Seguro que te pasó: compraste algo -supongamos un autito usado- y te sentís alegre. Pero enseguida llega un vecino, un conocido o un cuñado, mira el coche de arriba abajo y te pregunta: "Che, ¿y cuánto te lo cobraron?". El interlocutor espera a que tirés una cifra e indefectiblemente remata: "Uh, te afanaron. Me hubieras avisado a mí. Te conseguía uno por la mitad de ese precio".

Abunda esa clase de soretes en Mendoza. Ostentan su supuesta viveza a través de comentarios "buena onda" que son, en realidad, mecanismos para sentirse superiores. Y es que una de las costumbres más arraigadas por estas latitudes es la de convencerse de que los demás son más boludos que uno.

mendocino torpeza.jpg
Así lo ven la mayoría de sus coterráneos, querido lector.

Así lo ven la mayoría de sus coterráneos, querido lector.

Esa manía, la de ver pura mediocridad en las personas que tenemos cerca, se da en distintos ámbitos y a contrapelo de la realidad, porque hay mendocinos que destacan en el mundo aunque sus colegas locales e incluso sus familias y parejas piensen que son unos nabos.

No hablamos aquí de la vieja frase "nadie es profeta en su tierra". No. Acá hace rato que abandonamos esas sensiblerías blandengues. Nosotros vamos más allá; somos cultores del provincianismo hardcore. El de al lado no sólo no es profeta, sino que adquiere la categoría de bazofia, de pobre infeliz.

Provincianismo hardcore, sí. Esa forma de ver el mundo típica de las periferias, que se basa en la incapacidad para reconocer las virtudes colectivas propias, el miedo a salir del molde y la admiración más o menos disimulada por las metrópolis, todo sazonado con un orgullo cerril que es en realidad una máscara de la inseguridad.

►TE PUEDE INTERESAR: No sé si agrandarme el pene o comprar una camioneta

El caso Antonio Di Benedetto

Tal vez uno de los ejemplos más emblemáticos de ese desprecio por lo propio sea el calvario que sufrió en vida Antonio Di Benedetto.

Publicó "Zama", novela hoy reconocida como una obra maestra, en 1956; y casi nadie en este barrio la valoró en su real magnitud. Tuvieron que venir unos pocos sagaces -entre ellos el santafesino Juan José Saer- para reposicionarla entre los infaltables de la literatura nacional. Pero eso demandó décadas.

En medio, la dictadura del '76 sacó a Di Benedetto a patadas del diario mendocino en el que trabajaba -que encima lo despidió- y el tipo estuvo preso como un perro ante la apatía de buena parte de sus colegas y la sociedad. Luego se fue a Europa.

"No se atrevieron a alzar la voz por sus compañeros aprisionados y hasta contribuyeron a silenciar su nombre. Aún hoy lo hacen, gozando de una libertad que les cae grande, pues nada hicieron por ella", cuestionó el Antonio al referirse a quienes no lo apoyaron cuando fue capturado.

Lo cierto es que casi nadie leía a Di Benedetto en su provincia natal. Tuvieron que acumularse las insistencias de Saer y las ediciones de Adriana Hidalgo en los noventa para hacerle un lugar en el canon.

Y aun así -con una mano en el corazón- hoy le ponemos Di Benedetto a plazoletas y saloncitos oficiales, pero ¿quién leyó Zama, ese homenaje a quienes padecen la espera y la indiferencia? Si en toda Mendoza hay 200 personas es mucho.

antonio di benedetto.jpg
Antonio Di Benedetto y Jorge Luis Borges: titanes en el ring.

Antonio Di Benedetto y Jorge Luis Borges: titanes en el ring.

Hoy el desprecio se cobra nuevas víctimas. En la Feria del Libro, por ejemplo, donde se arman filas para que cualquier pelafustán porteño firme ejemplares, los autores locales no suelen juntar más de 20 espectadores en sus presentaciones. No es un problema de los que arman el programa, tampoco de los escritores: es el público general el que, salvo excepciones, prefiere a lo de afuera.

Se dirá: "Lo que pasa es que ya no hay Di Benedettos". No lo sabemos. Haga la prueba y pídale a cualquier transeúnte que le nombre a tres escritores locales. Hay 90% de posibilidades de que no pueda.

►TE PUEDE INTERESAR: Por qué los mendocinos somos cada vez más feos

La lección del manso indie

Para escapar de esa cárcel provinciana, a mediados de la década pasada una constelación de bandas mendocinas empezó a presentarse en Buenos Aires en lugar de circunscribirse a estas tierras. Lo hicieron, además, valorándose entre sí. Construyendo una escena.

Usted Señálemelo o Gauchito Club pudieron llenar salas en CABA y en Mendoza porque recién cuando les fue bien allá lograron multiplicar varias veces su público de aquí, saltándose todo el proceso de legitimación vernáculo que tiene como base la máxima que hemos esbozado más arriba: si el otro es mi par, lo más probable es que se trate de un boludo.

Ellos huyeron de eso, volaron en otra dimensión sin perder raíces. Y después de Baires, se proyectaron más allá. Esta foto es de los Gauchito en Barcelona:

Gauchito Club gira por España
La banda mendocina

La banda mendocina "Gauchito Club" llenando salas en Barcelona.

►TE PUEDE INTERESAR: Paco Urondo: sus últimos momentos y el poema final en Guaymallén

Boludo es el otro

Vamos terminando. En los ambientes cerrados -el mundillo político, las profesiones liberales, la docencia universitaria, el deporte- la inquina entre mendocinos se vuelve más aguda.

A estar lejos de la capital, acá se genera algo similar al juego de la silla, esa competencia en la que la gente baila en círculos alrededor de los asientos y cuando se corta la música hay que acomodarse donde cada uno pueda.

Así es en Mendoza. Pensemos en los pocos lugares rentados de la cultura, o en las cátedras universitarias. Pocas sillas, muchos culos. De ahí los empujones, la maledicencia, las envidias y odios de aldea que a veces se extienden a lo largo de décadas.

En cualquier caso, siempre conviene considerar que el otro es mala persona o tonto para justificar los propios fracasos. Si algo no se logró, ya se sabe: fue porque todos los demás son imbéciles, "no la ven". Por eso en lo más recóndito de su alma hay miles de mendocinos que se sienten genios incomprendidos.

Encuesta