Protagonistas

Mariana Travacio, escritora: "Tratamos de decir algo desde hace treinta y cinco mil años, desde las cavernas"

La escritora, docente y piscóloga rosarina ha publicada recientemente "Como si existiese el perdón" y "Quebrada", dos novelas entrelazadas. Si literatura es muy elogiada

A Mariana Travacio le resultó casi natural pasar de su profesión de psicóloga forense y de docente a la ficción literaria, ámbito donde descuella, en este momento, por sus cuentos y sus recientes novelas entrelazadas Como si existiese el perdón y Quebrada.

Fue una lectora temprana. Lectora voraz, a partir de su infancia en Brasil, con textos disponibles en portugués y francés. En la adolescencia se reencontró con el castellano. Su lengua madre le produjo una fascinación y un deslumbramiento arrebatadores.

Nacida en Rosario y con familia en Buenos Aires, los constantes viajes entre ambos países, entre Argentina y Brasil, a través de largos y sinuosos caminos, la fueron colmando de paisajes, de atmósferas, de historias y de personajes. De voces.

Su literatura está hecha de voces. Registradas con un oído finísimo y vertidas a la página en blanco con una austeridad y una precisión admirables. Beckettianas. Rulfianas. Así lo admite ella. Y lo subraya delineando un personaje secundario, Rulfino, en homenaje expreso al maestro Juan Rulfo.

En este diálogo para el programa La Conversación de Radio Nihuil, Travacio explica puntillosamente el trayecto que la depositó en la literatura. En su muy elogiada literatura.

-Mariana, el paisaje, en tus libros, es tan personaje como los personajes de carne y hueso. Tiene un gran protagonismo. ¿Estás de acuerdo?

-Sí. Medio como que se come un poco el cuento, es cierto.

-¿Por qué?

-Porque se trata, también, de hombres un poco a la intemperie. Toda esa intemperie del alma está o quizás el territorio la prodiga, vaya a uno a saber por dónde va. Pero, sí, hay una intemperie.

-Tus libros no tienen un a música expresamente citada.

-Hay una canción velada. El primer epígrafe, que es de Sophia de Mello, una poeta portuguesa, está tomado de un concierto de Maria Bethânia que se llamó Dentro do Mar tem Rio, que se podría traducir como “Adentro del mar hay río”. Allí Bethânia vuelve música un poema de Sofia de Mello, del cual yo traje dos versos apenas.

-En tus dos novelas, Como si existiese el perdón y Quebrada, de similar tono, sorprende tu estilo de escritura, tan limpio, tan pulido. Vos sos psicóloga. ¿Cómo llegaste a esto?

-Hay una frase de Borges que me encanta: “Como todas las génesis, la creación poética es misteriosa. Reducirla a una serie de operaciones del intelecto, no es verosímil”. Y, bueno, yo la traigo porque voy escribiendo, tirando de las voces. Tengo una cosa muy auditiva con la escritura. Lo digo casi con pudor porque en verdad es que no se me da de otra manera, no es que lo escojo, que lo elijo de esta forma.

-Hablando de génesis, ¿dónde empezaste a escribir estos libros?

-Las dos novelas las empecé a escribir en el nordeste de Brasil. Como si existiese el perdón fue a partir de una fiesta popular, en un pequeño pueblo, a la que había ido. En un momento me alejo de ahí y aparezco en una calle aledaña, donde escucho unas voces como de ensueño que están cantando algo. Con recogimiento. Era algo bellísimo. Me detengo en esas voces y miro. Adentro de un pequeño templo pagano, con piso de tierra, estaban velando a alguien

.-¿Quiénes? ¿Quiénes eran?

-Eran unos hombres descalzos, alrededor del cajón, sobre la tierra. Y yo vuelvo a esa noche y escribo el primer capítulo del libro. Después me paso más de dos años sin poder seguirlo, porque la voz que había aparecido en ese capítulo inicial, la voz de Manuel, pensaba que iba a ser para un cuento, porque nunca sé lo que voy a escribir.

-¿Y cómo lo destrabaste?

-Me llevó como dos años abrir y cerrar ese archivo. No le podía seguir la cadencia a esa voz, para nada. La sentía súper lejana. Pero, bueno… me llamaba. Y así, una mañana, volví a abrir el archivo por centésima vez y ahí sí pude seguirla.

