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María Oruña explica las claves de su rotundo éxito como autora de novela policial: "No me gusta que me comparen con Agatha Christie"

La novelista española ha sido leída por más de dos millones de personas por su saga "Los libros del Puerto Escondido". Es también abogada laboralista y mercantil. Su más reciente entrega es "Los inocentes", un thriller de acción

Curiosamente, aunque María Oruña suma ya más de dos millones de lectores seducidos, principalmente, por su saga de Los libros del Puerto Escondido, nunca había sido entrevistada telefónicamente por una radio argentina.

Hasta ahora. Una oportunidad de oro, entonces, para poner al descubierto los senderos y las herramientas que llevaron a esta abogada laboralista y mercantil, oriunda de Vigo, a convertirse en una nueva y exitosa “dama del crimen”, casi sin proponérselo expresamente.

Lo que motiva a nuestra autora, dentro del género policial y de misterio, no es la variante escatológica y sangrienta, sino el reto intelectual, antropológico, que le permite indagar en los pliegues de la condición humana: “Por qué somos como somos, por qué hacemos lo que hacemos”.

Aunque no le caen muy bien las comparaciones, podríamos ubicarla como una Agatha Christie del siglo XXI. Pero de aliento más largo. Son las suyas novelas intimistas. Con historia, con ciencia. Y animadas por personajes comunes que evolucionan a través de los distintos géneros detectivescos: el misterio histórico, el thriller científico, la novela gótica, el misterio de habitación cerrada, el domestic noir y, en su más reciente entrega, Los inocentes, el thriller de acción.

Este último título, precisamente, el sexto de la colección, motiva la presente entrevista.

Desde su tierra natal, a unos 500 kilómetros de Madrid, María Oruña da las claves principales de Los inocentes para el programa La Conversación de Radio Nihuil.

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-¿Qué tal, María? Por ser una orgullosa hija de Vigo, te imaginamos como seguidora del Celta. ¿Es así?

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María Oruña, de abogada a novelista.

María Oruña, de abogada a novelista.

-Tengo que decir que, en efecto, aquí el Celta es el súper equipo de fútbol. Yo no soy súper futbolera, pero aquí animamos todos al Celta.

-Te preguntaba porque te vimos participando en un programa de radio donde hablaban, justamente, del Celta de Vigo.

-Fue porque era el centenario y entonces yo, como participo en un periódico aquí, que es el más antiguo de España, el Faro de Vigo, pues nos pidieron a los colaboradores que hiciéramos un artículo especial.

-Una pregunta personal: ¿cómo se desemboca, desde tu profesión inicial, que es la abogacía, en la literatura? ¿Cuál fue el camino?

-No fue algo muy repentino. De repente, no me levanté una mañana y dije: “¡Uy! A ver si cambio de profesión y me hago escritora, que seguro que me va a ir fenomenal”. No, no fue así.

-Nos imaginamos. ¿Qué es lo que sucedió?

-Yo era abogada laboralista y mercantil y trabajaba en un bufete internacional. Muchísimas horas al día. Fui mamá y esto era muy difícil de conciliar. Me imagino que ahí también en Argentina tenéis estos problemas a la hora de conciliar con los pequeños.

-Tal cual. Imaginás bien.

-La cosa es que decidí montar el despacho en mi casa para hacer mis trabajos con mis clientes con un horario más flexible. No sé qué pasó por mi cabeza. Se vio que me debía de sobrar tiempo.

-¿De qué manera se te dio?

-Yo estaba acostumbrada a un ritmo de trabajo muy fuerte, pero, mientras estaba preparando la web, hablando con clientes y tal, la cosa se suavizó en unos pocos meses, en los primeros de maternidad. Y ahí escribí el primer libro de la serie Puerto Escondido con mi bebé en el regazo.

-¿Y cuántos años tiene hoy el bebé?

