en Las iras. Todas las protagonistas son mujeres, una dirección que ella sigue con plena conciencia

Pilar Adón (Madrid, 1971) advirtió, hace algunos años, que todos los personajes de sus relatos son mujeres.

Lejos de arredrarse, siguió en esa dirección con plena conciencia. Hasta arribar, en Las iras, a un conjunto de dieciocho relatos donde sus jóvenes protagonistas se balancean entre la monstruosidad y la belleza. Entre el horror y la empatía que despiertan.

Pesa sobre el ellas el “síndrome de Caín”. Se sienten traicionadas. Claman por comprensión y amor. No enmascaran su envidia, su desacople de quienes la rodean. Acusan a su creador, a sus creadores o guardianes.

Junto a esas almas femeninas en pena se dibuja la preocupación de Pilar por la incomprensión hacia la naturaleza, hacia “la Hija Tierra” y el destino en peligro de nuestro planeta.

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Pilar Adón, escritora española.

Pilar Adón, escritora española.

“Cada lector, cada lectora, tiene que decidir qué hace con estas niñas”, señala, como desafío, desde su Madrid natal, en diálogo con el programa La Conversación de Radio Nihuil

-Hola Pilar, buen día. ¿Cómo está el tema de los incendios en tu país?

-Hola, encantada. Está siendo espantoso, horrible, sí, sí. Estamos pasando una nueva ola de calor. Esta última está siendo eterna. Estamos a 41 grados aproximadamente de manera continuada. Y efectivamente ardiendo.

-Porque, además, es un fenómeno bastante generalizado, ¿no?

-Yo no tengo palabras para definir lo que está pasando en España, en Portugal, en el sur de Francia. Está siendo espantoso, de verdad.

-¿Cuál es tu relación con la naturaleza, con el campo, con los bichos, con las plantas?

-Pues absoluta. A nivel literario, completamente, porque tanto en los cuentos como en las novelas, incluso en la poesía, la naturaleza está presente. No sólo como escenario de fondo, sino como un personaje más.

-¿Y a nivel personal?

-También como causa a nivel biográfico. Porque mi padre era un hombre de campo, podemos decir. Y no porque fuera biólogo ni porque tuviera formación académica al respecto, sino porque nació en un pueblo, en el año 1941, una época muy complicada en España y encima en el lado de los perdedores de la Guerra Civil.

-Tuvo que pelearla más, claro.

-Tuvo que buscarse la comida, directamente, en el campo. Y él sabía cosas que tristemente estamos olvidando.

-¿Como qué?

-Él sabía qué se podía comer, cómo se podía recolectar. Y yo intenté aprender al máximo todo lo que él sabía, pero no aprendí lo suficiente y me arrepiento porque mi padre ya no está con nosotros.

-Te preguntaba, primero, porque esa sensibilidad hacia la naturaleza te debe causar más dolor por los incendios. Pero además porque la cuestión natural está muy presente en todos tus relatos, incluyendo tu anterior libro, De bestias y aves. Hasta los insectos cobran protagonismo.

-(Sonríe) Sí. La naturaleza que me interesa, además, y la que aparece en los libros, es la naturaleza también que yo conozco bien. No es una naturaleza ajardinada, domesticada; una naturaleza de casa rural a la que vas y ya están todos los leños cortaditos casi de manera simétrica en una cestita de mimbre y tienes las mantitas puestas en su sitio (ríe).

-No es una naturaleza de postal, digamos.

-No es esa la naturaleza en la que me fijo porque tampoco es la naturaleza en la que viví y que conozco bien. Entonces, es la naturaleza, como tú bien dices, de los insectos. Aunque no lo parezca, o por lo menos yo intento que no se note, hay mucha documentación también, más allá de lo que yo conozco en cuanto a especies, en cuanto a qué animales puedo poner y cuáles no.

-¿Cómo te informaste?

-Yo no soy bióloga, entonces, para darle esa credibilidad y esa coherencia a la obra, también intento que sea todo efectivamente real. Por eso, sí, es verdad que además de la vivencia hay mucha investigación.

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Pilar contó que le interesa y mucho la naturaleza.

Pilar contó que le interesa y mucho la naturaleza.