-¿Te costó, a partir de ahí?

-Esa novela la escribí con mucha dificultad porque, para no perderle el rastro a Manuel, debía releer todo lo que llevaba escrito para poder agregar un párrafo. Al principio no era mucho, pero, hacia el final del relato, me tenía que leer doscientas y pico de páginas cada mañana o cada tarde antes de agregar una escena más. Así que, cuando terminé de escribir la novela -y no me volvió a pasar nunca más- la recitaba de memoria (ríe).

-Decías que empezaste ambos libros al mismo tiempo. Se nota. Los dos relatos avanzan casi en forma paralela.

-Pero no las empecé a escribir juntas. Sí en el mismo lugar. Están separadas por varios años. A Quebrada, que vino después, la escribí en 2020.

-En la segunda novela se nota, incluso, una maduración en el estilo. Ahora bien, Como si existiese el perdón está narrada por una sola voz en primera persona. En Quebrada son tres las voces, también en primera persona. Son novelas habladas. Son todas voces.

-Exacto. La voz de Lina sale de un periódico donde entrevistaban a una maestra rural que se llamaba Aída. Lo leí en 2018. Y tomé nota porque me parecía extraordinaria la cadencia de esa voz. Ella había tenido un accidente con su mula yendo de la casa a la escuela donde enseñaba. Decía cosas como: “Yo que me andaba llevando a las patadas con diosito, últimamente”. Y se encuentra rezándole para que la salve, porque estaba ahí tirada. Tiene un fraseo que me atrajo mucho.

-Qué buena nota, a todo esto.

-Le pregunta el periodista: “¿Cuánto tardás para ir de tu casa a la escuela?”. Y ella le dice: “Se echan dos días como se echan cuatro, asegún los vientos”. Como su forma de hablar me encantó, tomé notas, las guardé y a los dos años me acordé. Así surge Quebrada, de la voz de esta maestra.

-Esa maestra tenía su mula, pero en tus relatos hay un par de burros

.-Sí, hay un par (ríe). Les tengo cariño. En especial a Jumento.

-Claro, el burro de Relicario.

-Relicario me da mucha ternura. Contemos que es el esposo de Lina. Son dos de los protagonistas. Y cuando se va con su burro, se perdía tanto ese hombre que, al final, el burro decidía por él.

-Relicario y Lina viven en un lugar desértico de montaña donde no llueve nunca y ya no crecen ni los yuyos. Hasta que ambos, en distintos momentos, deciden irse de ahí.

-Y Relicario tenía un dilema muy peculiar. Por un lado, aceptar que, sin su mujer, no quería seguir viviendo en ese rancho. Y, al mismo tiempo, el mandato; ese que dice que a los muertos y a la tierra no se los abandona, a los muertos no se los deja.

-Nosotros somos profundos admiradores de Rulfo. Y vos tenés un aire a él.

-Acá tenés a otra admiradora profunda. De hecho, hay un personaje en el segundo relato de Quebrada que se llama Rulfino en un pequeño y humilde homenaje a Rulfo.

-El destino es otro protagonista de tus libros.

-Sí.

-¿Vos creés en el destino? ¿Es una ficción literaria o una realidad en tu experiencia?

-Es relativo. La escritura, como te decía, más que nada es un asunto del lenguaje. Como nunca sé hacia dónde van a ir mis personajes, lo que me divierte es ir descubriendo junto a ellos la historia a narrar. Entonces yo misma me sorprendo a medida que escribo.

-Lo que mueve la trama de Quebrada es el viaje de Lina, primero, y de Relicario después, buscando la huella del río que baja hacia el mar. ¿Cómo funciona en este sentido?

-El viaje, si querés, es ir en contra de lo que hubiera sido su destino natural, aunque después uno encuentre el destino en otra parte. Es como eso de la muerte que te viene a buscar y vos no estás en el lugar. También podemos en pensar en el tema del río y del mar; del mar, incluso, como el lugar de anhelo de Lina, de deseo de conocer algo nuevo. Pero si vamos a las Coplas de Manrique, “nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir”. El destino final de todos nosotros, en todo caso, es el morir. No sabemos cuándo, no sabemos cómo, pero sabemos que ese es el destino. Por lo tanto, si tomamos el destino como eso, entonces, sí, toda la novela va camino a nuestro destino.