-El bebé ya tiene 13 años, o sea que pasó el tiempo. Pero, bueno, yo realmente compaginé mi trabajo como abogada con la profesión literaria durante tres añitos o cuatro. Lo que pasa es que llegó un momento en que era tan exagerado lo que me pedía el oficio literario a efecto de viajes, conferencias, promociones, que tuve que decidir. Y ahora ya me di de baja como abogada.

-Ahora bien, más allá de tu profesión dentro del derecho, suponemos que habrás sido una muy buena lectora de literatura, ¿no?

-Sí. Siempre me gustó mucho leer. Pero yo nunca había hecho ningún curso de creación literaria. No soñaba con ser escritora. No tenía manuscritos en los cajones guardados.

-¿Cómo veías, sin embargo, esta tarea?

-Consideraba que los escritores eran gente muy lista y yo me decía: “No. Eso no debe ser para mí. Debe ser para gente muy espabilada”.

-¿Y qué te decidió?

-Al final, llega un momento en que, si tienes ese fuego adentro, esas ganas de contar algo, al final, es inevitable, ¿no? Te llama el ordenador o la máquina o el bolígrafo y ahí va si lo cuentas.

-Perfecto, pero las temáticas a abordar son infinitas. ¿Por qué te inclinaste por el género policial? ¿Te llevó tu profesión o había alguna predisposición natural de tu parte?

-Fíjate, yo nunca fui abogada penalista. En consecuencia, por mi trabajo jamás estuve en calabozos ni en casos de crímenes ni nada. Pero es algo que iba en mí desde pequeña el misterio. No el crimen en sí, porque mis novelas no son escatológicas, no me regodeo en tripas ni en sangre. Es más bien una línea rollo Agatha Christie.

-Resolver un enigma.

-Es un reto intelectual. Qué pudo suceder. También antropológico. Por qué somos como somos, por qué hacemos lo que hacemos. De hecho, la primera vez que me llegó un libro mío de Puerto Escondido con la faja, ponían allí novela negra. Y a mí me sorprendió mucho porque yo no era consciente de escribir novela negra.

-La novela negra suele apuntar a los puntos más defectuosos y escabrosos de la sociedad. Ahora bien, lo paradójico del asunto es que quien hace más reflexiones sobre este asunto es el sicario de tu historia.

-Sí. Esto me parecía muy interesante porque cada libro de la serie, que tiene un misterio diferente, independiente de los demás, trabaja también un estilo literario diferente.

-¿Qué tiene de diferente esta nueva entrega de la saga?

-Yo quería hacer con Los inocentes un thriller de acción. En consecuencia, toda la trama, el lenguaje, todo va a abocado a esa acción, pero sin perjuicio de que nos lo estemos pasando bien averiguando quién es el malo, por qué lo hizo. Es decir, que todo tenga coherencia. Pero que además haya otras capas de la novela a las que podamos llegar si nos apetece y queremos.

-Ese era precisamente el punto en cuestión.

-Son estas reflexiones que tú apuntabas: ¿quién es realmente el malvado? Porque aquí el criminal, el villano o la villana -no vamos a hacer spoiler-, realmente, ¿es tan malo o tan mala?

-Esa ambigüedad es clave. Es enriquecedora.

-Es que realmente nosotros siempre nos creemos que somos un poco los buenos del cuento, pero quizás, a veces, por omisión, también cometemos maldades, ¿no?

-Esa ambivalencia afecta también a los personajes. Tu protagonista central, la teniente Victoria Redondo, trata de indagar en las motivaciones del posible asesino, pero su novio, con quien está por casarse, se ofende. ¿Por qué hay entenderlo?, parece reclamar.

-Es curioso porque en casi todas mis novelas los lectores me dicen: al malo lo entendía o incluso me caía bien.

-Por eso. Te pasa lo mismo que a Victoria.

-Es que el mal tú lo puedes entender. Ese es el objetivo también: entender por qué hacemos lo que hacemos, como te decía, pero jamás lo puedes justificar. No hay nada que justifique arrebatarle la vida o los derechos a otra persona.