-Ok, tu naturaleza no pertenece al mundo Heidi, al contrario. En una línea, elegida al azar, al describir la situación de alguna de tus protagonistas, aludís a "una furia, la de la naturaleza, que le hace pensar en sí misma y sus accesos de demencia". Digamos, esa naturaleza coincide con la psicología de tus personajes, que están bastante iracundos todos, ¿no?

-Sí. Es verdad que esto puede parecer un viejo truco de la literatura de todos los tiempos. Cuando el personaje estaba feliz, parecía que brotaba la primavera y salían las flores y los pajarillos. Y cuando el personaje está efectivamente iracundo, traicionado, triste, pues rompe la tormenta, caen los rayos y empieza a llover.

-De cajón.

-Es verdad que la naturaleza en ese sentido lo que hace es delimitar y a veces también propiciar cierto comportamiento de los personajes. Tampoco voy a descubrir nada nuevo, pero el espacio, el ambiente en el que vivimos, desencadena determinados comportamientos. Si algún sociólogo nos escucha, seguramente lo pueda definir muchísimo mejor que yo.

-Probablemente. Tus personajes se mueven muy marcados por ese ámbito.

-No es algo que tenga contrastado de manera académica, pero tengo cierto pensamiento de que los que hemos vivido en espacios a veces limitados, como yo, en un piso, en Madrid, por ejemplo, nos comportamos como que vamos más encogidos, como intentando no romper nada; así como personas que han vivido en casas muy grandes, con mucho espacio, tienden a tener objetos más grandes y todo esto. Entonces, evidentemente el espacio condiciona. Y en los cuentos también sucede. Dependiendo de cómo estén, en dónde estén, etcétera, se comportan los personajes de una manera u otra.

-Y de toda esa presencia de la naturaleza, los que tienen un rol casi omnipresente son los perros. En tu cuento más largo, "Rosa blanca, fondo azul", vos decís que tu protagonista es "consciente de que una mujer sin un perro es una mujer a medias". Y un poco más adelante: "Está sola la mujer cuando no tiene un perro".

-Es cierto, siempre hay perros. Siempre. También esto tiene un porqué literario en cuanto al perro como figura de fidelidad absoluta. Si nos vamos a los cuentos de Las iras, por centrarlo en este libro, sí que es verdad que cada una de las criaturas que puebla cada uno de los relatos se ha sentido traicionada, se ha sentido engañada; ciertamente a veces por bobadas, porque depende mucho de la subjetividad de cada una de las niñas, de cómo están viviendo, dónde se encuentran, como decíamos antes.

-¿Qué les pasa?

-Todas ellas se sienten heridas porque piensan que su mejor amiga, que alguien que, en principio debía quererlas, un familiar, un padre, una madre, de repente no las quiere y se sienten traicionadas. Y si pensamos en el ser vivo, que es la lealtad, en principio, por naturaleza, por utilizar la palabra de nuevo, es el perro. Entonces, aunque no se explicita así en ninguno de los relatos, yo creo que, a un nivel subterráneo, el lector o la lectora lo identifica.

-Eso les pasa a tus personajes. ¿Y a vos?

-En el plano más biográfico, yo siempre he tenido perro. Siempre. Entonces, digamos que conozco bien cómo se comportan. Sí, sí, sí.

-¿Ahora mismo tenés perro?

-Mira, ahora tengo un perro que he adoptado hace un mes y medio. No sé exactamente qué edad tiene, porque no se sabe muy bien de dónde viene el animal y no lo han debido de tratar muy bien. Creemos que tiene dos, dos años y medio. Pero padece mucho miedo, mucho miedo.

-¿Por qué lugar de tu casa se mueve?

-Ahora mismo lo tengo debajo de mi silla, aquí acurrucado. Y estoy intentando sacarlo de este estado de pánico constante que vete tú a saber la vida que ha tenido este animal.

-¿Qué nombre le has puesto?

-Se llama Pari.

-¿Pari?

-Pari, sí. Es un bretón. Y bueno... me pareció que tenía cara de Pari (risas)

-En los cuentos, muchos de los perritos no tienen nombre, pero otros sí, como Pascal, Bendigo, etcétera. Aunque, digamos, no son perritos sino perros de verdad.

-(Ríe) No, no son perritos. Igual que no hay arbolitos ni hay pajaritos, no.

-Como has dicho en alguna ocasión, tus atmósferas no se corresponden con un cuento de Disney.

