Valentín tiene 33 años y ha vivido casi la mitad de su vida en silla de ruedas. Bailó en la Fiesta Nacional de la Vendimia 2018 pero esa no fue la única satisfacción que sintió durante todo ese proceso artístico: allí también conoció a su pareja con quien convive.
Te puede interesar: Ingreso Básico Ciudadano: cómo es el bono que reemplazará al IFE y quiénes lo cobrarán
Valentín es el menor de los hermanos Rasjido. La segunda mitad de su vida comenzó hace 16 años, más precisamente la noche del 4 de febrero de 2004. Sucedió de un momento para otro y sin previo aviso ni chances de evitarlo.
Hoy, tantos años después, la vida de Valentín puede ser vista de dos maneras. Una: como la de un muchacho confinado a una silla de ruedas porque un ataque con arma de fuego le cortó para siempre la posibilidad de volver a caminar.
Dos: como la de un adolescente que sobrevivió a la delincuencia y al drama familiar; que se recuperó de largas internaciones, cirugías y rehabilitaciones y que luchó y salió adelante. Que con el correr de los años entrenó y jugó al básquet en su silla de ruedas en ICLIM (Asociación Deporte sobre Silla de Ruedas), que apostó por la música y el baile y llegó a bailar en la Fiesta de la Vendimia; que también es solidario, que armó su propia familia y que desde siempre hace todo lo posible física y anímicamente para superar todas y cada una de las limitaciones que la sociedad, en todas sus vertientes, se manifiestan y complican el diario vivir y las chances de circular de los discapacitados.
"Hay que aprender a convivir", dice Valentín Rasjido a través de un mensaje de audio enviado al autor de esta nota, que lo ha consultado por su presente, tantos años después de que Mendoza lo conociera por la tragedia familiar.
"Todo tiene su trago dulce y su trago amargo", opina este muchacho que jamás se dio por vencido.
A pesar del drama que lo azotó a él y a los suyos cuando era un jovencito y tenía casi la mitad de sus actuales 33 años.
Aquella noche
SUPE, Godoy Cruz. Miércoles 4 de febrero de 2004.
Ya es tarde. Noche cerrada. Entonces, los hermanos Rasjido deciden guardar la camioneta en el garaje de la casa familiar y se acompañan mutuamente porque el delito está en alza en la zona y es mejor prevenir... En eso están Gastón y Valentín cuando un grupo de delincuentes los sorprenden. Son dos o tres tipos que los atacan. Quieren llevarse el vehículo. Meterse a la propiedad. Como sea.
Pero hay forcejeos. Gritos que alertan a la madre de los Rasjido, que está adentro y que sale desesperada y asustada. Hay empujones. Y disparos. Dos al menos. Y sangre. Después hay corridas. Gritos y un llanto desgarrador.
Aquella noche, la familia Rasjido recibe un impacto terrible. Gastón muere en el acto y Valentín es hospitalizado, gravemente herido. Tiempo después, el menor de los hermanos sabe que no podrá volver a caminar porque un proyectil le dañó la columna.
Impacto
Los Rasjido eran muy conocidos en el mundo del deporte mendocino. Más precisamente en el boxeo, porque José, el jefe de familia, era parte de la dirigencia institucional de Mendoza dedicada a promover ese actividad y las competencias.
El ambiente deportivo provincial sintió un sacudón por la tragedia de la familia Rasjido. La clase política y el Gobierno de la época también.
Terminaba de asumir Julio Cobos, que dos meses antes ya había experimentado un durísimo golpe en materia de seguridad: a fines de 2003, apenas diez días después de haber iniciado la gestión, una mujer y su pequeña hija habían sido asesinadas a balazos durante un asalto al supermercado Átomo de la Villa Tulumaya de Lavalle.
Y este caso, que promovió la súbita aplicación del sistema de investigación a través de las fiscalías, inédito hasta entonces, tendría, años después, muchísimo que ver con la resolución judicial del drama de la familia Rasjido.
Primer juicio
Los responsables del asesinato de Gastón Rasjido y de haber herido gravemente a su hermano Valentín cayeron por separado. En tiempo y espacio.
La Justicia primero capturó a Cristian Franklin Romero, un hombre flaco y alto que se defendió en la etapa de indagatoria diciendo que durante la noche de la tragedia no había estado en Mendoza sino en San Juan. Pintando una casa, completó.
Pero esa coartada se derrumbó rápidamente con un par de averiguaciones indispensables (la casa en cuestión no había sido pintada en años y nadie conocía allí a Romero) más el testimonio de Valentín Rasjido, que reconoció al atacante.
En 2006, la Quinta Cámara del Crimen sentenció a Romero a la pena de prisión perpetua por haber participado del ataque a los Rasjido. No por haber apretado el gatillo. Sin embargo, dijo la Justicia, sin su accionar los hechos no podrían haber ocurrido como sucedieron.
Te puede interesar: La insólita vivencia de un paciente con coronavirus en Mendoza
El segundo culpable
El 28 de diciembre de 2010 la Séptima Cámara del Crimen condenó a Horacio Reynoso Vargas por haber apretado el gatillo contra los hermanos Rasjido aquella noche de febrero en el barrio SUPE.
"Homicidio criminis causa". Esa fue la calificación técnico-legal aplicada por el tribunal. Dicho en lenguaje claro: Reynoso Vargas disparó, mató e hirió para no ser reconocido como autor de otro delito: el intento de robo del vehículo.
La conexión con el caso de Lavalle
Romero y Reynoso Vargas cayeron presos por la tragedia de la familia Rasjido. Sin embargo, para la Justicia también debían dar explicaciones en el caso de los asesinatos de Silvia Amaya y su hijita, Daiana Torres, en el supermercado de la Villa Tulumaya.
Durante el primer juicio, Romero fue absuelto junto a otros sospechosos pero la Corte anuló ese proceso y ordenó hacer otro debate oral y público. Durante el mismo Reynoso Vargas y otros dos cómplices fueron condenados.
Ya en la parte final, la Séptima Cámara juzgó y condenó a Reynoso Vargas por el crimen y ataque en perjuicio de los hermanos Rasjido.
Había sido detenido en Ushuaia y, según la Justicia, sus huellas dactilares estaban en un auto, un Ford Ka, utilizado en el atraco al comercio.
Previamente, informes de testigos de identidad reservada más otros peritajes lo situaron en la escena del crimen de la calle Huarpes del barrio SUPE durante aquella dramática noche de 2004; aciaga e inolvidable para Mendoza toda.