-¿Cómo le damos la vuelta al asunto, entonces?

-Lo que pasa es que a mí me interesa cambiar el punto de vista. Por ejemplo, en las seis novelas de la serie, solamente en una de ellas hay un psicópata que hace de malvado o malvada. Pero en el resto de las novelas, igual que en Los inocentes, quien comete el crimen es una persona normal a la que le sucede algo, ya sea ambición, rabia, lo que sea que le lleva a matar. Y esto la convierte en muy interesante, porque todos podríamos ser malvados.

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María abre cada capítulo con la cita de una frase de autor famoso.

María abre cada capítulo con la cita de una frase de autor famoso.

-En una de las tantas citas de autores famosos que elegís para abrir cada capítulo, hay una de Agatha Christie diciendo: “Creo que la gente mata con mayor frecuencia a los que quiere que a los que odia. Posiblemente porque solo quienes uno quiere de verdad pueden desbaratar nuestra vida”. Es muy inquietante esto.

-Es cierto. Todas las citas de la novela, en efecto, son una provocación para el lector sobre lo que va a suceder en ese capítulo. Y las de Agatha Christie precisamente son las más lúdicas, para no olvidarnos de que estamos ante un juego, el who did, quién lo hizo. Y las otras son más reflexivas, como las de Dumas o Dostoyevski. Pero sí tienes toda la razón sobre lo de Agatha Christie, a pesar de que ella tiene una apariencia frívola, porque todos sus misterios son como más ligeros; pero esta es muy, muy inquietante porque, realmente, después empiezas a analizar estadísticas y casi todos los crímenes suceden por cosas de tu entorno inmediato.

-¿Te molesta o te da orgullo, te gusta, si te dicen que sos la nueva dama del crimen como Agatha Christie?

-Lo que no me gusta es que me comparen con nadie. Alguna vez, sí, me han dicho: eres la nueva Agatha Christie. Y no. Yo soy María Oruña. Seré mejor, seré peor, seré de otro estilo, pero es imposible, imposible literalmente, que nadie escriba como Agatha Christine ni como Conan Doyle ni como ningún otro autor.

-¿Por qué?

-Porque ellos funcionaban y habían sido criados con una mentalidad de otra época. Ese mundo en el que ellos vivieron ya no existe. Al igual que la novela negra purista, la inicial, la de Raymond Chandler; la de los detectives misóginos, amargados, drogadictos, solitarios, divorciados, solteros, ahora tampoco funcionaría porque el mundo ya es distinto.

-¿Cuál es el mundo de María Oruña, pues?

-Yo soy hija de la educación del siglo XX y XXI, pero también de las películas que he visto, de los acontecimientos históricos que he vivido. En cualquier caso, se nota en la literatura de comienzos del siglo XX. Cambia muchísimo una vez que ya han pasado la Primera y la Segunda Guerra Mundial.

-¿Qué tipos de cambio hubo?

-Se nota cómo los autores hablan de otra forma de la muerte. Entonces a mí me encanta analizar el contexto en el que han sido creadas las obras, también. Me parece muy interesante.

-En el cine de la novela negra, uno de los íconos era, por ejemplo, Humphrey Bogart, que no tiene nada que ver con tu teniente Redondo, envuelta, como mujer, en un halo de misterio felino.

-En mi caso, Valentina Redondo es un personaje que está en toda una trama híbrida. Mis novelas tienen intimismo, tienen historia, tienen ciencia. Casi todas comienzan con algo aparentemente imposible y siempre solamente el sentido común, nunca la fantasía, puede resolver las tramas.

-¿Cómo encaja Valentina ahí?

-Valentina es una persona que representa la dualidad. Le va bastante bien en el trabajo porque es muy metódica, muy currante. No es que tenga ideas preclaras ni que sea listísima tipo Sherlock Holmes, pero en su vida personal es un poquito más tarambana, un poquito más desastre.