-No, no. Ni la naturaleza es tampoco Disney, como hablábamos antes. Fíjate, a mí me cuesta mucho adjetivar la naturaleza, me cuesta mucho darle esa especie de carácter humano: la naturaleza cruel, la naturaleza bondadosa, la naturaleza... Adjetivarla me cuesta, sí.

-Se nota. En cada relato.

-Yo estudié durante un tiempo, hace ya unos años, a los trascendentalistas estadounidenses. Me interesaba mucho Thoreau, me interesaba mucho Walden, Emerson. Pero había veces que los estaba leyendo acerca de cierto finalismo de la naturaleza, o sea, que está ahí para el hombre, para que contemplemos sus bellezas y seamos mejores, etcétera.

-¿Qué te produjo esa noción?

-Como consecuencia, puede suceder. Y, de hecho, creo que sucede. Pero no hay un finalismo. No puedo establecer un finalismo ahí. La naturaleza nos precede, no está ahí para nosotros.

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Pilar Adón ha sido muy premiada por su trayectoria.

Pilar Adón ha sido muy premiada por su trayectoria.

-Exacto, es un cambio de perspectiva.

-Volviendo un poco al tema con el que iniciábamos la conversación de los incendios y todo eso, se habla mucho de la Madre Tierra, ¿no? Yo tiendo a pensar últimamente que deberíamos empezar a hablar de la Hija Tierra, empezar a cuidar un poco esto.

-Hija Tierra. Muy bueno. Nadie la menciona así.

-Nuestra casa es nuestro hogar. Dejemos de pensar que está ahí para seguir dándonos unos recursos que parecen inagotables. Es absurdo. Como especie es absurdo que estemos destruyendo nuestro hogar, el pequeñito hogar en el que vivimos, porque en cuanto miras un poco y empiezas a estudiar las estrellas y el cosmos, te das cuenta de lo insignificante que es el planeta, de lo pequeñito que es al final.

-A propósito de tu "hija tierra", hace poco hablamos con un escritor italoargentino, Sebastiano Mauri, que hizo la experiencia de la ayahuasca en Perú. Todo su libro cuenta el proceso para conectarse en profundidad con la Madre, para seguir la guía de la madre tierra.

-Claro. Yo me licencié en Derecho hace muchos años, con veintidós. Luego me especialicé en Derecho Medioambiental, en una época en la que ciertamente ya se estaba hablando de cambio climático y de lo que había que hacer para intentar evitar el momento en el que estamos ahora. Pues bien, no se ha hecho nada.

-Poco y nada, verdaderamente.

-Es cierto, está la filosofía de la madre, de la tierra madre. Todo esto es precioso. Y a la madre también hay que cuidarla (ríe). Pero tenemos que empezar a pensar también en que quizás tenemos que cuidarla más, con todos los cuidados imprescindibles, con el mimo, el cariño; no pensar que es fuerte y eterna, porque estamos viendo que no.

-Definitivamente no.

-Al final, si pensamos en nuestra propia existencia, depende de ella. En principio, somos la especie más inteligente del planeta, pero a veces se nos nota poco.

-Somos los más inteligentes, pero, como estamos diciendo, cada vez le hacemos más daño al planeta.

-Completamente. Y yo sé que es muy difícil, es un tema complicadísimo. Sí, lo sé a nivel global, a nivel político. Recuerdo una anécdota muy boba de cuando estaba haciendo este máster en Derecho Medioambiental. ¿Con qué derecho llegamos países ya más evolucionados de una manera industrial a otros países, que quizás están empezando a contaminar más, a decirles: no, ahora tú tienes que utilizar energías verdes y ahora tienes que desarrollarte de esta otra manera?

-Típico. Una mirada desde arriba.

-Con cierto paternalismo, con ciertas imposiciones. Y aunque es muy complicado, sí creo en el poder del individuo.

-¿Individuos de qué categoría?

-Estaba pensando en un término espantoso, que es consumidores. Pero vamos a considerarnos como ciudadanos de este planeta. Y si lo pensamos de manera global, estamos muy solos.

-¿Qué hacemos, pues?

-Como estamos muy solos, habría que tener una conciencia global de que, a nivel individual, es muy difícil hacerse cargo. Pero aquí sí cabe el término consumidores, porque a nivel individual decidimos qué compramos y qué no compramos. Ahí el poder de cada uno es enorme y creo que deberíamos ejercerlo.