Mariana Travacio Quebrada.jpg

-Se puede pensar tu novela, también, como la anti Odisea o como la Odisea de la nada, en un paisaje fantasmagórico.

-Sí, sí, totalmente. Lo que a veces perdemos de vista es que uno desea algo. Ponele, Lina desea el mar, Relicario encontrar a Lina. Cada uno tiene su meta, su búsqueda. Pero lo que se nos pierde en este camino de la vida es que la vida es ese mientras tanto, es el camino mismo. No hay una parte adonde llegar. O, de última, la única parte donde llegar es esta que estábamos mencionando: el mar como el morir.

-¿Seguís ejerciendo como psicóloga?

-No. Hace ya bastantes años que fui colgando los hábitos.

-¿Por qué?

-Por hastío, como Lina (ríe).

-Lisa y llanamente.

-Claro. Fueron muchos años de una práctica profesional que hice con todo amor y toda pasión. Yo soy muy apasionada. Cuando agarro algo, me toma.

-¿Qué pasó?

-Me dediqué con mucha fruición mientras me duró la pasión. Yo trabajaba en clínica y en forense. Hacer clínica, la docencia, todo eso, me encantaba, pero con la piscología forense en un momento me empezó esta cosa del hartazgo. A veces afrontaba cuestiones penales muy pesadas. Yo tenía en esa época hijos muy pequeños y, cuando volvía a casa, no me daban ganas ni de cantarles el arrorró. El día que me pasó eso me di cuenta de que ese camino ya estaba terminándose para mí.

-¿Con qué escala lo fuiste haciendo?

-Primero dejé la práctica, después fui dejando el consultorio y por último dejé la docencia, que me apasionaba y me sigue apasionando, pero, bueno, si no hay práctica no hay docencia.

-¿Y mientras estabas en tus tareas profesionales ya estabas escribiendo ficción o empezaste después?

-Lo de escribir ficción me surge en la adolescencia y en la posadolescencia, que es cuando yo me fascino con la lectura. Fui muy lectora de chica.

-¿En qué circunstancias?

-Fui criada en Brasil. Ahí leía en portugués y en francés, que eran las lenguas que tenía a mano en la biblioteca, porque me mandaban a un liceo francés.

-¿Qué tipo de autores?

-Leía a Dickens, Poe, Hemingway, Julio Verne, esas cosas. Pero cuando llego a la adolescencia, a los 12, 13, 14, 15 años, me encuentro con el castellano como lengua de lectura. Y era mi lengua madre.

-¿Qué te produce ese cambio?

-Se me produce una fascinación, porque una cosa es leer por entretenimiento, que era lo que me pasaba de chica, porque los libros eran mi Netflix. Ahí empiezo a leer subrayando. Había algo en la gramática de nuestra lengua que me deslumbró. Lengua leída en crudo, sin que mediara una traducción. Y empiezo a leer con voracidad, sin poder parar.

-¿Y en qué momento das un salto?

-Cuando llego a los 17, 18, después de cinco años de leer con toda pasión, se me da por empezar a escribir.

-¿Qué?

-Una novela, unos cuentos, algún poema, como todo adolescente. ¿Quién no fue joven sin escribir un poema? Pero me daba pánico escribir ficción. Le tenía mucho miedo y no me atrevía. Así fue como decidí estudiar psicología. Fueron dos décadas de total entrega. Y de escritura, también. Escribía ensayos, escribí un manual de psicología forense, artículos para la revista de la facultad, ese tipo de cosas. Las mismas pericias eran por escrito, ¿no?

-Lo que llama la atención es que, después de las vueltas que fuiste dando, cuando llegás de pleno a la ficción literaria lo hacés con una rara perfección. Han comparado tu escritura con las de Rulfo, Tizón, Saer. Viniendo más acá, a nuestra geografía, tenés una precisión cercana a la de Di Benedetto. No sobra nada, ni hay grasa en ninguna línea.