-Como cualquiera de nosotros, ¿no?

-Yo creo que todos tenemos un poco, no una ni dos caras, sino varias. Tenemos roles diferentes según estamos en el trabajo, con nuestros amigos, con nuestros padres.

-Hablando de desastres, ¿cuánto tenés vos, María, de la teniente Redondo?

-Eso creo que me lo han preguntado en casi todas las entrevistas que he hecho: si soy yo, realmente, Valentina Redondo.

-¿Y? ¿Cuál es tu respuesta?

-Esta es la gracia de escribir, porque yo soy ella, soy todos y no soy ninguno a la vez. Es decir, soy ella, soy Sabadelle, soy el juez, soy el erudito, soy el tarado, soy el tonto, soy el bebé de cuatro años que aparece.

-¿Entonces? ¿Cómo armamos el rompecabezas?

-La gracia del asunto está en que no se note, en que todo sea andamiaje, sea natural y que cuando alguien habla de una manera muy elegante, pues que parezca real; cuando habla un tarado, también. Y es bonito que la gente crea que soy Valentina porque, además, es más joven que yo, me quitan años, así que me viene muy bien. Pero, bueno, no soy tan maniática como ella con el orden y todo eso.

-Suele suceder en las tramas policiales que al público le termina resultando más atractivo el personaje malo, como puede suceder con La casa de papel. ¿A vos te divierte más pensar una cabeza mala o ponerte en ese lugar para escribir?

-Yo sí que me río con risa de malvada, jojojo, cuando estoy escribiendo una escena en la que veo que el lector va a sufrir una sorpresa o va a decir: “¡Ostra, no me esperaba esto, cómo ha girado aquí, cómo ha girado allá!”. Desde luego, crear personajes villanos es divertidísimo, pero también es difícil porque tienes el peligro de convertirlos en una caricatura, en personajes absurdos.

-¿Y cuál sería el camino correcto para que no ocurra eso con los malos?

-Los villanos nunca, jamás, pueden ser malos malísimos todo el tiempo porque entonces se convierten como en esos malvados de los dibujos animados. No tiene sentido. Hasta el más malo de los malos quiere su mamá, ¿no?

-¿Entonces?

-Entonces hay que tener mucho cuidado y, sobre todo, darles coherencia a los personajes. Sobre todo, por qué y para qué hacen las cosas. No vale que hagan un crimen elaboradísimo porque quieren florituras y nada más. Eso no es lo normal.

-En tu historia se destila como una fascinación, consciente o inconsciente, por uno de los villanos porque es el único que tiene voz propia. Nadie más habla en primera persona en toda la novela.

-Sí, me parecía muy interesante. También fue arriesgado para mí hablar en primera persona, sobre todo por el registro del léxico narrativo de una persona que no corresponde a mi entorno geográfico o cultural. No quiero dar muchas más pistas a los oyentes.

-¿Cómo hiciste para encuadrarte?

-Me molesté en estudiar muchísimo la forma de hablar, la forma de pensar, qué podía ambicionar esa persona, qué es lo que para ella podía ser normal y qué no en comparación con otros de muchas culturas, de otros muchos continentes.

-¿Y cómo le encontrase un propósito, una motivación para sus acciones?

-Me interesaba ver también cómo se justificaba. Todos los malvados siempre, siempre, se justifican. Hagan lo que hagan. Pero sus reflexiones me interesaban para trasladárselas al lector y que el propio lector en Los inocentes después viese el verdadero color de su corazón.

-¿Ver qué tipo de colores?

-Llega un momento que en la novela se habla de la venganza. Por ejemplo, hay una escena que a muchos lectores en España les ha llamado la atención. Es cuando hay que decidir si se aplica la venganza o no. Y también el lector se va a ver con las ganas o no de apretar un gatillo.