-Tu estilo, Pilar, es muy atractivo. Tus historias tienen garra, vas a fondo en los temas, metés el cuchillo en zonas incómodas. También vale destacar cuando decís que el mundo no es un cuento de Disney y que tanto buenismo, tanta corrección política, le quitan fuelle a la creación artística. Esas cosas.

-¡Uf! Esto también es muy complicado, porque creo que las intenciones eran buenas. Lo que pasa es que, quizás, nos hemos pasado un poco de frenada en ciertos aspectos. Y desde una perspectiva moral, parece que, más que ciudadanos, somos contribuyentes, ¿no?

-¿Cómo le damos valor a la agenda pública?

-La política es un arte noble. Si nos vamos a los griegos, pensemos de dónde viene toda la dialéctica, el arte de la oratoria; y en cómo podemos realmente ceder cada uno de nosotros una parcela de libertad. Porque en eso consiste, al final, el gobierno, en que cada uno de los ciudadanos ceda una parcela de libertad para que unos cuantos nos gobiernen y administren, y podamos vivir en democracia con una serie de servicios comunes para todos, etcétera.

-Tal cual. Pero no lo hacemos.

-Tenemos que regresar a lo básico, tenemos que regresar a eso. Y creo que cada uno de nosotros como ciudadanos sabemos muy bien dónde está la línea, dónde está, insisto, la buena fe, dónde está lo correcto.

-¿Y entonces?

-Lo que pasa es que luego entran en juego muchos factores. Por ejemplo, volvamos a Las iras, a una de las servidumbres humanas que hacen que muchas veces no funcionen las sociedades. Eso es la envidia, el poder, el deseo de tener lo que tiene el otro, el por qué el otro sí y yo no, el por qué el otro no y yo sí. Todas estas cosas.

-¿Es posible darle la vuelta a todo esto?

-Mira, a mí me han interesado siempre mucho las comunidades utópicas, las comunidades de personas que se autorregulan. En el siglo XIX, en Estados Unidos, ya que mencionábamos el trascendentalismo, hubo montones de experimentos de este tipo y todos fracasaron porque aparecen estas servidumbres humanas. Pero yo creo que dentro de nosotros sabemos perfectamente lo que es lo correcto.

-Lo que pasa es que, en esas comunidades utópicas, a veces terminás adentro de clanes como de Charles Manson, por ejemplo.

-(Ríe) ¡Pero porque eso ya se va mucho de madre!

-Igual ocurre, ¿no?

-Claro. Pero, finalmente, ¿por qué fracasan? Por eso, ¿no? Porque intentamos hacer comunidades perfectas con individuos, que somos nosotros, que al final tenemos comportamientos imperfectos. Aunque, insisto, la semilla, la raíz de cada uno de nosotros, sabe muy bien dónde está el bien y dónde está el mal.

-Vos decís que todos sabemos dónde está el bien y dónde está el mal. Llama la atención que tus protagonistas sepan que son monstruos. Algunas de ellas se consideran como tal; otras creen que son víctimas de la sociedad. Pero están en situación límite, todas, en los dieciocho relatos.

-Efectivamente. Yo ya venía de la novela anterior, De bestias y aves y de Las efímeras, donde más o menos también los temas son hermanos: la naturaleza, mujeres en la naturaleza, comunidades aisladas en la naturaleza. Y cuando estaba escribiendo estos cuentos, yo me preguntaba a mí misma ¿por qué los estás escribiendo?

-¿Por qué te lo preguntabas? ¿Qué ruido te hacía?

-Porque era un proceso curiosísimo. Yo terminaba un relato en el que, efectivamente, había una niña muy jovencita con estas iras de las que hablamos, esta manera de convertirse en monstruos a partir de una herida, de una traición, que es como lo sienten ellas. E inmediatamente empezaba otro. De nuevo el mismo tema.

-Sí, es la constante del libro.

-Obviamente hay distintos ambientes, etcétera, pero de nuevo el tema de la ira, de la traición, de la herida, del monstruo. Y volvía a pensar ¿por qué estás escribiendo esto?

-¿Y?

-Una de las cosas que yo me decía a mí misma era que, aunque me esté dando miedo tratar estos temas, porque como bien has dicho hace un ratito y yo te lo agradezco muchísimo, son cuentos muy afilados, no hay medias tintas.