-Te agradezco enormemente. Es un halago para mí. Lo que pasa es que no soy muy digresiva. Me parece que va un poco por ahí. Tal vez. Digo tal vez porque creo que uno escribe desde todo un acervo que a uno lo compone; fundamentalmente desde la biblioteca, las lecturas que uno ha hecho.

-¿Cómo es eso?

-Cuando uno lee, y lee con pasión, va teniendo una búsqueda estética. Y hay prosas que te llaman más que otras. Yo he sido una lectora bastante omnívora, pero, de todas maneras, me daba cuenta de que me estremecía determinada estética más que otras. Y eso no es en vano. Eso te pasa por algo. Por tu formación, como cuando te decía que en mi infancia leía en portugués y en francés.

-Claro, te fuiste inclinando hacia esa zona de lectura…

-Yo he abrevado menos en la literatura anglosajona. Me he conectado menos como lectora, digo. Entonces supongo que uno se va tejiendo desde ahí, desde los amores que uno tiene.

-A propósito de esto, alguien comparó tus historias con las de Cormac McCarthy. ¿Lo has leído?

-No.

-Escribió algunos westerns modernos con atmósferas tan rudas y personajes tan feroces como los tuyos. Tenés algo de McCarthy, aunque no lo hayás leído.

-Sí. Esas cosas se dan, ¿viste?, porque, en algún punto, creo que estamos escribiendo un mismo libro colectivo. Algo me conmueve del acto de escritura en general. Me pasó como lectora. Cuando leía, decía ¡qué loco que esta persona esté sentada en una silla escribiendo esto!, porque uno establece como diálogos con eso que lee, también. Lo que me conmueve, entonces, es que, si te ponés a pensar en el hombre prelenguaje, en el hombre de las cavernas en las cuevas de Altamira, hace miles de años; ese hombre, cuando quiso decir algo, acabó inventando el arte rupestre. ¡No tenía lengua! Pero había el afán de decir. Yo creo que estamos tratando de decir algo hace treinta y cinco mil años. Lo que pasa es que hay lo indecible. Esto lo decía Rulfo en un texto muy breve, El desafío de la creación, de 1980.

-¿Qué decía el gran Rulfo?

-Decía: estamos escribiendo lo mismo desde Virgilio. Los temas en literatura son tres: el amor, la vida y la muerte. Estamos hablando de lo mismo desde que arrancamos a escribir algo. Lo que pasa es que lo que importa en literatura es el cómo, la forma literaria.

-Un colega nos traslada esta pregunta: ¿cuándo escribís haciendo mención a lo auditivo estás haciendo referencia a la programación neurolingüística?

-Es complejo de responder por esto que decíamos recién. Escribimos desde todo aquello que nos compone. Cada uno de nosotros, cuando nos sentamos a escribir, es como una huella. Por más que yo quiera imitar otro ritmo, no me va a salir. Y en lo que nos compone están las voces infantiles, los lugares que nos detuvieron en la vida, los lugares donde nos hemos detenido. A mí me pasa que, cuando me deslumbra la obra de un autor, una prosa, me agarra una voracidad y quiero más de esta pluma. Entonces me compro todos los libros que encuentro.

-¿Y qué sacás de ahí?

-Cuando leés sistemáticamente la obra de alguien, te das cuenta de que esa persona estuvo reverberando en torno a dos o tres temas que la detuvieron. Se va a tropezar con otros narradores, en otros escenarios, a veces, en otros tonos. Pero, sin embargo, vos ves que está reverberando en torno a dos o tres piedras.

-¿Cuáles, pues, son los nudos, los lugares que te han detenido y con los cuales te tropezás sí o sí en tu novela Quebrada?

-Ahí se plantea algo más del orden de las migraciones, de las pérdidas que las migraciones entrañan. Ese tema está bordeado o rozado, algo que no está en Como si existiese el perdón, más centrado en la venganza. Y, sin embargo, hay piezas con las que me tropiezo. Como cuando, al final, me conmueve descubrirlo a Rulfino que habla de la mezcla de cajones (funerarios), algo que está al principio de la novela. Eso es bastante misterioso.

-¿Cuánto hay de vos, entonces, en esto de los nudos que van a parar a tus relatos?