-Tu sicario hace acordar mucho al Unabomber, porque ambos expresan una protesta contra el orden establecido. Pero, además, despiertan una obsesión en los detectives que lo persiguen. Pareciera que también vos, María, terminaste de manera parecida.

-Yo creo que el sicario llega un momento en que sabe que está perdido y que, a lo mejor, en todas sus decisiones, en sus creencias, ha descubierto que ha elegido mal o que lo han manipulado. Por lo tanto, no se trata realmente de hablar de él, sino de que el lector también diga: ¿yo que habría hecho en su lugar si hubiese nacido con sus circunstancias?

-Bien. Las dudas que también enfrenta el autor.

-Todo el rato, al final, lo que a mí me obsesiona no es tanto este personaje, sino plantear preguntas, no dar respuestas, porque yo no tengo la verdad universal en mi mano.

-Una postura inteligente.

-Sí, plantear preguntas. Eso es lo que tienen que hacer los buenos libros: plantear preguntas y promover el debate. Veamos, este sicario, si actúa en en un momento de conflicto bélico, como incluso sucede, es un héroe; pero, sin embargo, si está actuando por algo que él considera justo fuera de un conflicto bélico, es perseguido y va a la cárcel. Todo esto sucede constantemente en las guerras que tenemos también por aquí, en Ucrania y tal. Entonces a mí me sorprende con qué liviandad nosotros opinamos de lo que hacen otras culturas o en otros momentos sociohistóricos, culturales, etcétera.

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-Por eso mismo uno tiende a identificarse, en ciertos pasajes, con tu sicario. Por ejemplo, cuando se expresa en contra de las ideologías y de los políticos, de quienes dice: “Esos solo saben mandar niños a la guerra, nada más”.

-Sí. La experiencia, al menos personal, que tengo yo de todo lo que he estudiado sobre historia de conflictos, estrategias políticas y tal, y lo que observo, lo que veo los telediarios, es que, al final, estamos muy vendidos; que al final, el concepto de patria, cuanta más cultura tienes, a veces se difumina un poco.

-¿Por qué eso?

-Porque sabes que, al final, eres una piecita, eres carne de cañón para quienes están en sus despachos moviendo las piezas. Entonces, todo es relativo. Y tampoco creo que a la clase política le interese tanto ni que leamos mucho, ni que nos informemos mucho, ni que argumentemos ni debatamos mucho porque, a lo mejor, decimos: cuidado, creemos que no estáis jugando de manera adecuada.

-La novela está plagada de citas y propone distintas reflexiones. Sin embargo, el gran manto filosófico que envuelve toda la historia parecieran ser Dostoyevski y su Crimen y castigo. Hay un concepto de él que repetís dos veces, diciendo que “el crimen es una protesta contra un orden social mal organizado, nada más”. Esa frase explica muchas cosas, ¿no?

-Es que, si lo pensamos, el criminal se convierte en un criminal torpe y lo pillan.

-Rodión se llama el personaje de Dostoyevski.

-Sí. Sucede que, mientras yo leía Crimen y castigo, estaba preocupada porque no comía. ¡No comía nunca! Llegó a la mitad del libro y recién ahí se tomó una sopa casi sin nada. Y yo pensaba, caray, ¡cuánta miseria! Vivía en un cuarto horroroso, frío, húmedo.

-¿Eso le otorga alguna dispensa?

-Vale, él era culpable de ese crimen torpe y absurdo que había hecho, pero ¿no era culpable también la casera que sabía que pasaba hambre y frío? ¿No era culpable el responsable de la universidad donde estudiaba, que sabía sus circunstancias? ¿No eran responsables sus amigos? Esto es lo que aquí también sucede, en mi novela, por eso traslado mucho esas reflexiones.

-Bueno… el sicario se considera, textualmente, una especie de copia de Rodión.