-No. Nunca afloja el tono.

-Y yo lo que no quería era autocensurarme. No quería caer en esto que, según creo, está sucediendo en parte también por esta visión constante que hay de los creadores mediante las redes, los likes, los haters, toda esta porra.

-Querías sacarte esa presión de encima.

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"Si censuramos la ficción, sí que vamos muy mal", reflexiona Pilar.

"Si censuramos la ficción, sí que vamos muy mal", reflexiona Pilar.

-No autocensurarme, en efecto. Yo pensaba: si censuramos ya a la ficción, si le tenemos miedo a la ficción, sí que vamos muy mal. Entonces estos cuentos ciertamente son ficción, pero están hablando de temas muy sensibles.

-Sensibles y hondos.

-Porque están rozando también la inocencia de unas criaturas que son muy jóvenes. Y bueno, pues son temas que me llamaban mucho la atención acerca de cómo nos comportamos en determinados momentos, sepamos o no sepamos; porque casi siempre sabemos que estamos actuando mal y aun así lo hacemos.

-Decís que cuando ibas escribiendo tus cuentos se te encogía el estómago, te daba miedo. Pero nunca arrugaste. Fuiste subiendo la apuesta hasta el último relato, “Elle est belle, le monstre”, ¡que es el más terrible de todos!

-Sí (sonríe). Además, yo quería que terminara ese cuento la antología, porque ciertamente es uno de los más duros. Pero fíjate, en estos relatos hay dos factores que a mí me interesaba mucho tratar, que es el horror y la belleza.

-"¿Puede surgir la belleza tras el horror?", anuncia la contratapa del libro.

-El horror. Ya hemos hablado mucho de él: los monstruos, la ira, el comportamiento, la herida. Pero luego también está la belleza. Si pensamos en estos dos términos, horror y belleza, nos vamos de una manera directa al romanticismo, a lo sublime. Y la estética del romanticismo está muy vinculada a la adolescencia, a una primera juventud, que son las edades en las que se mueven las protagonistas de estos cuentos.

-Ese el ambiente general, en efecto.

-Y la última frase del último cuento dice. "Toda esa belleza". Yo quería que también nos quedáramos con ese aspecto formal, estilístico, del lenguaje, que es donde realmente arranca la belleza de estos cuentos, aunque lo que se esté contando sea horrible.

-Y sin dar mucho respiro.

-A mí me alegra que, digamos, lo hayas pasado un poquito mal (risas).

-Sí, lo lograste.

-Porque era de lo que se trataba: de inquietar, de sacudir; de que el lector, la lectora, piense qué es lo que está sucediendo allí. Pero, si recuerdas, no hay escenas directamente violentas, no hay nada de sangre, no hay palizas, no hay lenguaje malsonante. El lenguaje, o al menos era lo que yo pretendía, es bello. Pero lo que se está contando no lo es.

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Pilar Adón entre sus libros.

Pilar Adón entre sus libros.

-No. No hay violencia explícita en los relatos, pero se va intuyendo lo tenebroso que hay debajo del relato. Es como que el monstruo aguarda debajo de la alfombra o en el sótano de la casa. Es ese tipo de amenazas lo que sustentó a una película icónica como Alien.

-En efecto. Es que... ¿cómo decir? Tenemos un arma poderosísima, que es la imaginación. Entonces, como lectora, porque, ante todo, todos nosotros somos lectores; a mí, como lectora, lo que me interesa verdaderamente es que me azucen, que me hagan pensar; que generen mi propia imaginación, no que me lo den todo masticado.

-Y eso ocurre en tu libro.

-Al final, lo que imaginamos como lectores puede ser muchísimo más terrible que lo que nos están describiendo en el papel. Tú has mencionado Alien. Las películas de terror, las que realmente nos generan terror, son las que luego estás dándoles vueltas, como una hormigonera; cuando ya has terminado la película y estás dándole vueltas y vueltas. Ahí es donde en verdad pasás miedo.

-Justamente resulta emblemático ese cuento final donde se dice que ella es bella y es el monstruo. En ese tipo de películas que venimos mencionando, las mujeres más fascinantes son las villanas. Pasa hasta con Cruella de Vil o las mujeres vampiras. En definitiva, las mujeres malas y bellas tienen más erotismo que las buenas, ¿o no?