-Comentábamos que estamos anudados a dos o tres lugares, cuestiones, situaciones, traumas -llamalos como quieras-, de los que no te podés sustraer. Uno los va hilvanando después en la escritura. Los estás elaborando, pescando, reescribiendo. Barthes decía: toda escritura es una reescritura. Uno escribe porque lee. Entonces, si hay algo que uno leyó, donde uno se detuvo, Barthes dice: ¿y eso? ¿Por qué escribo? Bueno, porque eso no está completo. ¿Y por qué no está completo? Bueno, porque no lo escribí yo.

-¿Entonces? ¿Qué hacemos con eso?-Lo que pasa es que, cuando me siento a escribirlo, yo tampoco lo puedo decir. ¿Por qué? Porque el lenguaje no alcanza. ¡El lenguaje no da cuenta! Un escritor no tiene más remedio que trabajar con la lengua, sabiendo que la lengua no da cuenta. Porque no alcanza. Cuando querés transponer una emoción a palabra, hay un resto que te queda sin decir. Y eso habilita, como decía Beckett: “Fracasa de nuevo. Fracasa mejor” (risas). Habilita el próximo libro con el resto de lo que no pudo decir. Y el otro que lee, si habilita una escritura a partir de lo que leyó, toma ese resto no dicho y sigue tratando de decirlo. Por eso tratamos de decir algo desde hace tantos años, desde las cavernas.

-Caminos sinuosos de esta charla. Acabás de nombrar a Samuel Beckett. Tus personajes son muy beckettianos, ¿no? Como salidos de Esperando a Godot. Como yendo hacia la nada.

-Sí. Sí. También se pueden ver así. Es cierto.

-Volviendo a vos. Naciste en Rosario. ¿Por qué pasaste tu infancia en Brasil?

-Mi viejo era ingeniero. Vivíamos en Acindar, una fábrica, en Villa Constitución. Y le ofrecieron un trabajo en Brasil. En ese momento en San Pablo estaba todo el boom del desarrollo industrial. Fueron varios ingenieros rosarinos en bandada. Yo tenía dos años de edad.

-¿Cuántos de los paisajes, tan potentes, que vos describís los has conocido, los has vivido? ¿O están todos en tu cabeza?

-Ambas cosas son válidas. Fundamentalmente están en mi cabeza. Pero es verdad también, como decíamos, que uno escribe con hilachas. Con miles de hilachas de escenas que uno ha visto. También con la vida, quiero decir, no solo con lo que uno lee.

-¿Y qué parte de tu infancia juega un papel?

-Por vivir en San Pablo, fue una infancia con mucho viaje. Nos había quedado familia en Buenos Aires y en Rosario. Mucho viaje terrestre. Nos tomaba dos días y medio hacer la travesía en aquella época, sin Waze, sin GPS, con los autos de entonces y las rutas de entonces. Por eso tengo mucho campo rutero y parar en pueblitos. Mis viejos siempre paraban en pueblitos distintos, más chicos, más grandes. A mí conmovían mucho esos pueblitos. Son casi caseríos, a veces. Tengo mucha mirada infantil sobre eso.

-¿De qué tipo?

-En Brasil había mucha migración interna, porque el Nordeste era sinónimo de sequía. Y San Pablo era donde había trabajo, como en lo de los Loprete de Quebrada. El Nordeste era la sequía, la pobreza absoluta y el hambre. San Pablo era la abundancia. Y yo anduve mucho por fábricas del interior de ese estado.

-¿Qué te quedó de todo eso?

-Tengo imágenes. Por ejemplo, una que me viene ahora a la cabeza. Es de una fábrica, a la hora del mediodía. Una mujer, que se llamaba Iracema, se pasaba los mediodías con las manos sosteniéndose la cabeza; con la cabeza apoyada en un brazo, escribiendo cartas a lo que había dejado en el Nordeste.

-¿Qué fuiste guardando?

-Tengo mucho relato. Me acercaba para que me contaran porqué habían dejado el Nordeste. Me interesaba eso.

-O sea, como decíamos al principio, fuiste recopilando voces.

-Así es. Recopilaba historias y voces de los que habían abandonado el sertäo, justamente. Por eso cuando escuché a Bethânia, saqué ese epígrafe para el libro. Porque me trae recuerdos infantiles.

-Vemos que tu vida juvenil ha sido una road movie.

-Sí. Exactamente.

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