-No digo que lo que se manifiesta en Crimen y castigo por voz de Rodión ni lo que se manifiesta a través del sicario en mi novela sean la verdad asentada o que ese reclamo ante las instituciones y el abandono sean la verdad de las cosas. Pero sí creo que es algo a debatir y a comentar porque está claro que sí, que las instituciones tienen mucho que ver cuando suceden cosas en su ámbito social.

-Tu novela comienza con un crimen masivo en un centro de recreación de alto nivel, pero luego lo que moviliza a su principal personaje es la venganza, “la llama más incombustible”, como vos la llamás. Hay que manejar la venganza y poder controlar la marea, ¿no?

-Sí, por eso también hay citas de El conde de Montecristo porque para mí es la gran novela de la venganza, por antonomasia. Por eso, una vez más, al hablar de la venganza de Valentina, también pienso en el lector.

-¿Por qué? ¿En qué sentido?

-Porque, claro, el lector arranca la novela y él es el bueno del cuento. Él está en su casa, o donde sea, leyendo el libro. Pero seamos realistas. Cualquiera que haya leído El conde de Montecristo o haya visto la película, el momento divertido, el momento que todos estamos esperando, es cuando el prisionero, que ha sido encarcelado de manera injusta y con trampas y tal, escapa de la isla de If.

-¿Qué esperamos a partir de ahí?

-Sabemos, a su vez, que él es millonario en ese momento, se va a vengar y se va a cargar a todo el mundo. ¡Estamos esperando con muchísimas ganas ese momento!

-Ahí estamos nosotros, paladeando la venganza.

-Esa es nuestra realidad. Tenemos dentro de nosotros un algo salvaje que nos lleva a reclamar ese tipo de equilibrio que es lo que se maneja mucho en la novela negra. Quizás por eso tiene éxito, ¿no? Porque hay un equilibrio entre el bien y el mal. Los malos pagan y los justos reciben su premio. Pues entonces realmente estamos todos esperando a ver si Valentina le da zapatilla al malvado y tenemos que reconocer que nosotros también tenemos un puntito de malos.

-Dar zapatillas. ¡Qué buena expresión! Ahora bien, para no irnos del tema, hay una cita al final de Charlotte Brontë que dice: “Era la primera vez que probaba la venganza. Me pareció un vino aromático, cálido y chispeante en el paladar; pero dejó un regusto tan metálico y corrosivo que me daba la impresión de haber sido envenenada”. ¡Qué bien define esto el carácter agridulce de la venganza!

-¡Cuidado!, porque Cumbres borrascosas, de la señorita (Emily) Brontë, es uno de los libros que más violencia he visto manejar página tras página, en una época en que eso no se llevaba ni se estilaba. Tuvo que ser una barbaridad ese libro en ese momento.

-Más o menos como lo de Dumas…

-Realmente se habla de eso, de cómo puedes destrozar una vida entera a base de morder tu propia rabia. Y esto también me interesaba. ¿Es lícito vengarse? ¿Hasta qué punto? Porque una vez que lo haces, a lo mejor haces justicia, pero también te conviertes en un asesino. ¿Cuál es la moral adecuada?

-¿Cuál, según María Oruña?

-Insisto. Yo no pretendo hacer un tratado filosófico. Pretendo que el lector se lo pase genial, que se divierta, que se ría, porque también hay humor. Pero, por qué no, vamos a manejar estas preguntas y a promover un poco el debate.

-Una pregunta de cajón: ¿vos sos vengativa?

-Creo que sí. Yo tengo mucho carácter. Lo que pasa es que nunca me han hecho nada tremebundo. Soy, sí, una persona por lo general muy tranquila, pero creo que, en una guerra, pues sí, como antes dije, ya que te gustó la expresión, daría zapatillas (risas).

-Y ahora una pregunta tonta, del tipo de las que suelen amenizar los programas del corazón: ¿quiénes son más vengativas, las mujeres o los hombres?

-Las mujeres, siempre. No cabe ninguna duda (risas). Ya te lo digo yo.