-No lo sé (risas). Fíjate que estoy opinando absolutamente de todo, pero en esto me cuesta, me cuesta. Si le doy la vuelta y me lo llevo a los hombres, a mí los canallas, los malos seductores, no me interesan nada.

-O sea, los psicópatas.

-Sí. Porque muchas veces hay esta fascinación por el malote, ¿no? No. No quiero malotes. Entonces, en cuanto a las mujeres, creo que tampoco.

-Una cosa es ser monstruo… otra ser villano.

-Yo trabajo en la editorial Impedimenta. La fundamos mi marido y yo hace muchos años. Publicamos un libro que se titula Damas asesinas y la autora, Tori Telfer, decía que durante mucho tiempo se consideró que las mujeres no podíamos ser asesinas en serie. Porque no teníamos esa capacidad, digamos.

-Convengamos que sí la tienen.

-(Ríe) Esto es un tema complicado, también. Pero recuerdo que en un club de lectura yo comenté esto y me dijo un lector: "¡Vaya! Es como que os están dando una especie de piropo al mostrar una especie de discapacidad”, por decirlo de alguna manera. Era curioso. Bueno, es otro tema que nos llevaría horas.

-Vos, Pilar Adón en persona, frente al espejo, ¿te considerás una mujer buena o mala, en estos términos que estamos hablando?

-Yo, como Machado, te diría que soy un ser esencialmente bueno (risas).

-Está bien, te creemos. Tu libro se llama Las iras. En Argentina tenemos una canción muy emblemática que se llama “La marcha de la bronca”. También valdría para tus cuentos ese título.

-(Ríe).

-Ahora bien, todas las mujeres de tu libro están iracundas, embroncadas, como decíamos. Además, el espíritu general que reina sobre ellas es que tienen el síndrome de Caín matando a su hermano. Es muy explícito ese símbolo.

-Sí, de hecho, me gustó tanto la posibilidad de hacer esto que lo puse en dos de los cuentos del libro. Transformé a Caín y a Abel en dos hermanas y una de ellas, efectivamente, mata a la otra. Siempre escribo sobre mujeres.

-¿Por qué esa constante?

-Esto es algo que descubrí en una entrevista, como la que estamos teniendo nosotros ahora, hace muchos años. Una periodista me preguntó por qué todos mis personajes eran mujeres. Y la verdad es que, hasta ese momento, yo no me había dado cuenta.

-¿Qué te significó ese descubrimiento?

-A partir de ese momento, sí lo he hecho de una manera más consciente. Entonces, en Las iras ya todos los personajes, todas las protagonistas, son mujeres. Y respecto de esta historia en concreto, Caín es el primer ser bíblico que sufre la ira matando a Abel, porque se siente herido, como hablábamos antes.

-¿Qué tipo de herida sufre Caín?

-Siente una traición por parte del Ser Supremo, que no acepta sus ofrendas. Se siente desplazado, se siente apartado.

-Tiene envidia.

-Efectivamente. De ahí le viene la ira. Y entonces ejecuta el primer acto de ira. Pero, si nos damos cuenta, ya venía con esa herida y, luego, en vez de ser consolado por el ser omnipotente y buenísimo, que tendría que haberle dado un balsamito o algo para controlarlo, muy al contrario, lo expulsa del Edén y le pone la marca de Caín y todas esas cosas.

-Es como una rebelión contra Dios, en definitiva, porque una de las protagonistas pregunta ¿por qué me hizo así?

-Exacto. Esto realmente puede parecer una excusa. Y no hay excusas tampoco en los cuentos. Cada lector, cada lectora, tiene que decidir qué hace con estas niñas. Si las condena, si las salva, si las comprende, si las desprecia. No juzgamos, ¿eh? Yo, como autora, no juzgo.

-Y ahí quedan tus monstruos…

-Si pensamos en el monstruo de Mary Shelley (el de Frankenstein), en este romanticismo está de nuevo la pregunta al creador: ¿por qué me hiciste así?

-Un cuestionamiento lógico.

-Dice: yo tengo un alma bella, yo quiero amor, yo quiero jugar, yo quiero relacionarme con los otros seres que huyen de mí al verme.Y se repite esta especie de círculo vicioso.

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