-¿Sobre qué base lo decís?

-No solo por impresiones generales, sino porque, al documentarme, porque tengo que tener mucho fondo informativo de muchísimas profesiones para vestir muy bien a cada personaje, he visto numerosos informes médicos, forenses, policiales, de calabozos y de todo. Y te puedo asegurar que, en los envenenamientos, lo más elaborado, lo más terrible y pensado, pero con mucho tiempo de antelación, en un setenta por ciento, de hecho, lo hacen las mujeres.

-¡Qué dato llamativo!

-Eso es muy cruel. Y no es bajo un golpe de instinto o de impulso, de decir, “ay, pues, nos hemos enfadado y de repente nos damos un puñetazo”. ¡No! Eso está medido, pensado y elaborado durante meses.

-Hay que reconocer el empeño de tu trabajo por brindar, en este sentido, todo este tipo de pistas.

-Claro. Hay un apartado en mis libros, al final, que es de curiosidades. Si me he sacado algo de la manga, lo aclaro aquí.

-Impacta, en verdad, el gran bagaje documental expuesto, incluyendo la parte legal y técnica que seguramente manejás muy bien gracias a tu formación de abogada.

-Aun así, en mis novelas a lo mejor solo se refleja el veinte por ciento de toda la documentación que tengo porque sería horrible y lamentable que se notase que te has documentado. De hecho, yo creo que la labor fundamental del escritor es filtrar.

-Exacto. Por ejemplo, en ese trabajo de precisión, nos informás, como al pasar, de qué se trata el “dim mak”, una técnica del kung fu para dar un golpe mortal sin dejar huellas.

-Bueno, ahora no os quiero a todos haciendo kung fu e inventando ese tipo de golpes mortales (ríe). Pero sí, es cierto. Yo tengo mucha más documentación en cuanto a eso, pero requiere una técnica tan, tan elaborada, que yo, cuando manifiesto lo que está en las novelas, cuento con que nadie va a saber hacerlo. Digo, ¡a ver si voy a empezar aquí a dar ideas a la gente! (risas).

-El “golpe ciego”, como lo llamás.

-Pero yo ese golpe no lo manejo, ¿eh? Ya os lo digo. Solamente juego al tenis y lo hago muy mal, según mi profesor. Y, de momento, no soy un arma letal.

-María, aunque no te guste que te llamen la Dama del Crimen, sos una referencia inevitable de la literatura policial. ¿Cómo es que transformaste, por lo tanto, en autora de relatos infantiles?

-Esto es curioso. Yo no tengo vocación de autora infantil porque creo que además es muy difícil. Hay que tener muchísima imaginación, un lenguaje muy adecuado para hablar con los niños y tal.

-¿Entonces cómo llegaste a El tren fantasma, que va a aparecer en marzo?

-Yo, cada noche, le contaba un cuento a mi hijo. Me inventaba una aventura diferente. Éramos espías, balleneros, astronautas, lo que fuera. Así pasaron más de mil noches hasta que, cuando el niño empezó a ser chico, dije: voy a recoger en quince páginas el cuento con el que más se haya reído mi hijo.

-Que es este que le da nombre al libro, precisamente.

-Cogí este cuento y quedó en un cajón, pensando que era un recuerdo personal. Y un día se me ocurrió pasárselo a un amigo mío, que lamentablemente acaba de fallecer, Miguel López, conocido aquí como el Hematocrítico, autor infantil como su pareja, Ledicia Costas, que en España es Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil.

-¿Qué pasó luego de que él le echara un vistazo?

-El mismo día que se lo pasé, me llamaron y me dijeron que el cuento era buenísimo y tenía que publicarlo. Fue así la historia. Pero no es que yo tenga una vocación ex profeso para el mundo infantil. Mi vocación es más bien el misterio, lo policial, lo histórico.

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Los libros de María Oruña.

Los libros de María Oruña.

-Volviendo a Los inocentes, desde el principio, hay paisajes, hay pájaros dando la nota en el cielo, todo cual indica que estás enamorada de tu tierra, de Vigo, de Cantabria, de los balnearios, pese a que los hayas llenado de crímenes en tus relatos.

-(Ríe) Bueno, yo soy gallega. Vivo a unos 600 kilómetros de Cantabria, que es donde ambiento toda la serie de Puerto Escondido. Pero resulta que mi padre es cántabro y toda mi familia paterna es cántabra. Por eso conozco muy bien la zona, voy todos los años.

-¿Y los pajaritos?

-El hecho de que haya un pajarito que sobrevuela Los inocentes es realmente un símbolo, porque ese tipo de ave solamente existe en los lugares donde el agua es muy pura y cristalina. Y, sin embargo, en esa primera escena, lo que está haciendo el pájaro es cazar. Está matando a otro animal para sobrevivir.

-¿Qué querés decir, pues, con tu mirlo?

-Simboliza eso: que nosotros creemos que somos la pureza, lo limpio, lo noble, cuando en la práctica sí que tenemos un instinto salvaje. Pero sí es verdad que en todo el norte de España hay unos lugares extraordinarios a pesar de que sé que turísticamente es más famoso lo del sur o el folclore, la paella y las andaluzas bailando.

-Después de todo este trayecto, ¿se viene la séptima novela de Los libros del Puerto Escondido? Uno lo imagina dado que quedan varios hilos sueltos al terminar Los inocentes.

-Hilos sueltos no quedan. Otra cosa es qué puedan hacer ellos con su futuro. Es como la canción “Qué será, será”. Pero todos los misterios quedan resueltos. Yo ya le he dicho a la prensa que, de momento, no va a haber séptima, que ahora ya estoy trabajando en algo diferente, igual que en su día hice con El bosque de los cuatro vientos, que estaba fuera de la serie, no tenía nada que ver.

-¿La puerta se cierra definitivamente?

-Ya veremos si vuelve o no la serie. Yo lo que sí quería era que este primer bloque de misterios, si no hubiera más, quedase cerrado de una forma limpia.

-¿Qué significa cerrarlo de una manera limpia?

-Lo digo en el sentido de que el primero es un misterio histórico, el segundo es un thriller científico, el tercero es una novela gótica, el cuarto un misterio de habitación cerrada, el quinto un domestic noir y el sexto, Los inocentes, el thriller de acción. Creo que ahí hay un baremo de tipos de novelas detectivescas.

-¿Qué posible continuación cabría, llegado el caso?

-Si hiciese otro bloque, seguramente sería con otro tipo de novelas detectivescas. A lo mejor haría una purista, para homenajear a Hammett, a Chandler, etcétera.

-Te sostiene la buena recepción del público hasta aquí, ¿no?

-A pesar de que fue muy arriesgado de mi parte, hacer unas novelas tan distintas dentro de una serie, a los lectores les ha gustado. Les llama la atención, como diciendo: “A ver, ¿por dónde sale esta loca?”.

-O sea que, probablemente, nunca sepamos qué será de la vida de Valentina, de Oliver, de Peralta, de Clara.

-Es que, realmente, ¿cuándo se cierra la vida de los de los personajes? Nunca. Nunca la cierras. Siempre hay algo que puede pasar.

-Podrías elegir decirnos que fueron felices y comieron perdices, como en los cuentos de hadas.

-Pero es que yo no creo en la felicidad. Creo en momentos y en destellos de felicidad. Y creo que lo demás es bregar, pelear y actitud. Todo es actitud. Nos suceden cosas malas todo el tiempo. Y si no es a nosotros directamente, le suceden a nuestro entorno. Es imposible que seamos felices todo el tiempo, porque entonces seríamos mentes simples, no estaríamos asimilando todo lo oscuro que hay en nuestro alrededor.

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